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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

miércoles, 12 de marzo de 2025

HUMANIDADES


Sonata para piano n. 32, op. 111 de Beethoven, una de las piezas musicales de las que se habla en la novela Doktor Faustus de Thomas Mann (1947). Según la correspondencia de Thomas Mann con Adorno, el escritor y el filósofo están de acuerdo en que en esta obra se materializa la ruptura con la  búsqueda de Dios a través de la música, propia de todas las composiciones anteriores. La música se aleja del gusto popular y en lugar de elevarse a lo divino, profundiza en las entrañas del hombre.

De Doktor Faustus extraigo este párrafo sobre las Humanidades, p. 13 de la ed. de 1978 Edhasa:

<< No puedo dejar de referirme, al pasar, y como tantas veces, a la íntima y casi misteriosa relación que existe entre la filología clásica y el sentido vivo y afectivo de la belleza y la dignidad del hombre como ente de razón, relación que se manifiesta ya en el nombre de Humanidades dado al campo de investigación de las lenguas antiguas y también en el hecho de que la coordinación íntima entre la pasión del lenguaje y las humanas pasiones se opere bajo el signo de la educación y como coronada por él, en virtud de lo cual la misión de formar la juventud se presenta como una consecuencia casi obligada de los estudios filológicos.

>> El hombre versado en las ciencias naturales podrá ser profesor, pero no será nunca un educador en el sentido y con el alcance que puede serlo el cultivador  de las buenas letras. Tampoco el lenguaje de los sonidos (si así puede la música ser llamada), ese lenguaje quizás más profundo, pero maravillosamente inarticulado, me parece formar parte de la esfera humanista y pedagógica aun sabiendo muy bien que en la pedagogía griega y, de un modo general, en la vida pública de las ciudades de Grecia representó útil papel.

>> A pesar del rigor lógico-moral del que gusta envanecerse, entiendo al contrario, que la música pertenece a un mundo espiritual del que no quisiera, en las cosas de la razón y de la dignidad humanas, tener que responder incondicionalmente poniendo la mano en el fuego. Si, no obstante, me siento cordialmente atraido hacia ella, será, sin duda, por una de esas contradicciones que, ya sean de lamentar o motivo de satisfacción, son inseparables de la naturaleza humana.

>> Todo ello al margen del asunto. O quizá no tanto, ya que la cuestión de saber si es posible trazar una frontera definida entre lo que hay de noble y educador en el mundo del espíritu y ese otro mundo espiritual al cual no es posible acercarse sin peligro, pertenece sin duda, y muy decididamente, al asunto de que trato. ¿Qué zona de lo humano, así fuere la más elevada, la más dignamente generosa, puede ser totalmente insensible a la influencia de las fuerzas infernales, más aún, puede renunciar a su fecundante contacto?

>> Este pensamiento, que está en su lugar incluso para aquel cuyo ser nada tenga de demoníaco, no se ha separado nunca de mí desde ciertos momentos vividos durante el viaje de estudios, casi año y medio, que mis buenos padres me permitieron hacer por Grecia e Italia, una vez terminados mis estudios universitarios. 

>> Desde lo alto de la Acrópolis pude contemplar el desfile, por la ruta sagrada, de las doncellas coronadas de azafrán, el nombre de Baco en los labios, y en la región de Euboleo, en el lugar mismo de la iniciación, me encontré un día al borde de las rocas del abismo plutónico.

>> Allí tuve la intuición de la inmensidad de los sentimientos humanos que encuentran su expresión en la contemplación iniciatoria que la Grecia olímpica dedicaba a las divinidades de las tinieblas, y muchas veces, más tarde, hube de explicar desde la cátedra a mis alumnos que la cultura no es otra cosa que la devota y ordenadora, por no decir benéfica, incorporación de los monstruoso y de lo sombrío en el culto de lo divino. >>


1 comentario:

José Biedma L. dijo...

Como gran humanista, Thomas Mann tiene toda la razón, aunque olvide el valor educativo de la buena música que tanto importó a Platón (Leyes II). Sin duda, los corazones se han educado en la gran Literatura durante siglos, donde razón y voluntad celebran sus nupcias estéticas y morales. Olvidar la importancia de los grandes relatos (y de la "historia sagrada") sólo sirve para que publicistas y propagandistas hagan triunfar sus cuentos del producir-consumir, consúmete consumiendo como patrón de vida buena. Son la literatura, el arte y la religión, los que, si no nos salvan, otorgan algo de sentido o, por lo menos, consuelan.