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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

viernes, 14 de febrero de 2025

NOVELA E HISTORIA

 

EL FUTURO DE LA HISTORIA

 

Damos mucha importancia a la revolución científica y se nos olvida que igual de relevante fue la “aparición de la conciencia histórica” en el siglo XVIII. Es una de las múltiples enseñanzas sobre la historia que se pueden extraer de El futuro de la historia (2011), libro de John Lukacs. Nacido en Hungría en 1924, es experto en las dos guerras mundiales y se considera a sí mismo profesor de historia en una pequeña universidad estadounidense de provincias, además de escritor. 

La conciencia histórica precedió en el s. XVIII al nacimiento del oficio de historiador profesional. Y ello se observa a través de las palabras que van surgiendo en inglés a partir del siglo XV, como “historia”, y otras palabras que alcanzan su significado actual como “progreso” aplicado al tiempo y no solo al espacio. Hacia 1700 unos cuantos hombres de Estado se dan cuenta de que la historia puede tener utilidad en las relaciones diplomáticas, pero a la vez ya está en marcha el aprecio de la historia como literatura.



En la época de la Ilustración se multiplica el número de personas que leen por placer. En tiempos de Voltaire la historia empezó existiendo como una forma de literatura de evasión, todavía no existía la enseñanza de la historia, en la Edad Media nadie se licenciaba en esta materia. Hacia 1770 alemanes de Gotinga  empezaron a ofrecer  cursos de historia, insistiendo en que la historia era algo más que un “cuento” y en que también era “filosofía” capaz de relacionar las consecuencias con las causas de los acontecimientos.

Von Ranke, historiador alemán del s. XIX, es conocido por haber distinguido fuentes primarias y secundarias, así como por instaurar seminarios de historia y dar pie a a las primeras disertaciones que analizan temas particulares históricos. Los resultados del trabajo de los primeros historiadores del siglo XIX fueron impresionantes.

Todavía en 1860 si se dominaban varios idiomas, como Lord Acton que leía en 6 lenguas, era posible estar al corriente de todo lo que se escribía en todos los campos de la historia. En 1868 otro grande, Droysen, expresó el papel de este campo del saber: 

“La historia es el conocimiento de la humanidad sobre sí misma, su certeza de sí. No es 'la luz y la verdad', sino la búsqueda de ellas… Como se decía de Juan el Bautista, no era él la luz, sino el enviado para dar testimonio de esa luz”.

 “Tenéis que saber leer” aconsejaba  Jacob Burckhardt a sus alumnos.

 Los avatares de la historia como disciplina ocupan gran parte del libro, pero tiene particular interés lo que constata John Lukacs en referencia a la situación en 2011:

“Lo que ha cambiado, y lo que está cambiando, son las condiciones en que se publica. La historia la escriben hombres y mujeres solitarios, más solitarios que antes. Muchos de ellos se hallan destinados en los lugares más remotos, rodeados de otros profesionales, que no sienten el menor interés y que, por tanto, carecen de la menor idea sobre su trabajo. Se ha producido, imperdonablemente, aunque no suela reconocerse, una ruptura en las comunicaciones, a pesar de Internet, de Google, de los blogs…etc. Es posible que los especialistas en un campo se enteren de que otros especialistas de ese mismo campo no están al tanto de las obras que han publicado. Una causa global de este fenómeno es la disminución de la atención.”

 Pasando por encima de la burocratización de la historia y del efecto deletéreo de los procesos de selección del profesorado en las universidades, otro asunto interesante señalado por Lukacs es que la muralla que separa al historiador profesional del aficionado está medio derruida. La herramienta del escritor y del historiador son las palabras. Los mejores y más elegantes escritores de historia del pasado fueron hombres que escribieron antes de la profesionalización de la historia. Y hay que reconocer que la cantidad y calidad de obras escritas por aficionados sin ius docendi aumenta día a día.  Y es que los temas de  historia, y es la tesis del libro, tienen más que ver con la literatura que con la ciencia

Por supuesto que el trabajo del historiador acreditado sigue vigente, su objetivo ha de ser luchar contra todo tipo de mistificaciones y de mentiras.  Más allá del oficio, la conciencia histórica se nos ha metido dentro y como dijo Julián Marías en 1972: 

“No entendemos lo que quiere decir lo que un hombre dice, mientras no sabemos en qué fecha lo dice y de qué fecha es ese hombre. Antes se podía leer un libro y contemplar un cuadro sin saber su tiempo preciso; muchos valían como modelos intemporales, más allá de toda servidumbre cronológica; hoy, toda realidad no data nos parece vaga y errante, con esa irreal indecisión de los espectros”.

 Un hito fundamental en el recorrido por la historia de la historia es Tocqueville, que describe “La democracia en América”, a pesar de no ser historiador hace un gran trabajo histórico. Captó la diferencia real entre la historia hecha por unos pocos, reyes y magnates, de la historia  hecha por muchos. El famoso “pueblo”. ¿Quién es el pueblo? Problema ¿El pueblo habla o actúa unido? Es fácil recoger la afirmación de un personaje histórico, pero cuando se afirma “el pueblo dice tal o cual”, en realidad es una afirmación hecha por alguien “en nombre” del pueblo.

Aquí Lukacs aporta otro argumento fundamental y es que el pueblo, como cada cual, no tiene ideas sino que las “elige”. A veces los resultados de unos comicios reflejan esas ideas y en otras ocasiones tales resultados no reflejan ni las ideas ni las creencias del pueblo. En estos últimos tiempos observamos que se imponen agendas y legislaciones que no se sabe de donde llegan, pero estamos seguros de que no responden a las “preocupaciones”, “ideas”, “creencias” , aspiraciones de la mayoría de la población.

 Lo mismo pasa con la opinión pública, otra fabricación y negocio especializado de hace un siglo. La tarea de la publicidad es simular que existe una mayoría, y es posible que una minoría pequeña ejerza gran influencia sobre la extensión, las ideas, las preferencias y los sentimientos de las mayorías. Todo ello de difícil aprehensión por los historiadores, aunque hoy ya estamos al corriente de que hay otro campo menos inocente que la historia, la llamada “ingeniería social”, que se ocupa de pastorear el rebaño humano, manipulando de manera muy sutil y complaciente nuestros deseos, representaciones, sentimientos ante la vida, a través del cine, la publicidad, las series...

No me voy a detener en algunos problemas desarrollados en El futuro de la historia como el problema de los “hechos históricos” ni tampoco en el de las diferentes modas que han afectado al campo de la profesión de historiador. 

Sólo me hago eco de que comparto con Lukacs la sensación de nuestro desconocimiento de la historia además de que aumenta el sentimiento de su importancia. En especial cuando caemos en la cuenta de que las continua información periodística es objeto de manipulación y de inversiones colosales para atraernos y hacernos pensar de determinada manera. 

Nuestra ignorancia de la historia nos lleva a sorprendernos por el escándalo reciente de USaid, según el cual el dinero de esta organización de ayuda al desarrollo se ha utilizado para financiar medios de comunicación y periodistas. Pero su denuncia y desmantelamiento es un puro espejismo, porque quien puede y tiene los medios seguirá intentando manejar los modos de contar la realidad, el poder necesita hoy más que nunca ganarse el consentimiento de las poblaciones que no tienen tiempo de investigar porqué y de dónde llegan las noticias.

 Me ha parecido extraordinariamente interesante el capítulo en el que Lukacs relaciona la Historia y la Novela. “La historia empieza en la novela y acaba en el ensayo”, frase de Macaulay, ¿qué significa?

El historiador, como el novelista, cuenta una historia; la historia de un trocito del pasado: el historiador describe más que “define”. El novelista lo tiene más fácil: puede inventarse personas que no existieron y hechos que no sucedieron. El historiador tiene que apoyarse en personas que existieron y apoyarse en pruebas de sus actos y palabras. Sobre lo que pensaban, solo puede conjeturar, es decir, hacer “ensayo”. Y “ensayar” significa que a las pruebas hay que encontrarles un significado.

 ¿Es el historiador un novelista frustrado o es el novelista un historiador frustrado? Lukacs estima que Tolstoi sería un ejemplo de la segunda posibilidad, y que su obra “Guerra y paz”, le hace flaco servicio al conocimiento de la historia, aunque sea su novela más conocida y emblemática.

“La historia tiene dos definiciones; la novela una. ¿Existía la historia antes de que hubiera historiadores, o existe sin quienes la registran y la narran? Sí, y sí. ¿Puede existir una novela sin novelista, sin escritor? No.”

 Pero no se puede enfrentar al novelista con el historiador como si fueran categorías distintas, tampoco “hechos” y “ficción”. Ficción es construcción y por eso siempre hay algo de ficción cuando se afirma un hecho.

El mismo hecho de ver un hecho implica ya construcción.  Hecho y ficción se relacionan pero no se identifican, ya hemos explicado antes lo que distingue al historiador del novelista. Lo interesante es que, además de que la historia se “construye”, y es una construcción que dentro de unos determinados límites siempre está sometida a revisión, la ficción posee cierta historicidad. Y es que –nos dice Lukacs– es una consecuencia de que el pensamiento histórico ha afectado más a los novelistas que la novela a los historiadores.

 Fue Ortega quien distinguió la épica de la novela, la épica relata lo pasado como pasado aunque siga habiendo sutiles comunicaciones del presente con el pasado. Pero el éxito de la novela  “en las masas” que como tal despunta en los siglos XVIII y XIX, cuando crece exponencialmente el número de lectores, se puede atribuir a que es posible identificarse con los avatares de sus personajes.

El historiador Lukacs da cuatro modos en que los novelistas generan pruebas valiosas a un historiador:

-Los novelistas proporcionan materiales históricos reales, gracias al arte con que el novelista selecciona, ordena y describe es capaz de hacer que el historiador se interese por aspectos “pasados por alto”. Ocurre con Scott, Balzac, Galdós o ciertas obras de Dickens como “Barnaby Rudge”.

-La descripción de ciertas escenas de su tiempo, suelen constituir una evidencia histórica: una muestra del ojo del genio novelista sería la descripción que hace Stendhal de la batalla de Waterloo en “La cartuja de Parma”. Hay otra descripción notable en “La feria de las vanidades” de Thackeray.

Entre nosotros me permito añadir que nada mejor para revivir el paso del siglo XVIII al XIX en España que las novelas de Carlos Rojas como Proceso a Godoy por no mencionar Azaña, otra obra de ficción que muestra tanto o más al personaje que un libro de historia. Lo mismo que El bastardo del rey novela situada en la época contermporánea. Estimo que Carlos Rojas, escritor y profesor español fallecido en 2020 en Estados Unidos ejemplifica lo que es “saber leer” la historia de un país como recomendaba Jacob Burckhardt.



-Al historiador le puede resultar útil la descripción que hace el novelista de ciertos caracteres de ficción, cuando resultan prototípicos de su clase o de su época: el duque de Omnium de Trollope, la Enma Bovary de Flaubert, el magistral y Ana Ozores de Clarín. Los personajes de ficción pueden representar tendencias, incluso la sátira puede servir de guía para la comprensión histórica. Si las estadísticas son documentos históricos, también lo son ciertos personajes creados por los novelistas.

 -La historia literaria encaja dentro de la historia, la gran literatura aunque solo se note a largo plazo ha tenido una gran influencia en la sociedad. Y la propia historia de los libros, las circunstancias de su publicación, de su recepción, su éxito o el rechazo que sufren en distintas épocas añaden a la historia general.

 Novela e historia se criaron juntas. La novela moderna comenzó a partir de 1750, la historia profesional data de 1777. A partir de 1800 aparece la novela histórica, la historia es el telón de fondo que realza a los personajes. El  XIX fue el siglo de oro de la novela, la que hace disfrutar exageradamente cuando se tienen horas por delante para sumergirse en ella:

Los chuanes, Historia de dos ciudades, La cartuja de Parma, Guerra y paz.



 

La educación sentimental de Flaubert es más histórica que Guerra y paz, aunque la de Flaubert no se suele clasificar como novela histórica. En Guerra y paz, la historia es a menudo incorrecta  y superficial, mientras que en La educación sentimental la parte más histórica queda implícita en la acción. El retrato de Flaubert escrito en 1848, cuando tuvo lugar la revolución de febrero, históricamente hablado resulta más complejo y significativo que el de Tolstoi porque Flaubert relata lo que pensaban y sentían las personas de aquel tiempo. La novela muestra los cambios de las opiniones y de las actitudes. 


Y todo ello a pesar de que Tolstoi quiso escribir una historia “científica”, Guerra y paz refleja un tipo de pensamiento más ideológico que histórico.

 El ojo del novelista se ha sentido en general atraído por los asuntos significativos (actos, palabras, gestos).  Se les llama significativos porque tienen potencial. También el historiador debe considerar la existencia inevitable de lo potencial. Como los físicos cuánticos que no solo observan hechos reales, sino también potenciales.

En su Poética, IX, 7, Aristóteles señala que el historiador y el poeta no difieren entre sí “por escribir en prosa o en verso, ya que podrían versificarse las obras de Herodoto y no serían menos historia. La diferencia estriba en que uno narra lo sucedido y el otro cosas tales como podrían suceder. Por lo cual la poesía es más filosófica y seria que la historia, pues la poesía narra más bien lo general; la historia, lo particular”.

La novela clásica tendía a expresar lo que podía haber sucedido. Y si una de las ideas-fuerza de Lukacs es  que las personas no tienen ideas sino que las eligen, hay que añadir que más importante que lo que las ideas hacen con la persona es lo que la persona hace con las ideas y también lo que es capaz de hacer.  El historiador moderno cuando escribe lo que pasó no puede dejar de contemplar otras posibilidades.

Lukacs estima que novela e historia han entrado juntas en crisis: 

“la imprescindible imaginación del novelista desfallece, no solo ante la monstruosidad, sino también ante la acumulación mortífera de estupideces que se da en la era de la alfabetización universal, cuando uno se topa con tantas banalidades en la conversación, y tantas faltas expresivas en el lenguaje público que la propia grabación y reproducción fiel de este parecería una exageración de todo punto irreal”.

Un motivo de la desaparición de la novela es la desaparición de las clases. En la sociedad actual las relaciones, las ambiciones, las aspiraciones sociales han quedado casi desprovistas de sentido. Lo vio Galdós cuando dijo: “la confusión de clases es la moneda falsa de la igualdad”. De ahí que muchos novelistas del siglo XX se han centrado más en la relación del individuo consigo mismo, y no tanto del choque con la sociedad. El método de recrear las realidades humanas a través del flujo de conciencia se queda corto, porque las personas no piensan necesariamente como hablan. De ahí que el Ulises de Joyce sean estampas de época, anticuadas.

Otra tendencia actual conduce cada vez más hacia la historia. La historiografía profesional de la era burguesa ya no abarcaba todo el espectro de la historia. Tampoco la novela del siglo XIX conseguía abarcar las funciones de la literatura en prosa. Para Lukacs, al óbito de la novela histórica le ha seguido la absorción de la novela por parte de la historia.

Existe un apetito popular de reconstrucciones históricas. Si ha declinado el interés por las grandes novelas históricas, se acrecienta el interés por el género documental. El documental es un intento de llevar cierto aspecto de realidad a la reconstrucción del pasado histórico.



Si en la novela histórica típica del XIX los protagonistas eran los personajes y la historia quedaba en telón de fondo, la historia hoy se hace cada vez más protagonista. En la novela histórica documental, toda la trama es historia, los personajes son secundarios, representan aquí o allí las opiniones políticas u otro tipo. En España véanse las decenas de novelas ambientadas en la Guerra del Rif (Centauros del Rif, Viejos Laureles, Fuego sobre Igueriben, Las semillas de Annual,…)  Y poniendo una nota jiennense, extraordinaria novela con personajes históricos que recrea personajes y acontecimientos reales la última de Sánchez Tostado, Al otro lado del velo.



El riesgo de las novelas que ponen todo el énfasis en la trama histórica es que cuando las personas caen arrolladas por la marcha de la historia parece que sus aspiraciones no tienen mucho significado. Se confunde lo que es imaginario con lo que fue real como consecuencia, sin que se entienda que ambos aspectos son complementarios.  Existen novelas históricas en las que aparecen personajes reales a las que se hace hablar al dictado del novelista, lo que genera una historia que es falsa.

Da ejemplos de novelistas a los que les ha interesado la historia entre 1980 y 2010 como Irwin Shaw, Susan Sontag, Gore Vidal, Philip Roth o Norman Mailer. Sobre ellos se pregunta ¿entendían que estaban escribiendo lo más opuesto que hay a la novela histórica, en la que la historia era el telón de fondo y no el centro? ¿Intentaba alguno de ellos construir conscientemente un nuevo género o abrir camino? No parece que supieran lo que estaban haciendo y los acusa de atribuir pensamientos, palabras y actos a hombres y mujeres que existieron como Buchanan, Morgan, Wilson, Roosvelt, generando falsedades.

Frente al Tolstoi de Guerra y paz que se vió obligado a añadir un apéndice con su filosofía de la historia antihistórica que es un despropósito, podemos leer “Doctor Zhivago” de Pasternak que reconstruye lo que sucedió en Rusia entre 1917 y 1924 y es más histórica que la interpretación tolstoiana de las guerras napoleónicas.

También Solzhenitsyn se ha puesto como objetivo reducir la falsedad en Un día de la vida de Iván Denisovic o Archipiélago Gulag. Aunque las declaraciones ideológicas del autor hayan oscurecido sus objetivos históricos, la adicción a la historia es un síntoma del desarrollo de la conciencia histórica durante el siglo XX.

En definitiva, un gran libro de alguien que piensa que la historia no tiene un lenguaje propio, que debería escribirse y debería enseñarse y contarse para cualquiera que sepa leer. De una persona preocupada por describir situaciones históricas de calidad y por preguntarse sin descanso qué es el conocimiento histórico. Buena novela y buenos libros de historia, ambos son necesarios y complementarios para responder con sentido a las eternas interrogantes sobre quiénes somos y de dónde venimos.

 Tengo que referirme a una novela que lamento haber descubierto tarde, pero que me ha aclarado tanto o más que decenas de libros de historia de España: La regenta. En ella no se hace exactamente historia sino lo que Lukacs llamaría "sociografía". Y quizás el impacto que supuso para mí descubrir esta lectura me ha llevado a valorar El futuro de la historia, porque efectivamente, los humanos somos una especie que estamos deseando "que nos cuenten cuentos", mejor si se basan en hechos reales. 





1 comentario:

José Biedma L. dijo...

Interesante, Ana. He preferido desde hace mucho distinguir la Historia, lo que sucedió y no cambia ni Dios, de la Historiografía que, en efecto, es el relato o cuento de lo que sucedió, un relato que, para ser verosímil, tiene obviamente que estar bien fundado documental y testimonialmente. Uno de los problemas de nuestra época es la pérdida de conciencia histórica, sobre todo en los jóvenes. Su remedio tiene poco que ver con las ideologizadas y parciales "memorias históricas" que nos venden los perdedores como revancha. La crisis de la conciencia histórica tiene que ver con el desprecio de las humanidades, entre ellas la historiografía. Nuestra formación moral depende de la lectura, de la literatura (sea esta ensayo, poesía, novela, fábula, etc.), y una parte importante de la literatura es el relato de lo que sucedió. Cuando pienso en este desastre, recuerdo lo que me escribió un alumno en un examen de Selectividad: que Platón había estudiado con los jesuitas. El futuro tiene raíces muy antiguas, y es difícil saber a dónde vamos sin conocer, siquiera sea superficialmente, de donde venimos, sin una idea general del orden histórico. La cita de Julián Marías explica bien cómo es imposible entender a un personaje histórico sin conocer su contexto temporal. Pasa hoy cuando se juzga a Hernán Cortés o a Napoleón con criterios morales anacrónicos.
Me ha impresionado mucho eso de que "las personas no piensan como hablan", y su implementación a la crítica del *Ulises* de Joyce, ese glorioso fracaso literario –en opinión de Virginia Woolf–, opinión que comparto. Voy a tener que leer a Carlos Rojas.
Y sí, la publicidad simula que existe un consenso mayoritario... Saludos