EL FUTURO DE LA HISTORIA
Damos mucha importancia a la revolución científica y se nos olvida que igual de relevante fue la “aparición de la conciencia histórica” en el siglo XVIII. Es una de las múltiples enseñanzas sobre la historia que se pueden extraer de El futuro de la historia (2011), libro de John Lukacs. Nacido en Hungría en 1924, es experto en las dos guerras mundiales y se considera a sí mismo profesor de historia en una pequeña universidad estadounidense de provincias, además de escritor.
La conciencia histórica precedió en el s. XVIII al
nacimiento del oficio de historiador profesional. Y ello se observa a través de
las palabras que van surgiendo en inglés a partir del siglo XV, como
“historia”, y otras palabras que alcanzan su significado actual como “progreso”
aplicado al tiempo y no solo al espacio. Hacia 1700 unos cuantos hombres de
Estado se dan cuenta de que la historia puede tener utilidad en las relaciones
diplomáticas, pero a la vez ya está en marcha el aprecio de la historia como
literatura.
En la época de la Ilustración se multiplica el número de
personas que leen por placer. En tiempos de Voltaire la historia empezó
existiendo como una forma de literatura de evasión, todavía no existía la
enseñanza de la historia, en la Edad Media nadie se licenciaba en esta materia.
Hacia 1770 alemanes de Gotinga empezaron
a ofrecer cursos de historia,
insistiendo en que la historia era algo más que un “cuento” y en que también
era “filosofía” capaz de relacionar las consecuencias con las causas de los
acontecimientos.
Von Ranke, historiador alemán del s. XIX, es conocido por haber
distinguido fuentes primarias y secundarias, así como por instaurar seminarios
de historia y dar pie a a las primeras disertaciones que analizan temas
particulares históricos. Los resultados del trabajo de los primeros
historiadores del siglo XIX fueron impresionantes.
Todavía en 1860 si se dominaban varios idiomas, como Lord Acton que leía en 6 lenguas, era posible estar al corriente de todo lo que se escribía en todos los campos de la historia. En 1868 otro grande, Droysen, expresó el papel de este campo del saber:
“La historia es el conocimiento de la humanidad sobre sí misma, su certeza de sí. No es 'la luz y la verdad', sino la búsqueda de ellas… Como se decía de Juan el Bautista, no era él la luz, sino el enviado para dar testimonio de esa luz”.
“Lo que ha cambiado, y lo que está
cambiando, son las condiciones en que se publica. La historia la escriben
hombres y mujeres solitarios, más
solitarios que antes. Muchos de ellos se hallan destinados en los lugares más
remotos, rodeados de otros profesionales, que no sienten el menor interés y
que, por tanto, carecen de la menor idea sobre su trabajo. Se ha producido,
imperdonablemente, aunque no suela reconocerse, una ruptura en las
comunicaciones, a pesar de Internet, de Google, de los blogs…etc. Es posible que
los especialistas en un campo se enteren de que otros especialistas de ese
mismo campo no están al tanto de las obras que han publicado. Una causa global de este fenómeno es la
disminución de la atención.”
Por supuesto que el trabajo del historiador acreditado sigue vigente, su objetivo ha de ser luchar contra todo tipo de mistificaciones y de mentiras. Más allá del oficio, la conciencia histórica se nos ha metido dentro y como dijo Julián Marías en 1972:
“No entendemos lo que quiere decir lo que un hombre dice, mientras no sabemos en qué fecha lo dice y de qué fecha es ese hombre. Antes se podía leer un libro y contemplar un cuadro sin saber su tiempo preciso; muchos valían como modelos intemporales, más allá de toda servidumbre cronológica; hoy, toda realidad no data nos parece vaga y errante, con esa irreal indecisión de los espectros”.
Aquí Lukacs aporta otro argumento fundamental y es que el
pueblo, como cada cual, no tiene ideas sino que las “elige”. A veces los
resultados de unos comicios reflejan esas ideas y en otras ocasiones tales
resultados no reflejan ni las ideas ni las creencias del pueblo. En estos
últimos tiempos observamos que se imponen agendas y legislaciones que no se
sabe de donde llegan, pero estamos seguros de que no responden a las
“preocupaciones”, “ideas”, “creencias” , aspiraciones de la mayoría de la
población.
No me voy a detener en algunos problemas desarrollados en El
futuro de la historia como el problema de los “hechos históricos” ni tampoco
en el de las diferentes modas que han afectado al campo de la profesión de
historiador.
Sólo me hago eco de que comparto con Lukacs la sensación de
nuestro desconocimiento de la historia además de que aumenta el sentimiento de
su importancia. En especial cuando caemos en la cuenta de que las continua información
periodística es objeto de manipulación y
de inversiones colosales para atraernos
y hacernos pensar de determinada manera.
Nuestra ignorancia de la historia nos lleva a sorprendernos
por el escándalo reciente de USaid,
según el cual el dinero de esta organización de ayuda al desarrollo se ha
utilizado para financiar medios de comunicación y periodistas. Pero su denuncia
y desmantelamiento es un puro espejismo, porque quien puede y tiene los medios seguirá intentando manejar los modos de contar la realidad, el poder
necesita hoy más que nunca ganarse el
consentimiento de las poblaciones que no tienen tiempo de investigar porqué y de dónde llegan las
noticias.
El historiador, como el novelista, cuenta una historia; la
historia de un trocito del pasado: el historiador describe más que “define”. El
novelista lo tiene más fácil: puede inventarse personas que no existieron y
hechos que no sucedieron. El historiador tiene que apoyarse en personas que
existieron y apoyarse en pruebas de sus actos y palabras. Sobre lo que
pensaban, solo puede conjeturar, es decir, hacer “ensayo”. Y “ensayar”
significa que a las pruebas hay que encontrarles un significado.
“La historia tiene dos definiciones; la novela una. ¿Existía la historia antes de que hubiera historiadores, o existe sin quienes la registran y la narran? Sí, y sí. ¿Puede existir una novela sin novelista, sin escritor? No.”
El mismo hecho de ver
un hecho implica ya construcción.
Hecho y ficción se relacionan pero no se identifican, ya hemos explicado
antes lo que distingue al historiador
del novelista. Lo interesante es que,
además de que la historia se “construye”, y es una construcción que dentro de
unos determinados límites siempre está sometida a revisión, la ficción posee
cierta historicidad. Y es que –nos dice Lukacs– es una consecuencia de que el
pensamiento histórico ha afectado más a los novelistas que la novela a los
historiadores.
El historiador Lukacs
da cuatro modos en que los novelistas generan pruebas valiosas a un historiador:
-Los novelistas proporcionan materiales históricos reales,
gracias al arte con que el novelista selecciona, ordena y describe es capaz de
hacer que el historiador se interese por aspectos “pasados por alto”. Ocurre
con Scott, Balzac, Galdós o ciertas obras
de Dickens como “Barnaby Rudge”.
-La descripción de ciertas escenas de su tiempo, suelen
constituir una evidencia histórica: una muestra del ojo del genio novelista sería la descripción que hace
Stendhal de la batalla de Waterloo en “La cartuja de Parma”. Hay otra
descripción notable en “La feria de las vanidades” de Thackeray.
Entre nosotros me permito añadir que nada mejor para revivir
el paso del siglo XVIII al XIX en España que las novelas de Carlos Rojas como Proceso a Godoy por
no mencionar Azaña, otra obra de
ficción que muestra tanto o más al personaje que un libro de historia. Lo mismo que El bastardo del rey novela situada en la época contermporánea. Estimo
que Carlos Rojas, escritor y profesor español fallecido en 2020 en Estados
Unidos ejemplifica lo que es “saber
leer” la historia de un país como recomendaba Jacob Burckhardt.
-Al historiador le puede resultar útil la descripción que
hace el novelista de ciertos caracteres de ficción, cuando resultan
prototípicos de su clase o de su época: el duque de Omnium de Trollope, la Enma
Bovary de Flaubert, el magistral y Ana Ozores de Clarín. Los personajes de
ficción pueden representar tendencias, incluso la sátira puede servir de guía
para la comprensión histórica. Si las estadísticas son documentos históricos,
también lo son ciertos personajes creados por los novelistas.
Los chuanes, Historia de dos ciudades, La cartuja de
Parma, Guerra y paz.
La educación sentimental de Flaubert es más histórica que Guerra y paz, aunque la de Flaubert no se suele clasificar como novela histórica. En Guerra y paz, la historia es a menudo incorrecta y superficial, mientras que en La educación sentimental la parte más histórica queda implícita en la acción. El retrato de Flaubert escrito en 1848, cuando tuvo lugar la revolución de febrero, históricamente hablado resulta más complejo y significativo que el de Tolstoi porque Flaubert relata lo que pensaban y sentían las personas de aquel tiempo. La novela muestra los cambios de las opiniones y de las actitudes.
Y todo ello a pesar de que Tolstoi quiso escribir una
historia “científica”, Guerra y paz refleja un tipo de pensamiento más
ideológico que histórico.
En su Poética, IX, 7, Aristóteles señala que el historiador y
el poeta no difieren entre sí “por escribir en prosa o en verso, ya que podrían
versificarse las obras de Herodoto y no serían menos historia. La diferencia
estriba en que uno narra lo sucedido y el otro cosas tales como podrían
suceder. Por lo cual la poesía es más filosófica y seria que la historia, pues
la poesía narra más bien lo general; la historia, lo particular”.
La novela clásica tendía a expresar lo que podía haber
sucedido. Y si una de las ideas-fuerza de Lukacs es que las personas no tienen ideas sino que las
eligen, hay que añadir que más importante que lo que las ideas hacen con la
persona es lo que la persona hace con las ideas y también lo que es capaz de
hacer. El historiador moderno cuando escribe lo que pasó no puede dejar de
contemplar otras posibilidades.
Lukacs estima que novela e historia han entrado juntas en crisis:
“la imprescindible imaginación del novelista desfallece, no solo ante la monstruosidad, sino también ante la acumulación mortífera de estupideces que se da en la era de la alfabetización universal, cuando uno se topa con tantas banalidades en la conversación, y tantas faltas expresivas en el lenguaje público que la propia grabación y reproducción fiel de este parecería una exageración de todo punto irreal”.
Un motivo de la desaparición de la novela es la desaparición
de las clases. En la sociedad actual las relaciones, las ambiciones, las
aspiraciones sociales han quedado casi desprovistas de sentido. Lo vio Galdós
cuando dijo: “la confusión de clases es la moneda falsa de la igualdad”. De ahí
que muchos novelistas del siglo XX se han centrado más en la relación del
individuo consigo mismo, y no tanto del choque con la sociedad. El método de
recrear las realidades humanas a través del flujo de conciencia se queda corto,
porque las personas no piensan necesariamente como hablan. De ahí que el Ulises
de Joyce sean estampas de época, anticuadas.
Otra tendencia actual conduce cada vez más hacia la
historia. La historiografía profesional de la era burguesa ya no abarcaba todo
el espectro de la historia. Tampoco la novela del siglo XIX conseguía abarcar
las funciones de la literatura en prosa. Para Lukacs, al óbito de la novela
histórica le ha seguido la absorción de la novela por parte de la historia.
Existe un apetito popular de reconstrucciones históricas. Si
ha declinado el interés por las grandes novelas históricas, se acrecienta el
interés por el género documental. El
documental es un intento de llevar cierto aspecto de realidad a la
reconstrucción del pasado histórico.
Si en la novela histórica típica del XIX los protagonistas
eran los personajes y la historia quedaba en telón de fondo, la historia hoy se
hace cada vez más protagonista. En la novela histórica documental, toda la trama es historia, los
personajes son secundarios, representan aquí o allí las opiniones políticas u
otro tipo. En España véanse las decenas de novelas ambientadas en la Guerra del
Rif (Centauros del Rif, Viejos Laureles, Fuego sobre Igueriben, Las semillas de Annual,…) Y poniendo una nota jiennense, extraordinaria
novela con personajes históricos que recrea personajes y acontecimientos reales
la última de Sánchez Tostado, Al otro lado del velo.
El riesgo de las novelas que ponen todo el énfasis en la
trama histórica es que cuando las personas caen arrolladas por la marcha de la
historia parece que sus aspiraciones no tienen mucho significado. Se confunde
lo que es imaginario con lo que fue real como consecuencia, sin que se entienda
que ambos aspectos son complementarios.
Existen novelas históricas en las que aparecen personajes reales a las
que se hace hablar al dictado del novelista, lo que genera una historia que es falsa.
Da ejemplos de novelistas a los que les ha interesado la
historia entre 1980 y 2010 como Irwin
Shaw, Susan Sontag, Gore Vidal, Philip Roth o Norman Mailer. Sobre ellos se
pregunta ¿entendían que estaban escribiendo lo más opuesto que hay a la novela
histórica, en la que la historia era el telón de fondo y no el centro?
¿Intentaba alguno de ellos construir conscientemente un nuevo género o abrir
camino? No parece que supieran lo que estaban haciendo y los acusa de atribuir
pensamientos, palabras y actos a hombres y mujeres que existieron como
Buchanan, Morgan, Wilson, Roosvelt, generando falsedades.
Frente al Tolstoi de Guerra y paz que se vió obligado a
añadir un apéndice con su filosofía de la historia antihistórica que es un
despropósito, podemos leer “Doctor Zhivago” de Pasternak que reconstruye lo
que sucedió en Rusia entre 1917 y 1924 y es más histórica que la interpretación
tolstoiana de las guerras napoleónicas.
También Solzhenitsyn se ha puesto como objetivo reducir la
falsedad en Un día de la vida de Iván Denisovic o Archipiélago Gulag.
Aunque las declaraciones ideológicas del autor hayan oscurecido sus objetivos
históricos, la adicción a la historia es un síntoma del desarrollo de la
conciencia histórica durante el siglo XX.
En definitiva, un gran libro de alguien que piensa que la
historia no tiene un lenguaje propio, que debería escribirse y debería
enseñarse y contarse para cualquiera que sepa leer. De una persona preocupada
por describir situaciones históricas de calidad y por preguntarse sin descanso qué es
el conocimiento histórico. Buena novela y buenos libros de historia, ambos son
necesarios y complementarios para responder con sentido a las eternas
interrogantes sobre quiénes somos y de
dónde venimos.
1 comentario:
Interesante, Ana. He preferido desde hace mucho distinguir la Historia, lo que sucedió y no cambia ni Dios, de la Historiografía que, en efecto, es el relato o cuento de lo que sucedió, un relato que, para ser verosímil, tiene obviamente que estar bien fundado documental y testimonialmente. Uno de los problemas de nuestra época es la pérdida de conciencia histórica, sobre todo en los jóvenes. Su remedio tiene poco que ver con las ideologizadas y parciales "memorias históricas" que nos venden los perdedores como revancha. La crisis de la conciencia histórica tiene que ver con el desprecio de las humanidades, entre ellas la historiografía. Nuestra formación moral depende de la lectura, de la literatura (sea esta ensayo, poesía, novela, fábula, etc.), y una parte importante de la literatura es el relato de lo que sucedió. Cuando pienso en este desastre, recuerdo lo que me escribió un alumno en un examen de Selectividad: que Platón había estudiado con los jesuitas. El futuro tiene raíces muy antiguas, y es difícil saber a dónde vamos sin conocer, siquiera sea superficialmente, de donde venimos, sin una idea general del orden histórico. La cita de Julián Marías explica bien cómo es imposible entender a un personaje histórico sin conocer su contexto temporal. Pasa hoy cuando se juzga a Hernán Cortés o a Napoleón con criterios morales anacrónicos.
Me ha impresionado mucho eso de que "las personas no piensan como hablan", y su implementación a la crítica del *Ulises* de Joyce, ese glorioso fracaso literario –en opinión de Virginia Woolf–, opinión que comparto. Voy a tener que leer a Carlos Rojas.
Y sí, la publicidad simula que existe un consenso mayoritario... Saludos
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