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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

viernes, 16 de mayo de 2025

TERTULIA DE LOS LEÍDOS

 


La invitación presumía la presentación de dos libros, pero uno, El diálogo de los atrabiliarios, todavía no había salido del horno, yo lo había leído a prisa y corriendo para el acto en pdf, así que opté por presentar al autor, su obra, que tiene cierta unidad, tal vez apuntalada por una o varias obsesiones, ¿no asociaba Freud la filosofía a la neurosis obsesiva? ¡Bendita neurosis! Fran reconoce su tendencia a devenir filósofo-erizo, según la metáfora de Isaiah Berlin que recrea una antigua alegoría griega: "El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa". Yo diría que por lo menos, y a pesar de su ironía y modestia socráticas, Francisco J. Fernández sabe varias cosas, hasta bastantes, que intenta enseñar desbravando adolescentes, como otros hemos ensayado. 

Está su profundización en el extraordinario legado de Leibniz, el filósofo de la armonía preestablecida y los mundos posibles al que Echeverría –todavía caliente su extraordinario ensayo sobre "el archifilósofo"– considera maestro adecuado por antonomasia para el siglo XXI. Está el problema del lenguaje, la lengua que debemos a otros, en la que yacen los deseos y los poderes de todos los muertos que nos precedieron vivos, la palabra que hablamos y nos habla... Últimamente, Fran, que rinde tributo a la obra de Agustín García Calvo, ácrata genial, se acerca también al pensamiento de los filólogos, a fin de cuentas la tradición filológica tiene mucho de filosófica y viceversa, véase el monumental manual de nuestro amigo Pedro Redondo Reyes (Minima philologica), colega con el que Fran discute aspectos diversos de algunas de sus principales preocupaciones teóricas.

Fran es un cerebro en ebullición que cayó en el Santo Reino y en la Quinta del Mochuelo por amor y amistad, ¡o por purísima casualidad, eso sólo el dios lo sabe! Nos conocimos en una taberna de Córdoba hará tres lustros o así, encuentro significativo. Mas no fue un Destino cosmológico o una determinadísima Serie causal (el Demonio de Laplace) quien nos lo aproximó y granjeó, sino esa enigmática espontaneidad voluntaria que parece carecer de leyes aunque pueda y deba ser ordenada como y por la libertad. 

El caso es que el ocho de mayo quise hacerme la ilusión de reunificar a la Quinta del Mochuelo, pero ¡cá!, no fue posible, aunque no faltaron Amelia Fernández y Martín Ruiz Calvente (gracias por no dejarnos casi solos) ni Antonio Biedma López (gracias hermano). Al parecer aquellos tiempos de la Quinta ya pasaron, el poder de la convocatoria se ha apagado como la llama en el ara de un templillo dedicado al pensar y a la amistad. A falta de compresencias, queda una estela en la Red (esta página en la que escribo) y una preciosa monografía sobre María Zambrano en liquidación, Criaturas de la aurora (Liberman, 2018), cuyos últimos volúmenes ando repartiendo entre los interesados (a 2 € y la voluntad). 

Por parte de la UNED presidió el acto, en el salón de la universidad en Úbeda, el responsable de extensión universitaria, Juan José Magaña, que se mostró atento y amable. Y al que desde aquí y en nombre de la Quinta damos las gracias. Igualmente, a Vicente Ruiz, el famoso historiador que ejerce como secretario de la UNED en la provincia de Jaén y que no puso más reparo para este acto que la entrega de dos ejemplares de los libros que se presentaban para la biblioteca del centro.



De Fran hube de recordar que hizo el doctorado en la Universidad del País Vasco, sobre su querido Leibniz. Ya apuntaba maneras como estudiante; lo demuestran los tres números de la revista Blityri, dedicados respectivamente a la Escritura, el Vino y la Estupidez, ¡tres grandes temas! En la del Vino puede encontrarse un raro artículo de María Zambrano. BLITYRI (
ΒΛΙΤΥΡΙ) fue en los tiempos antiguos una onomatopeya del sonido de la lira. No obstante, Leibniz usa el término para referir a "nombres sin noción", como "charcuflauflau", pongamos por caso (de una fantástica canción oriental).



De mi faena como presentador saqué para mi pecunio (sabe Dios a qué saldo o trituradora irá a parar cuando la palme) el primer libro publicado por Fran: El filósofo del océano (1998), con presentación de Javier Echeverría y que recoge, según confesión del autor capítulos relevantes de su tesis ("obra de juventud", dice). Todavía se pueden conseguir ejemplares de este libro en Todostuslibros.com. Tras sus estudios en el País Vasco, Francisco consiguió una beca para completarlos en la Sorbona, donde tuvo la oportunidad de oír a maestros del pensamiento contemporáneo como Pierre Aubenque o Alain Badiou. De aquella época es su diario (Livre de brouillon) que ha incorporado, corregido y expurgado, a la densa miscelánea o "silva de varia lección" titulada El resto de la idea (Círculo Rojo, 2022) con 471 páginas, que versan artículos, reseñas, semblanzas, una entrevista a Gómez Pin y Echeverría (los dos excelentes maestros y amigos de Fran y maestros también de todos nosotros) y hasta, en su apéndice, contiene una carta a este servidor sobre el ensayo como "género –digamos– de escritura" (el ensayo no parte de la apertura asistemática, sino que cae en ella según su autor, como la última y celebradísima obra de Ortega, La idea de principio en Leibniz, que recientemente ha reeditado con notas y apéndices Javier Echeverría para el CSIC).

Con su amigo Jon Baltza, Fran publicó en 1999 unas cartas bajo el título El descrédito de los quilates y, el mismo año, la presentación a El enigma de Zenón de Elea, de Miguel Ángel Unanua. Isabel Balza dice de Francisco que está en la búsqueda del buen decir y que, sabiendo de la imposibilidad de atrapar la verdad, se hace responsable de sus dichos ("son más las dudas que me inquietan que las certezas que atesoro", confiesa). 

Supongo que los años siguientes, los primeros de este siglo, estuvieron asociados a la formación de una familia, cosa compleja y dura... Fran hizo por la vida, se casó y tiene dos hijos que aparecen en alguna de sus obras como personajes. Pasaron dos lustros y Fran publicó un libro espléndido, sobre todo para quienes amamos, además de la filosofia, el juego de las damas, los reyes y los alfiles (que es lo que queda de los elefantes indios). El ajedrez es ese juego en el que los jugadores se matan exquisitamente entre sí en una "burbuja lúdica", en un mundo aparte. En el ajedrez no se puede romper la baraja y si uno de los jugadores abandona la dramática "conversación", pierde.

Cinco años depués, en Akal (2015), salieron de su tumba Los huesos de Leibniz (Carta de un filósofo escondido a un discreto cortesano), librito muy cuidado y dedicado a J. Echeverría. Ideal para introducirse en los misterios del polímata y políglota alemán.

Recordaré aquí que gracias a Fran pudimos contar, en el XIII Congreso de la AAFi que tuve el honor de dirigir en Úbeda durante la pandemia (2021), con sus dos maestros: Gómez Pin y Javier Echeverría. Es verdad que Fran cuida lo escrito como la osa lame a sus oseznos, por lo que sus textos, además de ser filosofía viva, son notable literatura.

Lycofrón. Diario de clase (2021), esta vez dedicado a Víctor Gómez Pin, es un original ejercicio de introducción a la filosofía a través del género Diario. Aunque no le guste a Francisco J. Fernández García la asunción como nick o pseudónimo de "Lykofrán", como adaptación del enigmático sofista que según Aristóteles renunció a usar el verbo ser para evitar falacias, estoy seguro de que vendería más libros si lo usase. En cualquier caso, no me explico como detesta que se emplee el término "divulgación" referido a su obra, o por lo menos a este Diario de clase, entre sus obras. O sí me lo explico, y es que Fran entiende la divulgación como contraria al rigor. Y no es el caso, quiero decir que cabe una divulgación con rigor, y la suya lo es.

También es una literatura (obra escrita) de temas recurrentes. Y tal vez el principal sea la distinción entre el mundo en el que hablamos (el de los deícticos) y el mundo del que hablamos, el de las especies y los géneros (es decir las ideas), el de las generalizaciones arbitrarias y las proposiciones categóricas. En efecto todo saber sacrifica en su altar a los individuos, pues no hay ciencia del individuo, que es precisamente lo inagotable, lo inefable, el ti estín o esto concreto de Aristóteles, esos particulares que fluyen inagotables. Por eso odio la estúpida moda de eliminar las mayúsculas de los nombres propios, nombres personales sobre cuyo valor María Zambrano escribió párrafos memorables y que, al pasar a ser comunes con minúscula ya ni siquiera señalan e individualizan, sólo significan algo vago y común. 

Sus perplejidades, dudas y reflexiones, las expone Fran en géneros diversos: al artículo, la carta y el diálogo, une con valor o temeridad provocativa la novela. Es el caso de Nanna (2023), novela erótica de ambiente rural atravesada por el humor y la inteligencia, sorprendente y sensual, en ella parece su autor querer fundir a Dionisio con Apolo y figurar el curso torrencial de la vida. A Fran hemos de agradecerle su esfuerzo por salvar y conservar los dichos populares y la jerga rural del Santo Reino, dado que Nanna, la viuda que protagoniza este relato, es redicha y refranera... Es estupendo que, aunque sea cierto que la lengua esté atravesada por el poder y el deseo –sobre todo por el deseo, tal vez por el deseo de poder–, la lengua no tenga dueño. Coincido en esta tesis que le he oído más de una vez al autor.

En 2024 publicó Fran El fantasma de la deixis, que tuve el placer de leer y el gusto de reseñar en Alfa 40. En esta obra se discute con los clásicos y con los vivos. Incluye la traducción de una humorística carta de Leibniz. Hay en esta obra, a parte de los consabidos ecos de sus maestros del norte, la influencia del pensar paradójico y contracorriente de Sánchez Ferlosio. Diré que me bajé su pecios a mi ebook por su culpa, los restos del naufragio del autor de Alfanhui (joya literaria que merecería un maestro de animación que la mutara en icónica). Ferlosio es refutador del nominalismo, pues –dice– es el nombre común "perro" el que ladra siempre. Marchamos inevitablemente desde el sentido vivo de lo mostrativo al universo ideal de lo significativo, el imperio de los significados. Pero "si algo puede ser sabido, no lo hay; y si lo hay, entonces no puede ser sabido.

A vueltas con el individuo concreto, "la última soledad", tampoco falta en estas páginas el ajedrez. Su tono es de fina melancolía, huye Fran de la pedantería sin renunciar al rigor académico y gira entre la tradición y el sarcasmo, excusa lo políticamente correcto. Fran se pregunta si tiene género la verdad. A lo que hemos de responder que sí, "Verdad" es femenino... Fuera de bromas, también inquiere sobre la relación compleja entre la filosofía y la poesía, tal vez sea este el poético, el único género literario que le falte a Fran por tocar para seguir tratando de lo que le conmueve intelectualmente y, también, emotiva, apasionadamente. ¿No hay una lujuria intelectual? Las ideas encarnan y tienen consecuencias. No faltan en sus escritos anécdotas jugosas, como el caso de los sefarditas turcos que llaman a Dios "Dío" para evitar cualquier tentación politeísta o la frase de Eloisa a Abelardo diciéndole que es suya como individua, pero de Dios específicamente (o como idea). Traduzco de latín libremente.

Y por fin, nos topamos con el libro que íbamos a presentar, El Banquete de los atrabiliarios, (Plaza y Valdés, 2025), la misma editorial que publicó El ajedrez de la filosofía y que yo, por mor del hábito, confundí con Plaza y Janés en mi reseña de Alfa 40 (por cierto que Fran estimuló y organizó la publicación de un monográfico de la revista El Búho (nº 29) dedicado al ajedrez). En el Banquete de los atrabiliarios, el profesor de filosofía del instituto de Marmolejo se atreve a resucitar el género "diálogo" con el que nació la filosofía como ciencia de las ideas (o de las formas). En el restaurante de Nanna se juntaron un sabio, un filósofo, un sofista y un gimnosofista (alguien que busca la salvacion por el pensamiento, como los santones que conocieron los oficiales de Alejandro Magno, o como los gnósticos cristianos, sin ir más lejos). La filosofía puede ser también una terapia de la mente (así ya en Sócrates). Son modos distintos de ponerse a pensar. Puede que el pensamiento del autor se abra aquí como en las tajadas de un melón ofreciendo distintos puntos de vista sobre los asuntos que le fascinan y que tienen que ver sobre todo con la racionalización del lenguaje, ese dios con tres personas distintas (significante, significado y referente) y un solo logos verdadero. Pienso que muchas de las ocurrencias del autor tienen que ver con una pragmática de la lengua por dentro y por fuera. De las tres grandes disciplinas semióticas, la Sintaxis que estudia la relación de los signos con los signos, la Semántica que estudia la relación de  los signos con las cosas (o los eventos) y la Prágmática que estudia la relación de los signos con los usuarios, esta última, la Pragmática, es la menos desarrollada y sin duda la más interesante filosóficamente porque involucra a la moral y a la ética (como teoría de la moral).

El brócoli romanesco es un buen ejemplo de fractal vegetal

Quienes quieran acceder a una presentación más rica de esta última obra, ya disponible a la venta, pueden hacerlo en youtube en el vídeo editado para los Diálogos de la AAFi, encuentros que Fran ha venido coordinando durante este curso, lo cual no deja de ser paradójico teniendo en cuenta que Fran sostiene la tesis de que "el diálogo es imposible". En el de marras lo presenta Pedro Redondo Reyes, riguroso filólogo-filósofo de la universidad de Murcia, autor de un completísimo manual sobre la "fundación filosófica de la filología clásica". 

Quiere Fran que la expresión se ciña al pensamiento como el vestido al cuerpo. La reunión que uno de los personajes describe tiene mucho de aquella "tertulia de los leídos", en donde la sabia y popular Nanna hace de contrapunto, tertulia que organizó Fran en Marmolejo, seguramente con la ayuda de José del Moral, nuestro querido, recordado y añorado compañero al que se llevó por delante el Covid, antes de que pudiera acoger a la Quinta en su viña de Sierra Morena. Mi tocayo sostuvo en la Quinta del Mochuelo en una tarde memorable que para concebir hay que saber olvidar. Eso exige el "conspecto" del concepto y de la idea, el olvido de lo singular o su impercepción.

Erudito, pero no pedante; denso, mas no obscuro, Fran problematiza más que resuelve, aunque en sus escritos nos descubre, como quien pasea por la orillita del mar (que ahora le queda tan lejos), pequeñas joyas imprevistas que a veces desentierra a fuerza de razonamientos. No es un moralista woke ni un nihilista apocalíptico. Congratulémonos por ello. A mí, sus textos, que releo, me ofrecen nada más y nada menos que el encanto enigmático que ofreció la esfinge a Edipo, pues, esfingíneo, Fran no se cansa de preguntar(se). Citó en su intervención con admiración los Problemas de Aristóteles, problemas que se despliegan como fractales en nuevos problemas, ese es el árbol feraz de la filosofía, y si no es su árbol, por lo menos es su brócoli romanesco, de antecedente helénico.

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