Cópula primaveral de Psilothryx viricaerulens |
Del amor, la amistad, el odio y la guerra
1. A. “Del amor no se pasa al desamor, sino directamente al aborrecimiento y al odio. Y esa es la dialéctica de la vida sentimental… El amor habrá sido una pausa que hace el odio para cargar las pilas”, pg. 18.
¡Pérfido amor, y cuál huye
tras los primeros momentos
del ardor!
¡Santa amistad, que concluye
por cumplir los juramentos
del amor!
Amores hermafroditas |
2. A. “… El hombre y la mujer jamás se ‘hallarán’, y menos el uno al otro… Ahora bien, la alternativa no sería tampoco muy halagüeña. Si fuésemos hermafroditas, el grupo humano se constituiría en un conjunto de individuos solitarios, tristes y apáticos. Dudo que hubiera ciencia, arte, ni siquiera relaciones de convivencia…, ni siquiera guerras. Y este caso muestra privilegiadamente cómo la diferenciación y su tensión dialéctica es, paradójicamente, el principio de los vínculos sociales de los hombres, y hasta del progreso en general”.
Los caracoles maduros sexualmente pueden utilizar los llamados dardos del amor o dardos excitadores. Se trata de una pequeña saeta puntiaguda calcárea que posee algunas hormonas y tiene una función estimulante. Los caracoles vírgenes no son capaces de accionar esta arma especial durante el cortejo, solo los que se han apareado más de una vez hacen uso de ella.
Detalle de los dardos copulatorias del caracol de jardín |
Los caracoles tienen hábitos reproductivos nocturnos. Sin embargo, la cópula no siempre ocurre de noche. Por eso la he podido fotografiar en el jardín de La Esperilla (v. supra). Durante un período de tiempo que puede abarcar de 4 a 10 horas, el aparato genital masculino de uno de los caracoles introduce un paquete espermático en el receptor femenino del otro y también puede ser a la inversa. O sea, la transferencia de esperma puede ser unilateral o recíproca, un caracol insemina al otro o se inseminan los dos. Luego, en la cámara de fecundación, se van fertilizando cada uno de los óvulos, con el esperma transferido en el espermatóforo.
Úrsula K. Leguin, mi escritor favorito de ficción científica, publicó en 1969 La mano izquierda de la oscuridad, excelente novela que ahora publicitan como “feminista” sin que a mí me quedase claro cuando la leí que fuera ni feminista ni machista, sino una lúcida exploración de las relaciones sexuales y de las que no lo son, siendo sin embargo éstas relaciones amistosas y personales. En la obra de Le Guin, hija de un antropólogo, se describen las perplejidades de un terrestre que, en el planeta Invierno, trata con una especie inteligente que ha mutado a hermafrodita, no porque ostenten los dos sexos como los caracoles, sino porque son capaces de cambiar de sexo.
Los habitantes de Gueden, como el ángel de la Oración del Huerto de Salzillo (v. supra), son andróginos, biológicamente humanos
bisexuales; durante aproximadamente tres semanas del mes son biológicamente
neutros y en la semana restante son machos o hembras, hecho determinado por la
influencia feromonal de su compañero sexual. Nadie sabe qué sexo le tocará,
aunque en ocasiones el individuo puede elegir el sexo, según su preferencia,
por medio de drogas. Así pues, un individuo puede ser padre pero también madre
dando a luz hijos, hecho que se da sobre
todo en parejas estables.
Se supone que dicho hermafroditismo fue un cambio inducido
por ingeniería genética, bien para optimizar el éxito reproductivo en un
planeta gélido, bien para evitar cualquier prurito de dominación de un sexo
sobre el otro, bien por curiosidad experimental. Los críticos dicen que Le Guin
desarrolló esta idea por un deseo de explorar qué era lo fundamental que
quedaba de la naturaleza humana cuando el sexo biológico deja de ser una
constante.
La afirmación más provocadora de la autora -y es curioso que
en esto coincida con Emilio- es que en tal mundo no habría ocasión para la guerra:
al faltar un profundo sentido de la dualidad implícito en las marcadas
divisiones de sexo, a los guedenianos les faltaría un componente necesario del
nacionalismo. Su sentido del "nosotros contra ellos" se ve muy mitigado por su
intuitiva comprensión de que no hay verdadera diferencia, que cualquier distinción
es, al menos, eventual o arbitraria, de que toda demonización de “los otros” es artificial
y las diferencias sólo dependen de factores geográficos. La mirada femenina de una cultura utópica como la de
Gueden está intencionalmente desprovista de la noción de «la guerra», pero
fuertemente marcada por la noción de «la intriga» que influye fuertemente en
los destinos del planeta.
Cópula de gorgojos de las malvas |
Es una idea parecida a la de la popular Zarzuela: “Si las mujeres mandasen / serían balsas de aceite / los pueblos y las ciudades”. ¡Tengo mis dudas", graves dudas al respecto. De hecho, las mujeres han mandado mucho más en la historia de Occidente de lo que supone la "Asociación del Victimato" y no se han mostrado menos beligerantes que los varones: Cleopatra, Teodora de Bizancio o Isabel la Católica, sin ir más lejos. El ejercicio de la violencia no es patrimonio de un género; de hecho, todo sexo y todo género puede y ejerce violencia (legítima o ilegítima, agresiva o en defensa propia, directa o vicaria), “hasta la hormiguilla tiene su rabietilla”, sólo que la diferencia muscular y psicológica dependiente del dimorfismo sexual, que sin duda cumplió su papel evolutivo, supervivencial, ha impuesto tradicionalmente distintos métodos violentos a hembras y machos, distintas formas de buentrato y maltrato (actitudinal, verbal, físico, químico, etc.) y diferentes vías para la agresión o el asesinato. Tampoco el maltrato es prerrogativa de un sexo ni de un género, aunque haya sido más frecuente el llamado hoy equívocamente “maltrato de género”, o sea “de género masculino” sobre el género femenino. El valor de la fuerza bruta es también un valor relativo y cambiante, como diría Javier Echeverría (Ciencia del bien y del mal, 2007) y hoy pesa muchísimo menos en el proceso productivo y reproductivo que en tiempos pasados. Además, está por demostrar que la hembra humana sea menos territorial que el macho. En otros mamíferos, por ejemplo entre los gatos, suelen ser la hembras las más claramente territoriales.
Seguiremos en próximas entradas discutiendo o reflexionando sobre algunos de los puntos de vista del maestro Emilio López Medina.
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