Manuel Andújar. La Diputación de Jaén custodia el enorme legado del escritor, que publicó el grueso de sus obras durante su exilio en Méjico. |
CONTRA LA VEHEMENCIA EXTREMISTA
Rescato de una ciber-lista un texto de Manuel Andújar que mecanografié en torno a una discusión sostenida por ubedíes sobre la República histórica. Digo “histórica” porque, como se sabe, la palabra “república” se puede usar para referir a la Primera o Segunda República española, sendos desastres históricos, o, de otro modo más general como sinónimo de Política, tal fue el caso de la famosa obra de Platón, Politeia; o como sinónimo de “cosa pública”, tal y como la usaba Cicerón o como la usa el informativo digital (de opinión pública e influencia) que hoy lleva el nombre República. La política es aquello que desaparece en los sistemas totalitarios, en los que no hay separación de poderes, ni siquiera relativa, y se reprime o controla la opinión pública (cuarto poder). Desde este punto de vista es obvio que nuestro sistema constitucional es una república, aunque sea monárquico.
Hablábamos entonces (mayo del 2007) de republicanos eminentes... Y me hube topado con
un hermoso y melancólico texto de uno de nuestros mejores republicanos, Manuel
Andújar, ¡cacho escritor! Al que la grey hispana conocería mejor si hubiese
nacido en otro sitio que en un pueblecito de Jaén... Me lo pasó nuestro colega Rafa
Bellón en una de las reuniones filosóficas que manteníamos en la Quinta del Mochuelo una vez al mes y que
esperamos poder repetir después de la peste sínica.
Manuel Andújar, uno más de los "transterrados"
(como los llamó el filósofo José Gaos, hermano de Lola Gaos), comenta la
situación de los exiliados republicanos en Méjico, al cabo de los años, muy
críticamente:
«No hubo valentía ni alteza de miras para examinar, al margen del partidismo, de la maledicencia y del resentimiento, las causas de la derrota, el hecho mostrenco y previo a que ésta nos expone... Tampoco supimos -plural preceptivo- vincularnos al cambio mental y sentimental sufrido en España, y creció el distanciamiento. Hicimos, en el área internacional, del "caso" de la República, empresa cerrada y raquítica de "restauraciones". Además, ¿hemos procurado corregir defectos de intolerancia, de incivilidad, de práctica ineptitud para el diálogo, que tantos prejuicios nos ha reportado y cuya superación -trabajo educativo, individual y social al propio tiempo- es urgente, insoslayable?»Hoy, esos debates y pugnas, las polémicas y querellas de filiación, el honor estático de la "consecuencia", se nos antojan ráfagas de sal y cenizas, y si observamos a los supervivientes de aquellas banderías, a los empecinados defensores de fórmulas y rótulos, es difícil reprimir un sentimiento de respetuosa piedad. Porque son súbditos del pasado, fuerzas anquilosadas, retazos arqueológicos...
»Nos instalamos, sin cortapisas, en época fenecida, que podamos de aristas hirientes, y en su ficción se almacenan con glotonería auto-antropofágica, folklore y sombras terrestres, soberbia inquisitorial, gratuitas arrogancias, complejos de verbal superioridad. Y en no pocos de nuestros círculos ha privado esta atmósfera enrarecida, asfixiándonos, amputándonos».
Luego, critica igualmente a los exiliados que se han rajado de haber combatido por la República e incluso se avergüenzan de su "delito", para referirse después en positivo a la guerra, "a la noble voluntad de justicia que la animó", pues "se apoyaba en la defensa a ultranza de la dignidad del hombre". Pero ruega que se desgajen de ella "los sectarismos que la enturbiaron, nuestra ignorancia de las demasías extra-psicológicas del pueblo español, de su tradición histórica: las demasías extremistas y los brotes fanáticos".
No deja de ser paradójico -e instructivo sobre lo poco que
aprendemos de lo que Ortega llamaba "el tesoro de los errores de la historia"- que un gran republicano
como Manuel Andújar se exprese así contra la vehemencia y el fanatismo de ambos bandos, mientras que los cachorros del franquismo,
esos "progres tan avanzados", pontifican o coquetean con la excelencia
de la "república" y denuncian la ilegitimidad o perversidad de la monarquía, o del "régimen del 78", que fue resultado de un enorme y noble esfuerzo dialogante, ¡por fin!, que ha permitido a España superar una decadencia económica y moral que arrastraba desde mediados del siglo XVII, desde el barroco, régimen este en el que los nuevos extremistas han medrado y se hallan instalados tan ricamente...
"Reconozca los engaños de la imaginacíon". "A la vista se ofrece torcido y quebrado el remo debajo de las aguas, cuya refracción causa ese efecto. Así nos engaña muchas veces la opinión de las cosas. Por esto la academia de los filósofos escépticos lo dudaba todo, sin resolverse a afirmar por cierta alguna cosa. ¡Cuerda modestia y advertida desconfianza del juicio humano!" Diego Saavedra y Fajardo. Empresas políticas, Milán 1642. |
Es dudoso que el
sistema monárquico, aun siendo el caso de un rey que reina pero no gobierna y
está sometido a la Ley, o sea el caso de la monarquía constitucional que
atribuye la soberanía al pueblo y no al rey, como es la nuestra, sea más
racional que otro republicano, a pesar de todas las limitaciones que impone a la autoridad y a la casa real, pero lo mismo de dudoso es: a) que los seres humanos
y más concretamente los españoles sean criaturas mayormente racionales, b) que la Jefatura
del estado ostentada por un político, escogido por las urnas y/o por la “casta política” o, como
se dice con cinismo manifiesto, consensuado por la “clase política”, garantice la economía
y la moral pública mejor que otra presidida por un carismático descendiente, por azar, de una dinastía real; y c) que estéticamente valgan lo mismo una "casa real" que una jefatura del Estado, abstracta y meramente "política", sobre todo en la Sociedad del espectáculo (argumento este de una posmodernez que lo vuelve fuerte y débil a la vez).
Por cierto, que la bandera que hoy pasa por republicana no
lo fue de la Primera república. Y su morado es el púrpura envejecido por la
penuria y el tiempo (el atmosférico también) del campo de gules de la bandera de Castilla, rancio símbolo
de la unidad de España. Y luego está lo de “el bando republicano”. No hubo
ningún bando que apostara por la República durante la guerra incivil. Como muy bien presintió el lúcido y desgraciado Azaña, al que los nuevos "republicanos" no leen. Unos
y otros andaban empeñados desde hacía tiempo en cargarse la democracia, o sea, la Segunda República. Unos
para imponer por la fuerza la dictadura del proletariado o el comunismo libertario; los otros,
para echar atrás de la modernidad y del “pecado” del liberalismo, hacia el
Antiguo Régimen y la teocracia reaccionaria. La bandera republicana como la clase media brillaban por su ausencia
en ambos frentes, donde lucían la socialista, la comunista y anarquista, la falangista y
monárquica, el ateísmo y el nacional-catolicismo, ambos despiadados. Por cierto que el rojo y el negro se daban la mano en los extremos. Derecha e izquierda habían estallado por sus costuras, y los extremismos populistas y los impulsos pasionales gobernaban las inconsciencias en un lado y otro.
Lo injusto es que casi siempre hemos olvidado a la tercera
España: la piadosa de verdad, la tolerante de verdad, la del exilio interior o la de aquellos, verdaderos
demócratas y hasta buena gente a la que fusilaron por tibia, que no quisieron saber
nada ni de rojos ni de camisas azules, ni de enfrentamientos bélicos entre
hermanos (los dos Machados, por ejemplo), o que se limitaron a ejercer sus
oficios y a sufrir penurias en retaguardia, con indiferencia del frente que
directa o indirectamente sostenían o en el que por azar histórico habían caído.
Muchos, como K-HITO, hicieron lo posible por pasar
desapercibidos en su escepticismo, preservando su humorismo sin hiel, o pudieron exiliarse como Chaves
Nogales, camino de la libertad y ajenos a la vehemencia de “cruzados” o “sovietófilos”,
de “patriotas” justicieros o "mesías" de la acracia rusoniana. Y es que el extremismo y las banderías partidistas se oponen y hacen imposible la política, o sea, la verdadera res-pública democrática, pues el arte político exige: 1. El reconocimiento de la dignidad del otro que no piensa como yo, y 2. la renuncia a la violencia y la sustitución de la fuerza bruta por el diálogo y la persuasión que buscan sinceramente el mutuo entendimiento. Estas condiciones: amistad mínima, amor a la verdad y uso de la razón al margen de las pasiones (lo que supone una cierta ascética) ya fueron previstas por el Sócrates platónico precisamente en su inmortal República (ΠΟΛΙΤΕΙΑ) hace unos dos mil cuatrocientos años.
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