Ana Azanza, por la traducción
«Simone Weil rechazó toda
doctrina a lo largo de su vida: sólo estaba por la verdad»
FIGAROVOX/GRAND
ENTRETIEN – En su ensayo La verdad por vocación, la periodista Ludivine
Bénard repasa la trayectoria y pensamientos tan ricos como singulares de la
filósofa Simone Weil.
El filósofo
campesino Gustave Thibon dijo de Simone Weil: «Es el único ser que conocí en
el que no había distancia real entre el ideal que afirmaba y la vida que
llevaba.»
Ludivine
Bénard es periodista. Acaba de publicar su primer libro Simone Weil: La vérité pour vocation
(Éditions de l’Escargot, 2020).
FIGAROVOX.- Ha
escogido un bonito título: «La vérité pour vocation». Simone Weil pone en
efecto la verdad por encima de todo. ¿Por qué? ¿De dónde le llega esa
preocupación tan intensa y rara entre los intelectuales de su tiempo que
sucumbieron en masa a la ideología?
Ludivine
BÉNARD.- La
preocupación por la verdad es una constante en Weil, desde su juventud hasta su
muerte precoz con 34 años. Según la carta titulada «Autobiografía espiritual», que
escribió al padre Perrin en 1942, la obsesión por la verdad surgió por vez
primera en ella cuando tenía 14 años, tras
una especie de crisis existencia. Estaba entonces convencida de que solo los
genios pueden acceder al «reino trascendente» de la verdad, y que ella, como
mediocre (comparada con su hermano mayor, prodigio de las matemáticas), está
condenada a vivir en la ilusión y por tanto en la desgracia. Con el radicalismo
que le es característico decide: «Hubiera
preferido morir antes que vivir sin la verdad.» Poco a poco se va
convenciendo de que la verdad es accesible a cada cual con tal de que la desee
y se someta «al esfuerzo de la
atención», la puesta a disposición del espíritu para acoger la verdad. Este
esfuerzo, dice, es el único que puede permitir considerar a los desgraciados,
poniendo atención «la forma más rara y más pura de generosidad».
Simone Weil (1909-1943) |
Pero para
poder poner atención, es preciso que el pensamiento sea totalmente libre, lejos
de todo adoctrinamiento. Por eso durante toda su vida Weil rechaza cualquier
doctrina en todos los campos del pensamiento: se sitúa solo al lado de la
verdad, es lo que demuestra de modo magistral su «Nota sobre la supresión
general de los partidos políticos» (1940). El espíritu libre que fue jamás
se sometió a la ideología dominante y, sobre todo, nunca se calló cuando estaba
en desacuerdo, lo que la condenó a menudo a quedarse sola. Sindicalistas
revolucionarios, comunistas, anarquistas españoles … todos los que fueron compañeros suyos
recibieron el fuego de sus críticas, y a veces quisieron taparle la boca, estoy
pensando en sus amigos comunistas a principios de los años 30, que no
soportaban oírla denunciar la mentira revolucionaria soviética. Esa honradez
intelectual la acercó a Georges Bernanos, tras la Guerra civil Española, ambos
denunciaron con una sola voz las atrocidades de la guerra.
Evoca usted
la relación de Simone Weil con el socialismo. Cercana al sindicalismo revolucionario poco a
poco se alejó de él y de Marx. ¿Qué reprocha Simone Weil al marxismo y a la
revolución?
Hay que
dejar claro que conocía estupendamente la obra de Marx, al que leyó de joven y
sobre el que enseñó. Retuvo su materialismo histórico (la historia está
determinada por la organización material de las sociedades, no por las ideas o
intenciones de los hombres) y su teoría de la explotación (que plantea que el
capitalismo roba la plusvalía a los trabajadores para acumular capital,
desarrollar la producción para resistir a la competencia).
Pero al
contrario que Marx, Weil no quiere creer que el desarrollo sin fin de las
fuerzas de producción traerá la liberación a los trabajadores. Rechaza esta
visión progresista de la historia que revela la inclinación marxista a divinizar la materia, a atribuirle «lo
que constituye la esencia misma del espíritu: una perpetua aspiración a lo
mejor ». Marx cuya filosofía de la historia se focalizaba sobre la materia
¡le atribuye características espirituales! La noción de «desarrollo infinito» se
gana las críticas de Weil, que denuncia muy pronto la imposibilidad de un
desarrollo ilimitado en un mundo de recursos finitos. En 1931, en su artículo «Perspectivas»,
la joven filósofa escribe: «Interpretemos como queramos el fenómeno de la
acumulación, está claro que el capitalismo significa esencialmente la expansión
económica y que la expansión capitalista no está lejos del momento en que
chocará con los límites de la superficie terrestre.» El marxismo, promocionando el desarrollo de las
fuerzas productivas, se condena a sí mismo a las mismas consecuencias.
Para Weil,
la revolución, entendida como toma de poder por el proletariado y la
colectivización de los medios de producción, es incapaz de suprimir el sometimiento de la clase obrera.
¿Cómo creer
que la liberación de los trabajadores depende del desarrollo infinito de las
fuerzas productivas, cuando sabemos que ese mismo desarrollo cuando se encarna
en el día a día del trabajo en las máquinas, en la organización de la
producción racionalizada al extremo no es más que fuente de infelicidad para el
obrero? ¿Cómo creer como Marx (o incluso Trotski), que la opresión condiciona
la liberación futura? De hecho allí donde se colectivizaron las fuerzas
productivas, en Rusia después de octubre de 1917, los trabajadores siguieron
sometidos a las máquinas, a las órdenes, a una burocracia de coordinadores cada
vez más numerosos … La técnica sometió al trabajador hasta el punto en que se
produjo una inversión: la máquina tomó el poder sobre el hombre. No es pues la
cuestión de quien dirige la empresa (los burgueses o la colectividad) lo que
importa, sino la forma como se organiza el trabajo. No se trata de cuestionar
al capitalista sino en general el régimen de la gran industria. De hecho, la
revolución, entendida como toma de poder por el proletariado y colectivización
de los medios de producción, es ineficaz para suprimir el sometimiento de la
clase obrera. ¡En ningún lugar la expropiación de los burgueses logró el final
de la opresión! La revolución no es más que un mito para Weil, «una palabra por la que se mata y
por la que se muere, por la que se mandan masas populares a la muerte pero que
carece de contenido ».
¿Qué propuso
para superar el marxismo?
Para superar
a Marx y la aporía revolucionaria, Weil afirma
que la revolución política debe ir acompañada del cuestionamiento de la gran
industria. Cuando trabajó en una fábrica en 1935, la filósofa tocó con las
manos la desgracia de los obreros, «recibió la marca del esclavo para
siempre». Esta experiencia la convención de que para terminar con la
opresión había que dar al trabajo su carta de nobleza, terminar con la
dominación de las máquinas, restablecer la superioridad del espíritu sobre la
técnica…Abolir en suma la «degradante
división del trabajo entre trabajo intelectual y trabajo manual», ¡como
había dicho… Marx! Para ello estimó que habría que reanudar el diálogo entre
patronos y obreros. Por ello inició una correspondencia con dos dirigentes, «porque
arriba se está muy mal colocado para darse cuenta y abajo para actuar ». La
urgencia, según ella, está en encontrar lo que puede mejorarse cuanto antes en
la fábrica, pues si los sindicalistas tienen razón cuando piden un aumento de
los salarios, la subida salarial no puede convertirse en alfa y omega de las
reivindicaciones obreras. Lo importante es hacer de la fábrica un lugar donde
el espíritu se reconcilie con la materia.
Uno de los
ejes fundamentales de Simone Weil es la relación con el trabajo. ¿Cómo puede su
visión del trabajo crítica con el maquinismo y el taylorismo deshumanizantes y
alienantes ilustrarnos en la época digital y a la hora de la globalización?
Cuando
todavía era estudiante, Simone Weil elaboró una filosofía del trabajo alejada
de ciertas visiones del momento que pensaban que la técnica era el modo de
desembarazarse del terrible tripalium. Lejos de ser una maldición el
trabajo es una verdadera forma de estar en el mundo, una mediación entre el
hombre y su obra, también entre el hombre y los demás, pues el trabajo permite
superar la propia interioridad y confrontarse a la materia. El trabajo fundamentalmente
es lo propio de la condición humana, trabajando el hombre modela lo real y
siente que pertenece al mundo, tiene la experiencia de su libertad. Como dije
antes, Weil anima a trabajar a conciencia, a que el hombre siga siendo dueño de
la técnica y decida de principio a fin de la empresa sobre las diferentes
etapas. Está en las antípodas de la organización taylorista de la producción
basada en la hiperespecialización de los trabajadores, en la ignorancia total
de la cadena de fabricación de la que forman parte, en la sumisión a las
máquinas y a un ejército de coordinadores que se supone han de pensar por
ellos.
¿Qué hemos
retenido de las lecciones de Simone Weil sobre un «trabajo no servil» cuando
observamos la plétora de ejecutivos que maldicen sus bullshit jobs, como
señala el antropólogo David Graeber, esos
«empleos de m» que no tienen sentido,
que no crean nada y que podrían muy bien no existir? La alienación predomina, y
no afecta sólo a los obreros, ¡también ha llegado a las profesiones
intelectuales! Y mientras Weil pensaba
en el trabajo como el medio de constituir una esfera pública, que permitiera el
reconocimiento entre los individuos, ¿qué pensar de esas empresas en las que se
amontonan los niveles jerárquicos hasta tal punto que los directivos contratan
a «chief happiness managers», para crear una cohesión artificial
apoyándose en el team building o
en los escape games ? Y ¿cómo no preocuparse cuando toda una fracción de
esas élites se muestra favorable a la «inteligencia artificial» (¡un sintagma contradictorio
en los términos!) y sueña con una sociedad administrada por robots, desde los quirófanos a las
redacciones de los periódicos, pasando por los despachos de abogados, las librerías
o las escuelas?
«Una
cristiana extraña», dice usted, que «se quedó en el umbral de la Iglesia». ¿Qué
fue lo que atrajó a Simone Weil al cristianismo? ¿y qué es lo que la aleja de
él?
Hay que
precisar que Simone Weil se definió durante mucho tiempo como judía agnóstica.
Fue después de pasar por la fábrica cuando se acercó al cristianismo después de
varias experiencias místicas. Ocurrieron cuando Weil pasaba un período de sufrimiento,
hecha pedazos por la dureza del trabajo en la cadena de montaje y agobiada por
el sufrimiento físico que le infligen sus numerosas migrañas. Tras su primer
encuentro con Cristo en Portugal en 1935, escribe: «Entonces tuve la certeza
de que el cristianismo es por excelencia la religión de los esclavos, los
esclavos no pueden no adherirse a ella, yo como muchos otros.»
Esta
omnipresencia del sufrimiento en el momento de la experiencia mística será
preponderante en la metafísica que desarrolló después. Nunca se convirtió al
catolicismo, al que se sentía cercana, pero podemos pensar que se convirtió al
amor de Cristo, es decir, a la figura de Dios hecho hombre, débil, cuya vida entre
pobreza y caridad terminó trágicamente en la Cruz.
Cada una de
las experiencias místicas de Weil le sirvieron para comprender que sólo en el dolor
el hombre se hace capaz de lo sobrenatural, sólo en los períodos de confusión y
desgracia se hace capaz de amar el amor divino, y por ello la salvación está
prometida para los que sufren y siguen amando a Dios a pesar de todo, como por
ejemplo Job.
La
metafísica de Weil se articula en torno
al rechazo de la fuerza: de la misma forma que rechaza visceralmente la figura
de Jehová, Dios cruel y todopoderoso del Antiguo Testamento, Weil ama al Jesús débil y agonizante en la
Cruz que grita: «Padre, ¿por qué me has abandonado?» Por eso piensa en un Dios «descreador»,
que se retiró de la Creación para que adviniera el hombre, haciendo esto
renunció a ejercer toda la fuerza y el poder que tenía y probó así su amor a
los hombres. Sufriendo la pasión y reduciéndose al pan de la Eucaristía, Dios
enseña al hombre que el verdadero poder no es el de los reyes o el de los
tiranos. Es lo que Simone Weil siente a finales de los años 30, cuando se ve
entre un pacifismo radical y la amenaza de Hitler.
Para saber
lo que aleja a Weil del cristianismo hay que leer su larga «Carta a un
religioso» que enumera 35 quejas contra la Iglesia. A su rechazo visceral
del Antiguo Testamento añade la Inquisición y las Cruzadas, demostración de
fuerza en grado sumo de una institución que se encuentra en las antípodas del
mensaje de Cristo. Rechaza también la excomunión, es decir la condena de los
que no piensan como lo impone la Iglesia, y habla incluso del «malestar de
la inteligencia en el cristianismo». Incluso convertida a Cristo, Weil no puede someter su pensamiento a un
dogma, así se opone al concilio de Trento, por ejemplo, que define la fe como «creencia
firme en todo lo que enseña la
Iglesia».
Al principio
ferozmente pacifista, Simone Weil desarrolla en contacto con la guerra una
forma de patriotismo de compasión que le llevó a escribir Echar Raíces, donde describe la necesidad que tienen los hombres del pasado y
de las tradiciones para construirse políticamente. ¿Cómo explicar su evolución?
¿se convirtió como dicen alguno en conservadora en ciertos aspectos?
Simone Weil aprendió
pacifismo de su profesor de filosofía Alain, que había quedado traumatizado por
las masacres de la primera guerra mundial. Hasta los acuerdos de Munich que
apoyó sin pensar mucho en las injusticias que se abatirían sobre los judíos
checos, Weil piensa que todo es mejor
que la guerra, incluyendo un acuerdo con Hitler. Solo tras la traición de los
acuerdos de Munich Weil toma conciencia de la amenaza que representa Hitler, de que busca el dominio total de
Europa que tendría como consecuencia la desaparición de nuestra cultura, tradiciones, de nuestra
civilización. Que anuncia una dominación de tipo colonial, que aniquilaría toda
huella de los valores espirituales. Era demasiado para Simone Weil, que tenía
bien presente la dominación romana y la condena de pueblos enteros y de su
civilización al limbo de la historia.
Cuando se
declaró la guerra entre Francia y Alemania, Weil se unió a la Resistencia,
primero en Marsella luego en Londres, en 1942, donde empezó a escribir Echar
raíces. Este libro inacabado fue la ocasión de poner las bases morales de
la posguerra, tras la victoria de los aliados. El objetivo del mismo era más
específicamente una reacción política de los franceses para salvar los valores
espirituales que quedaban. Para Weil, en efecto, cada uno de nosotros está
arraigado en diferentes colectividades (hogar, familia, corporaciones
profesionales, patria…) de las que recibe la cuasi integridad de su vida moral
y espiritual. Esas colectividades terrestres, temporales, son por tanto las
únicas garantes de un tesoro espiritual
ancestral, que transmiten de generación en generación, son como fortalezas de
esos valores. Por eso y solo por eso deben ser protegidas y no pueden serlo más
que por un medio vil e injusto: la
política.
Hay que
decir que jamás en Weil hay una celebración de las raíces que lleve a la
exageración de un nacionalismo idólatra. El patriotismo que defiende es un
patriotismo de compasión, impregnado de debilidad, mira a Francia como algo
bello pero frágil que puede morir. Si
Weil se comprometió en la Resistencia para defender a Francia fue para que no
desapareciera, aunque sabía perfectamente que la organización social era injusta, marcada por la mancha de
la colonización, que en las fábricas había opresión y esclavitud de miles de
seres humanos. Seguramente fijándonos en estas consideraciones podemos hablar
de cierto conservadurismo de la filósofa, en su voluntad de proteger las colectividades
cuya desaparición traería consecuencias aún más graves. Pero la noción
conservadurismo tiene sus límites vistos los cambios que Weil espera de
Francia: que sepa ser justa y digna con las demás naciones (una vez la guerra
ganada tendrán que respetar a los alemanes no humillarlos como en 1919 con el
tratado de Versalles), tendrá que terminar con el desarraigo que producen los
métodos coloniales, terminar con la opresión de obreros y campesinos, en suma, tiene
que dejar de ejercer la fuerza.
Habla usted
del final trágico de Simone Weil, rechazando la tesis «romántica» del suicidio.
La absoluta coherencia entre su vida y su obra, este fin precoz y sus juicios
inequívocos, a veces perentorios, hacen que sea una personalidad a parte,
admirable, e incluso un poco aterrador. ¿Su absoluta exigencia de pureza no
resulta a veces inhumana?
¿Se refiere
usted a que Simone Weil tiene las características de una santa? No sería el
primero en pensarlo, es un calificativo que ya se le atribuido varias veces, por
ejemplo lo dijeron los marinos de Réville con los que estuvo en un viaje
marítimo en el verano de 1931, también Simone Pétrement, su biógrafa principal.
El filósofo Gustave Thibon dijo de Weil: «Es el único ser que conocí en el
que no había distancia real entre el ideal que afirmaba y la vida que llevaba.»
Todos los que la rodeaban pudieron comprobarlo: la obsesión que tenía por la
verdad iba de la mano con significativas tendencias al sacrificio. No se trata
solo de alimentar o alojar a los más desgraciados, sabemos que repartía su
sueldo a quien le parecía necesitarlo, que comía poco, que no usaba la
calefacción, que se vestía de cualquier modo … Trabajó en la fábrica para
sentir en sus carnes las penalidades de los oprimidos, se fue al frente de la
guerra civil española porque le era insoportable quedarse en la retaguardia, se
unió a la Resistencia insistiendo en que la dejaran volver a Francia en los
años 1941-1943, porque quería luchar literalmente contra los nazis.
Todas estas
razones llevaron a algunos a decir que Weil se habría suicidado privándose de
comida en solidaridad con los más pobres aún cuando estaba en cama enferma de
tuberculosis y no quería que la cuidaran. Pero si nos quedamos con los hechos
precisos narrados por los que estuvieron con ella, Weil repartía sus cupones de
racionamiento y al final estaba tan débil que no podía ni comer a pesar de que
lo intentaba. Sobre todo hay que recordar que en sus libros dice que no hay que
buscar directamente la desgracia pues es fruto de la necesidad (si ella estuvo
tan cerca de la misma en la fábrica fue por querer conocer no por masoquismo).
El acto suicida está en perfecta contradicción con sus escritos, sería la
primera vez que se contradice. Sin embargo es cierto que estuvo al borde la desesperación
durante ese tiempo. Como he dicho quería luchar contra los alemanes, le hubiera
gustado lanzarse en paracaídas empuñando un fusil. Pero las fuerzas de la
Francia libre dirigidas por De Gaulle, no quisieron darle ninguna misión en
territorio nacional, dejándola en la relativa seguridad de Londres, ciudad
periódicamente bombardeada. Y esta situación era para ella traicionar todos sus
ideales. Vivió la reclusión como huida, como una negación de su vocación
original. Si en los hechos, muere de una
crisis cardíaco, que explican una fatiga extrema, la tuberculosis y un
debilitamiento consiguiente, es imposible no tener en cuenta su desesperación
moral, que tiene sin duda el papel más importante en su fin trágico.
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