En “La filosofía de Heidegger, un nuevo oscurantismo” Heleno
Saña (1929), filósofo español afincado en Alemania le da un buen repaso al
autor de Ser y Tiempo. Lo tenemos por una de las grandes cabezas pensantes del
siglo XX y sin embargo son muchos los autores que se han dado cuenta de lo “que
no acaba de cerrar” en su vida y obra.
Heleno Saña ha hecho una síntesis muy clara de las
influencias y lecturas que hizo Heidegger. Vivió su particular “matar al padre”
en relación con Husserl del que fue alumno, adjunto de cátedra y discípulo
privilegiado. La primera afirmación que me ha impresionado es que se sirvió de
Husserl para medrar, guardó las apariencias mientras le fue necesario para
obtener un puesto aunque en privado y por la misma época se despachaba a gusto
contra la fenomenología y su creador.
Hay bastantes paralelismos y puntos en común entre discípulo
y maestro sin embargo un aspecto fundamental los separa: la filosofía de
Heidegger se puede catalogar como filosofía del resentimiento. Aunque él
pretendiera lo contrario y jugase al despiste, su filosofía tiene una
orientación política. Y el resentimiento de Heidegger es el resentimiento
alemán tras la derrota de la primera guerra mundial y las duras condiciones del
armisticio. Siempre manifestó en el estilo a veces críptico y rebuscado que le
caracterizaba su convencimiento de la superioridad de la cultura alemana frente
a las demás culturas. Veía a los idiomas latinos incapaces de filosofía y
despreciaba secretamente a las potencias vencedoras en 1945.
Frente a ese germano centrismo de sus consideraciones
Husserl tuvo una actitud más universal y no estaba por defender el papel
especial de Alemania ante el resto de la humanidad.
Nos confirma Saña en aspectos de los que teníamos noticia:
retuerce el lenguaje, se inventa las etimologías de las palabras, oscurece
voluntariamente sus propósitos, deforma cuando cita e pensamiento de los demás.
Cuando hay temas importantes, calla. Y Heleno Saña no duda
de acusarlo de criptofascista. Se presenta como si fuera el portador de un
misterio inaccesible, pero al que tampoco deja acceder. Se cree investido de
una misión, sucesor de Hermes prácticamente, da culto al pensamiento originario
y la autoridad que concede al pensamiento de los presocráticos es una versión
secularizada de la veneración que la teología siente por los textos bíblicos.
Lo auténtico e imperecedero es lo arcaico y remoto, no lo
que ha venido después: el pensamento científico, la técnica, el progreso
científico, el liberalismo, la sociedad democrática moderna, todo ello encarna
lo caído y el olvido del Ser y el imperio del “man”, en alemán del “se dice, se
comenta”. Convierte la hermenéutica en instrumento para interpretar a su gusto
y hacer pasar por verdades sacrosantas lo que no son sino gustos personales.
Ataca derechamente a Platón, a la Idea, al Bien, a su ética. Y
es notable que ni una sola vez en toda su obra dedique una línea al bien.
Si Descartes buscaba la certeza, Heidegger cultiva el
misterio. El filósofo español tempranamente desaparecido escribió: el
pensamiento de Heidegger tiene continuidad pero no tiene ni puede tener
coherencia lógica. Heidegger se muestra contra el Logos en todas sus
manifestaciones. Toda su antirrazón pare del dogma de la impenetrabilidad de la
esencia del Ser, una posición a la que sólo puede llegar por la separación
intrínseca de Ser y pensar. Saquea a Kant para arremeter contra él, lo mismo
que hizo con su maestro.
Hay dos poetas venerados y utilizados pro domo sua: Rilke y Hölderlin, la poesía es la forma más idónea
para expresar el pensamiento superior y considera que Hölderlin es el poeta de
los poetas. “Gerede” es el hablar insustancial de la gente, los chismes, el
lenguaje inauténtico, el “se dice”
“Ser y Tiempo” fue concebido en Marburgo /1923-28) y es la
versión filosófica de la revolución conservadora predicada por los antisemitas,
reaccionarios, racionalistas.
Fue saludado como el acontecimiento filosófico del siglo, a
la altura de la
Fenomenología de Hegel. Sin embargo expresa y es hijo de su
tiempo, el período de entreguerras en el que todo se viene abajo, hay una
crisis de los valores burgueses y ascieden los fascismos. La novedad del libro
está en la deslumbrante terminología y el no menos deslubrante aparato
conceptual.
La sustitución del sujeto por el “ser ahí” ejemplifica bien
su rechazo de toda la tradición occidental: le preocupaba el Ser pero nunca
culminará su ontología. No quería ser llamado filósofo existencialista, lo suyo
no es el hombre sino el ser, y hay que señala que lo suyo era él y su vanidad
ilimitada.
Se ha hablado de la tanatología de Heidegger, el tiempo en
lugar de ser el tiempo de la entrega a Dios que en él acaba, se convierte en el
camino hacia la muerte, hacia la nada. La historia humana es involución, caída.
La filosofía heideggeriana es la negación absoluta del escathon cristiano, del más allá o de la liberación del alma.
Heidegger se muestra incapaz de admitir los límitees que la naturaleza le ha
impuesto y se dedica a negar todo sentido a la vida.
Sartre dijo que la muerte y el nacimiento son hechos vienen
de fuera y nos reducen a facticidad, nada podemos contra ninguno de los dos. A
partir de ahí se trataría de usar la libertad que uno tiene para llenar esta
vida. Pero Heidegger despreciaba olímpicamente a la filosofía francesa y no
quería que le metieran en el mismo saco que los existencialistas, a pesar de
las evidentes coincidencias.
Según Heleno Saña que no se muerde la lengua la categoría de
“ser en el mundo” es una transformación del Lebenswelt
del último Husserl. Entre Heidegger y Ortega hay coincidencias en su
elitismo y aversión a las masas. También el Ser en el mundo se parece al “yo
soy yo y mis circunstancias” que el filósofo madrileño había formulado antes
que el alemán.
La célebre Sorge
sería otra de sus vaciedades terminológicas. Y viene al pelo una afirmación de
Peter Weiss: Desde mi juventud he podido comprobar que las opiniones claras y
consecuentes sobre la existencia proceden de quienes la conocen por el duro
trabajo que realizan. No era el caso de Heidegger. Aborrecía la vida urbana
ajetreada y no hay rastro de sensibilidad social ni por la justicia o
injusticia del capitalismo. Era un lugareño de sus bosques “negros” hasta los
tuétanos
Aunque habla mucho del Ser predomina la Nada en su pensamiento, un el
nihilismo derrotista del que acusa a toda la historia de la metafísica
occidental tiene en él mismo un buen representante, porque ante el nihilismo no
propone nada concreto.
O sí. El capítulo más duro del libro es la explicación de su
relación con el nacionalsocialismo que fue todo menos un despiste pasajero de
“intelectual en las nubes”. Sentía admiración por Hitler y pagó su cuota del
partido hasta el final de la guerra. Aunque en algunas cartas pretendía lo
contrario. Hizo apología del Führerprinzip, “la selección de los mejores y
despierta a adhesión de los que han adquirido un nuevo coraje”. Participó en la
quema de libros no alemanes instigada por los estudiantes en Friburgo.
Víctor Farias estableció el nexo causal entre su actitud
política y su filosofía, lo que sento como un tiro a los filósofos franceses
que tenían una gran devoción heideggeriana.
En abril de 1934 dejó el rectorado por falta de capacidad
táctica para ejercer el mando, no porque se hubiera desencantado del régimen.
Después se desilusionó del III Reich y
jugó la carta del pensador solitario e incomprendido.
Su inclinación hacia la ambigüedad e indefinición en temas
clave se mostró en relación al antisemitismo. La ruptura con Husserl data de
1928 pero fue rubricada y sellada cuando el maestro fenomenólogo fue cesado por
los nazis. Tuvo enemigos dentro del partido nazi, rces y conflictos a pesar de
ser el filósofo alemán de moda.
Admiró a Hitler como admiró a Nietzsche, ambos ponen fin a
la etapa humanista, al “olvido del ser”. Los líderes son la respuesta
inevitable a la sociedad de masas, expresión del vacío ontológico del mundo.
Hay propensión a la megalomanía, fruto de su complejo de
inferioridad tras diversos fracasos de juventud que no asimiló. Tras 1945
falsifica hechos pasados para no reconocer su error. Mostró un indudable
talento para la tergiversación. Gozó de tratamiento privilegiado hasta el final
del III Reich y en la documentación del Sicherheitdienst
sobre su persona nunca se pone en duda su lealtad al partido.
Marcuse y Hassan Givsan que si bien su obra es filosófica no
puede eludir su carácter político. La pretensión de una filosofía transpolítica
es una maniobra de diversión, tiene ideas de otros de singon nacionalista,
antihumanista y reaccionario.
Tras la guerra muchos que lo conocían bien y sabían de sus
manipulaciones como Jaspers lo apoyaron y ayudaron a su rehabilitación.
Por último un capítulo que me era desconocido es el de sus
conquistas amorosas. Hannah Arendt sólo fue la primera de una larga lista de
mujeres con las que Martin Heidegger engañó a su mujer Elfride. Se conservan
las cartas en las que ella le reprochaba aventuras y en las que él se
justificaba, sin aventuras se secaba su fuente de productividad filosófica.
Elfride conservó la fachada del matrimonio perfecto, pero las ausencias de su
marido para sus conferencias y sus mujeres no fueron infrecuentes. Sin su
perdón y paciencia Heidegger no hubiera podido consumar una obra que la ha
hecho inmortal.
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