Autora Ana Azanza
Me quedaron muchas dudas y cuestiones ante el interesante
tema del lenguaje que se planteó el penúltimo día de la reunión del Mochuelo. En
Wellmer, un sucesor de la escuela de Frankfurt, intérprete de Adorno a cuya
filosofía a veces enrevesada le saca un gran partido, ofrece otras propuestas
sobre el lenguaje en su “Dialéctica entre modernidad y posmodernidad”. Gracias
a Luis Saez he dado con este pequeño gran libro entusiasmante. Trata la cuestión disputada de la posmodernidad,
desde una óptica que no quiere renunciar a la razón como buen frankfurtiano, y también hace su aportación a la filosofía del lenguaje.
Wellmer critica al racionalista "sujeto constituyente de sentido". Se ayuda de la obra de
Wittgenstein. Me ha interesado particularmente porque de la exposición de Mariu sobre
Foucault me quedó la impresión de que hay en el asunto de la comunicación y el lenguaje hay cosas que se nos imponen sin que podamos hacer nada para evitarlo. Estamos en "ellas".
Y aquí va otra perspectiva antirracionalista con un
antirracionalismo tomado en una justa medida. No vayamos a tirar el niño con el
agua.
Aquello de que "el sujeto inventa significados que son
conectados con cosas a través de las palabras" sería la versión extrema del
racionalismo lingüístico detectable tanto en empiristas como en racionalistas.
Pero lo decisivo se encierra en responder a estas preguntas
¿cómo puedo saber de qué hablo? ¿cómo puedo saber qué quiero decir?
Regla, praxis
intersubjetiva en la que alguien ha sido adiestrado.
Juego de lenguaje,
conjunto de prácticas, de instituciones “dentro” de las que se habla. Los
significados son esencialmente abiertos, no objetos de un tipo particular, ni
algo ideal ni psicológico, ni dado en la realidad.
La significación viene por el imperio de una regla basada en
la práctica de su aplicación a una clase de cosas. Y la relación de significación
no se puede fundar racionalmente, sólo aclarar o justificar. La relación de
significación se basa en la necesidad del “querer decir”. Es toda la diferencia
entre un sujeto que habla y una máquina que habla por lo demás, al menos en el
sentido de las máquinas parlantes del siglo XVIII. Imitaban el lenguaje humano
pero la máquina no era quien para “querer decir” algo.
La crítica filosófico-lingüística
de la filosofía del sujeto conduce al descubrimiento de lo otro de la razón en
el seno de la razón.
Ese “otro de la razón” no se trata de la líbido de Freud
sino del cuasi-factum previo a toda intencionalidad o subjetividad, que son los
sistemas lingüísticos de significaciones, las formas de vida. Es un mundo en el
que los sujetos humanos pueden llegar a ser ellos mismos o no serlo de
diferentes maneras. No hay un “consenso” previo para llegar al significado de
las palabras, hay entendimiento mutuo que establece la posibilidad de diferenciar
lo verdadero de lo falso, lo razonable de lo irrazonable.
Verdadero y falso es lo que los hombres dicen y es en el
lenguaje donde se ponen de acuerdo. Cuando hablamos del significado no nos
referimos a un acuerdo de opiniones sino a una forma de vivir. El entendimiento
conlleva un acuerdo en la definición de las palabras y en un acuerdo en los
juicios, esto parece superar la lógica pero no la supera.
Con ayuda de Wittgenstein se le puede reprochar al
estructuralismo, y hasta cierto punto a Focault, que descuida la dimensión pragmática
de una relación de significado no objetivable. A la pregunta inicial "¿sé lo que
quiero decir?" subyace un punto de partida objetivista que Wittgenstein
desenmascara. La palabra significación remite a una forma de uso. No tiene
sentido decir como hace Derrida que en cada repetición de un signo lingüístico
tiene lugar un desplazamiento del significado.
“Ni de una sola ocasión ni de un solo hombre puede seguirse
una regla”
El problema es hacer del “querer decir” la fuente del
significado y así no se entiende como el otro me entiende o yo me entiendo. La
interpretación lingüística a la vez que modifica lleva en sí un índice de generalidad.
El mero uso de una palabra indica una nueva forma de uso.
La descentración filosófica-lingüística del sujeto significa
el descubrimiento de un mundo común siempre en trance de franqueársenos en el
interior de la razón y del sujeto. Cuerpo, voluntad de poder, libido están
presentes en ese mundo. Pero LINGUISTICAMENTE ABIERTOS. También la violencia
está presente en el mundo, pero abierta y por tanto distinguible de la comunicación sin
violencia, del diálogo, del carácter abierto del uso, de la cooperación
voluntaria.
La crítica filosófico-lingüística del racionalismo y del
subjetivsmo da ocasión a reflexionar sobre verdad, justicia, autodeterminación
y al mismo tiempo nos hace desconfiar de los profetas de la nueva era, en la
que retórica ocupa el lugar del argumento, la voluntad de poder el de la
voluntad de verdad, y la avidez el de la moral.
Todo ello a expensas de lo que Amelia se hubo de guardar para mejor ocasión...