Por Amelia Fernández García
Aunque la tarde era lluviosa, algo escaso por esta zona y en épocas de sequía, no logró disuadirnos a los muy fieles seguidores del mochuelo de Atenea. Sólo nos faltó Gisela, a la que siempre extrañamos porque no hay nadie como ella para expresar alto y claro las conclusiones del pensamiento.
Nos reunimos delante del IES San Juan de la Cruz: D. José Biedma, D. Rafael Bellón y su hijo, Rafael Bellón de la Blanca, Fran Ortal, D. Francisco José Fernández, D. Balbino Quesada y , aparte de la que escribe, nuestra compañera de historia Doña Mª José Salmerón. Habíamos quedado en reunirnos en la Biblioteca, pero esa misma mañana cambiamos de ubicación porque, debido a una avería inoportuna y canalla, estábamos sin calefacción en el Centro.
La improvisación resultó, creo, satisfactoria al grupo porque nos acomodamos en el salón de mi casa, enfrente del fuego que, precipitadamente, se encendió a medio día. A esta reunión acudieron los integrantes provistos de libros y pastas dulces (gracias a Mª José), y de saber.
La tarde la dedicamos a PÍO BAROJA. El compañero José Biedma nos adelantó la noticia de que la AAFi está pergeñando un congreso con otras instituciones en Málaga, que tendría como eje la figura literaria e intelectual de don Pío Baroja. Y sobre este tema había preparado la charla Pepe a partir de la lectura de Ideas sobre Pío Baroja[1] . Es evidente lo bien que Ortega conocía a Baroja y este conocimiento se podría resumir en tres grandes afirmaciones sobre el escritor:
1. Baroja cuenta fracasos que se tornan en victorias morales. Su obra es asilo de vagabundos, de hombres de condición inquieta y despegada, pero los derrumbamientos de sus personajes son gestos de ascensión vital y ética.
2. Es el precursor de una “nueva sensibilidad” contra la valoración "utilista" de las cosas que ha hecho de todo lo exquisito, de las emociones delicadas, algo socialmente inútil.
3. Novelista donde resuena un trémulo metafísico. Entre la interjección y la terminología, la inspiración energética que le anima es filosófica, ni sólo literaria ni genuinamente estética. Para empezar, reconoce el hegelianismo de izquierdas en el primer Baroja, influencia de Max Stirner[2] , y a continuación Ortega nos deja un perfil psicológico de Baroja en los siguientes términos: "Hombre libre y puro, que no quiere servir a nadie ni pedir a nadie nada". El menos comprendido porque exige más actividad a sus lectores. Se trata de alguien a quien la vida le parece fea e indomitable (especialmente la suya), de temperamento crítico e innovador, presidido por un ansia de sinceridad y de lealtad hacia sí mismo[3] .
En el pesimismo de Baroja se rastrean con facilidad las influencias de Schopenhauer, y es ese pesimismo la causa del problema de la Insuficiencia del mundo: según Ortega, es la reacción crítica ante el dominio del dogmatismo, que es inaceptable para Baroja, porque no hay valores ni realidades absolutas.
Se podría definir su obra como un “laboratorio de humanidades”, donde su prosa es el arma que esgrime contra la cultura, que es solo una farsa, dirigida al menos en parte por farsantes. Hay dos tipos de farsantes: el hombre que defiende opiniones que no cree; y segundo, el que tiene esas convicciones pero no las defiende.
En El tablado de Arlequín (sus primeros ensayos de 1903), Pío Baroja, joven ácrata, reconoce que el hombre “me parece la cosa más repugnante de este planeta”, "un carnívoro voluptuoso errante por la vida" y frente a este hombre que además se las da de “moralista”, Baroja busca un renacimiento en la VIDA[4].
Sin embargo, a Baroja la vida, incluida la suya, le parece cosa fea, turbia, dolorosa e indomeñable. De esa emoción crece su literatura. Angustia y desamparo. En esa selva áspera habita un robinsón peludo, frenético y humorista que azota sin piedad a los transeúntes... Un corazón que se estremece ante un abismo nihilista. Baroja quisiera ser lo que no es, un antropoide aventurero, y no lo que es: un asceta calvo, lleno de bondad y ternura, que pasea meditabundo arriba y abajo por la calle de Alcalá.
Como el mundo es insuficiente, Baroja lo llena con veintiocho volúmenes de actividades literarias, donde brilla su temperamento crítico, original, innovador, en el marco de un mundo donde domina y dominará la creencia dogmática y fanática del hombre medio, cuya psicología -para Ortega- es mero mecanismo tradicionalista. Los credos políticos que acepta el hombre medio o mediocre son frases hechas, su mentalidad es la del eco, que repite la opinión dominante. Por eso la literatura de Baroja causa al hombre medio indignación, porque hace de la protesta contra su modo de sentir y de pensar el nervio de su producción.
Lo que nos seduce de Baroja es su ansia de sinceridad y lealtad consigo mismo que deja a la intemperie un resto hondo insocial e insociable. De ahí el imperativo barojiano: ¡sed sinceros! Lo mismo que el animal emplea todas sus estrategias en el combate, el humano tiene que “inmoralizarse” para vivir. Baroja hace suyo el struggle for life del evolucionismo, el polemós de Heráclito. La vida es lucha.
Ortega habla del cinismo de Baroja, "cinismo" en el sentido antiguo de la parresía, del valor de decir la verdad aunque sea "políticamente incorrecta" (diríamos hoy). El cinismo de Baroja expresa la oposición a la cultura convencional, a la cultura que es como el caracol sin animácula, ornamental, retórica (en el mal sentido de la palabra), hipócrita, sin fuste. En este sentido, propone, como Diógenes de Sinope, un retorno a la naturaleza simple, inmediata, y a un egoísmo elemental. No obstante, en La caverna del humorismo (X) analiza Baroja el cinismo clásico diciendo que también puede nacer del rencor y que así no se parece en sus frutos al humorismo:
"Diógenes el Cínico es un chusco que trabaja para la galería. Sin público, Diógenes no hubiera sido Diógenes. Otro Diógenes (Laercio) cuenta que una vez al Cínico en una calle de Atenas le daba un chorro de agua de un canal sobre la espalda desnuda y como muchos se compadecieran, Platón, que también estaba presente, dijo: 'Si queréis molestarlo de veras, idos'; con lo cual quería significar el gran deseo de exhibición y de gloria del Cínico"
La hipocresía de la cultura -y de la anticultura cínica- se muestra en que nos incita a la solidaridad con lo social, pero a todos, en el fondo, nos interesa más lo individual que lo social. La falsedad de la cultura engendra en nosotros la presbicia de apostar por causas remotas descuidando el cuidado de lo cercano, de lo próximo (prójimo). De ahí que se proponga una cultura "miope" frente a la presbicia del "buenismo" (por usar una expresión contemporánea).
También se arremete contra la cultura o, al menos contra la cultura dominante, dando por verdadera la cultura científica, cultura fría que no nos hace felices. Ni nos excita a vivir ni nos incita a morir. A este respecto dice Ortega que "la muerte regocijada" es síntoma de toda cultura vivaz y completa, y que por eso no siente admiración por los mártires, sino envidia. La imagen de la venganza de la Naturaleza sobre la cultura fracasada es "el imperio de los yerbajos espinosos en un claustro arruinado".
El activismo de Baroja tiene poco que ver con la voluntad de poderío de Nietzsche, al que ha leído con interés pero contra el que arremete críticamente, ni tampoco se asemeja a la passion de Stendhal. La dicha de su héroe Eugenio Aviraneta es remolino y convulsión (eso nos ha recordado el ideal surrealista de belleza convulsa de Bretón), vitalidad ascendente.
A Ortega le parece insuficiente esta ideología del activismo que en Baroja se asocia con una filosofía especulativa del descontento, sobre todo porque reduce la acción a aventura y la acción es también la vida entera de nuestra conciencia cuando está ocupada en la comprensión y transformación de la realidad. Los aventureros de Baroja no creen en nada, si esto es posible (escepticismo trascendental). "Puesto que el mundo está hueco, llenémoslo de coraje" -viene a decir don Pío. La aventura según Ortega da una ficción de sentido a la vida, la hace interesante añadiendo el matiz de la peripecia.
¿Cómo gestionar la vida en un mundo globalizado? Después de este acercamiento a la personalidad filosófica de Pío Baroja, analicemos, siguiendo a Ortega y a la crónica de nuestro compañero, cuáles son las características de sus novelas:
1. Llenar de coraje el mundo vacío[5] .
2. Inventar personajes para formular juicios sobre ellos, lanzarles improperios. Ortega desarrolla a este respecto una Teoría del Improperio y reprocha a Baroja que, a pesar de su incalculable talento para la invención de personajes y su admirable psicografía, muchas veces suplanta la descripción de su realidad con la opinión que tiene de ellos.
En este punto interviene Francisco para recordar cómo Baroja juega con el vascuence para asignar nombres parlantes a sus personajes y sitios y nos regala el ejemplo de “Guezurtegui”, de 'gezurra' mentira.
3. Las sutilezas emotivas, profundizando en lo que María Zambrano llamaba las entrañas del alma.
4. El humorismo. El libro más filosófico de Pío Baroja y tal vez su ensayo más maduro es precisamente La caverna del humorismo (1919), en el que también muestra su admiración por Kant y discute la teoría de Bergson sobre la risa.
5. Sobre sus novelas gravita siempre la contingencia e insignificancia de la vida[6], por eso el continuo deambular de sus personajes a las afueras de Madrid mientras hablan y piensan.[7]
6. Ausencia de "retórica" en el mal sentido de la palabra, como hipocresía e imitación en el arte. A la imitación se opone la invención y la independencia. En Baroja toda idea esconde una impertinencia, como si pensar fuera un pensar contra lo que sea[8].
Termina nuestro compañero leyendo a un Pio Baroja de 1956, de los ensayos de La decadencia de la cortesía, donde Baroja arremete contra las Filosofías de la sospecha y, más concretamente, contra S. Freud por hacer de lo sensual, lo supremo y defender un “morbo de callejuela” (acentuando lo vulgar de la lectura pansexual de Freud) como fundamento de la interpretación del alma humana. Contra Nietzsche, por reducirlo todo a voluntad de dominación, y contra Marx por reducirlo todo a economía.
¿Cómo caracterizar, concluyendo, a Pío Baroja? Defensor de un Realismo y de un escepticismo muy matizados, estamos ante un librepensador contra-modernista. Del trabajo de Carmen Iglesias sobre Baroja, rescato algo de la biografía que me ha parecido interesante: Baroja estudiaba el cuarto año de medicina cuando empezó a interesarse por la filosofía, a través de las lecciones del Doctor Letamendi. Sin madurez intelectual aún y careciendo en absoluto de preparación filosófica, se lanzó a leer primero La ciencia del conocimiento de Fichte, que no entendió. Parerga y Paralipomena, de Shopenhauer le pareció, comparada con lo anterior, casi amena. Su siguiente lectura fue la Crítica de la Razón Pura y, aunque podía seguir el razonamiento, prefirió dejarla para más adelante y volver a Schopenhauer por considerarlo un consejero “chusco y divertido”[9].
En fin, una tarde provechosa, que pintaba peor de lo que terminó, con café, pastas y citas diversas (de las que somos asiduos).
Notas
[1] Los escritos de Ortega sobre Baroja se recogen el primer volumen de El Espectador y son, en total dos: el primero lo escribe en 1915 y se titula “Una primera vista sobre Baroja”, publicado en La Lectura (pero que ahora se recoge en su Obras completas detrás del segundo escrito, que es la voz de esta entrada); y este segundo que se publica en el primer tomo de El Espectador en 1916.
[2] El autor de El único y sus propiedades. En los textos que JBL ha leído no aparece jamás citado Max Stirner, como en los textos de Platón no aparece citado Demócrito, aunque acuse su enorme influencia.
[3] Lo que suele llamarse su “fondo insobornable”.
[4] Hay que recordar la fuerte influencia del naturalismo darwinista, pero que no hay que confundir con la voluntad de poder nietzscheana.
[5] “El primer mandamiento del artista, del pensador, el mirar, mirar bien el mundo en torno” (cita de las Obras completas de Ortega, que pongo yo de mi cosecha)
[6] Frente a un Azorín que crea recintos herméticos, Baroja hace que corra el aire.
[7] Ortega le asigna defender una “mentalidad de extrarradio”, en el sentido de inspiración social en los diálogos. Pero también le reprocha que el activismo de sus personajes consista muchas veces en un mero pasear pensando y hablando.
[8] Se recuerda a Gustavo Bueno y a Kant. [9]https://www.proquest.com/openview/2bf1a0671a2052ff12e9e84ea60a325a/1?pq- origsite=gscholar&cbl=18750&diss=y
Pío Baroja y Kant / Adenda por J. Biedma L.
Respondiendo al interés mostrado por Francisco J. Fdez. García (Lykofrán) sobre las fuentes kantianas de Baroja, le mando por email el siguiente texto:
En el capítulo o ensayito que dedica a Bergson y Freud en La decadencia de la cortesía (1956) dice Baroja de Bergson que es mejor escritor que filósofo y que no comprende que su obra Los datos inmediatos de la conciencia se compare con la Crítica de la razón pura de Kant, obra que le parece mucho más importante. Baroja dice haber leído ambas obras y que los franceses suelen elogiar a Goethe y escatimar la importancia de Kant, al que él considera "filósofo máximo de la época moderna", muy por encima de Goethe quien, traducido, no es ninguna gran cosa y muchas de sus obras son pesadas, aburridas y sin carácter. Mientras que Kant, en cambio:
"Es extraordinario en todos los idiomas, abstruso, difícil, evidentemente, pero único. Es algo como en la música Bach (...) Kant se diferencia de los demás filósofos en sus condiciones y en sus propósitos. Todo llega a él filtrado, como limpio de pasiones y de bajezas. Es el filósofo que de antemano no pretende demostrar; va con su linterna como el minero siguiendo la galería, avanzando por donde se puede avanzar, parándose donde no hay paso, haciendo sus croquis, sin ningún plan determinado (...) Este agnosticismo ideal, esta serenidad y este sentido crítico perfecto, se comprende que haya sido para los sabios alemanes del siglo XX una guía admirable. Kant será siempre como la estrella Polar de los investigadores (...) Kant no lleva más fines que aclarar lo oscuro. En general, después de su esclarecimiento no hay ninguna consecuencia (...) Kant es un báltico frío, un celta-germánico sereno y sin pasión. Bergson es ardiente y semítico".
Lamenta Baroja no tener una capacidad filosófica suficiente para leer con más provecho a Kant y que, por la aridez de sus conceptos, su metafísica sea desconocida en todas partes. Puede que Kant sea difícil de comprender, pero lo que de él se comprende "da una idea tan clara, tan neta, que no deja resquicio para la duda", anota.
Kant y la risa
A aquella carta añado:
Mucho antes, en La caverna del humorismo (1919) y refiriendo a las teorías que aspiran a explicar la risa dice de la teoría de Lipps que es una variante de la de Kant, que se podría llamar "explicación intelectual".
"Para Kant la risa procede de la rápida reducción a la nada de una expectación intensa. Para él el parto de los montes sería el mayor motivo de risa. El paso del plano de la seriedad a la fútil, el derrumbamiento de un armazón trascendental, a primera vista sólido, produciría el cosquilleo precursor de la risa"
Acepta Baroja que esta explicación, como la de Bergson, se pueda aplicar a ciertos casos de la risa, pero ni la kantiana ni la bergsoniana "ni las dos juntas, encierran todas las formas de la risa".