Autora Ana Azanza
El tótem de María era el gato, el nuestro es el Mochuelo. ¿Será posible que la filosofía se pierde cuando se olvida de los animales, de la naturaleza? así me lo parece. Los animales dicen mucho sin palabras, y a la filosofía, a los filósofos nos suelen sobrar palabras y faltar contemplación y vida. Es al menos lo que me sugieren los difíciles escritos de María Zambrano.
Debe ser que el Mochuelo me ha guiado a descubrir unos escritos recopilados en 2007 por dos profesores de la Autónoma de Madrid, conocidos "hispanistas filósofos", Angel Casado y Juana Sánchez Gey. El libro se titula "Filosofía y educación, manuscritos".
Hay uno de 1965 en que Zambrano habla de las aulas:
"Mas las aulas, podríamos afirmar que sean el espejo por excelencia. Ese aire terso que las llena, el silencio que mantiene la palabra del profesor; el silencio sin el cual el aula es algarabía y desorden. Lo primero que el alumno ha de hacer dentro del aula es eso: sostener el silencio, mantenerse en silencio. Y no solamente no hablando sino cuando es preguntado o cuando tiene algo que decir adecuadamente, sino antes que nada el silencio interior, el silencio que acalla la algarabía de la psique cuando anda suelta. El silencio que es retención. En ese silencio y en ese aire terso el más mínimo gesto, la inquietud y el desasosiego se señalan. Y aun los turbios pensamientos de algún modo se revelan. Nada queda celado, escondido.
Y es que el espacio de las aulas es un espacio puro. Nada en ellas está sin ser necesario. Unas paredes blancas, unas mesas y unos asientos, la mesa del profesor, la pizarra, la pizarra-espejo. Y en ese espacio puro y en el silencio que es el fondo puro donde las palabras y las voces no se pronuncian ni se alzan sino en virtud del orden, de la finalidad que las ordena ¿no es el más nítido de los espejos? Y eso solamente teniendo en cuenta el lugar y lo más elemental de la vida que dentro de él se desarrolla. Queda luego el otro espejo, el formado por la admiración del alumno al profesor, por la estimación del profesor por el alumno; el de la esperanza abierta a todos."
Y otros tratan de la vocación del maestro. Nos recuerda María algo que vale también hoy, en vez de vocación se habla de profesión, despojando a esta palabra de su primordial sentido, haciéndola equivalente de ocupación o de simple trabajar para ganarse la vida.
Sustituimos en la sociedad contemporánea la palabra "destino" por "empleo", y nuestro destino queda reducido a encontrar el empleo más conveniente.
Pero para que vocación y destino aparezcan hay que dejar lugar al individuo, a la libertad. El individuo, al que no se le puede arrancar su secreto último que solamente la vida irá librando a la luz. Y dentro del cual alienta la persona cuyos límites no pueden ser trazados de antemano sino simplemente situándola dentro de la condición humana. Pues que toda persona es ante todo una promesa. Una promesa de realización creadora.
Lo más descorazonador en la vida es que se hunda esa promesa que cada uno somos. Y la filosofía moderna no deja lugar a las promesas, ni a la vocación, hace falta una filosofía nueva que permita aparecer lo esencialmente humano.
Husserl, Comte, Kierkegaard, Unamuno son "rescatadores" en diferentes sentidos de la condición humana. La concepción trágina de la vida descubierta por Nietzsche tiene también su parte. Realidad, hombre, verdad, vida.
La vocación es una llamada que pide ser seguida, obedecer en un constante y crediente ir haciendo, haciendo eso que la llamada pide, declarándolo y otras veces, simplemente, insinuándolo, más exigiéndolo siempre.
Es una acción trascendente del ser, una salida, si podemos decir del ser humnano de sus propios confines para ir a verterse más allá. Es un recogerse para luego volcarse; un ensimismarse para manifestarse con mayor plenitud.
La vocación tiene dos fases, primero una adentrarse, ensimismarse, penetrar hondamente en el interior del ánimo. Algo que cara a la gente puede resultar "asocial", y el movimiento contrario, de ese fondo "marino" del alma se asciende a la superficie como el buzo, con los brazos cargados de algo arrancado quizás con fatigas sin cuento y que lo da sin darse cuenta de lo que le ha costado y de lo que está regalando, a quienes ni siquiera lo esperaban porque no lo conocían. Pues que la vocación de algunos es quien ha traído al mundo cosas nuevas; palabras nunca dichas anteriormente, pensamientos no pensados, claridades ocultas, descubrimientos de leyes no sospechadas que yacían en el corazón de cada hombre sin aliento y sin derecho a la existencia.
Va desgranando María las notas de la vocación: ineludible, no tiene que ver siempre con los gustos, ni con el temperamento, lugar donde la razón se sustancializa. La vocación es mediadora entre los planos que constituyen al individuo y la vida.
Pero también es mediadora entre el individuo y la sociedad. Nada hay que ligue más al individuo con la sociedad: ni la heredada posición social, ni los oficios del poder, ni las apariciones fulgurantes en la escena.
Ninguna de esas tres cosas, aristocracia, poder, éxito o fama artística, crean un vínculo tan permanente comparable al que se da cuando un maestro cumple su vocación.
Todo hombre es mediador, algunos oficios lo son en especial: filósofo, sabio, artista transmiten algo, verdad, ciencia, belleza; mas no en una forma personal, directa sino a través de una obra que tiene un modo especial de existecia. Objetos ideales, en palabras de Husserl. Pero la mediación del maestro se refiere al ser, al ser de lo viviente. El maestro es mediador con respecto al ser que crece, crecer para lo humano es más que desarrollarse animal o vegetalmente. Crecer en el caso humano es integrarse.
El maestro es mediador en función de que la criatura hmana necesita de esos saberes múltiples y diversos para integrarse, para ser, ha menester de que se encienda en su conciencia y en su ánimo la luz de la razón y de que una voz encendida se condense, germine.
La crisis de la cultura de Occidente es la crisis de la mediación, crisis que pasa por las aulas inevitablemente. Recordemos que María Zambrano escribe estos textos en los años sesenta, poco antes del estallido de mayo de 1968. Pero la crisis de la mediación a mi parecer, sigue.
El maestro sube a la tarima, ya no hay tarimas en todas las escuelas, era algo bien práctico, pero pareció "antidemocrático" hablar desde una tarima ¡equivocación, crisis de la mediación!
La mediación del maestro se muestra con el simple estar en el aula: ha de subir a la cátedra para en seguida mirar desde ella hacia abajo y ver las frentes de sus alumnos todas levantadas hacia él, para recibir las miradas desde sus rostros que son una interrogación, una pausa que acusa el silencio de sus palabras en espera y en exigencia de que suene la palabra del maestro, "ahora que te damos nuestra presencia, danos tu palabra". "Tu palabra cn tu presencia, la palabra de tu presencia a ver si corresponde a nuestro silencio -y el silencio es algo absoluto- y que tu gesto corresponda igualmente a nuestra quietud -la quietud esforzada como la de un pájaro que se detiene al borde una ventana. En todo ello va un sacrificio, el sacrificio de nuestra juventud.
El maestro calla por un momento antes de empezar la clase, un momento en que es pasivo, en que es él el que recibe en silencio y en quietud para aflorar con humilde audacia, ofreciendo presencia y palabra, aceptando el comparecer él igualmente en sacrificio, rompiendo el silencio, sintiéndose medido, juzgado, implacablemente y sin apelación, remitiéndose pues a ese juicio...
Imperceptible temblor sacude al maestro antes de empezar a hablar, sin ello el maestro no llega a serlo por grande que sea su ciencia, el temblor anuncia el sacrificio, la entrega.
Todo depende de ese instante: de que el maestro no dimita arrastrado por el vértigo, ese vértigo que acomete cuando se está solo, en un plano más alto. Y de que no se defienda tampoco del vértigo abrocalándose (¿atrincherándose?) en la autoridad establecida. La dimisión arrastraría al maestro a querer situarse en el mismo plano que el discípulo, a la falacia de ser uno de ellos, a protegerse refugiándose en una pseudo camaradería...
El alumno comienza a serlo cuando se le revela la pregunta que lleva dentro agazapada, la pregunta que es al ser formulada el inicio del despertar de la madurez, la expresión misma de la libertad.
No tener maestro es no tener a quien preguntar y más hondamente no tener ante quien preguntarse. Quedar encerrado dentro del laberinto primario que es la mente de todo hombre originariamente; quedar encerrado como el Minotauro, desbordante de ímpetu sin salida. La presencia del maestro que no ha dimitido señala un punto, el único hacia el cual la atención se dispara. El alumno se yergue cuando el maestro con su quietud ha de entregarle lo que parecía imposible, ha de trasnmitirle antes que un saber, un tiempo, un espacio de tiempo, un camino de tiempo. El maestro ha de llegar, como el autor, para dar tiempo y luz, los elementos eseciales de toda mediación.
Estas palabras de María Zambrano me parecen el canto más bello que se puede hacer al aula como el lugar en que tiene lugar el abrirse a la libertad de la vida, a desechar el miedo a la pregunta y a la búsqueda. El único camino para ser menos ignorante, o al menos intentarlo.
Es increíble como se confabula la sociedad, también "maestros de profesión", que no de vocación, para que ese espacio de libertad, de palabra, de descubrimiento de uno mismo, del poder que cada uno llevamos dentro, no se manifieste. Todo lo que se inventa para que los alumnos tengan miedo a ser ellos mismos, a preguntar y a descubrir. Da miedo ser libre "por las consecuencias", así se mata la filosofía en ciernes, sino se puede preguntar ni se puede buscar no hay ciencia. "No pienses, adáptate al papel, debes ganarte la vida, no cuestiones". Cuestionar es complicado, no porque sea tan difícil pensar, sino porque te puede traer complicaciones.
María va a la raíz de la violencia, ¿por qué hay violencia en la escuela, casos sociales aparte?
"Ese tiempo que se abre como desde un centro común, el que se derrama por el aula envolviendo a maestro y discípulos, un tiempo naciente, que surge allí mismo, com un día que nace. Untiempo vibrante y calmo; un despertar sin sobresaltos. Y es el maestro sin duda, el que lo hace surgir, haciendo sentir al alumno que tiene todo el tiempo para para descubrir y para irse descubriendo, liberándolo de la ignorancia densa donde la pregunta se agazapa, de ese temor inicial que encadena la atención; EL TEMOR QUE DISPARA LA VIOLENCIA. Pues toda ignorancia tiende a liberarse en la agresividad, la del Minotauro en su oscuro laberinto. Toda vida está en principio aprisionada, enredada en su propio ímpetu.
Y el maestro ha de ser quien abra la posibilidad de otro modo de vida, de la de verdad. Una conversión es lo más justo que sea llamada la acción del maestro. La inicial resistencia del que irrumpe en las aulas, se torna atención. La pregunta comienza a desplegarse. La ignorancia despierta es ya inteligencia en acto. Y el maestro ha dejado de sentir el vértigo de la distancia y ese desierto de la cátedra como todos, pródigo en tentaciones. Ignorancia y saber circulan y se despiertan igualmente por parte del maestro y del alumno, que sólo entonces comienza a ser discípulo. Nace el diálogo."