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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

viernes, 16 de mayo de 2025

TERTULIA DE LOS LEÍDOS

 


La invitación presumía la presentación de dos libros, pero uno, El diálogo de los atrabiliarios, todavía no había salido del horno, yo lo había leído a prisa y corriendo para el acto en pdf, así que opté por presentar al autor, su obra, que tiene cierta unidad, tal vez apuntalada por una o varias obsesiones, ¿no asociaba Freud la filosofía a la neurosis obsesiva? ¡Bendita neurosis! Fran reconoce su tendencia a devenir filósofo-erizo, según la metáfora de Isaiah Berlin que recrea una antigua alegoría griega: "El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa". Yo diría que por lo menos, y a pesar de su ironía y modestia socráticas, Francisco J. Fernández sabe varias cosas, hasta bastantes, que intenta enseñar desbravando adolescentes, como otros hemos ensayado. 

Está su profundización en el extraordinario legado de Leibniz, el filósofo de la armonía preestablecida y los mundos posibles al que Echeverría –todavía caliente su extraordinario ensayo sobre "el archifilósofo"– considera maestro adecuado por antonomasia para el siglo XXI. Está el problema del lenguaje, la lengua que debemos a otros, en la que yacen los deseos y los poderes de todos los muertos que nos precedieron vivos, la palabra que hablamos y nos habla... Últimamente, Fran, que rinde tributo a la obra de Agustín García Calvo, ácrata genial, se acerca también al pensamiento de los filólogos, a fin de cuentas la tradición filológica tiene mucho de filosófica y viceversa, véase el monumental manual de nuestro amigo Pedro Redondo Reyes (Minima philologica), colega con el que Fran discute aspectos diversos de algunas de sus principales preocupaciones teóricas.

Fran es un cerebro en ebullición que cayó en el Santo Reino y en la Quinta del Mochuelo por amor y amistad, ¡o por purísima casualidad, eso sólo el dios lo sabe! Nos conocimos en una taberna de Córdoba hará tres lustros o así, encuentro significativo. Mas no fue un Destino cosmológico o una determinadísima Serie causal (el Demonio de Laplace) quien nos lo aproximó y granjeó, sino esa enigmática espontaneidad voluntaria que parece carecer de leyes aunque pueda y deba ser ordenada como y por la libertad. 

El caso es que el ocho de mayo quise hacerme la ilusión de reunificar a la Quinta del Mochuelo, pero ¡cá!, no fue posible, aunque no faltaron Amelia Fernández y Martín Ruiz Calvente (gracias por no dejarnos casi solos) ni Antonio Biedma López (gracias hermano). Al parecer aquellos tiempos de la Quinta ya pasaron, el poder de la convocatoria se ha apagado como la llama en el ara de un templillo dedicado al pensar y a la amistad. A falta de compresencias, queda una estela en la Red (esta página en la que escribo) y una preciosa monografía sobre María Zambrano en liquidación, Criaturas de la aurora (Liberman, 2018), cuyos últimos volúmenes ando repartiendo entre los interesados (a 2 € y la voluntad). 

Por parte de la UNED presidió el acto, en el salón de la universidad en Úbeda, el responsable de extensión universitaria, Juan José Magaña, que se mostró atento y amable. Y al que desde aquí y en nombre de la Quinta damos las gracias. Igualmente, a Vicente Ruiz, el famoso historiador que ejerce como secretario de la UNED en la provincia de Jaén y que no puso más reparo para este acto que la entrega de dos ejemplares de los libros que se presentaban para la biblioteca del centro.



De Fran hube de recordar que hizo el doctorado en la Universidad del País Vasco, sobre su querido Leibniz. Ya apuntaba maneras como estudiante; lo demuestran los tres números de la revista Blityri, dedicados respectivamente a la Escritura, el Vino y la Estupidez, ¡tres grandes temas! En la del Vino puede encontrarse un raro artículo de María Zambrano. BLITYRI (
ΒΛΙΤΥΡΙ) fue en los tiempos antiguos una onomatopeya del sonido de la lira. No obstante, Leibniz usa el término para referir a "nombres sin noción", como "charcuflauflau", pongamos por caso (de una fantástica canción oriental).



De mi faena como presentador saqué para mi pecunio (sabe Dios a qué saldo o trituradora irá a parar cuando la palme) el primer libro publicado por Fran: El filósofo del océano (1998), con presentación de Javier Echeverría y que recoge, según confesión del autor capítulos relevantes de su tesis ("obra de juventud", dice). Todavía se pueden conseguir ejemplares de este libro en Todostuslibros.com. Tras sus estudios en el País Vasco, Francisco consiguió una beca para completarlos en la Sorbona, donde tuvo la oportunidad de oír a maestros del pensamiento contemporáneo como Pierre Aubenque o Alain Badiou. De aquella época es su diario (Livre de brouillon) que ha incorporado, corregido y expurgado, a la densa miscelánea o "silva de varia lección" titulada El resto de la idea (Círculo Rojo, 2022) con 471 páginas, que versan artículos, reseñas, semblanzas, una entrevista a Gómez Pin y Echeverría (los dos excelentes maestros y amigos de Fran y maestros también de todos nosotros) y hasta, en su apéndice, contiene una carta a este servidor sobre el ensayo como "género –digamos– de escritura" (el ensayo no parte de la apertura asistemática, sino que cae en ella según su autor, como la última y celebradísima obra de Ortega, La idea de principio en Leibniz, que recientemente ha reeditado con notas y apéndices Javier Echeverría para el CSIC).

Con su amigo Jon Baltza, Fran publicó en 1999 unas cartas bajo el título El descrédito de los quilates y, el mismo año, la presentación a El enigma de Zenón de Elea, de Miguel Ángel Unanua. Isabel Balza dice de Francisco que está en la búsqueda del buen decir y que, sabiendo de la imposibilidad de atrapar la verdad, se hace responsable de sus dichos ("son más las dudas que me inquietan que las certezas que atesoro", confiesa). 

Supongo que los años siguientes, los primeros de este siglo, estuvieron asociados a la formación de una familia, cosa compleja y dura... Fran hizo por la vida, se casó y tiene dos hijos que aparecen en alguna de sus obras como personajes. Pasaron dos lustros y Fran publicó un libro espléndido, sobre todo para quienes amamos, además de la filosofia, el juego de las damas, los reyes y los alfiles (que es lo que queda de los elefantes indios). El ajedrez es ese juego en el que los jugadores se matan exquisitamente entre sí en una "burbuja lúdica", en un mundo aparte. En el ajedrez no se puede romper la baraja y si uno de los jugadores abandona la dramática "conversación", pierde.

Cinco años depués, en Akal (2015), salieron de su tumba Los huesos de Leibniz (Carta de un filósofo escondido a un discreto cortesano), librito muy cuidado y dedicado a J. Echeverría. Ideal para introducirse en los misterios del polímata y políglota alemán.

Recordaré aquí que gracias a Fran pudimos contar, en el XIII Congreso de la AAFi que tuve el honor de dirigir en Úbeda durante la pandemia (2021), con sus dos maestros: Gómez Pin y Javier Echeverría. Es verdad que Fran cuida lo escrito como la osa lame a sus oseznos, por lo que sus textos, además de ser filosofía viva, son notable literatura.

Lycofrón. Diario de clase (2021), esta vez dedicado a Víctor Gómez Pin, es un original ejercicio de introducción a la filosofía a través del género Diario. Aunque no le guste a Francisco J. Fernández García la asunción como nick o pseudónimo de "Lykofrán", como adaptación del enigmático sofista que según Aristóteles renunció a usar el verbo ser para evitar falacias, estoy seguro de que vendería más libros si lo usase. En cualquier caso, no me explico como detesta que se emplee el término "divulgación" referido a su obra, o por lo menos a este Diario de clase, entre sus obras. O sí me lo explico, y es que Fran entiende la divulgación como contraria al rigor. Y no es el caso, quiero decir que cabe una divulgación con rigor, y la suya lo es.

También es una literatura (obra escrita) de temas recurrentes. Y tal vez el principal sea la distinción entre el mundo en el que hablamos (el de los deícticos) y el mundo del que hablamos, el de las especies y los géneros (es decir las ideas), el de las generalizaciones arbitrarias y las proposiciones categóricas. En efecto todo saber sacrifica en su altar a los individuos, pues no hay ciencia del individuo, que es precisamente lo inagotable, lo inefable, el ti estín o esto concreto de Aristóteles, esos particulares que fluyen inagotables. Por eso odio la estúpida moda de eliminar las mayúsculas de los nombres propios, nombres personales sobre cuyo valor María Zambrano escribió párrafos memorables y que, al pasar a ser comunes con minúscula ya ni siquiera señalan e individualizan, sólo significan algo vago y común. 

Sus perplejidades, dudas y reflexiones, las expone Fran en géneros diversos: al artículo, la carta y el diálogo, une con valor o temeridad provocativa la novela. Es el caso de Nanna (2023), novela erótica de ambiente rural atravesada por el humor y la inteligencia, sorprendente y sensual, en ella parece su autor querer fundir a Dionisio con Apolo y figurar el curso torrencial de la vida. A Fran hemos de agradecerle su esfuerzo por salvar y conservar los dichos populares y la jerga rural del Santo Reino, dado que Nanna, la viuda que protagoniza este relato, es redicha y refranera... Es estupendo que, aunque sea cierto que la lengua esté atravesada por el poder y el deseo –sobre todo por el deseo, tal vez por el deseo de poder–, la lengua no tenga dueño. Coincido en esta tesis que le he oído más de una vez al autor.

En 2024 publicó Fran El fantasma de la deixis, que tuve el placer de leer y el gusto de reseñar en Alfa 40. En esta obra se discute con los clásicos y con los vivos. Incluye la traducción de una humorística carta de Leibniz. Hay en esta obra, a parte de los consabidos ecos de sus maestros del norte, la influencia del pensar paradójico y contracorriente de Sánchez Ferlosio. Diré que me bajé su pecios a mi ebook por su culpa, los restos del naufragio del autor de Alfanhui (joya literaria que merecería un maestro de animación que la mutara en icónica). Ferlosio es refutador del nominalismo, pues –dice– es el nombre común "perro" el que ladra siempre. Marchamos inevitablemente desde el sentido vivo de lo mostrativo al universo ideal de lo significativo, el imperio de los significados. Pero "si algo puede ser sabido, no lo hay; y si lo hay, entonces no puede ser sabido.

A vueltas con el individuo concreto, "la última soledad", tampoco falta en estas páginas el ajedrez. Su tono es de fina melancolía, huye Fran de la pedantería sin renunciar al rigor académico y gira entre la tradición y el sarcasmo, excusa lo políticamente correcto. Fran se pregunta si tiene género la verdad. A lo que hemos de responder que sí, "Verdad" es femenino... Fuera de bromas, también inquiere sobre la relación compleja entre la filosofía y la poesía, tal vez sea este el poético, el único género literario que le falte a Fran por tocar para seguir tratando de lo que le conmueve intelectualmente y, también, emotiva, apasionadamente. ¿No hay una lujuria intelectual? Las ideas encarnan y tienen consecuencias. No faltan en sus escritos anécdotas jugosas, como el caso de los sefarditas turcos que llaman a Dios "Dío" para evitar cualquier tentación politeísta o la frase de Eloisa a Abelardo diciéndole que es suya como individua, pero de Dios específicamente (o como idea). Traduzco de latín libremente.

Y por fin, nos topamos con el libro que íbamos a presentar, El Banquete de los atrabiliarios, (Plaza y Valdés, 2025), la misma editorial que publicó El ajedrez de la filosofía y que yo, por mor del hábito, confundí con Plaza y Janés en mi reseña de Alfa 40 (por cierto que Fran estimuló y organizó la publicación de un monográfico de la revista El Búho (nº 29) dedicado al ajedrez). En el Banquete de los atrabiliarios, el profesor de filosofía del instituto de Marmolejo se atreve a resucitar el género "diálogo" con el que nació la filosofía como ciencia de las ideas (o de las formas). En el restaurante de Nanna se juntaron un sabio, un filósofo, un sofista y un gimnosofista (alguien que busca la salvacion por el pensamiento, como los santones que conocieron los oficiales de Alejandro Magno, o como los gnósticos cristianos, sin ir más lejos). La filosofía puede ser también una terapia de la mente (así ya en Sócrates). Son modos distintos de ponerse a pensar. Puede que el pensamiento del autor se abra aquí como en las tajadas de un melón ofreciendo distintos puntos de vista sobre los asuntos que le fascinan y que tienen que ver sobre todo con la racionalización del lenguaje, ese dios con tres personas distintas (significante, significado y referente) y un solo logos verdadero. Pienso que muchas de las ocurrencias del autor tienen que ver con una pragmática de la lengua por dentro y por fuera. De las tres grandes disciplinas semióticas, la Sintaxis que estudia la relación de los signos con los signos, la Semántica que estudia la relación de  los signos con las cosas (o los eventos) y la Prágmática que estudia la relación de los signos con los usuarios, esta última, la Pragmática, es la menos desarrollada y sin duda la más interesante filosóficamente porque involucra a la moral y a la ética (como teoría de la moral).

El brócoli romanesco es un buen ejemplo de fractal vegetal

Quienes quieran acceder a una presentación más rica de esta última obra, ya disponible a la venta, pueden hacerlo en youtube en el vídeo editado para los Diálogos de la AAFi, encuentros que Fran ha venido coordinando durante este curso, lo cual no deja de ser paradójico teniendo en cuenta que Fran sostiene la tesis de que "el diálogo es imposible". En el de marras lo presenta Pedro Redondo Reyes, riguroso filólogo-filósofo de la universidad de Murcia, autor de un completísimo manual sobre la "fundación filosófica de la filología clásica". 

Quiere Fran que la expresión se ciña al pensamiento como el vestido al cuerpo. La reunión que uno de los personajes describe tiene mucho de aquella "tertulia de los leídos", en donde la sabia y popular Nanna hace de contrapunto, tertulia que organizó Fran en Marmolejo, seguramente con la ayuda de José del Moral, nuestro querido, recordado y añorado compañero al que se llevó por delante el Covid, antes de que pudiera acoger a la Quinta en su viña de Sierra Morena. Mi tocayo sostuvo en la Quinta del Mochuelo en una tarde memorable que para concebir hay que saber olvidar. Eso exige el "conspecto" del concepto y de la idea, el olvido de lo singular o su impercepción.

Erudito, pero no pedante; denso, mas no obscuro, Fran problematiza más que resuelve, aunque en sus escritos nos descubre, como quien pasea por la orillita del mar (que ahora le queda tan lejos), pequeñas joyas imprevistas que a veces desentierra a fuerza de razonamientos. No es un moralista woke ni un nihilista apocalíptico. Congratulémonos por ello. A mí, sus textos, que releo, me ofrecen nada más y nada menos que el encanto enigmático que ofreció la esfinge a Edipo, pues, esfingíneo, Fran no se cansa de preguntar(se). Citó en su intervención con admiración los Problemas de Aristóteles, problemas que se despliegan como fractales en nuevos problemas, ese es el árbol feraz de la filosofía, y si no es su árbol, por lo menos es su brócoli romanesco, de antecedente helénico.

miércoles, 12 de marzo de 2025

HUMANIDADES

Sonata para piano n. 32, op. 111 de Beethoven, una de las piezaz musicales de las que se habla en la novela Doktor Faustus de Thomas Mann (1947). Según la correspondencia de Thomas Mann con Adorno, el escritor y el filósofo están de acuerdo en que en esta obra se materializa la ruptura con la  búsqueda de Dios a través de la música, propia de todas las composiciones anteriores. La música se aleja del gusto popular y en lugar de elevarse a lo divino, profundiza en las entrañas del hombre.

viernes, 14 de febrero de 2025

NOVELA E HISTORIA

 

EL FUTURO DE LA HISTORIA

 

Damos mucha importancia a la revolución científica y se nos olvida que igual de relevante fue la “aparición de la conciencia histórica” en el siglo XVIII. Es una de las múltiples enseñanzas sobre la historia que se pueden extraer de El futuro de la historia (2011), libro de John Lukacs. Nacido en Hungría en 1924, es experto en las dos guerras mundiales y se considera a sí mismo profesor de historia en una pequeña universidad estadounidense de provincias, además de escritor. 

sábado, 25 de mayo de 2024

FILOSOFÍA DE LA FILOLOGÍA

 



"Sus vástagos [los de la escritura] están ante nosotros como si tuvieran vida;
pero, si se les pregunta algo, responden con el más altivo de los silencios" 
Platón, Fedro 275d.

La Asociación Adaluza de Filosofía (AAFi) viene organizando un encuentro mensual online para presentar libros de nuestra incumbencia moral. Coordina con buen humor el presidente Rafael Guadiola, que el tiempo lo conserve muchos años. El 17 del florido mes de mayo fue Pedro Redondo Reyes, profesor de Filología Griega de la Universidad de Murcia, quien comentó y explicó las intenciones de su original libro Minima Philologica (Universidad de Murcia, 2022) en el que busca, como describe en subtítulo, una/la fundamentación filosófica de la Filología Clásica; las que tuvo, si las hubiese, más que las que podría tener, si las encontrara.

Fue presentado Redondo por su amigo y vocal de la AAFi en Jaén: Francisco J. Fernández García, también escritor de mérito y pensamientos, quien ponderó la obra de Redondo como algo distinto de lo que viene vendiéndose como cursilería y repetición, espectáculo y entretenimiento. Niega Francisco que tenga el libro de Redondo la condición de "Tratado", que yo le atribuyo, pues carece de vocación docente. Puede ser. Desde luego, no es un libro para aclararse, sino más bien para aventurarse en sus meandros y afluentes, abismarse en sus sugestiones y perderse revolviendo a los clásicos con los modernos. Bueno, también podría decirse que el ensayo de Redondo trata de ordenar o de analizar el desorden de los "correctores de textos" (¡ay, estuve a punto de convertirme en uno de ellos!). Oye Redondo casi todas las voces (o las pocas que la guadaña de la historia nos ha legado), las voces escritas de las simas abismáticas en que resuenan ecos de grandes humanistas y poetas. "Mamotreto", "monstruo", engendro de un erudito con pasión razonadora sobre aquello que nos especifica como pasajeros de la república de la letras, tales epítetos le dedica a Minima Philologica, con cuidados cariñosos y atención prudente, Francisco J. Fernández en su presentación.

Lo que sea y haya sido la Filología en la historia de Occidente es algo tan complejo como diverso y expuesto, como las olas del Marenostrum, al vaivén de vientos y gravedades de lunas culturales y eclipses situacionales. Si, como vio Crisipo, toda palabra es ambigua por naturaleza, ¿cómo será la palabra que refiere a palabras, el hablar de lo que habla o quiere decir lo escrito sobreviviente? Ya vio Ortega el hecho incuestionable de cómo la palabra cumple su función enunciativa con coalescencia súbita con las cosas y seres en torno que no son verbales, "coalescencia" es esa propiedad maravillosa que el logos goza para unirse o fundirse con entornos imaginarios. Y además -y antes que Humboldt- Lorenzo Hervás y Panduro, el genial jesuita expulso, ya se percató de que en cada lengua está inscrita una manera peculiar de entender el mundo, de ahí la problematicidad de toda traducción, oficio y faena elemental del filólogo.

Pedro Redondo muestra la Filología como un epifenómeno de las gramáticas (gramática que informará la trinidad del Trivium con la dialéctica y la retórica, medios imprescindibles, más que fines, del saber) y, por tanto, las reflexiones de Redondo constituyen algo así como un discurso de tercer orden, una meta-filología, discurso sobre los discursos que han ensayado fijar o enmendar (emendatio) los sentidos -o el "auténtico sentido"- de los textos clásicos. Filología de la filología, no de los textos canónicos. El paradigma del filólogo como corrector de textos se ha impuesto frente al otro modelo que se anuncia al final del Protágoras platónico y que asume la interpretación a través de la memoria y de la oralidad, o frente al modelo alegórico. En opinión de Redondo, Aristóteles renuncia a estos dos últimos modelos y reduce el enigma a metáfora. Buen poeta es para Aristóteles sobre todo el mejor inventor de metáforas.

Parece que durante siglos la Filología estuvo empeñada sobre todo en la corrección y fijeza de los textos, pero que faenó sin teoría y sin método, jamás como episteme, sino como τέχνη: arte y técnica. Hoy se ha impuesto, para bien o para mal, el modelo positivista con románticos resabios de historicismo, historicismo que, según Pedro, fagocitó a Wilamowitz-Moellendorff, maestro, crítico del "filólogo" Nietzsche y censor del sofista bigotudo por hacer este de la sacra filología una hermenéutica trágica y blasfema. Pedro no quiere hacer historia de la Filología, aunque la use a discreción, haciéndose eco de las enseñanzas de los grandes desde Parménides ("padre de la opción convencionalista del lenguaje") hasta Ortega (crítico del recurso filosófico de la etimología) o hasta Wittgenstein, Quine, Martínez Marzoa, Ricoeur, Gadamer, los pragmatistas usamericanos, etc., también cita a su amigo y presentador Francisco J. Fernández... 

Dijo Pedro en la tertulia de la AAFi que no elaboró su libro para que resultara preferido por los filólogos ni por la Academia, sino más bien para dialogar, un diálogo a muchas voces, polímata, interdisciplinar, mestizo y, tal vez por ello, muy fecundo en sugerencias y escaso en dogmas, lo que es muy de agradecer. Este dialogar tiene a mi juicio enjundia socrática, aporética. De hecho el propio autor se atreve a ser crítico con su obra, la anota como quien se rasca una cicatriz o dispara contra sí, discute consigo mismo. Dice,  muy modestamente, que falló en la diana, pero que había que disparar... ¿Hasta la contradicción? No importa caer en contradicciones: "El hombre es el dueño de las contradicciones, éstas existen gracias a él y, por consiguiente, es más noble que ellas" (Thomas Mann. La Montaña Mágica, II, "Nieve").

Como la presentación puede escucharse íntegramente en Youtube, me limitaré aquí a reseñar sus principales asuntos y el original estilo de cascada en que está escrita Minima Philologica. Lo de "mínima" lo entiendo como lítote o atenuación retórica. Pedro Redondo se ocupa entre otros temas de la etimología, el significado, la metáfora (tal valorada poéticamente por Aristóteles), la alegoría, la analogía ("ese fenómeno incontrolable") del exemplum, la fabula, del enigma, del universal, de la relación entre filología e historia, del lugar de la Filología entre las Artes de Humanidad (que diría Guevara), del silencio de la escritura, del sentido de "lo clásico" ("lo antiguo pero perenne", según Plutarco) y de todas sus paradojas...

Lo hace en siete capítulos en los que cada 'lectio' -llamémosle así o, más modernos, "núcleos pregnantes"- es ampliada en "escolios" que a su vez son extendidos, fundamentados o discutidos en notas. Los escolios obran como satélites enfrentados dialéctica y eruditamente a la sucesión de tesis y a su vez son aquilatados o negados por las notas. El contenido se derrama así como una mancha de aceite abarcando diversos mundos semióticos. Los "escolios" de Redondo no son aforismos ni comentarios breves, sino ampliaciones problemáticas (en nuestro tiempo son famosos los escolios del filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila, admirados por E. Jünger y F. Savater). Los escolios de Minima Philologica plantean objeciones a la lectio, delatan contradicciones, exponen disputas teóricas.

En su "Apostilla a Minima Philologica" (Alfa, 39) Redondo expresa la concepción de su "ensayo" como un intento de aislar aquellos núcleos irrenunciables pregnantes del método, principios, axiología y demás que habían armado la Filología clásica desde sus orígenes alejandrinos. Recuerda que para Porfirio el significado de un texto es un sobreentendido (hypónoia). Reconoce la filiación de su trabajo con la obra crítica de Hamacher, Raimondi Dumbrecht y, más remotamente, con los escritos de F. Schlegel y de F. A. Wolf, patrón de Nietzsche. Sin embargo, el mayor impulso de Pedro Redondo -como admite- es la simple reivindicación de la Filología Clásica, cita en su homenaje la frase de Werner Jaeger: "estas páginas se dirigen... a todos aquellos que buscan en el contacto con lo griego la salvación". Me siento aludido por las palabras de semejante paideía formadora de espíritus, muy distinta de la instrucción empática y doctrinaria de consumidores y productores normópatas à la page.

Sería muy deseable por útil que la reedición de Minima Philologica incorporase un glosario de términos técnicos y un índice de temas tratados, pues sin duda sirve y vale como manual de referencia, aunque su propósito expreso no sea docente ni desde luego doctrinario, sino dialéctico. Digo "dialéctico" atribuyendo a este adjetivo los mejores y mayores sentidos que le atribuyeron las Escuelas Áticas Mayores: senda que eleva hacia la comprensión universal del bien y razonable argumentario de persuasión, verbi gratia.


viernes, 26 de abril de 2024

¿PANTALLAS DEL MALIGNO?




"Las pantallas del maligno,
que cuelgan ostentosas 
en todas las paredes del infierno, 
son espejos"

José Antonio de la Rubia. Evil Screens.


La mayoría de los profetas, visionarios e iluminados, que hemos disfrutado o padecido desde los tiempos del Antiguo Testamento avisaban o anunciaban el fin del mundo, o amenazaban con él si no hacíamos caso a sus "jeremiadas". La profesión de profeta no está registrada en nuestra modernidad o postmodernidad, pero contamos con numerosos delectantes e implementadores del viejo oficio... 

"Apocalípticos", llamó Umberto Eco a los que denunciaban los modernos Mass Media como causas de muchos o de todos nuestros males. A los Apocalípticos, que son legión, contraponía el genial semiólogo italiano los Integrados, más escasos, quienes aplauden las posibilidades sociales, interactivas y comunicativas de los nuevos medios de comunicación social.

miércoles, 24 de abril de 2024

ARTE DE HUMANIDAD de ANTONIO DE GUEVARA

 


Como dejó escrito el maestro Pedro Cerezo hacia 1991 (1), el ensayo se ha convertido hoy en "el estilo mental de la filosofía", su principal género literario frente al sistematismo tratadista que predominó durante gran parte de la modernidad. Tampoco es nuevo el espíritu abierto y problemático de los escritos filosóficos, muchos textos platónicos son aporéticos, dialógicos, dramáticos, no dogmáticos, y el mismísimo Aristóteles concibe su Ética como un saber práctico y problemático. Las lecciones del Estagirita, escuchadas al oído muchas de ellas (akusmáticas), luego registradas por escrito, no están cerradas en absolutos. A Nietzsche no le faltó razón -en este caso, en otros sí- para asociar el espíritu de sistema a la voluntad de poderío y de dominio, al intento de sometimiento de la realidad a plan y control. El sistema devalúa la fluencia inagotable de la actualidad, fija sub specie aeternitatis despreciando el devenir temporal, y neutraliza la crítica al proponerse como verdad definitiva y conclusa sobre el Todo. Dicha aspiracion y pretensión doctrinal puede resultar peligrosa. Da miedo, así cuando Hegel propone la existencia efectiva del espíritu como reconciliación histórica de lo universal y lo particular en el todo del Estado, es decir en el Estado totalitario. Contra Hegel llegó a sentenciar Adorno: "La verdad no es el todo", motivos tenía para protestar después del holocausto.

Tras los tratados escolásticos, las Summas teológicas y metafísicas, circunstancialidad, momentaneidad y fragmentarismo definen según Cerezo el estilo del ensayo como actitud experimental, que fue propio del pensar humanista del Renacimiento (también en Galileo, sujeto "ensayador", es decir, "experimentador"). Igualmente en los albores de nuestra Edad de Oro literaria, en la aurora y entreacto entre dos luces como dos sabidurías, emergió el ensayo como un género de exploración y aclaración, en busca de lo nuevo y durante la crisis y obscurecimiento de lo trasnochado. Frente al "gran relato" incontestable de pecado y redención, el microrrelato ejemplar. Frente a lo habitual, lo posible.

Bastante antes de que Montaigne popularizara el nombre de "ensayo" con sus Essais (1580), fue Antonio de Guevara (1480-1545) quien empleó la duda como ejercicio de vagabundeo espiritual, de peregrinaje mental, de juego verbal y de exploración intelectual, en sus Epístolas familiares sobre todo. En ellas la voluntad de verdad entra en simbiosis con el arte literario donde lo subjetivo se hace objetivo, mezclándose los tonos de la reflexión con los de la ficción en brillante contrapunto.

Sofisticado autógrafo de Fray Antonio de Guevara

Nació el ensayo gueveriano del género epistolar que principió cuando Petrarca encuentra en 1345 en la Biblioteca de la catedra de Verona las epístolas de Cicerón, pero serán las Epístolas familiares de Guevara las que abrirán el camino al ensayo por su variedad temática y su espontaneidad. El franciscano las hace imprimir en 1539 (primer parte) y en 1541 (segunda). La esfera de su influencia de radio europeo será inmensa. El eufuismo inglés proviene de la manierista y elaborada prosa cortesana del obispo español, cuyo Reloj de Príncipes (Valladolid 1529) fue traducido al inglés en 1557 por Thomas North. El "eufuismo" prosperó en Inglaterra hasta el siglo XVII. Abusa del símil, de la aliteración, de la antítesis, juega con las palabras, humoriza. Se puede describir como un conceptismo ornamentado y equivale al preciosismo francés o al marinismo italiano. El Proyecto de Filosofía en español (φñ) ofrece un artículo de José María de Cossío sobre "Fray Antonio de Guevara y el 'Euphuismo'".

Portada de la traducción inglesa de Reloj de Príncipes
por Thomas North, The Dial of Princes 1582

Ya en el siglo XV empezó a gestarse el ensayismo hispano con figuras como Alonso de Cartagena (Doctrinal de caballeros), Mosén Diego de Valera, Fernando de la Torre y Hernando del Pulgar, autor este que reclama, como había hecho Pico de la Mirandola (Conde de la Concordia) en su memorable manifiesto Oratio de hominis dignitate (1486) la igual dignidad de todos los hombres. Pulgar lo escribe en romance español, no en latín: 

"Habemos de creer que Dios hizo los hombres y no los linajes... a todos hizo nobles de nacimiento". 

Es indudable la influencia de Pulgar en Guevara, pero este le supera en riqueza y flexibilidad verbal. Está inventando el español ensayístico al incluirse autobiográficamente en sus escritos. En el prólogo de su Menosprecio de corte y alabanza de aldea (Valladolid 1539) confiesa que para conocer su doctrina hay que conocer su vida. Sus escritos son también su biografía, la epopeya de su carácter (êthos), de su segunda naturaleza espiritual y moral.

El género epistolar durante el siglo XVI florece y llama la atención a los grandes humanistas y filólogos, al cuidado de Erasmo y Luis Vives (1492-1540), aunque el humanista valenciano escribió toda su obra en latín y critica la facilidad con que se atribuyen falsas citas a los clásicos, tal vez aludiendo a Guevara. 

Las cartas de Fray Antonio superan en ornamentación a las del erasmista Alonso Valdés; "prosa ornamental" llama Asunción Rallo a las del obispo de Mondoñedo (2), pero hay semejanzas temáticas en ambos autores y parecida actitud moralizadora, armonista e irenista, ambos prefieren la lengua popular al latín (y eso que Valdés fue el latinista oficial de la corte imperial). Guevara gusta más de refranes que de latinajos. Los dos abogan por la brevedad, pero Guevara renuncia menos a la galanura de estilo y Valdés es todavía fiel a la autoridad de los clásicos, mientras que Guevara los usa libremente sin someterse a ellos:

 "Son tan varios los escritores en este arte de humanidad, que fuera de las letras divinas, no hay que afirmar ni que negar en ninguna de ellas". 

Así contesta al bachiller Pedro Rúa cuando este le reprocha el desenfado en tratar cuestiones históricas y en citar a las autoridades. Y es que Guevara no idolatra los textos clásicos, los recrea e implementa a su gusto y en situación, los aplica creadoramente a sus cuidados y preocupaciones. Sacrifica el rigor del filólogo o del historiador a sus inquietudes vitales y su potencia creativa. A Guevara le interesa más el espiritu del texto que su letra, más su eficacia educativa y su intención moralizadora que la verificación de los hechos del pasado, de ahí que no se preocupe ni por contradecirse ni por plagiar; procura, ante todo, como afirma muchas veces, mover a la concordia y al bien, porque las buenas palabras no valen de nada sin las obras honestas. 

Montaigne estuvo a punto de elegir la forma espistolar y da a lo que escribe el nombre de Essais asociándolo a un método más que a una categoría literaria. Para el francés como para Guevara escribir es ensayarse, ejercitarse en busca de una identidad para sí mismo. Guevara eligió la epístola seguramente atraído por las Ad familiares de Cicerón, pero también porque es la forma más libre y flexible de expresión que tenía a su alcance, el plural epíteto "familiares" alude al estilo, al modo cercano del diálogo con el lector, su destinatario, y más aún consigo mismo, en monólogo reflexivo (no tenemos constancia de que los Soliloqui de Marco Aurelio fuesen conocidos por Guevara, tal vez supo de ellos indirectamente).

En su ensayarse descubre Guevara la complejidad contradictoria de su carácter, la dicotomía constante entre arrogancia de prestidigitador de lengua escrita, y humildad de predicador franciscano; entre la picaresca y la religiosidad; la seriedad y el juego... Enfoque personal, cuidado de la expresión y contenido crítico son precisamente los tres caracteres que le permiten a Pilar Concejo deducir el verdadero espíritu ensayístico de las Epistolas de Guevara. 

La voz latina 'exagium' significó el acto de pesar algo, de pesar, sí, antes y más materialmente que lo de pensar, de ahí también el sentido más general de ponderar, examinar, valorar, juzgar (el ejercicio de sindéresis, que dirá Gracián). "Ensayo" y "ensayar" son palabras que ya aparecen en el poema Mio Cid, en el Libro de Alexandre, en el Libro del buen amor, en Fray Luis, en Lope de Vega... Ortega define el ensayo como "la ciencia menos la prueba explícita" (OO. CC., I, p 318). Guillermo de la Torre lo enfoca como "el arte más la intención reflexiva". A Guevara no le faltó ni ciencia (la de su época), ni reflexión, ni arte -concluye Pilar Concejo. Sin duda fue un maestro extraordinario e innovador de la palabra, tanto oral como escrita y un promotor de la reflexión personal, del 'sapere aude' avant la letre.

Como muchas veces Unamuno u Ortega, Guevara cita de memoria y, más allá, no evita barrar referencias ni perdona inventar autores con libertad camaleónica y hasta intención humorística, la de hacer gracia con sus nombres. Juega, como artista manierista, retorciendo la frase, usando lúdicamente palabras de sonido parecido pero significado diferente (paranomasias). "Discurre a lo libre" y a veces parece estar poseído, como los surrealistas, por una facundia ajena, por el genio inmaterial y colectivo del Lenguaje, el habla de las cortes, pero también el de plazas, plazuelas y tabernas públicas. Este discurrir libremente es tendencia muy española según Gracián. Cae en la digresión, cambia de tema con facilidad, vacila, muestra escepticismo. Piensa el fraile imperial que, al contrario que las sagradas escrituras, las "artes de humanidad" no están hechas para ser aceptadas o negadas sin reparos.

Osado en sus puntos de vista, escudriña en la historia o en los clásicos ciertos modelos que inciten a obrar bien: Trajano es modelo de emperador, Plutarco de consejero, Licurgo de legislador, David de pecador arrepentido. Lamenta la inflación de títulos en la España imperial, el triunfo de la vana apariencia y de la falsedad, sobre la verdad. No obstante, condena la vanidad cayendo en ella. Censura el linajudo orgullo y la codicia de fama mundana, pasiones que provocan contiendas interminables incluso entre maestros y filósofos: "disputas sobre quien sabe más y entiende más; lo cual todo proviene de lo poco que sabemos y de lo mucho que presumimos" (EE. FF. II, 2), lo cual no le impide buscar él mismo la gloria y un lugar preferente en el Elíseo mediante la pluma (el otro instrumento para ser laureado es, en su siglo, como el pacífico monje otrosí apunta, la espada, mediante la heroicidad militar, contra moriscos o turcos, antes que contra cristianos, preferentemente).

Pilar Concejo (3) testificaba cómo la crítica desde los años ochenta del siglo pasado presta especial atención, con todo motivo tanto histórico como literario o filosófico, a los escritos de Antonio de Guevara, "a la variedad y ameneidad de su charla". A fin de cuentas fue precursor en la modernidad de "el más serio, el más responsable de los géneros": el ensayo, según lo define Marañón. Agustín Redondo (4) destacó el importante papel de Guevara en la España del siglo XVI como "acteur et temoin de son temps". En efecto, Guevara trabajó seriamente como cronista de Carlos V, cargo que disfrutó desde 1526 hasta su muerte. Pilar Concejo recoge en su libro (3) los importantes trabajos críticos, valiosas monografías y eruditos artículos que se publicaron en los años setenta sobre el predicador imperial que inició en español el ensayismo moderno. 

Arranca el género del ensayo del moralismo didáctico, como paideía literaria o "estilización artística de lo didáctico" (Gómez de Baquero). Es disertación amena y no tratado severo y riguroso (aunque no excluye la metafísica como reflexión de segundo orden), alocución destinada al público alfabetizado de la "Galaxia Gutemberg", más que a la Academia, de tradición gnómica, ejemplarizante, y perlocución moralizadora. Américo Castro ya confirmó que Guevara anticipa el ensayo y la crónica periodística como antecedente de Feijoo, Larra, Cadalso... [Unamuno, Ortega, Ferlosio, Savater, Cerezo, Marina]... También Ramón Pérez de Ayala admitió que de Guevara "procede el género exclusivamente moderno del ensayo". Pilar A. Sanjuan consideró a Guevara precursor del género y "el mejor prosista anterior a Cervantes" en su obra El ensayo hispánico. Igualmente, Juan Marichal en La voluntad de estilo (1957). 

Esta voluntad de estilo (Stilwille) está relacionada con la búsqueda de una voz propia, con el afán de individualidad y diferencia, que juega eclécticamente con la recepción, aún muy parcial y confusa, de los clásicos: 

"Le interesa decir, pero decir bien. Movido por un patriotismo activo y reflexivo observa la realidad social y con libertad expresiva y espiritu crítico censura y ataca con ironía tipos, costumbres y profesiones..., consciente de que rompía moldes tradicionales y abría un surco literario nuevo" (Pilar Concejo, v. nota 3). 

Debemos resaltar su erasmismo y su condición de estoico y asceta, así como su actitud conciliadora con las minorías de moriscos y judíos (su madre y abuela paterna son tenidas por conversas). Cita con libertad a las autoridades, pero también inventa y colorea sus fuentes. El sentimiento de autoridad se quiebra en Guevara a favor de la conciencia de individualidad. Veremos luego parecido eclecticismo en Montaigne respecto al uso de las fuentes antiguas.

Que las Epístolas familiares no son simples cartas a corresponsales lo prueba el hecho de sus fechas desconcertantes y muchas veces inexactas. Según las que proporciona el autor cubren veintiseis años más o menos, desde 1511 (Valladolid) a 1537 (Roma). En los años de mayor actividad epistolar (1522-1524) Guevara era predicador real y cronista imperial. Ejerce como diplomático acompañando al emperador Carlos en sus viajes por Italia y África. Hay quien piensa que no son cartas, sino pura ficción literaria. René Costes sospechó de la dirigida por Guevara al Gran Capitán, que había fallecido veinticinco años antes de su publicación, y otros eruditos conjeturan que las dirigidas a Padilla y a Bravo, "un poco desvergonzadas", no fueron nunca dirigidas a estos caudillos Comuneros. María Rosa Lida creyó que Guevara no las pensó como cartas, sino como ejercicio literario, o sea -digo yo- ensayístico.

Fraile penitente y a la vez influyente y cortesano, Guevara observa la crisis abierta por la llegada de Carlos V en 1517 rodeado de consejeros flamencos y lamenta el levantamiento de las Comunidades de Castilla. Sermonea e ironiza, se desahoga muy personalmente y nos hace partícipes de su preocupación por España. No pretende convencer, sino sugerir; toma de los libros, pero no se ata a su letra. Se muestra pacifista, conciliador, criticando la inexperiencia de los de Flandes y la malicia, ambición y envidia de los Comuneros castellanos. Se queja de los peligros y sinsabores que ha sufrido en Segovia y Ávila "por procurar la paz del reino" (EE. FF., I, 48) y a causa de los secesionistas, mas no excluye la compasión cristiana y tras la victoria de Pavía intercede ante el emperador mendigando piedad a favor de los rebeldes.

A algunos críticos les ha molestado la efervescencia, exuberancia y arrogancia del Yo guevariano. Aun disfrazado de inquietud y falsa modestia, el influyente franciscano se ejercita en exaltar su ego. Se coloca en primer plano del cuadro y pinta a la corte como escuela de todos los vicios, circo en que los valores están invertidos, donde se juzga por las apariencias y todo se rige por la opinión ajena y se encanalla por las murmuraciones, lugar donde los hombres pierden más tiempo y donde peor lo emplean. Sólo él se alza como desengañador de los excesos de la corte imperial. Presume de mucho, de ser "largo de cuerpo, alto, seco y muy derecho" (EE. FF. I, 51), de letrado, de sufridor por el bien de la república, de obispo diligente (primero en Guadix y luego en Mondoñedo), de buen amigo... Pero también es capaz de afectar humildad -colmo de la vanidad- apelando a Jesús, al que tutea, para que le encamine al bien, "que, para decirte la verdad, como soy hijo de Lía la legañosa, tengo muy corta vista para verte" (II, 16). 

Ese Yo, Yo, tan incesante, "yo confieso", "yo me prescio", "de mí digo", etc., acentúa el tono confidencial, confesional de las cartas, justificado por su propósito de comunicar con el amigo, con el colega exiliado. Tengamos en cuenta que hablar de sí en el siglo XVI requería mucho valor. Los tratados de pedagogía y retórica lo desaconsejaban por considerarlo mayormente (aunque con alguna excepción) expresión de vanidad y orgullo. Fue Guevara el primer noble que paseó su yo solitario por la plaza pública, como dijo Juan Marichal, facilitando con ello el camino a Montaigne en favor de la libertad individual de pensamiento y credo, o descredo.

Fue natural que Guevara jugase en sus escritos con los contrastes y antítesis exhibiendo facetas jocosas y tan contradictorias de su rica personalidad, mientras luchaba por reconciliar Jerusalén con Atenas y con Roma, mientras ensayaba armonizar la sabiduría pagana con la caridad cristiana, los lujos de la corte con la pobreza franciscana, su gusto por la vida con el desprecio del mundo. Describe con detalle sus inestabilidades emocionales en un desahogo subjetivo e intelectual tan inédito como novedoso. Como quería Unamuno, Guevara piensa el sentimiento y siente el pensamiento al inventar el ensayo moderno.  

Notas

(1) Pedro Cerezo Galán, "El ensayo en la crisis de la modernidad", en Pensar en Occidente. El ensayo español hoy. Ministerio de cultura s/f. "Ensayo y sistema constituyen -concluye Cerezo su ensayo sobre el ensayo- el doble ritmo de diástole y sístole con que respira la filosofía".
(2) Asunción Rallo Grauss. Antonio de Guevara en su contexto renacentista, Madrid 1979.
(3) Pilar Concejo, Antonio de Guevara. Un ensayista del siglo XVI. Eds. de cultura hispánica, Madrid 1985.
(4) Agustín Redondo. Antonio de Guevara et L'Espagne de son temps (1976).

Más sobre Antonio de Guevara por José Biedma López:

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