Contenidos

Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

viernes, 26 de abril de 2024

¿PANTALLAS DEL MALIGNO?




"Las pantallas del maligno,
que cuelgan ostentosas 
en todas las paredes del infierno, 
son espejos"

José Antonio de la Rubia. Evil Screens.


La mayoría de los profetas, visionarios e iluminados, que hemos disfrutado o padecido desde los tiempos del Antiguo Testamento avisaban o anunciaban el fin del mundo, o amenazaban con él si no hacíamos caso a sus "jeremiadas". La profesión de profeta no está registrada en nuestra modernidad o postmodernidad, pero contamos con numerosos delectantes e implementadores del viejo oficio... 

"Apocalípticos", llamó Umberto Eco a los que denunciaban los modernos Mass Media como causas de muchos o de todos nuestros males. A los Apocalípticos, que son legión, contraponía el genial semiólogo italiano los Integrados, más escasos, quienes aplauden las posibilidades sociales, interactivas y comunicativas de los nuevos medios de comunicación social.


Como afirma José Antonio de la Rubia en Evil Screens (o Pantallas del diablo, Granada 2015) "el discurso apocalíptico es casi inherente a la condición de intelectual". Una versión especial del intelectual apocalíptico es hoy la del "influencer conspiranoico", afectado o no de "ecoansiedad" y "pudibundez". De la Rubia arponea y discute con fundados argumentos, con voz propia y peculiar humorismo, algunos de los tópicos de los que nos servimos para no pensar lo complejo o para reducir la maraña enrevesada (o enredesada) de lo real y virtual, a la simplez del estereotipo. Así, cuando hablamos de "la crisis de valores" o cuando despreciamos la televisión llamándola "caja-tonta".

Los Apocalípticos suelen despreciar la televisión haciéndola responsable de todos los males, denigran sus contenidos y mensajes por considerarlos universalmente banales, perversos o peligrosos. Lo curioso es que quienes hablan de "telebasura", si no la disfrutan, por lo menos la ven, pues han debido de verla para poder criticarla. Sin embargo, a nadie que yo sepa se le niega la opción de apagar la tele o la decisión de prescindir de ella. Siempre se puede en el tiempo libre, y en lugar de sentarse a mirar la caja-tonta..., se puede y es lícito aún fumarse un habano, coger el libro de un clásico, salir a dar un paseo, hacer el amor, invitar a un amigo a charlar, tocar el violín o pintar un cuadro, todas ellas son acciones mejor valoradas (menos la de fumarse un habano) por los Apocalípticos, pero seguramente son ocurrencias más fatigosas que la de calentar el sofá con la compañia de la tele, porque leer, caminar, seducir, interpretar o charlar requieren un mayor esfuerzo de concentración voluntaria de la atención; a la tele se la puede mirar sin verla; de hecho, yo pongo el fútbol a veces pues el verde del cesped me relaja, un cesped en alta definición, "¡espectacular!" -dicen los locutores, para los que todo es "espectacular" en la Era del Espectáculo y en la que el mismísimo público también lo da.

Los Apocalípticos son necesariamente moralistas y se comportan como aquella puritana que usaba prismáticos para escandalizarse expiando las desnudeces del prójimo o espiando la promiscua vida sexual de la vecina. Resulta que la "telebasura" no sólo entretiene, sino que también divierte, hablar de ella socializa a un público mayoritario con su espectáculo cotidiano de famosos, cocineros, actrices, futbolistas, culebrones, rumores, escándalos y chismorreos... Los nuevos puritanos, asociados a la cultura de la cancelacion (wokismo), se parecen a la cándida y boba doncella que en vez de llamar a la policía o salir corriendo le pide explicaciones a su acosador y presunto violador.

Para ventaja de la Internacional Publicitaria, la queja del moralista resulta contraproducente. El moralista ataque contra un anuncio supuestamente sexista -pongamos por caso-, aumenta la difusión del mismo. Las agencias publicitarias lo saben, por eso exploran el límite de o correcto y permitido. El escándalo ante el sensacionalismo es también sensacionalista y quien echa pestes de la tele, si no se divierte con ella, al menos se entretiene mirándola "pecadoramente" por el rabillo del ojo. Platón alude a este morbo de los que se dicen a sí mismos que no quieren ver, pero desean ver, tienen ganas de ver lo feo, lo obsceno, lo infamante, lo cruel..., en uno de los pasajes más agudos psicológicamente de sus inmortales diálogos. Desean emocionarse mirando, y miran.

De la Rubia combate con razón la idea de que la cultura audiovisual sea enemiga y enterradora de la libresca, o que leer libros en la "Galaxia Gutenberg" (MacLuhan) sea siempre preferible a mirar lo que aparece y se representa en la Galaxia Lumière (términos acuñados por la Escuela de Toronto), las nuevas formas de comunicación social anticipadas por el telégrafo. Y sin embargo, la inflacción de la letra es extraordinaria en nuestros días y hasta las imágenes necesitan de la palabra para acuñar y anclar significados, pues los iconos son ambiguos y admiten infinitas interpretaciones, como vivas presencias y hasta veneración y adoración como ídolos comunitarios, tribales. 

Hoy todo el mundo escribe libros. Hasta la Inteligencia Artificial puede fabricarlos, aunque es todavía incapaz de contar chistes. Stanislaw Lem ingenió un relato futurista en que el Estado pagaba a los individuos por no escribir, por ahorrar papel y megas. Hay libros que son basura. Hitler escribió su libro y con su ideario supremacista arruinó a Europa y a su país. Nunca se ha leído tanto como ahora, en papel y en la luz de los monitores y de las pantallitas de los teléfonos móviles (celulares listos). 

Como explica con tino De la Rubia, puede que la cultura escrita nos haga mejores, pero también puede suceder que sólo nos haga más pedantes y pagados de lo mucho (siempre poco) que sabemos. En el mundo han existido profetas fanáticos, sabios analfabetos y eruditos malvados. Sócrates y el Nazareno cambiaron el mundo (pienso que en general para mejor) ¡y no escribieron nada! Platón recelaba de lo escritos, monumentos inertes del saber, prefiriendo todavía la cultura oral y la educación viva y presencial, que permite al receptor replicar, inquirir, poner a prueba al emisor, contradecir o glosar su mensaje. De la Rubia combate el dogma de que un mundo más culto literariamente -o sin tele- sea necesariamente mejor, "puede que sea tan solo un mundo más complicado". Hace bien.

Contra los "intelectuales melancólicos" o contra la amargura de muchos intelectuales que abominan de los Mass Media y de los "vicios" de su tiempo en general, y contra Vargas LLosa en particular (La civilización del espectáculo 2012), se pueden usar buenas razones: Al identificar como signo de los tiempos todo aquello que les causa pesadumbre o existencial náusea, los Apocalípticos están otrosí reclamando atención para lo abominable. Además, no es verdad que cualquier tiempo pasado fuese mejor. Llamo a este tópico "el síndrome de Jorge Manrique" recordando los maravillos versos que escribió a la muerte de su padre. 

Lo histórico, más que la memoria, es la desmemoria, por la que no aprendemos a sacar provecho de nuestros errores y nos olvidamos de la piedra en la que hemos tropezado demasiadas veces. ¡Qué sería de nosotros si no pudiésemos olvidar los horrores de nuestra historia y las vergüenzas de nuestra biografía! Además, la historia siempre la escriben los vencedores y, por desgracia, lo estamos viendo, acaban haciendo historiografía más los verdugos que sus víctimas, blanqueando sus crímenes, pues son los verdugos los que sobreviven y siguen contando cuentos, los relatos en que se constituyen. 

Es muy dudoso que la vuelta a Dios, la aplicación de las neurociencias y la educación emotiva -como pretenden a veces los Apocalípticos- mejoren radicalmente la naturaleza dura y feroz del ser humano, que siempre se las ingenia para sacar los pies del plato de la regla y de las buenas costumbres. Puede que el cultivarse redima al hombre de su barbarie y tal vez, en general, pueda hacernos mejores personas la cultura, las "artes de Humanidad" (como las llamaba Guevara), pero no toda cultura hace personas y existen culturas y subculturas reaccionarias, perversas, retardatarias y bestializantes. El relativismo antropológico extremo, si no está, debería estar ya de capa caída. ¿O justificamos culturalmente la misoginia, la censura, la fatua criminal y la mutilación femenina?

A los conservadores que reniegan de su tiempo habría que preguntarles en cuál preferirían vivir. Y los podríamos disuadir con la memoria histórica efectiva y rigurosa más que con el mito, es decir con el rosario de las crueldades que servían de espectáculo público en el circo romano, en el Calvario judío, en los mercados medievales, en las guerras de religión, en las pandemias y hambrunas de todas las edades, en la Bastilla, en el holocausto, en el genocidio comunista, en la bomba que hizo estallar ETA en Hipercor, etc. 

Nos cuesta mucho renunciar al diagnóstico maximalista, al juicio universal categórico del "toda la tele es publicidad", "todas las imágenes atontan", "todos los espejos mienten". Y sobre los Mass Media se formulan discursos totales. Pero hay que rebelarse contra el totalitarismo del juicio, contra las generalizaciones arbitrarias. La radio, la tele y la Internet pueden usarse razonablemente y para bien; también para mal, claro. Por los medios de comunicación circulan tolos los valores humanos, y todos los disvalores: información, opinión, amor, odio, poesía, filosofía y basura.

Quienes han de emplear todo su tiempo para sobrevivir, no se aburren. El aburrimiento, ese mal sin forma, como la depresión o el narcisismo, son enfermedades del llamado Primer mundo o Sociedad del Bienestar, sociedad que sufre de renovados y progresistas malestares. Sí, por desgracia Aldous Huxley no se equivocaba en su distopía del mundo irónicamente feliz cuando ¡en 1932!, como perspicaz profeta, imaginaba una sociedad reconstruida por diseño genético y entontecida por drogas. Las adicciones, como el estrés, campan por sus respetos clínicos en las "sociedades del bienestar". La vida es hermosa, pero también puede abrumar el fastidio de vivir, a falta de emociones fuertes.

Es obvio que vivimos en la Sociedad del Espectáculo, como proclamó Guy Debord en 1964 (otro profeta), en la que quien no se aparece ni se representa en el escenario mediático no existe. Para situarse conviene visibilizarse y advierto que quien se visibiliza corre el peligro de convertirse en presa. Todo son escenarios, incluida la política. Los mandamases o aspirantes a mandamás hablan sin tapujos de lo que harán en tal o cual "escenario" futurizo. Los empoderados -o las empoderadas- y sus asesores -o asesoras- lo saben y por eso "en el ámbito político la cosmética se ha impuesto a la ideología". 

Sin embargo, como insiste De la Rubia, es falso que no circulen valores, se propagan como hormigas y moscas luminosas, brillantes: publicidad de los valores y valores de la publicidad, aunque tal vez tengamos los valores y contravalores mal jerarquizados, o quizá suceda que no los usemos en plan deliberativo como quiere Habermas, que no aceptemos en las diversas burbujas y esferas sociales un diálogo efectivo de valores, que no queremos entendernos ni buscamos con buena fe y sin coacción el acuerdo constructivo (sectarismo, cainismo). Pero están los valores del Ibex, esos sí que cuentan. ¿No dijo Marx que la economía es lo decisivo, lo importante? No sólo tenemos valores (más que virtudes, desde luego), sino que en una sociedad dominada por los Medios de comunicación debemos exhibirlos continuamente, a ser posible con "corrección política" y muy solidariamente ("caridad", "piedad" y "compasión" son ya palabras arcaicas): "Sólo la sociedad del espectáculo puede considerar que 'hacer visible' algo es hacerle justicia", sentencia De la Rubia... Y en lo moral, el gusto es el criterio más generalizado de lo justo, su verdadero valor: I like!

La apariencia, el "fenómeno" kantiano, ha derrotado a la cosa en sí, al "noúmeno"; el look del personaje, a la dignidad de la persona; la representación, a lo representado; el simulacro, al original; la sombra, al cuerpo. El espejo gana. No aparecer en los espejos, "no mostrarse no significa no existir, sino, sencillamente, asumir las terribles consecuencias que para el animal politico supone no ser nadie". Hay que moverse para salir en la foto, cambiar mucho de opinión, distribuir la identidad, ir de un lugar a otro. Es la fuerza de la gravedad social en los escenarios ubicuos de las pantallas.

El rey filósofo platónico fue sustituido por el emperador bufón cuando Ronald Reagan alcanzó la presidencia de Estados Unidos, y lo peor es que lo mismo ha ocurrido con la educación, la religión y el mercado. El profesor pasó a docente y luego a animador sociocultural. Los verdaderos maestros -ya lo profetizó Nietzsche- son los comunicadores periodistas o periódicos. La primera obligación del poder, más que prohibir y asustar, aunque también, es divertir y entretener: pan y circo, feria y subvención. La calle ha de ser convertida en verbena permanente y los ciudadanos en clientes del Estado protector.

No obstante, conviene recordar que nunca ha existido, y probablemente nunca existirá, un paraíso ilustrado, y no vale despreciar el hecho natural de que a la mayor parte del público, muy segmentado en audiencias, le seguirá gustando entretenerse y divertirse sin esfuerzo. Tal es una necesidad física y metafísica de nuestra condición, porque ni siquiera podemos ser racionales y conscientes todo el tiempo. 

Frente al tópico de que vivimos en la "Sociedad de la Información", abrumados por su exceso de noticias y datos, De la Rubia observa que en realidad "la auténtica información, pura, destilada y objetiva, ocupa muy poco espacio y tiempo" en un maremagnum de ganga que no informa de nada aunque, eso sí, entretenga y/o divierta (también cabe como nos dice entretenerse sin diversión).  Y hasta la diversión cansa. 

La frontera entre opinión e información se difumina en los Media, entre otras razones porque ofrecer opiniones es mucho más barato que reportar auténticas noticias. El periodismo tal y como lo concebieron los siglos anteriores se arruina. La sesgada y reducida "actualidad" mediática suplanta las infinitas facetas de la realidad actual y se parcializa hasta la indeterminación y desciende hasta el lupanar profundo y el antro obscuro de la Red de redes, de la Magna Maya Mundial (WWW). 

El "tercer entorno" -como le llama Javier Echeverría- es la plaza pública, el patio de vecinos, la aldea global, el poliescenario y circo, la enciclopedia, en donde los emisores compiten tecnológicamente por llamar nuestra atención a cambio de nuestro tiempo o de nuestros dineros. La triquiñuela más rápida es sentimental, no intelectual: el halago (una palabra que viene del árabe y que se asocia al fake, a la suplantación, a la mentira). El halago, la adulación, es la estrategia que usó el zorro para conseguir que el cuervo cantara y con ello dejase caer el queso que picoteaba en la venerable fábula, ¡porque todos somos vulnerables al cumplido y la lisonja! A todos nos gusta que nos den coba. Esto explica por qué se habla mucho más de derechos que de obligaciones en las redes. Fijamos la atención en el espejo que nos embellece como la Madrastra de Blancanieves. Por eso dejamos caer el Me gusta (I like) como fiel de nuestros valores en los foros en que nos enredamos voluntariamente.




Como hace más de un cuarto de siglo, sigo pensando que el mejor modo de prevenir las consecuencias nocivas del abuso -o de un mal uso- de los Mass Media, que sustituyen la realidad por simulacros (como en la cavernosa vivienda subterránea del divino Platón), no puede ser únicamente la regulación o la prohibición, sino la formación del carácter (êthos) del público, es decir la mejora de sus actitudes para un uso responsable de los Medios de comunicación. Por eso celebro la reflexión crítica y la toma de una distancia inteligente y lógica respecto a la iconoesfera superpoblada de sugestiones emotivas, tal y como con ecuanimidad y sin temores ni temblores apocalípticos nos la ofrece el ensayo de De la Rubia que gloso aquí. 

Seguramente con afines intenciones introduje en mis clases de bachillerato el estudio de la Filosofía desde el análisis crítico de las sombras publicitarias y propagandísticas, como tratadito sobre el Poder de la Imagen que publicó y distribuyó la Junta de Personal Docente de Andalucía (Ídolos e iconos 1993) y que luego reeditó la editorial Alegoría en Sevilla como manual más completo (Imágenes e ideas 2015). No reviso y no me parece que haya envejecido.

Seré franco. No me convence eso de prohibir los móviles en las escuelas, prefiero la elevación a su mejor uso, que lo hay. Pero para conseguirlo también deben los docentes reclamar atenciones y esfuerzos, haciéndose gustosos. Prodesse et delectare. Y, como insinuó Platón al final del Gorgias, una buena retórica, como la que usa De la Rubia, es imprescindible, porque en materia moral no vale la demostración, sino la persuasión, y aunque la buena voluntad pueda mover, es el ejemplo el que arrastra.


No hay comentarios: