¡Ah! ¡Nostalgia del Edén! Ese
locus amoenus nunca existió. O, en las puertas del Paraíso de las Bestias hace guardia un arcángel temible, con una espada flamígera que ya quisieran para sí los de la guerra de las galaxias. Para impedir nuestro regreso ha sido allí colocado semejante monstruo espiritual sin sexo. Pero aquella jungla y aquella sabana, de paraíso no tenían nada. Aunque uno vivía y moría sin saber que vivía y -¡suerte!- sin saber que era un ser-para-la-muerte. Existencia pura, es decir, vida sin conciencia, o sea, nada de
existencialismo, pura vida.
Ese
lugar ameno no existió en ninguna parte, o sea, pervivirá para siempre en Utopía. Es la ventaja de no existir, como las Ideas platónicas o el amor ideal, es para siempre. La eternidad en la que habita el niño. A mí me mola su faceta como ámbito de Vida retirada, ese perderse en el campo, ese contemplar la pirueta del mosquitero en la charca, el piscinaje que sacia la sed del murciélago, el grito extravagante del chotacabras que extiende su sombra negra a ras del olivar a la caída de la tarde...
Y en seguida me vienen los versos de mi tocayo:
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia
Ese Gil de Biedma, "cónsul de Sodoma", a quien mi amigo el poeta Rafa Juárez idolatraba, y cuyos versos recitábamos de memoria en aquellas madrugadas sicodélicas, y a quien Manuel Sacristán -según cuenta Racionero en sus memorias, memorias que titula con un verso de Jaime Gil de Biedma- no dejó entrar en el PSUC... ¡por gay!, ¡ole ahí la tolerancia comunista!... En un viejo país ineficiente, / algo así como España entre dos guerras / civiles... poseer una casa y poca hacienda/ y memoria ninguna".
Para mí, hoy, que el famoso poema tiene poco de vida feliz (De vita beata), porque me resulta, más que póstumo, tanático, tan hermoso como desesperanzado: "no leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas...". Lo siguiente es anhelar el silencio más absoluto, el de los cementerios, claro.
Mejor la definición de otro poeta, Ángel González, quien describe el tópico del lugar ameno como lugar propicio para el amor, la amistad, el disfrute y el gozo.
También para el trabajo simple y elemental. Pienso en el 'ora et labora' franciscano o en el "cultivar el propio huerto" volteriano. En un corralito de gallinas ponedoras, en esa actividad -tan budista- de limpiar el estiércol de las bestias que te acompañan y a las que sacrificas con pena para alimentarte o alimentar a los tuyos. Un huerto -claro- no es un paraíso. Lo decía hace poco por Radio Nacional, muy despierta, Chantal Maillard (esa curiosa filósofa medio belga, medio andaluza, medio india, esteta y poeta): nuestra existencia vital se nutre de violencias... Una sensibilidad tan aguda para las consecuencias dolorosas de esta tragedia inevitable -como la sensibilidad hipertrofiada de mi admiradísima Virginia Woolf- está ella misma condenada al sufrimiento. Hay que aceptar los caminos imprevistos de los dioses. O rabiar sin cambiar nada.
Hay que conservar la esperanza de que no hay mal que por bien no venga. Un huerto, un corral, un establo, un olivar, no es un paraíso. Hay que defenderlo, a veces con violencia, de la voracidad de hexápodos (a veces parásitos de parásitos de parásitos), malas hierbas (algunas pirógenas), aves frutívoras (no he probado ni una cereza este año en La Esperilla, tal la prisa que se dan los malandrines en devorarlas...), ratas y conejos, moscas y lobos... Y es que el humán conquista la selva y la traduce en jardín o huerto con esfuerzo y sangre, mucho esfuerzo. Naturaleza madrastra.
Teócrito, Virgilio, Horacio, convirtieron el lugar ameno en un lugar común, retórico, para disfrute de la imaginación, fantasía que también viste al paisaje cuando el humán lo mira sin escrúpulos ni interés egoísta o depredador. Dalias y tomates. Rosas y berenjenas. Hierba buena y pimientos verdes. Laurel y zanahorias... (¿Sabéis que las zanahorias primitivas no tenían color naranja? Fue un invento holandés. Y ahora todas las que comemos son así. Por otra parte, la zanahoria silvestre es una umbelífera muy común en los arcenes de nuestros caminos)...
O sea, naturaleza
y cultura.
Cuerpo y espíritu. Utilidad
y puro arte. Buscar el equilibrio es lo que importa. Zurear, quiero decir cortejar, a esa hija de las Musas y nieta de Memoria que es Armonía.
Mi fe, mi pensar lo divino -dentro de los límites de la razón, siguiendo a Kant-, fe ilustrada, que no ilustre, sino más bien modesta y escéptica, ha tenido siempre mucho de panteísmo. Me siento más en contacto con el todo en mitad del bosque que en un templo, salvo, tal vez, si ese templo es una iglesia románica y está rodeada de bosque...
La amistad misma, sobre la que discutimos el día del picnic quintero en La Esperilla, Marcos y un servidor principalmente, tal vez sea un espontáneo y generoso sentimiento o tal vez sea una noble excelencia ganada con el hábito y el compromiso, o tal vez sea un poco las dos cosas, una al principio y otra al final, pero seguramente representa también ese equilibrio armónico entre lo público y lo privado, entre el teatro y el circo, de una parte, y el boudoir y el retrete, por otra. Nada de tentaciones escatológicas, por "retrete" me refiero a ese lugar al que se retiraba para gozar su soledad la Reina Católica. Y es que la soledad es buena, como otras drogas, en dosis prescritas, elegidas, limitadas. Igual que la compañía.
Acabaré este ensayito y crónica citando las primeras estrofas de esa oda magistral de Fray Luis que aprendí de memoria en mi adolescencia y que, algo inconscientemente, ha servido de inspiración y orientación decisoria, relativamente libre, en la faena de apropiación de circunstancias que ha sido mi vida:
VIDA RETIRADA
¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
Gracias a todos os sean concedidas por vuestra viva presencia. Oigo el eco de vuestras voces mejor que el zumbido de las avispas y las moscas.
En La Esperilla y a la espera del hallazgo significativo y el encuentro mágico. Azar objetivo.
Julio tórrido.