Gracias a don José Biedma nos estamos aficionando en el Mochuelo a la novela de ciencia ficción "social". No es mi literatura favorita aunque ya llevo dos obras de Ursula K. Leguin. La última con la que me he entretenido se titula "Los desposeídos". hay otro post de Biedma al respecto sobre esta novela. Hago mi propia lectura y traigo a colación el pasaje que más me ha "inteperlado".
Odo era la mujer fundadora en el planeta Anarres de la
sociedad utópica, sin propiedad, sin mando. Con mucha filosofía en los fundamentos. Pero
al cabo de los años esta sociedad que tiene tantas cosas buenas, muestra sus
limitaciones.
Shevek es un científico filósofo que se da
cuenta de los fallos, está haciendo una teoría física, y no lo quieren escuchar
porque su discurso suena como un reproche a la sociedad odoniana. Shevek decide viajar al mundo de
donde vinieron los primeros colonizadores del planeta, Urras, para comunicar
sus teorías, con la esperanza de tener más audiencia.
También saldrá de malos modos de Urras tras intentar cumplir
la misión, pero en el curso del viaje ha aprendido cuatro cosas, esas cuatro
cosas es la que quiero poner aquí para memoria de lectura “Los desposeídos” de
Ursula K. Leguin:
“En estos últimos 4 años Shevek había aprendido algunas
cosas acerca de la voluntad que lo animaba. La frustración de la voluntad le
había enseñado a ver la fuerza que hay en ella. Ningún imperativo social o
ético podría igualársele. Ni siquiera el hambre era capaz de contenerla. Cuanto
menos tenía, más absoluta era la necesidad de ser.
Reconocía esa necesidad en la terminología odoniana, como su
“función celular”, el concepto analógico que expresaba la individualidad, el
trabajo que más conviene a un individuo, y por consiguiente su mejor
contribución a la sociedad. Una sociedad sana no sólo permitiría ejercer
libremente esa función óptima: la adaptabilidad y la fuerza de un individuo
dependían de esas mismas funciones. Esta era una idea fundamental en la
“Analogía” de Odo. Para Shevek, el hecho de que la sociedad odoniana de Anarres
no hubiera alcanzado del todo ese ideal, no lo hacía menos responsable, todo lo
contrario. Liberados del mito del Estado, la reciprocidad genuina del organismo
social y del individuo era evidente. Al individuo se le puede exigir un
sacrificio, nunca un copromiso: porque aunque la sociedad dé a todos seguridad
y estabilidad, sólo el individuo, la persona, es capaz de una elección ética:
la capacidad de cambio, la función esencial de la vida. La sociedad odoniana
estaba concebida como una revolución permanente, y una revolución comienza en
la mente pensante.
Todo eso lo había pensado Shevek porque tenía una conciencia
absolutamente odoniana.
Por lo tanto estaba seguro ahora de que, en términos
odonianos, su voluntad radical e ilimitada de crear se justificaba a sí misma.
El sentido de la responsabilidad no lo aislaba de sus semejantes, de la
sociedad, como había pensado hasta entonces. Lo comprometía con ellos de un
modo absoluto.
También sentía que un hombre con este sentido de
responsabilidad acerca de algo, estaba obligado a aplicarlo en todas las cosas.
Era un error verse a sí mismo como un vehículo y nada más que eso, sacrificar a
esa idea cualquier otra obligación.
….No había fines, había procesos, todo era proceso. Uno
podía ir en una dirección promisoria o equivocada, pero uno no se ponía en
marcha con la esperanza de no detenerse jamás en ninguna parte. Entendidas de
esa manera todas las responsabilidades y compromisos ganaban en sustancia y en
duración.
….Al sustraerse al sufrimiento uno se sustrae también a la
felicidad posible. El placer uno puede conseguirlo, o los placeres, pero no le
servirá de nada, no sabrá lo que es el retorno al hogar.
La realización, reflexionó Shevek, es una función del
tiempo. L a búsqueda del placer es circular, repetitiva, atemporal. La variedad
que persigue el espectador, el cazador de emociones, el sexualmente promiscuo,
siempre concluye en el mismo lugar. Tiene un final. Llega al final y tiene que
volver a empezar. No es un viaje y un retorno, sino un ciclo cerrado, un
claustro, una celda.
Fuera del claustro está el paisaje del tiempo, en el que es
posible, con suerte y coraje, construir los frágiles, provisorios e improbables
caminos y ciudades de la fidelidad, un paisaje habitable para seres humanos.
Ningún acto es verdaderamente humano hasta que ocurre dentro
del paisaje del pasado y el futuro. La lealtad, que consolida la continuidad
del pasado y el futuro, unificando el tiempo en una totalidad, es la raíz de la
fortaleza humana; no se obtiene ningún bien si se prescinde de ella
Recordando los últimos cuatro años, Shevek los vió no como desperdiciados sino como parte de un edificio que él y Takver estaban construyendo con sus vidas. Lo bueno de trabajar con el tiempo y no contra él, pensó, es que nunca es tiempo perdido. Hasta el dolor cuenta.”
Final del capítulo 10, de “Los desposeídos”, de Ursula K.
Leguin (1974)
1 comentario:
Gracias Gracias muchas gracias, excelente
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