Ursula K Leguin es una excelente escritora norteamericana. Hija de un eminente antropólogo, combina una especulación narrativa verosímil, una potente lírica humanista y mística, con una extraordinaria formación como filóloga. Ha traducido el Tao Te Ching de Lao Tse y una selección de poemas de Gabriela Mistral.
Pero su fama se la debe sobre todo a sus series narrativas fantásticas y de ciencia ficción, género este en el que ha ganado los premios más prestigiosos. la Wikipedia afirma que la escritora se considera feminista y taoísta, y en sus novelas aparecen a menudo ideas anarquistas.
Es madre de tres hijos y en 2003 fue considerada Gran Maestra por la SFWA, convirtiéndose en la primera mujer en ganar esta importante y cosmopolita distinción.
Algunas de sus novelas han sido consideradas obras maestras por la crítica, tal es el caso de La mano izquierda de la oscuridad (1969), donde plantea en profundidad el problema de la identidad sexual, El nombre del mundo es bosque (1972) cuyo ambiente estoy seguro ha influido en el de la célebre película Avatar. En sus grandes obras siempre plantea importantes dilemas éticos, culturales, sociológicos y antropológicos, por lo que tienen un innegable interés filosófico y científico.
En Los desposeídos: una utopía ambigua (1974), también considerada una de sus mejores obras, Úrsula aborda la problemática de conjugar el amor individual y el servicio desinteresado a la sociedad, entre otros temas, contrastando un mundo capitalista avanzado, con una utopía anarquista realizada...
Hace años escribí esta reseña, tras leer la obra, que ha servido para nuestra sesión de la Quinta, como un tercer punto de vista, entre -o más allá- del utopismo marxista de Marta Harnecker y del utopismo prometéico y empresarial de Ayn Rand. Lo cuelgo aquí, en nuestro depósito de ideas, dando también continuidad a nuestra discusión del año pasado sobre Utopía, esa señora de noble frente y mano ensangretada.
CRÍTICA DEL PROPIETARIADO
(Registro crítico en la luz para la nave Kronos)
Ursula K. Le Guin. LOS DESPOSEÍDOS. Una utopía
ambigua. Minotauro, Barcelona, 1999. Título original: The Dispossessed: an ambiguous utopia (1974).
El mismo título es ambiguo. "Los
desposeídos", en el sentido de aquellos que han dejado de estar poseídos
por la propiedad, pero también, en el sentido de aquellos que han sido
deshauciados, exiliados de su planeta.
Estos
desposeídos son los habitantes de Anarres,
el planeta gemelo de Urras. Cada
planeta hace de luna del otro. "En Anarres
no tenemos nada más que nuestra libertad... No tenemos leyes excepto el
principio único de la ayuda mutua. No tenemos gobierno excepto el principio
único de la libre asociación. No tenemos naciones, ni presidentes, ni
ministros, ni jefes, ni generales, ni patronos, ni banqueros, ni propietarios,
ni salarios, ni caridad, ni policía, ni soldados, ni guerras. Tampoco tenemos
otras cosas. No poseemos, compartimos. No somos prósperos. Ninguno de nosotros
es rico. Ninguno de nosotros es poderoso".
Los anarresti han fundado una sociedad
ácrata. Desde luego, no es una sociedad perfecta; de hecho, el protagonista,
Shevek, un físico matemático de Anarres,
descubre dolorosamente cómo el poder está presente y cristaliza en prejuicios e
inercias burocráticas anquilosantes.
Tras
generaciones de aislamiento, Shevek visita Urras,
un mundo que se parece demasiado al nuestro y que describe con la inocencia
extrañada de un sobrio y solidario ácrata.
Como
siempre en las obras de Ursula K. Le Guin, la atención cabalga suavemente en
una prosa ágil, aparentemente sencilla, pero muy atenta a ciertas sutilezas
emotivas y sensuales...
"Un canturreo le vibraba en los oídos, pero no era la orquesta, sino ese sonido que le sale a uno cuando trata de no llorar" (p. 39).
La
especulación política se entreteje a veces con reflexiones de calado filosófico
sobre la temporalidad, la libertad e, incluso el número ("puente entre lo
racional y lo percibido, entre la psique y la materia"). El ideario
político de Anarres remite a criterios
éticos, ecológicos. Así, el principio de economía orgánica de los anarresti -enunciado por una mujer
legendaria, Odo- afirma: "Todo exceso es excremento"... "El
excremento retenido envenena el cuerpo".
En Urras, "no hay nada que uno pueda
hacer en que no intervenga el lucro, y el miedo de perder, y el ansia de
poder" (343).
El
problema -en estos mundos imaginarios como en el nuestro- suele ser el de la
reconciliación entre el orden social y la libertad e iniciativa de cada quisque, por eso la libertad es
paradójica o recurrente:
«Palat no había conocido esa maldición de la diferencia. Nada lo distinguía de los demás, de todos los otros, para quienes la vida comunitaria era un hecho natural. Quería a Shevek, pero no podía enseñarle qué es la libertad, ese reconocimiento de la soledad de cada individuo, que sólo la libertad puede trascender» (pg. 114).
El propietariado, la clase dominante del
Estado más poderoso de Urras, no es ninguna caricatura de nuestros yupis. Por supuesto, la escritora no reduce
el grave problema de la elección entre estado social, liberal o sociedad
comunitaria, a una dialéctica maniquea o simplona, aunque es evidente la
simpatía de la autora por la sobriedad societaria de los Anarrasti, más bien que por el lujo excrementicio de los Urrasti.
Shevek
se asusta y sorprende no obstante de lo que halla...
«No pudo obligarse a entender cómo funcionaban los bancos y todo lo demás, pues las operaciones del capitalismo eran para él tan absurdas como los ritos de una religión primitiva, tan bárbaras, tan elaboradas, tan innecesarias. En un sacrificio humano a una deidad podía haber al menos una belleza equívoca y terrible; en los ritos de los cambistas, en los que la codicia, la pereza y la envidia eran los únicos móviles de la conducta humana, aún lo terrible parecía trivial. Shevek observaba esta mezquindad monstruosa con desprecio, y sin interés. No admitía, no podía admitir, que en realidad lo asustaba».
El
mercantilismo y la compulsión consumistas son admirablemente descritas gracias
a esta distanciación que supone la mirada compasiva y sabia de Shevek como
"esa calle pesadilla" en que las personas no tienen otra relación con
las cosas más que la "posesión". Yo hubiera traducido aquí
"propiedad" en lugar de "posesión", pues la posesión ya
comporta algún género de compromiso personal.
Pronto,
Shevek descubre el verdadero mecanismo oculto del propietariado, lo que permite
que la gente aguante esta pérdida de recursos, este derroche de energías y de
tiempo: "Piensan que si la gente posee muchas cosas se contentará con
vivir en una cárcel".
Shevek
no está en Urras para hacer
proselitismo, por el contrario, ha viajado a este planeta porque se había
quedado como físico sin interlocutores válidos en el propio (los urrasti esperan de él una teoría física
revolucionaria y utilitaria), pero a su pesar, se convertirá en la voz del
malestar y su descripción de la educación en Anarres se convierte en propaganda:
«Ini y Aevi escucharon fascinados la descripción de un programa de estudios que incluía agricultura, carpintería, recuperación de aguas servidas, imprenta, plomería, reparación de caminos, dramaturgia, y todas las demás ocupaciones de la comunidad adulta, y la declaración de Shevek de que nunca se castigaba a nadie, por ningún motivo» (153).
Hay
buena filosofía en las páginas de LOS DESPOSEÍDOS, al lado de situaciones tan
elusivas, tan de lirismo contenido como gustan a la autora:
«La luna les iluminaba los brazos y los pechos desnudos. La pelusa débil, leve de la cara de Takver la envolvía en una tenue aureola; el cabello y las sombras eran negros. Shevek le acarició el brazo plateado con la mano de plata, maravillado por la tibieza del tacto en esa luz fría. -Si puedes ver una cosa completa -dijo-, siempre te parece hermosa. Los planetas, las vidas... Pero de cerca, un mundo es tierra y piedras. Y día a día, la vida es un trabajo duro, te cansas, te pierdes. Necesitas distancia, intervalo. Para ver qué hermosa es la vida, hay que contemplarla desde la altura de la muerte. -Eso está muy bien para Urras. Dejémosla allí y que sea la luna... ¡yo no la quiero! Pero no me alzaré sobre la tumba para mirar la vida desde arriba y decir: "¡Qué maravillosa!" Quiero verla toda en el centro mismo, aquí, ahora. Me importa un bledo la eternidad. -No tiene nada que ver con la eternidad -dijo Shevek, sonriendo, un delgado y velludo hombre de plata y sombra-. Todo cuanto necesitas para ver la totalidad de la vida, es verla como mortal. Yo moriré, tú morirás; ¿cómo podríamos amarnos si no fuera así? El sol se apagará, ¿qué otra cosa lo mantiene brillante? -¡Ah, tu charla, tu maldita filosofía! -¿Charla? No es charla. No es razón. Es el tacto de la mano, estoy tocando la totalidad, la tengo. ¿Cuál es la luz de la luna, cuál es Takver? ¿Cómo voy a temer a la muerte? Cuando la tengo, cuando tengo en mis manos la luz... -Hablas como un propietario -musitó Takver. -Corazón amado, no llores. -No estoy llorando. Tú estás llorando. Estas son tus lágrimas. -Tengo frío. La luz de la luna es fría. -Acuéstate. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo a Shevek cuando ella lo abrazó. -Tengo miedo, Takver -murmuró. -Hermano, alma querida, silencio. Durmieron abrazados esa noche, muchas noches.»
La
vinculación profunda entre el amor y la muerte, la infinitud y la finitud, la
eternidad y la nada, el ser y el devenir, en una sola frase: "Yo moriré,
tú morirás; ¿cómo podríamos amarnos si no fuera así?".
La
auténtica fusión de las almas se expresa en ese detalle breve y hermoso de no
saber de quién son las lágrimas...
Un
aspecto particularmente interesante de la crítica de Úrsula al propietariado
está en el tratamiento del dimorfismo sexual en la cultura de Urras. Aparentemente, se trata de una
cultura agresiva y machista, y las mujeres carecen de poder político o son
tratadas como inferiores. Gracias a la excitante Vea, Shevek descubre que las
cosas no son exactamente así:
«-Quiero saber si una mujer urrasti se contenta con ser siempre inferior. -¿Inferior a quién? -A los hombres. -¡Oh, eso! ¿Qué le hace pensar que soy inferior? -Al parecer, en la sociedad de ustedes los hombres se ocupan de todo. La industria, las artes, la administración del gobierno, las decisiones. Y durante toda la vida ustedes llevan el apellido del padre y el apellido del esposo. Los hombres van a la escuela y ustedes no; ellos son siempre los maestros, los jueces, la policía, el gobierno, ¿no es así? ¿Por qué permiten que lo dominen todo? ¿Por qué no hacen lo que se les antoja? -Es lo que hacemos. Las mujeres hacen exactamente lo que se les antoja. Y no tienen que ensuciarse las manos, ni usar cascos de bronce, o pasarse las horas gritando en el Directorio. -¿Pero qué es lo que hacen ustedes? -¿Qué hacemos? Gobernar a los hombres, naturalmente. Y sabe una cosa, no corremos peligro diciéndolo, porque ellos no lo creen. Dicen: ¡jua, jua, qué mujercita tan graciosa!, y te dan una palmadita en la cabeza, y se van con un tintineo de medallas, muy satisfechos. -¿Y también ustedes se sienten satisfechas? -En verdad yo sí. -No lo creo. -Porque no está de acuerdo con los principios de usted. Los hombres siempre tienen teorías, y las cosas han de acomodarse a las teorías. -No se trata de ninguna teoría; es porque veo que usted no está contenta. Que es una mujer inquieta, insatisfecha, peligrosa. -¡Peligrosa! -Vea rió, radiante.- ¡Que cumplido tan maravilloso! ¿Por qué soy peligrosa, Shev? -Bueno, porque sabe que a los ojos de los hombres usted es una cosa, un objeto que se posee, que se compra y se vende. Y sólo piensa en engañar al propietario, en vengarse... Ella le puso la manita sobre la boca. -Calle -dijo-. Sé que no quiere ser grosero. Le perdono. Pero ya basta y sobra. Esta hipocresía enfureció a Shevek, y también la idea de que quizá la había ofendido de veras. Aún sentía en los labios el roce fugaz de la mano de Vea. -¡Lo siento! -dijo. -No, no. ¿Cómo va a comprender, viniendo de la Luna? Y además, usted no es más que un hombre. Le diré una cosa, sin embargo. Si a una de esas "hermanas", allá en la Luna, le da usted la oportunidad de sacarse las botas, de tomar un baño de aceite y depilarse, de ponerse un par de sandalias bonitas, y una gema en el ombligo, y perfume, se sentirá encantada. ¡Y a usted le encantaría! ¡Claro que le encantaría! Pero no lo harán, pobrecitos, con esas teorías que tienen. ¡Todos hermanos y hermanas y nada de diversión!» (216s)
Shevek
comprende perfectamente la relación entre la temporalidad y la responsabilidad:
«La filosofía del tiempo implica una ética. Pues nuestro sentido del tiempo nos permite separar la causa y el efecto, los medios y los fines. El bebé, nuevamente, el animal, ellos no ven la diferencia entre lo que hacen ahora y lo que ocurrirá porque lo hacen. Ellos no pueden hacer una polea, o una promesa. Nosotros podemos. Advirtiendo la diferencia entre el ahora y el no ahora, podemos relacionarlos. Y ahí entra la moral. La responsabilidad. Decir que por medios malos puedo obtener fines buenos equivale exactamente a decir que si tiro de la cuerda de esta polea levantaré el peso de aquella otra. Romper una promesa es negar la realidad del pasado; y negar por lo tanto la esperanza de un futuro real. Si tiempo y razón son funciones recíprocas, si nosotros somos criaturas temporales, entonces será mejor que lo sepamos, y tratemos de aprovecharlo lo mejor posible. De actuar de modo responsable» (227).
Odo
lo dijo toda su vida: "Los medios son el fin" (295). Todo humanismo
inserta un canto a la voluntad: "La frustración de la voluntad le había
enseñado a ver la fuerza que había en ella. Ningún imperativo social o ético
podía igualársele. Ni siquiera el hambre era capaz de contenerla. Cuanto menos
tenía, más absoluta era la necesidad de ser" (330).
Sin
embargo, la acracia sólo es posible cuando las necesidades básicas están
satisfechas:
«Era fácil compartir cuando había comida suficiente, o apenas la suficiente, para seguir viviendo. ¿Pero cuando no la había? Entonces entraba en juego la fuerza; la fuerza se convertía en derecho; en poder, y la herramienta del poder era la violencia, y su aliado más devoto, el ojo que no quiere ver» (257).
Tal
vez por eso... "Las mujeres embarazadas no tienen moral" (328).
En fin, una sugestiva y estimulante
ficción, demasiado real, pero notablemente esperanzadora, como la mejor
tradición de la literatura humanística.
En La ciudad de las ilusiones (1967), una de sus primeras novelas, uno de sus protagonistas piensa que
"la esperanza es más ligera y resistente que la confianza".
En efecto, durante las bonanzas, uno confía en la vida, pero en las malas épocas, uno sólo espera. La esencia de la fe y la esperanza es la misma: una relación indispensable de la mente con otras mentes, con el mundo y con el tiempo. Sin confianza, una vida no puede ser humana; sin esperanza, llega la muerte.
Cuando se mueren las relaciones y entran en crisis las relaciones personales, y las personas no se tocan, la emoción se atrofia en el vacío y la inteligencia se vuelve estéril y obsesiva. Entonces, no queda más relación que la del amo y el esclavo, el asesino y su víctima...
1 comentario:
Como te dije no me entusiasmó la novela que me propusiste "El asunto de Seggri", la ciencia ficción no es mi género. Pero esta recensión y los párrafos que propones me ha encantado, además de que Avatar me impresionó y gusta recordarla. Sobre todo después de las otras dos, la rusa y la otra escritora, que cada una en su estilo me parecieron que exageraban. Las propuestas estéticas y filosóficas de Ursula K Leguin me parecen más armónicas y equilibradas
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