En lugar del ensimismamiento en el que nos tienen los dirigentes hispanos elige que te elige, declara y contra declara sin hacer nada positivo ni eficiente a parte de suministrar titulares a la prensa, más nos valdría
preocuparnos por la realidad del mundo en que vivimos.
Palabras del sociólogo
Pierre Bourdieu en el año 2000 que considero son de plena actualidad:
LA MANO INVISIBLE DE LOS PODEROSOS
Tenemos una Europa de los bancos y de los banqueros, una
Europa de las empresas y de los patronos, una Europa de los cuerpos de policía
y de los policías, pronto tendremos una Europa de los ejércitos y de los
miltares, pero, aunque existe una Federación Europea de Sindicatos, no puede
decirse que la Europa de los sindicatos y de las asociaciones exista realmente;
asimismo, a pesar de los incontables coloquios en los que se diserta sobre
Europa y las innumerables instituciones académicas en las que se habla
académicamente de los problemas europeos, la Europa de los artistas, escritores
y pensadores existe sin duda mucho menos de lo que ha existido en otras épocas
del pasado.
Lo paradójico es que, a esta Europa que se construye en torno a los
poderes y a los poderosos, y que es tan poco europea no se la puede criticar
sin exponerse a ser confundido con las resistencias arcaicas de un nacionalismo
reaccionario y a contribuir así a hacerla aparecer como moderna si no progresista.
Hay que hacer existir lo que tiene de más europeo la
tradición europea, es decir, un movimiento social crítico, un movimiento de
crítica social, capaz de someter el trabajo de la construcción europea a una
contestación eficaz, es decir lo bastante fuerte intelectual y políticamente para
hacerse oír y producir efectos reales. Esta contestación crítica no tiende a
anular el proyecto europeo, sino al contrario, a radicalizarlo y a partir de
ahí, hacerlo más próximo a los ciudadanos y en particular a los mas jóvenes, a
esos a los que se les suele llamar despolitizados, cuando simplemente están
asqueados de la política que les ofrecen los políticos. Hay que devolver un
sentido a la política y para ello proponer proyectos de futuro capaces de dar un
sentido al mundo económico y social que ha conocido, a lo largo de los últimos
años inmensas transformaciones.
Recordamos que en los años 30 Bearle y Means describían la
llegada de los managers en detrimento
de los owners, los accionistas.
Actualmente se asiste a un retorno de los owners
pero que es solo aparente: no tienen más poder que en la época de la
tecnoestructura de Galbraith. De hecho, los amos de la economía ya no son
managers sometidos a la tiranía de los índices de beneficio, es decir los PDG
susceptibles de ser felicitados o despedidos, casi siempre con formidables
indemnizaciones, en función del examen trimestral del valor accionarial que han
obtenido o los ejecutivos que son pagados a corto plazo con el porcentaje de
los negocios que aportan y que siguen día a día las cotizaciones de la Bolsa,
de la que depende el valor de las stock
options. Pero tampoco son los owners,
es decir los pequeños titulares individuales de acciones como desearía la
mitología de la “democracia de los accionistas”.
De hecho son los gestores de las grandes instituciones
(fondos de pensiones, grandes compañías de seguros y sobre todo en EEUU, fondos
de inversión colectivos, Money market
funds o mutual funds los que
dominan hoy el campo del capital financiero en el que este capital financiero
es una baza y un arma (como también ciertas formas de capital cultural que
pueden movilizar con gran eficacia simbólica, los asesores especializados, los
analistas y las autoridades monetarias). Debido a este hecho poseen un
formidable poder de presión, tanto sobre las empresas como sobre los Estados.
Están en condiciones de imponer la obligación que se les impone a ellos de
obtener lo que Frédéric Lordon llama, haciendo referencia irónica al salario
mínimo, una renta accionarial mínima
garantizada del capital; presentes en los consejos de administración de las
empresas, están obligados por la lógica del sistema que dominan a imponerla
obtención de beneficios cada vez más altos (12, 15, y hasta 18% del capital
invertido) que las sociedades solo pueden alcanzar a fuerza de despidos.
Descargan así la obligación del beneficio a corto plazo, constituido en
finalidad práctica de todo el sistema, despreciando las consecuencia ecológicas
y sobre todo humanas, sobre los managers, que a su vez se ven impelidos a hacer
recaer la amenaza en los asalariados, sobre todo a través de los despidos. En
fin, como los dominantes en este juego están dominados por las reglas del juego
que dominan, la del beneficio este campo funciona como una máquina infernal sin
sujeto que impone su ley a los Estados y a las empresas.
En las empresas también es la obtención del beneficio a
corto plazo lo que rige todas las decisiones, sobre todo la política de contratación
sometida al imperativo de la flexibilidad y de movilidad ( con contratos a
corto plazo o temporales), la individualización de la relación salarial y la
ausencia de planificación a largo plazo, sobre todo en materia de mano de obra.
Con la amenaza constante de la reducción de personal, toda la vida de los
asalariados queda bajo el signo de la inseguridad y la incertidumbre. Si el
sistema anterior garantizaba la seguridad en el empleo y un nivel de
remuneración relativamente alto que, al alimentar la demanda, sostenía el
crecimiento y el beneficio, el nuevo modo de producción persigue el máximo
beneficio reduciendo la masa salarial mediante el recorte de salarios y los despidos,
con lo que el accionista sólo tiene que preocuparse de las cotizaciones en
Bolsa, de las que depende su renta nominal, y de la estabilidad de los precios,
que debe mantener la renta real al mismo nivel que la nominal. De esta forma se
ha instituido un régimen económico que es inseparable del régimen político, un
modo de producción que implica un modo de dominación basado en la institución
de la inseguridad, la dominación por la precariedad: un mercado financiero
desregulado favorece un mercado de trabajo desregulado, por tanto un trabajo precario
que impone a los trabajadores la sumisión.
Las empresas están gestionadas por una dirección racional
que utiliza el arma de la inseguridad para situar a los trabajadores en
situación de riesgo, de estrés, de tensión. A diferencia de la precariedad
tradicional de los servicios y de la construcción, la precariedad institucionalizada de las empresas del futuro se
convierte en principio de la organización del trabajo y en estilo de vida. Como
ha demostrado Giles Balbastre, algunas empresas de televenta o telemarketing,
cuyos asalariados tienen que telefonear a domicilio para vender los productos,
han creado un régimen que, desde el punto de vista de la productividad, del
control y de la vigilancia, de los horarios de trabajo y de la ausencia de
carrera, es un verdadero taylorismo de los servicios. A diferencia de los
obreros especializados del taylorismo, los asalariados suelen estar muy
cualificados. Pero el prototipo de la obrera especializada de la “nueva economía”
es sin duda, la cajera del supermercado,
convertida por la informatización del registro de los precios en una auténtica
trabajadora en cadena, cuyas cadencias están sometidas a minutaje,
cronometradas, controladas, y cuyo empleo del tiempo varía en función de las
variaciones del flujo de clientes: no tiene ni la vida ni el estilo de una
trabajadora de fábrica, pero ocupa una posición equivalente en la nueva
estructura.
A través de estas empresas que contribuyen a crear una
visión del mundo consumista y que no ofrecen ninguna seguridad a sus
asalariados, se anuncia una realidad económica que se acerca a la filosofía
social inherente a la teoría neoclásica: como si la filosofía instantaneísta,
individualista, ultrasubjetivista de la economía neoclásica hubiese encontrado
en la política neoliberal el medio de hacerse verdadera, creando las
condiciones de su propia verificación. Este sistema en inestabilidad crónica se
halla estructuralmente expuesto al riesgo, y no sólo porque la crisis, unida a
los vaivenes especulativos lo amenaza sin cesar como una espada de Damocles. Se
ve de pasada que, cuando exaltan la llegada de la sociedad del riesgo y recrean
en torno a ella el mito de la transformación de todos los asalariados en
pequeños empresarios dinámicos, Ulrich Beck y Anthony Giddens no hacen más que
constituir en normas de las prácticas de los dominados las reglas impuestas a
estos últimos por las necesidades de la economía, de las que los dominantes
saben perfectamente cómo salvarse.
Pero la consecuencia principal de este nuevo modo de
producción es la instauración de una economía dual. La dualidad de los
estatutos y de los salarios aumenta sin cesar: los empleos subalternos de
servicios, mal pagados, de escasa productividad, no cualificados o subcualificados
y sin posibilidad de promoción, en fin, los empleos
desechables de una sociedad de servidores se multiplican.
Según Jean Gadrey que cita una encuesta norteamericana de
los 30 jobs que van a crecer más, 17 no exigen ninguna cualificación y 8 exigen
una cualificación superior. En la otra punta del espacio social, los
ejecutivos, conocen una nueva forma de alienación. Ganan mucho dinero pero no
tienen tiempo para gastarlo. Agotados por el exceso de trabajo, estresados,
amenazados de despido y sin embargo entregados a la empresa en cuerpo y alma.
Por más que digan los profetas de la nueva economía donde
mejor se ve este dualismo es en los usos sociales de la informática. Los vates
de la nueva economía y de la visión Silicon Valley tienden a considerar los
cambios económicos y sociales que observamos como un efecto fatal de la
tecnología, cuando son el resultado de los usos sociales económica y
socialmente condicionados a que son sometidos. En realidad, contrariamente a la
ilusión de la novedad sin precedentes, las presiones estructurales inscritas en
el orden social, como la lógica de transmisión del capital cultural y escolar,
que es la condición del dominio real de las nuevas herramientas tanto técnicas
como financieras, siguen pesando en el presente y dando forma a lo inédito e
insólito.
El análisis estadístico de los usos y los usuarios de la
informática muestra que hay una brecha muy grande entre los interactores y los
intereactuados, y que está originada por la distribución desigual del capital
cultural y la transmisión familiar del capital. El usuario estándar de la
infromática es un hombre (año 2000), de menos de 35, con estudios superiores,
renta alta, urbano de habla inglesa. Y apenas hay nada en común entre los
virtuosos que pueden crear por sí mismos sus programas y los nuevos
trabajadores en cadena de la informática, como los operadores de telefonía que
hacen 3 turnos para mantener la hot line de los proveedores de acceso las 24 h
del día o los net surfistas que copian y pegan y que atomizados, aislados,
desprovistos de toda representación, están destinados a la rotación. Asimismo,
en el ámbito de los usos económicos y financieros, los que están conectados a
Internet y disponen de terminales o de software que les permiten comerciar y
efectuar operaciones bancarias a domicilio se oponen a los que están al margen
de esta red. Y el mito según el cual Internet debe cambiar las relaciones Norte
y Sur es brutalmente desmentido por los hechos: en 1997, el 20% más rico de la
población mundial representaba el 93,3% de los usuarios de Internet y el 20%
más pobre, el 0,2%. Lo inmaterial tanto a nivel de las naciones como de los
individuos, se basa en estructuras muy reales, como los sistemas de enseñanza o
los laboratorios, por no hablar de los bancos y las empresas.
En el seno de las sociedades más ricas, este dualismo se
apoya , en gran parte, en la distribución desigual del capital cultural, que,
además de seguir determinado significativamente por la división del trabajo,
constituye un instrumento muy importante de sociodicea. La clase
dirigente debe sin duda su extraordinaria arrogancia al hecho de que, al estar
dotada de un fuerte capital cultural, de origen escolar pero también no
escolar, se siente perfectamente justificada para existir tal como existe. El
título no sólo es un título de nobleza escolar, es percibido como una garantía
de inteligencia natural, de don. De
esta forma la nueva economía tiene todas las propiedades para aparecer como el
mejor de los mundos, en el sentido de Huxley: es global, y los que lo dominan
son internacionales, políglotas y policulturales (por oposición a los locales,
nacionales o provinciales); es inmaterial, produce y hace circular objetos
inmateriales, información, productos culturales. También puede aparecer como
una economía de la inteligencia, reservada a personas inteligentes.
La sociodicea adquiere aquí la forma de
un racismo de la inteligencia. Desde ahora, los pobres no son pobres, como en
el siglo XIX, porque son poco previsores, malgastadores, intemperantes, etc
sino porque son imbéciles, incapaces
intelectualmente, idiotas. En fin, solo tienen lo que se merecen escolarmente.
Algunos economistas, como Gary Becker, pueden encontrar en un neodarwinismo que
presenta la racionalidad postulada por la teoría económica como el producto de
la selección natural de los mejores, la justificación imparable del reino de “the
best and the brightest”. Y el círculo se cierra cuando la economía pide a las
matemáticas (convertidas en uno de los instrumentos principales de la selección
social) la justificación epistemocrática más indiscutible del orden establecido.
Las víctimas de un modo de dominación tan poderoso, que pueden apelar a un
principio de dominación y de legitimación tan universal como la racionalidad
(transmitido por el sistema escolar) se ven afectadas muy profundamente en su
propia imagen. Sin duda este sesgo nos permite establecer la relación a menudo
desapercibida o incomprendida, entre las políticas neoliberales y algunas
formas fascistoides de revuelta de los que, sintiéndose excluidos del acceso a
la inteligencia y a la modernidad, se refugian en lo nacional y el
nacionalismo.
En realidad si la visión neoliberal es difícil de combatir
es porque siendo conservadora se presenta como progresista y porque puede
achacar al conservadurismo, o sea al arcaísmo, todas las críticas y sobre todo
las que se oponen a la destrucción de las conquistas sociales del pasado. Por
eso los gobiernos que apelan a la socialdemocracia pueden meter en el mismo
saco, con la amalgama comunista-fascista- las críticas de los que les reprochan
haber renegado de su programa socialista y las de las víctimas de que hayan
renegado, que les reprochan lo que creen que es su socialismo.
El neoliberalismo tiende a destruir el Estado social, la
mano izquierda del Estado (del que es fácil demostrar que es el garante de los
intereses de los dominados, desprovistos cultural y económicamente, mujeres,
etnias estigmatizadas, etc). El caso más ejemplar es el de la sanidad que la
política neoliberal ataca por sus 2 extremos contribuyendo al incremento de
enfermos y enfermedades (a través de la correlación entre miseria, causas
estructurales, y enfermedad: alcoholismo, droga, delincuencia, accidentes
laborales, etc.) y reduciendo los recursos y la atención sanitaria.
En algunos países de Europa como Francia, presenciamos la
aparición de una nueva forma de trabajo social con funciones múltiples que
acompaña la reconversión colectiva al neoliberalismo: por una parte, emplear a
poseedores de títulos escolares desvalorizados, a menudo generosos y
militantes, haciéndoles formar a gente que ocupa una posición homóloga; por
otra parte, dormir-formar a los salidos de la escuela que nadie quiere proponiéndoles
una ficción de trabajo y convirtiéndoles en asalariados sin salario, en
empresarios sin empresa, en estudiantes prolongados sin esperanza de títulos ni
cualificación. Todas estas modalidades de formación social que estimulan una
especie de automistificación colectiva (sobre todo por lo borroso de la
frontera entre trabajo y no trabajo, entre estudio y trabajo…)y una creencia en
un universo de sucedáneos cuyo símbolo es la idea de “proyecto”, se basan en
una filosofía social caritativa y una sociología soft, que se cree comprensiva y que, deseando adoptar el punto de
vista de los sujetos que quiere poner en acción, está condenada a reproducir la
visión mistificada y mistificadora del trabajo social (en las antípodas de una
sociología rigurosa, destinada a aparecer, desde este punto de vista, como
determinista y pesimista porque habla
de las estructuras y sus efectos).
Frente a un modo de dominación tan complejo y refinado, en
el que el poder simbólico tiene un lugar tan importante, hay que inventar
nuevas formas de lucha. Dado el lugar particular de las ideas en este
dispositivo, los investigadores tienen un papel eminente que desempeñar. Para
ello deben contribuir a dar a la acción política nuevos fines, la demolición de
las creencias dominantes, y nuevos medios, armas técnicas, basadas en la
investigación y en el dominio de los trabajos científicos y armas simbólicas,
capaces de socavar las creencias comunes dando una forma sensible a las
adquisiciones de la investigación.
El movimiento social europeo que hay que crear tiene como
objetivo una utopía, es decir una Europa en la que todas las fuerzas sociales
críticas, hoy muy distintas y muy dispersas, estarían lo bastante integradas y
organizadas para ser una fuerza de movimiento crítico; y el propio movimiento
tiene algo de utópico, tan inmensos son los obstáculos, lingüísticos, técnicos,
económicos, para esta unión. La multiplicidad y la diversidad de los objetivos
que nosotros nos proponemos, son en realidad la primera y la principal
justificación de una tarea colectiva que pretende unificar e integrar, sin
anexionar ni monopolizar, trabajando para ayudar a los individuos y a las
organizaciones comprometidas en este terreno a superar los efectos de la
competencia. Se trata de proponer un conjunto coherente de propuestas
alternativas, elaboradas conjuntamente por investigadores y actores (evitando
toda clase de instrumentalización de los primeros por los segundos y viceversa)
y capaces de unificar el movimiento social superando las divisiones entre las
tradiciones nacionales y, dentro de cada nación, entre las categorías sociales
(trabajadores y parados especialmente), los sexos, las generaciones, los
orígenes étnicos (inmigrados y nacionales). Solo a costa del inmenso trabajo
colectivo que es necesario para coordinar las actividades críticas, a la vez,
teóricas y prácticas, de todos los movimientos sociales surgidos de la voluntad
de colmar las lagunas de la acción política despolitizante de la
socialdemocracia en el poder, podrán inventarse las estructuras de
investigación, de discusión y de movilización a varios niveles (internacional,
nacional y local) que inscribirán poco a poco en las cosas y en las mentes una
nueva manera de hacer política.
De Pierre Bourdieu en Contrafuegos
2, por un movimiento social europeo, Anagrama 2001
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