Intensa y con diversas polémicas fue nuestra sesión de
marzo. Yo había preparado mi lectura de Verdad
y método de Gadamer, siempre a la
búsqueda de lo griego en ese grueso y germánico volumen.
Empecé por las vivencias anteriores a la lectura.
Primero fue uno de los pocos autores contemporáneos en el
que tuvimos a bien profundizar en aquellos lejanos años de mi licenciatura.
Segundo, he escuchado en varias ocasiones a Emilio Lledó su
experiencia en el Aristóteleskreis
seminarios en casa de Gadamer en Heidelberg. Lledó aterrizó con su mujer en
esta ciudad, iba con todo el “pelo de la dehesa” que en aquellos tiempos
suponía el trasvase de la
España de los años 50 a cualquier otro país del norte. Y tuvo la
inmensa suerte de participar en aquellas reuniones de sabios donde se leía a
los griegos en el original sin traducciones traicioneras. Además de los griegos
también me parece que se ocupó en alguna medida de los emigrantes españoles, en
todavía peores condiciones que él para el trasvase España-Alemania.
Tercero encontré en you tube sus exposiciones de la historia
de la filosofía griega que me emocionaron e hicieron que envidiara la suerte de
Lledó en aquellos lejanos 50, participando tan de cerca de la fuente de su
saber.
Múltiples y diversos son los conceptos griegos de los que
Gadamer se ocupa y sobre todo útiles para una terapia antipositivista y
anticientificismo tanto de la filosofía como de la educación. Nos bañamos en un
ideal utilitarista de la educación: la educación para el trabajo, para el
futuro puesto de trabajo, para ganarse la vida. De acuerdo, pero la educación
ni se orienta sólo a ese aspecto ni ese aspecto en el nivel en el que nos
movemos es el principal.
Volvemos una vez más a la mímesis o representación teatral.
La representación teatral que puede estar mejor o peor hecha y que es capaz de
remover sentimientos profundos en la espectadora que soy transformándome,
porque ayuda a “sacar” la costra de asuntos sin importancia a los que otorgamos
un sitio central en cabeza y corazón cuando no lo merecen. La tragedia griega,
una obra de teatro, una representación operística, una buena película o la
película oportuna para determinado momento de mi vida son otras tantas
ocasiones de terapia si participo en ellas viendo y viviendo la acción.
Remozamos el viejo concepto de teoría que tan mala prensa
tiene. Theorein , theoros es el que
participa en una embajada festiva y por su presencia obtiene su inmunidad.
Theoria es asistir a lo que verdaderamente es, un padecer que nos saca de
nuestras casillas y nos puede llevar a olvidar los propios e interesados
objetivos.
El entusiasmo y delirio divinos del Fedro platónico sería el mejor ejemplo de lo que significó en
tiempos este vocablo griego y la mala fama de la palabra teoría es señal de los
destrozos del tiempo sobre el vocabulario original. Unido al hecho de estar por
encima de los propios intereses característico del delirio divino viene otro
concepto que perdió centralidad filosófica gracias al genio de Kant, el gusto.
El estilo, la clase, le charme no se
improvisan y no son asunto de clase social, de dinero, de aristocrática
procedencia. El buen gusto tan difícil de enseñar, se tiene o no se tiene, y
del que tanto sabía Baltasar Gracián que sin embargo no pasa por ser un
referente de los modistos y pasarelas internacionales de mayor renombre.
La verdad de la obra de arte que no es la verdad de la
ciencia también nos ocupó un buen rato. Hay verdad en ella cuando perdura y nos
sigue interpelando a pesar del paso de los años y los siglos. Volvemos al gozo
del reconocimiento en la representación, el encuentro con una misma es la mayor
alegría, cuando viéndola puedo exclamar. “¡esa soy yo!”. Por motivos evidentes
me pasó hace ya en el estreno de la película Camino de Javier Fesser, que tantos éxitos cosechó en los Goya.
El entusiasmado asiste a algo por entero y se olvida las
llaves en cualquier parte. Frente al arrebato entusiasmante tenemos nuestro
habitual chismorreo o cháchara, el revoloteo, la curiositas que ha alcanzado cotas increíbles gracias a Internet.
¿Quién no ha tenido nunca la experiencia de preguntarse alguna vez: “para que
me había yo conectado”? estamos a punto de “plegar” y nos damos cuenta de que
la tarea que nos habíamos propuesto se ha quedado sin hacer. Internet y el
aburrimiento, Internet y el abotargamiento existencial que nos lleva a ir de
flor en flor, de hipervínculo en hipervínculo, desorientándonos.
La representación bien hecha nos lleva más allá del actor
fulano o mengano, a su verdad y validez. Para mostrar algo hay que exagerar
encima de un escenario y esto se puede aplicar pefectamente a la clase en la
medida en que ésta tiene algo de drama escénico, de actuación, hay que destacar
lo que se quiere transmitir. Entonces cuando todo es redondo y va rodado, la
ordenación metafísica del ser válida para todos nos sale al encuentro. También
en una clase es posible, incluso en una clase con adolescentes. Es posible
tocar “la ordenación metafísica del ser”.
En cuanto a las lecciones de la ética de Aristóteles hay que
decir que Gadamer nos redescubre la critica del Estagirita a la vaciedad de la Idea del Bien platónica. No
se identifica excelencia o virtud con conocimiento. El conocimiento, las
excelencias del mismo van unidas a las demás excelencias del hombre. El
esfuerzo sustenta el valor ético del hombre, el esfuerzo que hace falta para el
mantenimiento del rumbo de la vida.
No es efectivo el Bien platónico, lo es más el análisis
aristotélico del pensamiento y reflexión necesarios para aplicar la generalidad
de la ley, “haz el bien evita el mal”, a una situación concreta.
No hay exactitud en ética. Dar un consejo moral es un
peliagudo asunto del que deberían abstenerse aquellos que ni con un dedo están
dispuestos a tocar con un dedo las cargas que van a poner en hombros ajenos.
Las diferencias entre saber moral y saber técnico siguen de
rabiosa actualidad:
El saber moral es un saberse, una vez adquirido no se
olvida, y da lugar a la
Experiencia con E mayúscula, porque es la acepción principal
de la palabra experiencia: la que cada ser humano va haciendo de la vida, lo
que vamos aprendiendo de todo lo que nos pasa.
Un saber moral que no es eterno, porque no hay nada eterno
bajo el sol, pero que sí es constante. Molestó a los contertulios aquella
afirmación gadameriana de que según Aristóteles el derecho natural es natural y
sin embargo cambia. Pero nada más lógico en su aparente paradoja dada la
condición histórica del ser humano que no puede estar viviendo de rentas
morales sino que en cada época y en cada nueva circunstancia se ve obligado a
dar respuesta a nuevos retos que nunca son los de sus mayores aunque lo
parezcan.
Así que efectivamente el estado justo es el estado justo y
es el mismo siempre, pero no de la misma manera que el fuego arde igual en
Atenas que en Persia. Aunque yo me pregunto ¿arde igual el fuego en Atenas que
en Persia? A lo mejor no está tan claro ni es tan fácil de responder. Lo justo
hoy en España no es lo justo de ayer en la Atenas de Pericles y seremos los españoles de hoy
los que hemos de decidir y juzgar sin esperar iluminaciones a la luz del
principio general si lo que vivimos y padecemos lo es.
Ver lo correcto por otra parte consiste en entender qué es
lo correcto, y a veces estamos ciegos por el impulso o la pasión. El fin es
fundamental en moral, salieron algunos asuntos sobre pretendidas rectas
doctrinas que no basta escuchar así enunciadas desde una especie de topos uranós platónico. Es preciso saber
quién lo dice, por qué y para qué, por ejemplo a raíz del ¡todavía! controvertido
tema del aborto que francamente, cansa ver defendido por instancias que
demuestran una gran preocupación por los embriones ajenos y ninguna por los bebés
robados o los niños abusados en esa misma instancia durante décadas. Y no está
nada mal ver el cuadro completo, en cuestiones de moral importa no sólo lo que
se dice sino también quién lo dice.
Por cierto que los Derechos humanos se funden en lo que se
funden, no salieron de pluma eclesiástica, sino más bien en contra de ella. Las
primeras cartas de Derechos proceden de finales del siglo XVIII en las
revoluciones americana y francesa. Esta última la Carta de Derechos del Hombre
y del Ciudadano fue entendida y recibida como un ataque a los Mandamientos de la Ley de Dios y esta
interpretación me consta que casi ha durado en la iglesia católica hasta los
tiempos de Juan Pablo II.
Personalmente y aunque su origen sea fruto de la historia y
no hayan caído del cielo ni sean una revelación hecha a Moisés, prefiero vivir
en un país en cuya constitución se alude y reconoce la carta de Derechos
Humanos de la ONU
a otro en el que no, por ejemplo ¿Arabia Saudí ha firmado dicha carta? En el
caso de las mujeres sabemos que el país deja mucho que desear a pesar de su
nivel económico elevado. Y otro por
cierto es que hemos de ser conscientes los ciudadanos españoles que nuestro
país no figuraba entre los estados firmantes de la Carta en el año de su aparición
1948, estábamos más en la onda nacionalcatólica y tridentina. Otra vez dando
pasos atrás en la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario