Estoy descubriendo la vida de mujeres españolas que en 1936 demostraron estar más avanzadas como mujeres y en mentalidad que la que esto escribe en 1996.
Si me gustó la vida de Trinidad Gallego la biografía de
Conchita Liaño Gil me ha enamorado por completo. ¿Cómo es posible que todas
estas historias de mujeres luchadoras que lo dieron todo por su país hayan
quedado arrumbadas y desconocidas?
Conchita Liaño era hija de Ricardo y Paquita dos jóvenes
veinteañeros de buena familia a quienes enviaron a París a dar a luz en 1916
para evitar el oprobio social. Ricardo procedía de familia aristocrática,
Paquita era hija de terrateniente manchego. Ricardo no paraba de inventar
proyectos y perseguir mujeres. Lo primero que hizo bien fue acabar con la
herencia de su mujer. Se fueron casi con lo puesto a Cuba. El hombre era
acróbata, periodista, hombre mosca, conferenciante. Después se instalaron en
Méjico donde vivieron yendo y viniendo a España hasta los diez años de Conchita
Liaño.
Conchita heredó de su padre las habilidades gimnásticas, una
gran capacidad para subirse a los árboles y otra para meterse en peleas con los
muchachos. Cuando la madre se hartó de que su marido se fuera con unas y con
otras y desapareciera temporalmente de casa decidió volverse a España con los
tres hijos. No tenía donde caerse muerta, sus hermanas le dieron la espalda.
Tuvo que buscar acomodo en Barcelona en casa de sus cuñadas.
Las tías de Conchita trabajaban en casa a escondidas.
Consideraban que trabajar era un desdoro para personas de su posición ¡unas
Liaño! La madre de Conchita no hacía tantos ascos a la obligación de ganarse el
pan, y en la Barcelona
de los años 20 no faltaban oportunidades. Conchita acostumbrada en Méjico a
jugar todo el día en la calle se vió encerrada en casa, obligaciones de la
alcurnia.
En una ocasión para hacer rabiar a su tía inventó embadurnar el techo de una
habitación de aceite, se le ocurrió que la tía no pensaría que había sido ella.
Conchita se ganó unos buenos azotes.
Las tías no paraban de echar en cara a su cuñada la
deshonestidad de haberse embarazado antes del matrimonio. Un día Paquita se
hartó, hubo bronca y madre con 3 hijos acabaron en la calle.
A todo esto Ricardo regresó de América con otra mujer e hijo
y se fue a vivir con sus hermanas. Se hizo cargo de la educación de Conchita y
a pesar de ser un revolucionario la metió interna en el colegio de monjas
salesianas. La madre mientras vivía realquilada y se ganaba la vida cosiendo.
Conchita no conocía los límites, era de una actividad irrefrenable, si veía a
alguien por la calle y le entraban ganas de saber quién era la persona y adónde
iba no paraba en barras. Quería saberlo todo, verlo todo, estar en todas partes
a la vez.
Por las noches rezaba para que Dios la hiciera buena y se
desesperaba de las injusticias que veía y que Dios no las arreglara, cuando era
el todopoderoso. Su padre no la visitaba en el colegio, pero su madre iba cada
jueves, y la niña le entregaba sus poemas. También escribía poemas para los
peatones. Se encaramaba en el retrete, liaba una china en un papelito que
lanzaba al que pasaba. El paseante leía:
“¡Oh feliz mortal! Tú que paseas por las calles no sabes
apreciar el don de la libertad que tienes.”
Seguía trepando a los árboles y de estas y otras fechorías
había de acusarse en confesión.
Su padre que había montado un despacho de cartografía se
enamoró de otra despampanante mujer con la que se fue a vivir. La que había
traído de Méjico se volvió por donde había venido y la vida de Conchita entre
los 11 y los 14 fue un deambular entre la casa de sus tías, la de su padre con
su nueva adquisición y la de su madre. Pasó por otro internado laico y por el
liceo francés. Y se quedaba desconcertada cuando su tía Concha le explicaba que
no se había casado porque la mujer cuando se casa tiene que obedecer a su
marido y ella no estaba dispuesta a obedecer a nadie, y menos a un calzonazos.
Con su madre tenía cariño pero no seguridad económica, en el
colegio había orden pero no la querían, se peleaba con su tía y se llevaba mal
con la nueva mujer de su padre. El mundo era muy injusto, se rebelaba, no
entendía porqué su madre tenía que vivir en la probreza mientras los demás
vivían cómodos.
Paquita se echó un novio, Matías, y resultó que su esposa,
Josefina, apareció un día reclamando a su marido. Las dos mujeres se unieron y
dejaron a un lado al marido-novio. Paquita y Josefina se ganaban la vida
haciendo pijamas para alimentar cada una a su prole y al hombre de ambas que
seguía en la casa. Como no le hacían ni caso el Matías se lanzó a acosar a
Conchita que no se quejó porque ya tenía malas experiencias de no ser escuchada.
El acoso duró hasta que Josefina se enamoró de otro y puso a Matías en la
calle.
Con 15 años empezó a trabajar embobinando hilo para los
telares. Cuando iba al trabajo por lugares solitarios se ponía a gritar lo
desgraciada que era. El trabajo era duro y su vida también, tenía pesadillas
por las noches.
Era la
Barcelona de los años 20 agitada por atentados anarquistas y
pistoleros a sueldo de los empresarios. Una prima de Conchita no se cortaba el
pelo porque su marido no le dejaba, incomprensible. Otra vecina de la calle se
quedó embarazada, su madre le dijo que lo le hablara porque estaba deshonrada.
Conchita preguntó: ¿y el chico también deshonrado?
-No es lo mismo Conchita, que no te enteras.
No entendía el sometimiento de las mujeres. “¿No se darán
cuenta de que pueden decir no?” Conchita contra el mundo: contra la pobreza,
contra los privilegios de los hombres, contra la religión. “¿Por qué no habré
nacido hombre?” se preguntaba.
Frente a su casa vivían tres muchachos de las juventudes
libertarias. La invitaron al Ateneo del Clot. Se convirtió al anarquismo de la
noche a la mañana, en su familia era la rara y allí había un montón de gentes
que pensaban igual: adiós A Dios, adiós al capital, adiós a la opresión y a la
servidumbre. Viva la libertad, viva la anarquía, viva la clase obrera dueña de
su destino.
Cuando acababa el trabajo se iba a sus reuniones o al
teatro. Le encantaba García Lorca y la actriz de moda, Margarita Xirgu. La
madre estaba escandalizada de su hija. Un día que fue a oír a Federica Montseny
se encontró de bruces con su padre, él era ya un conocido escritor anarquista
que firmaba en los periódicos como Hermes. Se quedó encantado cuando vió que su
hija seguía sus mismos derroteros políticos.
En el verano de 1932 Conchita pasó un tiempo con sus primas
de Agramón, provincia de Albacete. Las primas la querían llevar a la iglesia y
ella les salió con que tenía un folleto “Las 12 pruebas de la inexistencia de
Dios”. Quiso predicar el anarquismo a los mozos del pueblo sin éxito. Tuvo que
rechazar una propuesta de matrimonio de un lugareño que llegó para emparentar
con el terrateniente Gil, su ilustre abuelo ya difunto. La familia del pueblo
quedó escandalizada de la corrupción que la ciudad había obrado en su prima.
En el Ateneo encontró a otra chica con la que conectó
enseguida, Soledad. Las dos necesitaban la libertad para vivir. Las dos
tuvieron sus primeras experiencias amorosas, engaños y desengaños en aquel
ambiente anarquista. Cayó en sus manos el “Decálogo para la felicidad de la
mujer” que se resumía en un solo mandamiento: obedecer y hacer la vida
agradable al marido. Otras experiencias de mujeres las convencieron de que
había que hacer algo para sacudir el yugo de la dominación machista. Los
compañeros de la CNT
no se lo pusieron nada fácil. Sabían que sus ideas no eran nuevas, ya desde la Revolución Francesa
hubo mujeres que lucharon para que la mitad de la humanidad accediera a la
ciudadanía.
La rusa Emma Goldman expresaba los argumentos como nadie, la
mujer necesitaba independencia económica pero también vencer el peso de la
tradición y la fuerza de la costumbre, de lo que siempre se ha hecho. A
principios de 1935 nació el Grupo Cultural Femenino eran una quincena de
jóvenes que tuvieron que pedir a un compañero de la CNT que les ayudara a negociar
el alquiler de un local. Empezaron a organizar conferencias sobre los derechos
de las mujeres con gran éxito de público.
Una de sus primera acciones fue organizar a las sirvientas
para que reclamaran sus derechos, se fueron a la salida de misa: “¡Organízate
defiende tus derechos!” Una catequista las amenazó: “Como volváis por aquí
llamó a la policía”.
Sabían que no era fácil: La república española se debatía
entre las revolucionarias como ellas y los rumores de golpe militar por parte
de la derecha más reaccionaria. Cuando llegó el 18 de julio de 1936 Conchita
salió de casa de su madre para no volver. Los anarquistas muy numerosos en
Barcelona consiguieron frenar el golpe, se repartieron armas y organizaron las
barricadas. Conchita con otras compañeras organizó la intendencia de los
revolucionarios haciendo y repartiendo bocadillos.
La revolución estaba en marcha, era la oportunidad de
demostrar que las propuestas libertarias no eran pura teoría. Aunque se supo
que Francia no apoyaría a la
República no se desanimaron. Había trabajo para todas, los
hombres se fueron al frente y las mujeres aprendieron a conducir el metro, los
tranvías. Se acabó la dependencia y la sumisión, ellas también podían ser
fresadoras y obreras en las fábricas y lo demostraron.
A finales de 1936 las Mujeres Libres de Madrid vinieron a
conocerlas. Nació así la Federación Local
de Mujeres Libres de Barcelona, entres sus propuestas patria potestad
compartida, derecho al aborto voluntario, libertad sexual, equiparación
salarial, derecho a los estudios superiores, a disponer de sus bienes…Conchita
se dedicó a expandir Mujeres Libres por todas las comarcas catalanas. Con su
máquina de escribir iba de pueblo en pueblo, discutiendo las tareas, poniendo
en pie la organización, abriendo escuelas de mujeres.
Mujeres Libres no quiso unirse a la organización de las
mujeres comunistas llamada Agrupación de Mujeres Antifascistas. Las anarquistas
no estaban a las órdenes de nadie, y menos de Moscú. Su lucha no era sólo
contra el fascismo, ellas querían una sociedad nueva.
En el barrio de Sants crearon un instituto nocturno de
mujeres, en Bonanova una granja escuela. A lo largo de 1937 impartieron cursos
profesionales en todos los lugares de trabajo para enseñar metalurgia,
aviación, ferrocarril, construcción.
Aunque tenía un amor, Arquímedes Gallego, que se fue al
frente, estaban tan concentradas en la nueva situación revolucionaria que los
aspectos sentimentales pasaban a un segundo plano. Estaban cambiando la
sociedad. Tan emocionada y entusiasmada vivía que los bombardeos no le suponían
trastorno alguno. Hasta 20.000 mujeres llegaron a formar parte en toda España
de Mujeres Libres.
Otro asunto pendiente de Conchita era liberar a las chicas
que vivían de la prostitución en el barrio chino. Se fue a pegar carteles, las
chicas la rodeaban pero no entendían bien sus propósitos. Hizo también
propaganda para que los anarquistas no usaran de las prostitutas. En plena
guerra fue una batalla por la dignidad de la mujer casi perdida por anticipado.
El padre de Conchita que vivía en Argentina se trasladó a
Barcelona cuando se enteró del golpe militar. Fue a ejercer el periodismo y le
salió cara la osadía, perdió la vida en el frente de Aragón, cerca de Huesca.
Fue la primera muerte en la vida de Conchita Liaño. No quiso vengarse del
chófer que iba con él salvó la vida,
aunque le dieron la oportunidad Conchita creyó su versión y le perdonó.
En plena guerra se quedó embarazada de Arquis Gallego. Quiso
abortar pero aunque la ley estaba aprobada los médicos se resistían a practicar
abortos. Tuvo su bebé en medio de una de
las reuniones de Mujeres Libres. La madre de Arquis se empeñó en ocuparse del
crío aunque vivía en una casa húmeda y sin condiciones. El niño atrapó una
bronquitis y aunque Conchita hizo todo lo que pudo, Andresito murió en sus brazos.
La segunda muerte que la guerra había traído a su vida.
La tercera fue la de Alfredo, otro compañero anarquista al
que conocía desde hacía mucho tiempo y del que siempre estuvo medio enamorada.
Murió en 1937 cuando anarquistas y comunistas se enfrentaron por el control de la Telefónica.
A finales de 1938 empezaron a plantearse la huida de
Barcelona. Las tropas de Franco se acercaban. Cuando se dio cuenta de que los
dirigentes anarquistas habían emprendido la huida, se fue a por su madre y sus
hermanos. La madre no quería marchar, pero Conchita sabía que por ser su
progenitora los fascistas no la respetarían. Cogieron lo indispensable y con
una carretilla salieron en dirección de Francia. A medio camino se dio cuenta
de que faltaba su amiga Soledad. Se volvió a Barcelona para buscarla.
En la frontera le sirvió que hablaba francés y tenía una
partida de nacimiento francesa. Agarró el bulto de revistas de Mujeres Libres y
unos francos que un primo suyo de París le había enviado. Con ese equipaje y dejando
atrás a sus familiares emprendió el camino de la capital francesa.
En París vivió indocumentada al principio en una habitación
de hotel. Tuvo noticias de su Arquis, que prefería irse a América. Pensó que la
relación se había acabado. Consiguió trabajo en ultramarinos de un ruso ex
comunista que se enamoró de ella y la invitaba a sus comidas de domingo entre
rusos. Vivía con lo puesto y con el temor de no andar mucho por la calle para
que la policía no le reclamara unos papeles que no tenía.
Terrible fue cuando se enteraron de la declaración de guerra
el 3 de septiembre de 1939. Los nazis avanzaban hacia Francia mientras de
España sólo llegaban malas noticias: Franco llenaba las cárceles y los campos
de concentración. En mayo de 1940 los alemanes ya estaban casi a las puertas de
Francia. Otra vez se imponía la huida. Se despidió del ruso Nikonov. Con su
amiga Soledad se instaló en Burdeos. Allí fue a parar Arquis que no había
podido embarcar para América. Conchita consiguió empleo en un taller textil con
el que pudo alimentar al pequeño grupo de españoles huidos de Franco que vivía
con ella.
Mientras el ejército germano desfiló por las calles de
Burdeos. Discutían si sería mejor marchar a la Francia libre, a Toulouse.
Conchita ayudaba a la resistencia y a todos los españoles de paso por la
ciudad. Por ejemplo un tal Ochoa que se había librado del pelotón de
fusilamiento franquista gracias a las influencias de su novia bilbaína. Había
salido de España clandestinamente. Fue otro medio amor de Conchita que no se
realizó del todo porque había una novia esperando al otro lado de la frontera.
Conchita y sus amigas cosían ropa para los soldados
alemanes. La cambiaron de sección. Tenía que limpiar los cascos de los soldados
muertos. Pasaba la jornada llorando por todos aquellos muertos y con la certeza
de que el caso iría a parar a otra cabeza carne de cañón. Todas las lágrimas
que no había tenido tiempo de derramar por la trepidación de la huida cayeron
en aquellos días. Todo el lloro por enamorarse siempre de hombres con los que
tenía la certeza no iba a poder compartir la vida o que eran incapaces de
quererla.
Acumulaba angustia y la idea de morirse la asediaba. La vida
era un cataclismo total. Su madre había vuelto a España, Ochoa se había ido a
un hospital cerca de la frontera pagado por la familia que le enviaba dinero.
Decidió morirse, se tomó dos frascos de barbitúricos pero su amiga Felisa llegó
a tiempo de llevarla al hospital.
La única salida que se le ocurrió para encontrar un sentido
a su vida fue quedarse embarazada. Y embarazada como estaba se fue a París a un
encargo de la resistencia. Pasó un momento difícil en el tren pero cumplió su
misión. En noviembre de 1942 nació su hijita Moncha y Arquis le dio su
apellido.
Recibieron la visita de la policía pero no encontraron los
papeles, los dejaron en paz. Empezó a ganarse la vida con el contrabando de
tejidos y de piedras de mechero.
El 26 de agosto de 1944 fue la liberación de París. Hubiera
querido volver a España, pero ¿qué vida le esperaba en Barcelona? Su madre la
disuadía, era peligroso. Se inscribió en un curso de peluquería, iba de casa en
casa peinando primero en Burdeos y después en París. Organizó la salida de su
madre y hermanos de España, pero todo se fue al agua. Entonces pensó en entrar
ella en el país y sacarlos.
En junio de 1947 llegó a Barcelona. Ese mes Evita Perón era
despedida por Franco en Barcelona, la policía hizo redada y la detuvieron.
Durante 6 días la mantuvieron despierta, la asediaron con
interrogatorios ¿qué hacía ella en Barcelona? Repitió siempre lo mismo, sólo
había venido a buscar a su madre, aunque pusieron sobre la mesa una vara no la
llegaron a golpear. Sí le enseñaron los cuerpos de torturados hechos un
guiñapo. Querían conocer sus contactos de la CNT.
La pusieron en la calle a las 48 horas después de una semana
de interrogatorio y presión.
Al salir se topó con una procesión, todos los barceloneses se
arrodillaron ante el Santísimo. No podía creerlo, aquella era la multitud que
había aplaudido la revolución y la República.
Salió corriendo y se metió en un portal. La siguieron. Dos
sujetos entraron y le hicieron preguntas: -¿Por qué no te has arrodillado?
-no soy creyente y no tengo por qué arrodillarme, no he
querido ofender a esas personas.
La dejaron sola en aquel portal de la
Gran Vía.
Era preciso organizar la huida clandestina de nuevo. Esta
vez se fueron por San Sebastián. De noche cuando iban a cruzar el río
fronterizo la policía los descubrió. Conchita tuvo que volver sobres sus paso
para rescatar a un par de compañeras que se habían caído por un terraplén. Bajo
los disparos en la oscuridad de la guardia civil lograron atravesar la
frontera. Una vez más se había salvado, porque el guía sólo se convenció de su
honestidad cuando la vio salvar a las otras dos.
Al final Conchita decidió que se iría a Venezuela con su
hija. Llegó allí en 1948 y se instaló en una pequeña habitación. Primero cosía
luego fue encargada de mantenimiento en una empresa aérea, más tarde ama de
llaves, luego trabajó en una imprenta y después montó una peluquería. Le
sobraron propuestas de matrimonio, pero no quiso construir su propio progreso
económico como muchos otros españoles.
Conchita Liaño, libertaria siempre, siguió preocupada por
enseñar a leer a las criadas, por despertar el interés por la literatura y la
historia a cuantos se cruzaban con ella. Le faltaba tiempo para descansar y con
sobrevivir tenía bastante. Detestaba los círculos exclusivos en los que se
reunían los europeos, no quiso mezclarse con ellos.
Conoció a un exiliado polaco con el que compartió su vida
hasta 2002 año de su muerte, Conchita lo cuidó durante los últimos diez años en
los que estuvo enfermo.
Conchita escribió cientos de páginas con sus peripecias,
escribió hermosos poemas, mantuvo contacto epistolar con todos sus amigos de
las juventudes libertarias, esas cartas la han alimentado durante décadas. A su
madre la volvió a ver en solo dos ocasiones, la última en 1973 poco antes de su
muerte. En 2005 todavía vivía en Caracas con una modesta pensión que recibía desde
España.
Seguía siendo una mujer llena de energía, alegre de haberse
jugado la vida por lograr un mundo mejor, por poco que durara. Una ancianita
que disfrutaba viendo a las mujeres en los más variado oficios, como pionera
que fue de la causa feminista.
“Creímos que era posible la utopía y casi lo logramos. Ahora
sentada como estoy sobre mi tumba me siento regalada por la vida. Ahora sé que
nos derrotaron pero no nos vencieron. La luz de nuestra fuerza y de nuestra
razón sigue encendida en manos de quienes no se conforman y continúan luchando
contra la tiranía de los poderosos.
Sólo el olvido será nuestra derrota.”
Conchita, donde estés, que sepas que es imposible olvidarte
una vez que se ha conocido una vida tan maravillosa, tan llena de ideales y tan
trabajada como la tuya. Por supuesto que no te vamos a olvidar.
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