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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

lunes, 17 de noviembre de 2025

CONFERENCIA DEL DR. VILLACAÑAS




La carrera de José Luis Villacañas Berlanga como profesor y escritor honra a Úbeda, su ciudad natal. Por eso, cada vez que regresa a los Cerros, sus paisanos le imponemos la gabela de una conferencia o una clase magistral, por las que no cobra ni un euro. Los días seis y siete de noviembre del 2025, a estos dos tributos (con tales amigos ya no se necesitan enemigos), el catedrático de la Complutense añadió la presentación de su último libro. José Luis entrega generosamente lo que le sobra: ilustración y buenas maneras, inspiración y sugestiones para vivir bien, si no como Dios manda, sí como la Razón obliga (eso si Dios y la Razón no son lo mismo como propuso el evangelista de la luz).

Acudí con gusto a la lección que impartió, a medio día, en el salón de actos del Instituto San Juan de la Cruz, bajo la supervisión del profesor Balbino Quesada Talavera y presentado por la compañera y Jefa del departamento de filosofía, Amelia Fernández. Acudí invitado por mi amiga Amelia, miembro que fue y es, como Balbino, de esta Quinta del Mochuelo en la que hemos podido contar con la participación del profesor Villacañas en otras ocasiones.

Los profesores Amelia Fdez, J. L. Villacañas y Balbino Quesada,
director del IES San Juan de la Cruz


De pie, como un torero en el centro del ruedo, o en el pasillo del salón, José Luis supo crearse un silencio circunspecto y granjearse la atención de un público muy joven, el de segundo de bachillerato. Un silencio casi litúrgico. Comenzó su disertación afirmando que la Filosofía no se ocupa de lo inmediatamente útil  porque, precisamente, se ocupa de lo importante, de lo verdaderamente más valioso (o de lo que vale por verdadero), y para ocuparse de ella hay que sentirse importante y libre. Recordó con nostalgia los tiempos en que ocupaba como alumno los asientos que hoy ocupan los oyentes y cómo el centro San Juan de la Cruz le hizo sentirse importante: cantera de sueños, repertorio de posibilidades.

Para empezar, lo valioso es hacerse justicia a uno mismo, lo cual entraña autoconciencia... Y eso es precisamente lo más difícil: autoconocerse. Ese era el primer mandamiento, lo que mandaba el oráculo de Delfos, su imperativo apolíneo: Conócete a ti mismo. Sócrates lo adoptó como máxima de excelencia. Por desgracia, solemos estar muy mal preparados para conocer nuestra realidad. Y esta suele estar marcada por un proceso de comunicación social impuesto en los Mass-media por publicistas y propagandistas. Y no obstante, hacernos justicia a nosotros mismos es urgente, porque si no lo hacemos, si no nos hacemos dignos de un porvenir mejorable, no podremos impedir que nos traten como cosas y que nos hagan objeto de injusticia o que nos pisen como gusarapos.

El autoconocimiento que propone el doctor Villacañas no tiene nada que ver con el narcisismo del onfalócrata que se aburre mirándose el ombligo y aspira a que este mande, quejándose de incomprendido y exigiendo que lo quieran sin ser capaz él mismo de amar o cuidarse de nadie, sin saber hacer lo más hermoso, que es precisamente amar y ser amado con ello.

Por eso --digo yo-- tendríamos también que recordar el segundo mandamiento del Oráculo délfico: "Todo con medida", incluso imponernos tasa en lo del autoconocimiento. Así el segundo mandamiento pondría límite al primero y el primero al segundo. Cada cual ha de descubrir su medida conociéndose; atender a uno mismo sin descuidar el cuidado del otro, ingresar voluntariamente en el famoso "Cuidatoriado" o "Sociedad del cuidado" (cfr. los dictámenes de María Angeles Durán al respecto) que durante siglos hubimos relegado o descargado en las mujeres y, muchas veces, no sólo sin retribución sino sin siquiera el debido agradecimiento. (Añadiré de mi cuenta que Ferlosio relativizaba el mandamiento délfico del autoconocimiento en uno de sus ingeniosos "pecios" que parafraseo de memoria: "-- ¡Conocerme a mí mismo! ¡Bah!, si apenas tengo tiempo para conocer a los demás, que son tan interesantes...).

Y es que somos nada sin la palabra de los otros y sin saber dirigir la palabra a otros. Vivir para nosotros es convivir y por tanto existir en comunicación. Y no es "moco de pavo" saber escuchar y saber relatar, expresarse, explicarse, porque también hay que saber controlar lo que decimos y eso es --como dijo José Luis- muy complicado, porque implica decir No a lo primero que se nos ocurra. La filosofía es reflexión. Y quien reflexiona, no lo dudemos, se equivoca menos cuando actúa.

Autoconocerse, sí, valorarse, ¿no nos enseñó Aristóteles que la amistad (philía) tiene por fondo la autoestima (philoautía)?; autoconocerse, vale, darse importancia, pero reconociendo nuestras limitaciones y para automejorarse, pues siempre somos y seremos un proyecto inacabado e incompleto, seres menesterosos, peregrinos o --recordemos a Ortega-- ¡náufragos!... La naturaleza --"madrastra", la llamaba Kant, autor al que tan bien conoce Villacañas-- nos es insuficiente, podríamos decir que, como caracteres (ethos, que son otra cosa que temperamentos heredados), y como personas civiles, nos constituimos "sobre-naturales", y, además, queremos ser más de lo que somos y morir insatisfechos como el Sócrates de la leyenda, porque no hemos terminado de aprender a tocar la flauta.

A este respecto --dijo Villacañas--, Nietzsche nos enseñó la falta de satisfacción con nosotros mismos, ese instinto de superación es algo más que un instinto de supervivencia o un conatus espinocista, y exige una distancia, distancia que facilita la praxis comunicativa, porque el exceso de confianza da asco, como ese tuteo plebeyo que se ha impuesto por doquier, porque el ser a través de los otros nos es imprescindible cuando dejamos que el otro reaccione libre ante nosotros, dando y recibiendo confianza (clave de toda amistad), para formar otra placenta distinta de aquella que nos sirvió de lecho y escudo en el vientre materno, esas "burbujas, esferas o espumas de inmunidad" que, como "invernaderos", nos protegen de la miseria, la enfermedad y la muerte en la "modernidad tardía" (por usar la terminología de Sloterdijk), a nosotros, seres biológicamente infradotados, según ya nos describió Protágoras en el diálogo platónico del mismo nombre..

Si vamos de lo particular a lo general, clave de la "formación del espíritu" según la pedagogia hegeliana, de acuerdo con una educación ideal y en los ideales de verdad, belleza y justicia, hemos de conformar y exigir para nuestro bien-estar y bien-ser la formación de instituciones justas, es decir, de mundos sociales que nos hagan la justicia que merecemos, dándonos importancia, instituciones justas que no reconozcan privilegios ni impunidades, mucho menos de los poderosos.
El profesor Villacañas en un momento de su disertación

Debemos tener en cuenta que vivir con dignidad no es natural, sino un efecto del ejercicio de nuestra libertad y una consecuencia de la responsabilidad de los demás. Somos importantes porque somos libres y dejamos ser libres a otros. Y conviene que recordemos también que somos relativamente libres gracias a sacrificios ingentes anteriores, esfuerzos de gentes que nos han precedido, hasta consolidar una democracia, perfectible, pero que implica la responsabilidad y el compromiso de exigir y facilitar una libertad igual para todos, una libertad sujeta a derecho, ese invento grecorromano del "Estado de derecho" en el que todo el mundo responde y es igual ante la ley ('dura lex, sed lex').

Si no nos damos la importancia de luchar por una vida digna, aquellos que dirigen el mundo podrán instalar en nosotros las verdades de sus máquinas y sólo pensaremos en consignas en lugar de sopesar con prudencia ideas: seremos sumisos productores-consumidores. Tal desgraciada situación sería el fin de la filosofía como libre pensar crítico, o su decadencia y corrupción en ideología sectaria.

***

A la pregunta de qué autores habían influido más en su pensamiento, José Luis Villacañas señaló a Kant como filósofo normativo y a Max Weber como pensador de la realidad social...

José Luis Villacañas Berlanga nació en Úbeda en 1955. En la actualidad, además de catedrático de la Universidad Complutense, es director de la Biblioteca Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico. Se doctoró con la tesis Realismo empírico e idealismo trascendental en la filosofía teórica de Kant. Los niveles de su uso y de justificación, bajo la dirección de Fernando Montero Moliner

Extraordinario trabajador e incansable escritor, su dilatada obra, no sólo como ensayista e historiador, sino también como traductor, novelista y poeta, puede verse en su ficha de la Wikipedia.​


viernes, 16 de mayo de 2025

TERTULIA DE LOS LEÍDOS

 


La invitación presumía la presentación de dos libros, pero uno, El diálogo de los atrabiliarios, todavía no había salido del horno, yo lo había leído a prisa y corriendo para el acto en pdf, así que opté por presentar al autor, su obra, que tiene cierta unidad, tal vez apuntalada por una o varias obsesiones, ¿no asociaba Freud la filosofía a la neurosis obsesiva? ¡Bendita neurosis! Fran reconoce su tendencia a devenir filósofo-erizo, según la metáfora de Isaiah Berlin que recrea una antigua alegoría griega: "El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa". Yo diría que por lo menos, y a pesar de su ironía y modestia socráticas, Francisco J. Fernández sabe varias cosas, hasta bastantes, que intenta enseñar desbravando adolescentes, como otros hemos ensayado. 

miércoles, 12 de marzo de 2025

HUMANIDADES


Sonata para piano n. 32, op. 111 de Beethoven, una de las piezas musicales de las que se habla en la novela Doktor Faustus de Thomas Mann (1947). Según la correspondencia de Thomas Mann con Adorno, el escritor y el filósofo están de acuerdo en que en esta obra se materializa la ruptura con la  búsqueda de Dios a través de la música, propia de todas las composiciones anteriores. La música se aleja del gusto popular y en lugar de elevarse a lo divino, profundiza en las entrañas del hombre.

viernes, 14 de febrero de 2025

NOVELA E HISTORIA

 

EL FUTURO DE LA HISTORIA

 

Damos mucha importancia a la revolución científica y se nos olvida que igual de relevante fue la “aparición de la conciencia histórica” en el siglo XVIII. Es una de las múltiples enseñanzas sobre la historia que se pueden extraer de El futuro de la historia (2011), libro de John Lukacs. Nacido en Hungría en 1924, es experto en las dos guerras mundiales y se considera a sí mismo profesor de historia en una pequeña universidad estadounidense de provincias, además de escritor. 

sábado, 25 de mayo de 2024

FILOSOFÍA DE LA FILOLOGÍA

 



"Sus vástagos [los de la escritura] están ante nosotros como si tuvieran vida;
pero, si se les pregunta algo, responden con el más altivo de los silencios" 
Platón, Fedro 275d.

La Asociación Adaluza de Filosofía (AAFi) viene organizando un encuentro mensual online para presentar libros de nuestra incumbencia moral. Coordina con buen humor el presidente Rafael Guadiola, que el tiempo lo conserve muchos años. El 17 del florido mes de mayo fue Pedro Redondo Reyes, profesor de Filología Griega de la Universidad de Murcia, quien comentó y explicó las intenciones de su original libro Minima Philologica (Universidad de Murcia, 2022) en el que busca, como describe en subtítulo, una/la fundamentación filosófica de la Filología Clásica; las que tuvo, si las hubiese, más que las que podría tener, si las encontrara.

Fue presentado Redondo por su amigo y vocal de la AAFi en Jaén: Francisco J. Fernández García, también escritor de mérito y pensamientos, quien ponderó la obra de Redondo como algo distinto de lo que viene vendiéndose como cursilería y repetición, espectáculo y entretenimiento. Niega Francisco que tenga el libro de Redondo la condición de "Tratado", que yo le atribuyo, pues carece de vocación docente. Puede ser. Desde luego, no es un libro para aclararse, sino más bien para aventurarse en sus meandros y afluentes, abismarse en sus sugestiones y perderse revolviendo a los clásicos con los modernos. Bueno, también podría decirse que el ensayo de Redondo trata de ordenar o de analizar el desorden de los "correctores de textos" (¡ay, estuve a punto de convertirme en uno de ellos!). Oye Redondo casi todas las voces (o las pocas que la guadaña de la historia nos ha legado), las voces escritas de las simas abismáticas en que resuenan ecos de grandes humanistas y poetas. "Mamotreto", "monstruo", engendro de un erudito con pasión razonadora sobre aquello que nos especifica como pasajeros de la república de la letras, tales epítetos le dedica a Minima Philologica, con cuidados cariñosos y atención prudente, Francisco J. Fernández en su presentación.

Lo que sea y haya sido la Filología en la historia de Occidente es algo tan complejo como diverso y expuesto, como las olas del Marenostrum, al vaivén de vientos y gravedades de lunas culturales y eclipses situacionales. Si, como vio Crisipo, toda palabra es ambigua por naturaleza, ¿cómo será la palabra que refiere a palabras, el hablar de lo que habla o quiere decir lo escrito sobreviviente? Ya vio Ortega el hecho incuestionable de cómo la palabra cumple su función enunciativa con coalescencia súbita con las cosas y seres en torno que no son verbales, "coalescencia" es esa propiedad maravillosa que el logos goza para unirse o fundirse con entornos imaginarios. Y además -y antes que Humboldt- Lorenzo Hervás y Panduro, el genial jesuita expulso, ya se percató de que en cada lengua está inscrita una manera peculiar de entender el mundo, de ahí la problematicidad de toda traducción, oficio y faena elemental del filólogo.

Pedro Redondo muestra la Filología como un epifenómeno de las gramáticas (gramática que informará la trinidad del Trivium con la dialéctica y la retórica, medios imprescindibles, más que fines, del saber) y, por tanto, las reflexiones de Redondo constituyen algo así como un discurso de tercer orden, una meta-filología, discurso sobre los discursos que han ensayado fijar o enmendar (emendatio) los sentidos -o el "auténtico sentido"- de los textos clásicos. Filología de la filología, no de los textos canónicos. El paradigma del filólogo como corrector de textos se ha impuesto frente al otro modelo que se anuncia al final del Protágoras platónico y que asume la interpretación a través de la memoria y de la oralidad, o frente al modelo alegórico. En opinión de Redondo, Aristóteles renuncia a estos dos últimos modelos y reduce el enigma a metáfora. Buen poeta es para Aristóteles sobre todo el mejor inventor de metáforas.

Parece que durante siglos la Filología estuvo empeñada sobre todo en la corrección y fijeza de los textos, pero que faenó sin teoría y sin método, jamás como episteme, sino como τέχνη: arte y técnica. Hoy se ha impuesto, para bien o para mal, el modelo positivista con románticos resabios de historicismo, historicismo que, según Pedro, fagocitó a Wilamowitz-Moellendorff, maestro, crítico del "filólogo" Nietzsche y censor del sofista bigotudo por hacer este de la sacra filología una hermenéutica trágica y blasfema. Pedro no quiere hacer historia de la Filología, aunque la use a discreción, haciéndose eco de las enseñanzas de los grandes desde Parménides ("padre de la opción convencionalista del lenguaje") hasta Ortega (crítico del recurso filosófico de la etimología) o hasta Wittgenstein, Quine, Martínez Marzoa, Ricoeur, Gadamer, los pragmatistas usamericanos, etc., también cita a su amigo y presentador Francisco J. Fernández... 

Dijo Pedro en la tertulia de la AAFi que no elaboró su libro para que resultara preferido por los filólogos ni por la Academia, sino más bien para dialogar, un diálogo a muchas voces, polímata, interdisciplinar, mestizo y, tal vez por ello, muy fecundo en sugerencias y escaso en dogmas, lo que es muy de agradecer. Este dialogar tiene a mi juicio enjundia socrática, aporética. De hecho el propio autor se atreve a ser crítico con su obra, la anota como quien se rasca una cicatriz o dispara contra sí, discute consigo mismo. Dice,  muy modestamente, que falló en la diana, pero que había que disparar... ¿Hasta la contradicción? No importa caer en contradicciones: "El hombre es el dueño de las contradicciones, éstas existen gracias a él y, por consiguiente, es más noble que ellas" (Thomas Mann. La Montaña Mágica, II, "Nieve").

Como la presentación puede escucharse íntegramente en Youtube, me limitaré aquí a reseñar sus principales asuntos y el original estilo de cascada en que está escrita Minima Philologica. Lo de "mínima" lo entiendo como lítote o atenuación retórica. Pedro Redondo se ocupa entre otros temas de la etimología, el significado, la metáfora (tal valorada poéticamente por Aristóteles), la alegoría, la analogía ("ese fenómeno incontrolable") del exemplum, la fabula, del enigma, del universal, de la relación entre filología e historia, del lugar de la Filología entre las Artes de Humanidad (que diría Guevara), del silencio de la escritura, del sentido de "lo clásico" ("lo antiguo pero perenne", según Plutarco) y de todas sus paradojas...

Lo hace en siete capítulos en los que cada 'lectio' -llamémosle así o, más modernos, "núcleos pregnantes"- es ampliada en "escolios" que a su vez son extendidos, fundamentados o discutidos en notas. Los escolios obran como satélites enfrentados dialéctica y eruditamente a la sucesión de tesis y a su vez son aquilatados o negados por las notas. El contenido se derrama así como una mancha de aceite abarcando diversos mundos semióticos. Los "escolios" de Redondo no son aforismos ni comentarios breves, sino ampliaciones problemáticas (en nuestro tiempo son famosos los escolios del filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila, admirados por E. Jünger y F. Savater). Los escolios de Minima Philologica plantean objeciones a la lectio, delatan contradicciones, exponen disputas teóricas.

En su "Apostilla a Minima Philologica" (Alfa, 39) Redondo expresa la concepción de su "ensayo" como un intento de aislar aquellos núcleos irrenunciables pregnantes del método, principios, axiología y demás que habían armado la Filología clásica desde sus orígenes alejandrinos. Recuerda que para Porfirio el significado de un texto es un sobreentendido (hypónoia). Reconoce la filiación de su trabajo con la obra crítica de Hamacher, Raimondi Dumbrecht y, más remotamente, con los escritos de F. Schlegel y de F. A. Wolf, patrón de Nietzsche. Sin embargo, el mayor impulso de Pedro Redondo -como admite- es la simple reivindicación de la Filología Clásica, cita en su homenaje la frase de Werner Jaeger: "estas páginas se dirigen... a todos aquellos que buscan en el contacto con lo griego la salvación". Me siento aludido por las palabras de semejante paideía formadora de espíritus, muy distinta de la instrucción empática y doctrinaria de consumidores y productores normópatas à la page.

Sería muy deseable por útil que la reedición de Minima Philologica incorporase un glosario de términos técnicos y un índice de temas tratados, pues sin duda sirve y vale como manual de referencia, aunque su propósito expreso no sea docente ni desde luego doctrinario, sino dialéctico. Digo "dialéctico" atribuyendo a este adjetivo los mejores y mayores sentidos que le atribuyeron las Escuelas Áticas Mayores: senda que eleva hacia la comprensión universal del bien y razonable argumentario de persuasión, verbi gratia.


viernes, 26 de abril de 2024

¿PANTALLAS DEL MALIGNO?




"Las pantallas del maligno,
que cuelgan ostentosas 
en todas las paredes del infierno, 
son espejos"

José Antonio de la Rubia. Evil Screens.


La mayoría de los profetas, visionarios e iluminados, que hemos disfrutado o padecido desde los tiempos del Antiguo Testamento avisaban o anunciaban el fin del mundo, o amenazaban con él si no hacíamos caso a sus "jeremiadas". La profesión de profeta no está registrada en nuestra modernidad o postmodernidad, pero contamos con numerosos delectantes e implementadores del viejo oficio... 

"Apocalípticos", llamó Umberto Eco a los que denunciaban los modernos Mass Media como causas de muchos o de todos nuestros males. A los Apocalípticos, que son legión, contraponía el genial semiólogo italiano los Integrados, más escasos, quienes aplauden las posibilidades sociales, interactivas y comunicativas de los nuevos medios de comunicación social.

miércoles, 24 de abril de 2024

ARTE DE HUMANIDAD de ANTONIO DE GUEVARA

 


Como dejó escrito el maestro Pedro Cerezo hacia 1991 (1), el ensayo se ha convertido hoy en "el estilo mental de la filosofía", su principal género literario frente al sistematismo tratadista que predominó durante gran parte de la modernidad. Tampoco es nuevo el espíritu abierto y problemático de los escritos filosóficos, muchos textos platónicos son aporéticos, dialógicos, dramáticos, no dogmáticos, y el mismísimo Aristóteles concibe su Ética como un saber práctico y problemático. Las lecciones del Estagirita, escuchadas al oído muchas de ellas (akusmáticas), luego registradas por escrito, no están cerradas en absolutos. A Nietzsche no le faltó razón -en este caso, en otros sí- para asociar el espíritu de sistema a la voluntad de poderío y de dominio, al intento de sometimiento de la realidad a plan y control. El sistema devalúa la fluencia inagotable de la actualidad, fija sub specie aeternitatis despreciando el devenir temporal, y neutraliza la crítica al proponerse como verdad definitiva y conclusa sobre el Todo. Dicha aspiracion y pretensión doctrinal puede resultar peligrosa. Da miedo, así cuando Hegel propone la existencia efectiva del espíritu como reconciliación histórica de lo universal y lo particular en el todo del Estado, es decir en el Estado totalitario. Contra Hegel llegó a sentenciar Adorno: "La verdad no es el todo", motivos tenía para protestar después del holocausto.

Tras los tratados escolásticos, las Summas teológicas y metafísicas, circunstancialidad, momentaneidad y fragmentarismo definen según Cerezo el estilo del ensayo como actitud experimental, que fue propio del pensar humanista del Renacimiento (también en Galileo, sujeto "ensayador", es decir, "experimentador"). Igualmente en los albores de nuestra Edad de Oro literaria, en la aurora y entreacto entre dos luces como dos sabidurías, emergió el ensayo como un género de exploración y aclaración, en busca de lo nuevo y durante la crisis y obscurecimiento de lo trasnochado. Frente al "gran relato" incontestable de pecado y redención, el microrrelato ejemplar. Frente a lo habitual, lo posible.

Bastante antes de que Montaigne popularizara el nombre de "ensayo" con sus Essais (1580), fue Antonio de Guevara (1480-1545) quien empleó la duda como ejercicio de vagabundeo espiritual, de peregrinaje mental, de juego verbal y de exploración intelectual, en sus Epístolas familiares sobre todo. En ellas la voluntad de verdad entra en simbiosis con el arte literario donde lo subjetivo se hace objetivo, mezclándose los tonos de la reflexión con los de la ficción en brillante contrapunto.

Sofisticado autógrafo de Fray Antonio de Guevara

Nació el ensayo gueveriano del género epistolar que principió cuando Petrarca encuentra en 1345 en la Biblioteca de la catedra de Verona las epístolas de Cicerón, pero serán las Epístolas familiares de Guevara las que abrirán el camino al ensayo por su variedad temática y su espontaneidad. El franciscano las hace imprimir en 1539 (primer parte) y en 1541 (segunda). La esfera de su influencia de radio europeo será inmensa. El eufuismo inglés proviene de la manierista y elaborada prosa cortesana del obispo español, cuyo Reloj de Príncipes (Valladolid 1529) fue traducido al inglés en 1557 por Thomas North. El "eufuismo" prosperó en Inglaterra hasta el siglo XVII. Abusa del símil, de la aliteración, de la antítesis, juega con las palabras, humoriza. Se puede describir como un conceptismo ornamentado y equivale al preciosismo francés o al marinismo italiano. El Proyecto de Filosofía en español (φñ) ofrece un artículo de José María de Cossío sobre "Fray Antonio de Guevara y el 'Euphuismo'".

Portada de la traducción inglesa de Reloj de Príncipes
por Thomas North, The Dial of Princes 1582

Ya en el siglo XV empezó a gestarse el ensayismo hispano con figuras como Alonso de Cartagena (Doctrinal de caballeros), Mosén Diego de Valera, Fernando de la Torre y Hernando del Pulgar, autor este que reclama, como había hecho Pico de la Mirandola (Conde de la Concordia) en su memorable manifiesto Oratio de hominis dignitate (1486) la igual dignidad de todos los hombres. Pulgar lo escribe en romance español, no en latín: 

"Habemos de creer que Dios hizo los hombres y no los linajes... a todos hizo nobles de nacimiento". 

Es indudable la influencia de Pulgar en Guevara, pero este le supera en riqueza y flexibilidad verbal. Está inventando el español ensayístico al incluirse autobiográficamente en sus escritos. En el prólogo de su Menosprecio de corte y alabanza de aldea (Valladolid 1539) confiesa que para conocer su doctrina hay que conocer su vida. Sus escritos son también su biografía, la epopeya de su carácter (êthos), de su segunda naturaleza espiritual y moral.

El género epistolar durante el siglo XVI florece y llama la atención a los grandes humanistas y filólogos, al cuidado de Erasmo y Luis Vives (1492-1540), aunque el humanista valenciano escribió toda su obra en latín y critica la facilidad con que se atribuyen falsas citas a los clásicos, tal vez aludiendo a Guevara. 

Las cartas de Fray Antonio superan en ornamentación a las del erasmista Alonso Valdés; "prosa ornamental" llama Asunción Rallo a las del obispo de Mondoñedo (2), pero hay semejanzas temáticas en ambos autores y parecida actitud moralizadora, armonista e irenista, ambos prefieren la lengua popular al latín (y eso que Valdés fue el latinista oficial de la corte imperial). Guevara gusta más de refranes que de latinajos. Los dos abogan por la brevedad, pero Guevara renuncia menos a la galanura de estilo y Valdés es todavía fiel a la autoridad de los clásicos, mientras que Guevara los usa libremente sin someterse a ellos:

 "Son tan varios los escritores en este arte de humanidad, que fuera de las letras divinas, no hay que afirmar ni que negar en ninguna de ellas". 

Así contesta al bachiller Pedro Rúa cuando este le reprocha el desenfado en tratar cuestiones históricas y en citar a las autoridades. Y es que Guevara no idolatra los textos clásicos, los recrea e implementa a su gusto y en situación, los aplica creadoramente a sus cuidados y preocupaciones. Sacrifica el rigor del filólogo o del historiador a sus inquietudes vitales y su potencia creativa. A Guevara le interesa más el espiritu del texto que su letra, más su eficacia educativa y su intención moralizadora que la verificación de los hechos del pasado, de ahí que no se preocupe ni por contradecirse ni por plagiar; procura, ante todo, como afirma muchas veces, mover a la concordia y al bien, porque las buenas palabras no valen de nada sin las obras honestas. 

Montaigne estuvo a punto de elegir la forma espistolar y da a lo que escribe el nombre de Essais asociándolo a un método más que a una categoría literaria. Para el francés como para Guevara escribir es ensayarse, ejercitarse en busca de una identidad para sí mismo. Guevara eligió la epístola seguramente atraído por las Ad familiares de Cicerón, pero también porque es la forma más libre y flexible de expresión que tenía a su alcance, el plural epíteto "familiares" alude al estilo, al modo cercano del diálogo con el lector, su destinatario, y más aún consigo mismo, en monólogo reflexivo (no tenemos constancia de que los Soliloqui de Marco Aurelio fuesen conocidos por Guevara, tal vez supo de ellos indirectamente).

En su ensayarse descubre Guevara la complejidad contradictoria de su carácter, la dicotomía constante entre arrogancia de prestidigitador de lengua escrita, y humildad de predicador franciscano; entre la picaresca y la religiosidad; la seriedad y el juego... Enfoque personal, cuidado de la expresión y contenido crítico son precisamente los tres caracteres que le permiten a Pilar Concejo deducir el verdadero espíritu ensayístico de las Epistolas de Guevara. 

La voz latina 'exagium' significó el acto de pesar algo, de pesar, sí, antes y más materialmente que lo de pensar, de ahí también el sentido más general de ponderar, examinar, valorar, juzgar (el ejercicio de sindéresis, que dirá Gracián). "Ensayo" y "ensayar" son palabras que ya aparecen en el poema Mio Cid, en el Libro de Alexandre, en el Libro del buen amor, en Fray Luis, en Lope de Vega... Ortega define el ensayo como "la ciencia menos la prueba explícita" (OO. CC., I, p 318). Guillermo de la Torre lo enfoca como "el arte más la intención reflexiva". A Guevara no le faltó ni ciencia (la de su época), ni reflexión, ni arte -concluye Pilar Concejo. Sin duda fue un maestro extraordinario e innovador de la palabra, tanto oral como escrita y un promotor de la reflexión personal, del 'sapere aude' avant la letre.

Como muchas veces Unamuno u Ortega, Guevara cita de memoria y, más allá, no evita barrar referencias ni perdona inventar autores con libertad camaleónica y hasta intención humorística, la de hacer gracia con sus nombres. Juega, como artista manierista, retorciendo la frase, usando lúdicamente palabras de sonido parecido pero significado diferente (paranomasias). "Discurre a lo libre" y a veces parece estar poseído, como los surrealistas, por una facundia ajena, por el genio inmaterial y colectivo del Lenguaje, el habla de las cortes, pero también el de plazas, plazuelas y tabernas públicas. Este discurrir libremente es tendencia muy española según Gracián. Cae en la digresión, cambia de tema con facilidad, vacila, muestra escepticismo. Piensa el fraile imperial que, al contrario que las sagradas escrituras, las "artes de humanidad" no están hechas para ser aceptadas o negadas sin reparos.

Osado en sus puntos de vista, escudriña en la historia o en los clásicos ciertos modelos que inciten a obrar bien: Trajano es modelo de emperador, Plutarco de consejero, Licurgo de legislador, David de pecador arrepentido. Lamenta la inflación de títulos en la España imperial, el triunfo de la vana apariencia y de la falsedad, sobre la verdad. No obstante, condena la vanidad cayendo en ella. Censura el linajudo orgullo y la codicia de fama mundana, pasiones que provocan contiendas interminables incluso entre maestros y filósofos: "disputas sobre quien sabe más y entiende más; lo cual todo proviene de lo poco que sabemos y de lo mucho que presumimos" (EE. FF. II, 2), lo cual no le impide buscar él mismo la gloria y un lugar preferente en el Elíseo mediante la pluma (el otro instrumento para ser laureado es, en su siglo, como el pacífico monje otrosí apunta, la espada, mediante la heroicidad militar, contra moriscos o turcos, antes que contra cristianos, preferentemente).

Pilar Concejo (3) testificaba cómo la crítica desde los años ochenta del siglo pasado presta especial atención, con todo motivo tanto histórico como literario o filosófico, a los escritos de Antonio de Guevara, "a la variedad y ameneidad de su charla". A fin de cuentas fue precursor en la modernidad de "el más serio, el más responsable de los géneros": el ensayo, según lo define Marañón. Agustín Redondo (4) destacó el importante papel de Guevara en la España del siglo XVI como "acteur et temoin de son temps". En efecto, Guevara trabajó seriamente como cronista de Carlos V, cargo que disfrutó desde 1526 hasta su muerte. Pilar Concejo recoge en su libro (3) los importantes trabajos críticos, valiosas monografías y eruditos artículos que se publicaron en los años setenta sobre el predicador imperial que inició en español el ensayismo moderno. 

Arranca el género del ensayo del moralismo didáctico, como paideía literaria o "estilización artística de lo didáctico" (Gómez de Baquero). Es disertación amena y no tratado severo y riguroso (aunque no excluye la metafísica como reflexión de segundo orden), alocución destinada al público alfabetizado de la "Galaxia Gutemberg", más que a la Academia, de tradición gnómica, ejemplarizante, y perlocución moralizadora. Américo Castro ya confirmó que Guevara anticipa el ensayo y la crónica periodística como antecedente de Feijoo, Larra, Cadalso... [Unamuno, Ortega, Ferlosio, Savater, Cerezo, Marina]... También Ramón Pérez de Ayala admitió que de Guevara "procede el género exclusivamente moderno del ensayo". Pilar A. Sanjuan consideró a Guevara precursor del género y "el mejor prosista anterior a Cervantes" en su obra El ensayo hispánico. Igualmente, Juan Marichal en La voluntad de estilo (1957). 

Esta voluntad de estilo (Stilwille) está relacionada con la búsqueda de una voz propia, con el afán de individualidad y diferencia, que juega eclécticamente con la recepción, aún muy parcial y confusa, de los clásicos: 

"Le interesa decir, pero decir bien. Movido por un patriotismo activo y reflexivo observa la realidad social y con libertad expresiva y espiritu crítico censura y ataca con ironía tipos, costumbres y profesiones..., consciente de que rompía moldes tradicionales y abría un surco literario nuevo" (Pilar Concejo, v. nota 3). 

Debemos resaltar su erasmismo y su condición de estoico y asceta, así como su actitud conciliadora con las minorías de moriscos y judíos (su madre y abuela paterna son tenidas por conversas). Cita con libertad a las autoridades, pero también inventa y colorea sus fuentes. El sentimiento de autoridad se quiebra en Guevara a favor de la conciencia de individualidad. Veremos luego parecido eclecticismo en Montaigne respecto al uso de las fuentes antiguas.

Que las Epístolas familiares no son simples cartas a corresponsales lo prueba el hecho de sus fechas desconcertantes y muchas veces inexactas. Según las que proporciona el autor cubren veintiseis años más o menos, desde 1511 (Valladolid) a 1537 (Roma). En los años de mayor actividad epistolar (1522-1524) Guevara era predicador real y cronista imperial. Ejerce como diplomático acompañando al emperador Carlos en sus viajes por Italia y África. Hay quien piensa que no son cartas, sino pura ficción literaria. René Costes sospechó de la dirigida por Guevara al Gran Capitán, que había fallecido veinticinco años antes de su publicación, y otros eruditos conjeturan que las dirigidas a Padilla y a Bravo, "un poco desvergonzadas", no fueron nunca dirigidas a estos caudillos Comuneros. María Rosa Lida creyó que Guevara no las pensó como cartas, sino como ejercicio literario, o sea -digo yo- ensayístico.

Fraile penitente y a la vez influyente y cortesano, Guevara observa la crisis abierta por la llegada de Carlos V en 1517 rodeado de consejeros flamencos y lamenta el levantamiento de las Comunidades de Castilla. Sermonea e ironiza, se desahoga muy personalmente y nos hace partícipes de su preocupación por España. No pretende convencer, sino sugerir; toma de los libros, pero no se ata a su letra. Se muestra pacifista, conciliador, criticando la inexperiencia de los de Flandes y la malicia, ambición y envidia de los Comuneros castellanos. Se queja de los peligros y sinsabores que ha sufrido en Segovia y Ávila "por procurar la paz del reino" (EE. FF., I, 48) y a causa de los secesionistas, mas no excluye la compasión cristiana y tras la victoria de Pavía intercede ante el emperador mendigando piedad a favor de los rebeldes.

A algunos críticos les ha molestado la efervescencia, exuberancia y arrogancia del Yo guevariano. Aun disfrazado de inquietud y falsa modestia, el influyente franciscano se ejercita en exaltar su ego. Se coloca en primer plano del cuadro y pinta a la corte como escuela de todos los vicios, circo en que los valores están invertidos, donde se juzga por las apariencias y todo se rige por la opinión ajena y se encanalla por las murmuraciones, lugar donde los hombres pierden más tiempo y donde peor lo emplean. Sólo él se alza como desengañador de los excesos de la corte imperial. Presume de mucho, de ser "largo de cuerpo, alto, seco y muy derecho" (EE. FF. I, 51), de letrado, de sufridor por el bien de la república, de obispo diligente (primero en Guadix y luego en Mondoñedo), de buen amigo... Pero también es capaz de afectar humildad -colmo de la vanidad- apelando a Jesús, al que tutea, para que le encamine al bien, "que, para decirte la verdad, como soy hijo de Lía la legañosa, tengo muy corta vista para verte" (II, 16). 

Ese Yo, Yo, tan incesante, "yo confieso", "yo me prescio", "de mí digo", etc., acentúa el tono confidencial, confesional de las cartas, justificado por su propósito de comunicar con el amigo, con el colega exiliado. Tengamos en cuenta que hablar de sí en el siglo XVI requería mucho valor. Los tratados de pedagogía y retórica lo desaconsejaban por considerarlo mayormente (aunque con alguna excepción) expresión de vanidad y orgullo. Fue Guevara el primer noble que paseó su yo solitario por la plaza pública, como dijo Juan Marichal, facilitando con ello el camino a Montaigne en favor de la libertad individual de pensamiento y credo, o descredo.

Fue natural que Guevara jugase en sus escritos con los contrastes y antítesis exhibiendo facetas jocosas y tan contradictorias de su rica personalidad, mientras luchaba por reconciliar Jerusalén con Atenas y con Roma, mientras ensayaba armonizar la sabiduría pagana con la caridad cristiana, los lujos de la corte con la pobreza franciscana, su gusto por la vida con el desprecio del mundo. Describe con detalle sus inestabilidades emocionales en un desahogo subjetivo e intelectual tan inédito como novedoso. Como quería Unamuno, Guevara piensa el sentimiento y siente el pensamiento al inventar el ensayo moderno.  

Notas

(1) Pedro Cerezo Galán, "El ensayo en la crisis de la modernidad", en Pensar en Occidente. El ensayo español hoy. Ministerio de cultura s/f. "Ensayo y sistema constituyen -concluye Cerezo su ensayo sobre el ensayo- el doble ritmo de diástole y sístole con que respira la filosofía".
(2) Asunción Rallo Grauss. Antonio de Guevara en su contexto renacentista, Madrid 1979.
(3) Pilar Concejo, Antonio de Guevara. Un ensayista del siglo XVI. Eds. de cultura hispánica, Madrid 1985.
(4) Agustín Redondo. Antonio de Guevara et L'Espagne de son temps (1976).

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