Colores de otoño, traducción en español
Ana Azanza
Se trata de un libro antiguo, publicado hace más de 140 años, del que observo muchos han sido los hispanohablantes que han entresacado historias y leyendas para sus blogs. Me refiero a “La rama dorada” de James G. Frazer, un clásico de la etnología antes de que se inventara como tal saber independiente. Probablemente sobrepasado a estas alturas en algunas explicaciones e intuiciones. En cualquier caso esta obra traza un impresionantes fresco de las creencias, prácticas mágicas y religiosas de todos los pueblos del mundo divididos en tribus, poblados, grupos étnicos variados que quizás ya hoy hayan desaparecido.
El título del libro hace referencia a un cuadro de Turner que representa el bosque de Nemi no lejos de Roma. Al norte de un pequeño lago, el Lacus Nemorensis, había un bosquecillo sagrado y un templo de Diana, bosque y lago denominados de Aricia.
La rama dorada de Turner
“Alrededor de cierto árbol de este bosque sagrado rondaba una figura siniestra todo el día…en la mano blandía una espada desnuda y vigilaba cautelosamente en torno, cuál si esperase a cada instante ser atacado por el enemigo. El vigilante era sacerdote y homicida a la vez, tarde o temprano habría de llegar quien le matara, para reemplazarle en el puesto sagrado. Tal era la regla del santuario….”
El personaje era sacerdote y rey, pero un rey que nunca descansó, año tras año tenía que velar, no podía permitirse el sueño pues arriesgaba su vida.”
El objetivo de Frazer es reunir evidencias de que en otros lugares costumbres semejantes al sacerdocio de Nemi. Mostrar que los motivos que llevaron a su establecimiento obraron quzás universalmente en la sociedad humana, produciendo instituciones distintas pero semejantes en los cuatro puntos cardinales del planeta y en diferentes épocas.
“Según la tradición el culto a Diana en Nemi fue instituido por Orestes, quien tras matar al rey Thoas en la actual península de Crimea, huyó a Italia con su hermana, llevándose la imagen de Diana Taúrica en un haz de leña….”
El rito que se practicaba en el templo de Diana Taúrica consistía en matar al extranjero que llegaba a sus pies. Transportada a Italia el rito se suavizó.
“En Nemi arraigaba cierto árbol del que no se podía romper ninguna rama, tan solo podía hacerlo un esclavo fugitivo. El éxito de su intento le daba derecho a luchar con el sacerdote, y si le mataba reinaba en su lugar con el título de Rey del Bosque. Según la opinión general, la rama fatal era la rama dorada que Eneas, aconsejado por la Sibila, arrancó antes de intentar su peligrosa jornada a la Mansión de los Muertos. Se decía que la huida del esclavo representaba la huida de Orestes y su combate con el sacerdote era una reminiscencia de los sacrificios humanos ofrendados a la Diana Taúrica.”
Parece ser que fue Calígula, el extravagante, quien acabó con el sacerdote de Nemi.
Del culto a Diana destaca Frazer elementos que son decisivos a lo largo de todo el libro porque aparecen en muchos pueblos antiguos.
De las ofrendas que se hacían a la diosa Diana se deduce que era cazadora y que bendecía a sus adoradores con descendencia, además de conceder parto feliz a las futuras madres.
El fuego jugaba su papel, pues en su fiesta celebrada el 13 de agosto, en pleno ferragosto, el bosquecillo se iluminaba con antorchas “cuyos rojizos resplandores se reflejaban en el lago” y en toda Italia ese día se santificaba con ritos sagrados en todos los hogares.
“Se han hallado en el lugar estatuillas de bronce que representan a la diosa con una antorcha en la mano derecha alzada y las mujeres escuchadas por Diana venían al santuario coronadas con guirnaldas y llevando antorchas encendidas en cumplimiento de sus votos.”
Hay lámparas de barro descubiertas en el sitio que quizás sirvieron a los pobres para venerar a Diana. Una analogía con la práctica católica de encender cirios en las iglesias.
El nombre de Vesta que se daba a Diana en Nemi señala que se mantenía un fuego sagrado, indicado por una plataforma circular hallada en el nordeste del templo, con restos de mosaico, parecido al templo de Vesta en el Foro romano.
“El fuego debió de ser cuidado aquí por vestales, pues se encontró una cabeza de barro cocido, representando la de una Vestal y el cutlo de un fuego perpetuo atendido por las doncellas sagradas parece haber sido frecuente en el Lacio. Además en el festival anual de la diosa adornaban con coronas a los perros de caza y los animales salvajes no eran molestados. La juventud pasaba por una ceremonia purificadora en su honor, traían vino y el festín consistía en un cabrito y tortas recién sacadas del fuego y puestas sobre un lecho de hojas y unas ramas de manzano cargadas de fruta”.
Ninguno de los elementos nombrados en el ritual es prescindible, a lo largo de estas ochocientas páginas encontramos similitudes, momentos litúrgicos de los distintos pueblos que se parecen a este culto a Diana. El fuego, el agua, los ritos de paso, la relación del hombre con los animales sagrados, las ofrendas, los sacrificios humanos a veces transformados en ceremonias teatrales no sangrientas pero que recuerdan que probablemente en épocas antiguas se derramó sangre.
Hay dos dioses más venerados en las cercanías de Nemi, Egeria, la ninfa de las aguas que brotan de unas rocas de basalto y caen en el lago, y Virbio, que según la leyenda es Hipólito, quien murió pisoteado por los caballos maldecido por Afrodita por haber desdeñado el amor de las mujeres. Según la leyenda fue Diana quien lo rescató, resucitó y tranformó en viejo, además de traerlo al bosque de Nemi, para que viviera desconocido y solitario bajo el nombre de Virbio.
Dice Frazer que el verdadero valor de estas narraciones es que sirven de ilustración, que fueron elaborados para explicar un ritual religioso que no tiene otro fundamento que la semejanza real o imaginaria con algún rito extranjero.
A partir de estos mitos latinos el autor va repasando distintos tipos de culto mágico y religioso. Explica la evolución del mago al sacerdote, de la magia a la religión, de cómo la magia ve la ley de la naturaleza inamovible, mientras que en la religión se entiende que la naturaleza está sometido a la voluntad de dioses que pueden ser propicios o no. Interesante punto de los pueblos antiguos es el culto a los árboles, pero no en general, sino a algún árbol en particular. Y concretamente en este libro es fundamental el culto al roble.
Fundamental en los cultos son los reyes y los sacerdotes figuras que según tiempos y lugares se confunden o se distinguen. El alma y los tabús, los sacrificios del rey divino. Esta parte es la que me ha interesado especialmente por las indiscutibles semejanzas con los dogmas de la teología católica sobre Jesús, muerte por los pecados y resurrección, imagen que preludia la de los cristianos tras el Juicio.
Leyendo a Frazer he constatado que la elaborada teología tomista en la que me crié filosóficamente inventó bien pocas cosas, si acaso suavizó ritos y dogmas que provienen del despertar religioso de nuestros más remotos antepasados.
Particularmente me he fijado en el dios Adonis de Siria, diríase que el cristianismo desde este punto de vista es en parte es “paganización” de lo judío, si partimos de la Biblia como escritos básicos conocidos de Jesús y sus primeros discípulos. Aunque habría que decir que según lo que nos ha llegado estos primeros no eran personas especialmente eruditas que se dedicaran al análisis y comentario de los libros de Talmud. De todas formas es una verdad histórica que el cristianismo se fraguó dentro del judaísmo. Y a partir de ahí, es mi descubrimiento, se fueron adhiriendo y transformando creencias y prácticas arcaicas, que como los elementos judíos se cristianizaron.
Algunos dogmas del credo de los Apóstoles o el nicenoconstantinopolitano están presentes en esas religiones ancestrales que se pierden en la noche de los tiempos: un hombre Dios que muere y renace, que es hijo, a veces marido, a veces hija … de una diosa de una virgen madre. He comprendido mejor el enfado de la sinagoga frente a los cristianos, porque realmente se hizo una mezcla generosa de elementos bíblicos, solo hay un Dios y al solo darás culto, la unicidad divina es clave ya en tiempos de Jesús, con elementos que nada tienen que ver, como el endiosamiento tanto de Jesús como de su madre. Inculturación, no hay rupturas, no son posibles, a los nuevos adeptos se les hablaba en lenguaje ancestral, de mitos y leyendas tan antiguos como el género humano.
Los ayunos antes de ciertas celebraciones, la comunión de animales sagrados que representan al dios o incluso el pan sagrado. También los aztecas, este pueblo que ha pasado al imaginario por la crueldad de sus sacrificios humanos, qué brutos eran los aztecas descuartizando enemigos y amigos, practicaban las comuniones. Tocamos los fundamentos del imaginario básico humano que atraviesa todas las civilizaciones y que han pervivido casi hasta hoy en pueblos semisalvajes.
La mayoría de esos cultos están relacionados con la fecundidad de la tierra, del ganado, del propio hombre. Era preciso que los dioses o el espíritu del grano y de la vegetación fueran propicios. No hay que irse a las islas Molucas nombradas en este libro una a una, en la propia Europa, los campesinos escoceses, alemanes, franceses, suizos han guardado hasta ayer ritos y fiestas mezcladas con lo liturgias cristianas cuyo origen es indiscutiblemente pagano arcaico y que tenían como objetivo asegurar el buen tiempo y las cosechas.
El rito de Adonis se celebraba con solemnidad en Biblos, en la costa de Siria. Esta ciudad fue Meca o Jerusalén de los fenicios, su ciudad santa. Situada en un alto frente al mar, contenía el santuario de Astarté en el que se celebraban los ritos de Adonis. Se dice que el legendario rey fenicio Ciniras había fundado un santuario de Afrodita, o sea de Astarté en un lugar del Monte Líbano, a un día andando desde la capital.
El sitio fue probablemente Afaca, donde había un bosque y santuario famoso destruido por Constantino. El lugar del templo fue descubierto en el siglo XIX donde empieza el “selvático, romántico” paisaje desfiladero del río Adonis (hoy Nahr Ibrahim).
“El río se precipita de una caverna, al pie de un gigantesco anfiteatro de enriscados farallones, para zambullirse en las tenebrosas profundidades del desfiladero. Cuanto más hondo desciende, más exuberante y densa crece la vegetación que brota de las grietas y hendiduras de las rocas extendiendo su verde espesura sobre la rugiente corriente que va al fondo del tremendo tajo….El templo del que todavía señalan el emplazamiento algunos masivos y desgastados bloques y una bonita columna de granito de sienita, ocupaba una terraza frente a la fuente del río y dominaba una magnífica perspectiva….”
هر أَدونيس (Río Adonis)
نَهر إبراهيم (Río Abraham) en el Líbano
“Hacia abajo, la visión es especialmente impresionante cuando el sol inunda con su luz dorada el profundo desfiladero, reforzando el resalte que hacen los fantásticos contrafuertes y redondeados torreones de su muralla natural, deslizándose suavemente en las tonalidades verdes de los bosques que visten su hondura. Aquí fue donde según la leyenda, Adonis se reunió con Afrodita la primera o última vez y aquí es donde fue enterrado su destrozado cuerpo. Escenario más bello no puede imaginarse para una historia de amor trágico y muerte”.
En uno de los monumentos que todavía quedan en Ghineh están grabadas en la superficie de una peña las figuras de Adonis y Afrodita: “él descansa apoyado en su lanza, en espera del ataque de un oso mientras ella permanece sentada y en triste actitud. Su dolorida figura podría muy bien ser la Afrodita Dolorosa del Líbano que describió Macrobio y el entrante de la roca quizá la tumba de su amador”.
Este dibujo en la roca me recuerda escenas tradicionales en primavera por nuestros pueblos y ciudades. Festejos suspendidos en virtud de una falsa alarma que supuestamente ponía la salud mal entendida y peor administrada por encima de cualquier otra consideración. Vulgar excusa de la voluntad de poder negativa que busca someter a los semejantes, pero que aunque parezca triunfar y nos haga padecer no podrá salirse con la suya.
Adonis y Venus
“Adonis era herido mortalmente en las montañas y cada año la fisonomía de la naturaleza misma se teñía de su sangre sagrada. Del mismo modo, año tras año, las damiselas sirias lloraban su prematuro fin, mientras la flor, la anémona roja, enrojecía entre los cedros del Líbano y el río corría hacia el mar, Orlando las sinuosidades de la costa azul del Mediterráneo, cada vez que las brisas del mar soplaban hacia la orilla, con una ondulante banda de púrpura”.
Todo este relato me interesa particularmente porque en mi anterior vida era consciente de que la teología y filosofía que enseñábamos y aprendíamos no tenía relación ninguna con las necesidades y la vida corriente del ser humano. Era algo desencarnado, sin raíz. No puedo evitar el lazo con la naturaleza que siento en mí y que es vital, el suelo y el aire de un bosque, de una montaña me dan energía, en la naturaleza de la que procedemos algo nos supera y nos llena de fuerza. Por eso pienso que resuena fuerte en todos los seres humanos de buena voluntad cuando nos hablan, con intención manipuladora de nuestras existencias, de que “nos estamos cargando el planeta”. Nadie busca cargarse la naturaleza, entendemos que es nuestro hogar. Si nos fijamos bien en los mensajeros del apocalipsis, descubriremos sus verdaderas intenciones. La gente poderosa no se interesa por el planeta. Están en otros objetivos. La filosofía en la que me crié tenía poco que ver con todo esto, sí tenía que ver con la necesidad de rendir homenaje y adoración a la autoridad constituida hasta límites insospechados. Sin límites más bien. Y con ese motivo se extraían trozos del relato que interesaban y en los que se insistía mientras se obviaban otros igual de importantes para entendernos como seres humanos de una religión, época y país bien concretos.
¿De dónde venimos? Y te contaban una historia truncada, deformada, que iba en una sola dirección. No es honrado presentar los dogmas elaborados en los primeros siglos de nuestra era como si todo hubiera caído del cielo, sin mostrar primero que eran disputas políticas en muchos casos, si Jesús era hijo de Dios o solo un hombre muy especial y si María era o no Theotokos, fueron discusiones ideológicas entre obispos y emperadores que buscaban el dominio de su grey, y además, se trataba de asuntos que no habían caído del cielo. Sino que pertenecían al patrimonio de creencias almacenado en las conciencias de la época desde tiempos inmemoriales. Egipto, Grecia, Siria proporcionaron abundantes sillares para la construcción de una a veces alambicada teología muy pretenciosa, como la describió Hans Küng. Ocultar los lejanos orígenes de la iconografía cristiana, por ejemplo la Piedad con Cristo muerto, o la imagen de la Madre y el Hijo, trasluce otra vez más voluntad de poder negativa, sea consciente o inconsciente.
Y volviendo al ritual de Adonis:
“En el festival que a Adonis hacían en el Asia Menor o en Grecia, lloraban anualmente la muerte del dios con amargas lamentaciones, principalmente las mujeres; sus imágenes amortajadas como los muertos, eran llevadas en procesión funeral y después arrojadas al mar o en los manantiales. En algunos lugares se celebraba su resurrección al día siguiente, mas en los distintos sitios las ceremonias variaban algún tanto en la forma y en la estación anual de su celebración…”
“Este festival fenicio parece haber sido vernal, pues su fecha se determinaba por la coloración del río Adonis y ésta ocurre en primavera: en esta estación la tierra roja que viene de las montañas denudadas por las lluvias tiñe las aguas del río y aun del mar muy fuertemente con un matiz rojo sanguinolento, y este tinte purpúreo se creía que era la sangre de Adonis, herido mortalmente todos los años por el jabalí del monte Líbano. También se decía que la anémona escarlata había brotado de la sangre de Adonis o había quedado teñida por ella, y como la anémona florece en Siria hacia Pascuas, puede pensarse que ello demuestra que el festival de Adonis o uno de ellos se celebraba en la primavera.”
Parece que el periplo nos ha alejado de la rama dorada del principio. Pero entre las numerosas leyendas relatadas en esta obra figuran la del gigante Bálder, hijo de Odín, herido y muerto por el muérdago que se le lanzó. Es un relato extraído de una Edda o poema del norte de Europa. Bálder fue adorado en los fiordos noruegos, también en su templo las imágenes eran cuidadas por las mujeres, ellas mantenían el fuego y las ungían con aceite. Dice Frazer que los dos incidentes principales del cuento de Bálder que ahorro aquí son el arrancamiento del muérdago y la muerte e incineración del dios.
“Cuando la vida de una persona se concibe materializada en un objeto determinado con cuya existencia está unida inseparablemente la de la persona y la destrucción de aquella envuelve la de ésta, el objeto en cuestión puede considerarse su vida o su muerte.”
El roble fue un árbol particularmente venerado por los antiguos pobladores de Europa. Observaron que en invierno el muérdago permanecía verde en las ramas del roble mientras el árbol había perdido sus hojas. El hombre primitivo pudo considerar que el espíritu del roble depositaba su vida en un lugar seguro, en el muérdago, que no está ni en el cielo ni en la tierra. El muérdago no podía tocar el suelo, si lo hacía se desvanecían sus virtudes salutíferas.
La rama dorada del mito puede ser el muérdago. Virgilio no dice que Eneas portara muérdago al entrar en el infierno pero la descripción de la misma rama enlaza con que en ciertos momentos esta planta desprende un resplandor sobrenatural (véase el libro VI de la Eneida).
A lo largo de las páginas Frazer expone las razones por las que cree que el sacerdote del bosque de Nemi personificaba al árbol en el que creía la Rama Dorada. Si el árbol fuera el roble, el rey del bosque debió de personificar al espíritu del roble. Como espíritu del roble su vida o muerte estaba en el muérdago y mientras el muérdago permaneciera intacto, él, lo mismo que Bálder, no podía morir.
El fuego perpetuo que ardía en el bosque era alimentado probablemente con madera sagrada de roble y el rey del bosque hallaría su fin en tiempos remotos en una gran pira de roble. Cree Frazer que junto al lago de Nemi se efectuó anualmente la hoguera purificadora, lo mismo que la llevaban a cabo los celtas de Galia y los noruegos. El rito fue esencial en el antiquísimo culto al roble. Que el muérdago sea dorado solo ocurre cuando después de cortado se guarda varios meses, hojas y tallo adquieren entonces esa coloración.
Hay que decir que los druidas celtas recogían la flor del roble con una hoz de oro y no debía caer en tierra sino en una sábana blanca. En muchas partes de Europa los campesinos consideraban a esta hierba particularmente mágica y sanadora. Por ejemplo en Italia se le llamaba óleo de San Juan y se recogía en el solsticio de verano.
El druida Panoramix y su inseparable hoz de oro
Ana Azanza
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