SUPERACIÓN DE LO TRÁGICO. APUNTES DE LO TRÁGICO DE K. JASPERS (1948)
La genuina conciencia de lo trágico, aquella con la que lo
trágico se torna auténticamente real, no abarca sólo el sufrimiento y la
muerte, ni la mera finitud y la caducidad. Para que todo ello se convierta en
trágico es preciso que el hombre actúe. Con su acción el hombre crea un
conflicto y después por necesidad fatal, produce la destrucción. No se trata
sólo de la ruina de la vida como existencia, sino del fracaso de cualquier
átomo de perfección. Es la naturaleza espiritual del hombre la que fracasa en medio
de una riqueza inmensa de posibilidades, cada una de las cuales produce y
consuma el fracaso de una manera peculiar.
Con el conocimiento de lo trágico se enlaza desde siempre el
afán de redención. Existen numerosas respuestas sobre el modo de interpretar la
liberación del ser capturado completamente por lo trágico, ninguna de ellas
aisladamente ni siquiera todas juntas dan cuenta satisfactoriamente de la
plenificadora contemplación fundamental que tiene lugar en el saber trágico.
-Según la primera de las respuestas redentoras, en el héroe trágico contempla el hombre la posibilidad de mantenerse firme ante la adversidad. El infortunio que es capaz de llegar hasta la muerte muestra la dignidad y grandeza del hombre que puede ser valiente y reinventarse mientras viva transformando su ser.
Cuando desaparece todo sentido, surge desde las
profundidades del hombre la afirmación espontánea del ser, que se consuma en la
resignación ante el sufrimiento –“calladamente debo ir al encuentro de mi
destino”- en la valentía de la vida y en la entereza, rayana en lo imposible,
para afrontar la muerte con dignidad. No hay modo de calcular objetivamente
cuando es un modo de consumación y cuando es otro. Al testimonio inmediato de
los sentidos le puede parecer terquedad el deseo de la vida, de vivir a
cualquier precio. Pero se puede tratar también de renunciar a la decisión de
perseverar sin titubear, resuelta y decididamente, en el lugar en el que está
situado. A la consideración sensible e inmediata le puede parecer asimismo que
se trata de miedo, que huye de la vida. Mas la valentía puede consistir en
morir cuando nos vemos obligados a vivir sin dignidad y el miedo a la muerte se
aferra a la vida indigna.
Pero ¿qué significa ser valiente? No significa desde luego
la vitalidad como tal, ni la energía de la mera obstinación, sino mantenerse
libre de las constricciones de la existencia y poder morir. Al soportar el
sufrimiento se le revelará al alma, además, el sufrimiento y el ser. La
valentía es una cualidad que comparten los verdaderos hombres aunque sus
creencias sean diferentes. Es algo originario que se aprecia en el hombre
trágico, el cual perece en libertad y se abandona voluntariamente como una
realidad en la que se manifiesta la posibilidad de la genuina existencia. La
tragedia permite al espectador anticipar, posibilitar o confirmar lo que puede
llegar a ser y que el saber trágico le ha aclarado.
-En el naufragio de lo finito contempla el hombre la verdad
de lo infinito. Hegel ha hecho de esta interpretación el contenido de la
tragedia. Ante lo infinito fracasa necesariamente lo particular. Cuanto más
grandioso sea el héroe, cuánto más admirable sea la idea que anima su vida
tanto más trágico será el acontecer y tanto más profundo el ser que se
manifieste.
- El sentimiento dionisíaco de la vida, tal como lo interpreta Nietzsche, se desarrolla en el saber trágico mediante la contemplación de lo trágico. En la tragedia descubre el espectador el júbilo de la existencia, que perdura eternamente en medio de la destrucción, y encuentra su más alto poder derrochando y devastando, arriesgando y naufragando.
-La contemplación trágica produce a juicio de Aristóteles
una catarsis o purificación del alma. El temor por la vida del héroe, que podría
ser la propia, colma al espectador, que se libra de esas emociones
presenciándolas. Del estremecimiento nace el entusiasmo. La libertad de ánimo
es consecuencia de las emociones puestas en orden.
Las cuatro interpretaciones coinciden en señalar que la
manifestación del ser que tiene lugar en el fracaso se percibe al contemplar lo
trágico. En lo trágico la trascendencia sobre la miseria y el espanto aproximan el espectador al fundamento de las cosas.
La tragedia griega, el drama cristiano de Dante y Calderón,
y la filosofía representan tres formas de superar lo trágico.
En las Euménides, Esquilo presenta el acontecimiento trágico
como algo pasado de lo que resulta la organización de la vida humana gracias a
la reconciliación de los dioses y los demonios con las instituciones del
Areópago y del culto a las Euménides. La trágica era de los héroes es
sustituida por la época del orden y el derecho.
El creyente cristiano no reconoce ninguna verdadera
tragedia, Si ha tenido lugar la redención, las miserias y desgracias de la
existencia universal se transforman por la fe no trágica en una prueba para el
hombre, por cuya virtud alcanza la salvación eterna de su alma. Todo en el
mundo está sometido a la
Providencia y es camino, tránsito, no morada definitiva.
La tragedia que se aprende en el trascender es trascendente
como tal. La capacidad para soportar el sufrimiento y la entereza para hundirse
en la nada realizan también una redención. La diferencia está en que la
tragedia se realiza a través de la tragedia misma. La firmeza y la afirmación
de sí que tiene lugar en el fracaso serían también actitudes sin sentido si no
fueran más que pura inmanencia. En la afirmación de sí la inmanencia no es
vencida apelando a otro mundo, sino merced al trascender como tal, al saber
limitado y al conocimiento de su limitación. Solo la fe redime de lo trágico.
Así ocurre en Dante y en Calderón. El saber trágico, las situaciones trágicas, todo es transformado radicalmente.
La redención de lo trágico mediante una actitud filosófica
no es posible en ninguna tragedia. No basta con que el hombre se mantenga firme
en silencio, ni con estar a disposición de otra cosa concebida exclusivamente
como símbolo en los sueños de la fantasía. La negación de lo trágico se ha de
consumar mediante una acción que, aunque es posible en virtud del saber
trágico, no permanece en él.
Una victoria así se ha expuesto en el poema Nathan el sabio que Lessing escribió en los momentos de mayor desesperación de su vida: tras la muerte de mujer e hijo.
Nathan es un personaje que vivió la tragedia en el pasado. Lo que representa el poema surge de la tragedia y el saber trágico. La tragedia no es vencida como en Esquilo mediante la visión mítica de un mundo gobernado por Zeus, Diké y los dioses, ni gracias a la fe cristiana en que todo se resuelve. La noción de naturaleza humana del poema es una naturaleza en devenir. No hay un mundo perfecto y consumado, esa naturaleza humana en devenir está presente en la universal aspiración que llega a ser realidad por el trato íntimo que tiene lugar en la comunicación entre los hombres.
Es como si la madurez del alma juiciosa de Nathan, vuelta en
sí en medio de la mayor aflicción, reuniera de nuevo a los hombres como una
familia diseminada, cuyos miembros se reconocen ahora. Lessing no procede
siguiendo un plan funcional, sino paso a paso, con el saber adquirido en
situaciones diferentes que le inducen a hacer su amor a los hombres
continuamente presente. La razón de este modo de proceder está en que los
caminos del hombre no son posibles siguiendo la funcionalidad racional sino
merced a la fuerza del corazón, que se sirve de una prudentísima razón.
Todo lo enmarañado se resuelve en el poema. Los actos de
desconfianza, recelo, enemistad se descifran poniendo de manifiesto la
naturaleza de los hombres que los realizan. Todo cuanto en el ámbito de la
razón sucede por amor contribuye a la felicidad. En medio de una prudente
reserva convertida después en comprensión, tiene lugar desde la profundidad de
estas almas los encuentros que crean solidaridades inconmovibles, mientras que
los infames terminarán imperceptiblemente en la impotencia.
Los personajes del poema, derviches, frailes, templarios,
Recha, Saladino, Nathan, no son ejemplares intercambiables de una única
naturaleza humana verdadera. Cada uno posee su propia índole. Son figuras
irrepetibles que sólo coinciden en su común orientación hacia lo verdadero.
Todos pierden el vuelo hacia la verdad enredándose en confusiones típicas
merced a las cuales se distinguen unos de otros. Todos son capaces de vencerlas
y de vencer su propia constitución natural sin eliminarla. Son figuras
singulares representativas de la capacidad de vivir en libertad.
El poema dramático de Lessing es la encarnación de la razón
en personalidades humanas. La atmósfera del poema nos habla como el espíritu del
todo. Hay elementos propios de la época, el abyecto judío, la situación en
Tierra Santa que no son sino recursos para expresar lo que se sustrae a la
poesía. Como si Lessing quisiera lo imposible y lo hubiera conseguido.
Lo más sencillo en apariencia es lo más difícil de entender,
aunque no para el entendimiento o los ojos, sino para el alma, que debe salir
de su propia profundidad para sentir el entusiasmo de Lessing así como su
insondable tristeza y libre serenidad.
Karl Jaspers |
Concebida como comunicación entre los hombres alcanzada por
la intensidad de la lucha amorosa y como la unión interhumana que resulta de
ella, la superación de la tragedia no es ilusión sino el cometido existencial
del ser humano.
1 comentario:
¿Puede haber sensibilidad para lo trágico donde haya desaparecido la piedad? A María Zambrano le hubiera gustado escribir una Historia de la Piedad. Eso le contó a Rafael Diseste, cacho escritor gallego. Hay algo de esa historia de la piedad en *El hombre y lo divino*, una sinopsis. Allí dice María que la piedad es el saber tratar adecuadamente con lo otro. Lo otro son los dioses pero también los diablos, de la envidia o de los celos, lo enfermo, lo invisible, lo moribundo, lo innominado, la pasión que nos arrebata, una realidad más allá del lindero del ser.
Sócrates fue acusado de impiadoso. ¿Con razón? Quería sustituir la antigua piedad por una nueva piedad, reduciendo el trato con los dioses a un mero saber sobre lo justo y lo injusto, esto es, a una virtud intelectual, y cuando esto sucede la vieja piedad se aterroriza. Tiene sus buenos motivos para reaccionar. Pues la piedad misma es un sentir más que un saber. Adoración, culto, sacrificio y pacto con lo Otro. Nuestra relación con su muerte heroica, trágica, con la muerte de Sócrates es, por supuesto, también, una forma de piedad.
La tragedia es, como explica María, oficio de piedad, que se manifiesta como un rito en lenguaje poético que es sagrado, y como una forma de culto cuyo centro es el sacrificio, ofrenda de primicias a aquel que puede devorarnos, para que no lo haga o, al menos, para que espere. El héroe no es asesinado por los dioses, sino sacrificado a ellos, como el toro en la plaza.
Hoy no hay sensibilidad para la tragedia, sólo para el ja-ja-já de las risas enlatadas. Y es que "la piedad vive de incógnito desde hace mucho tiempo".
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