Resulta
oportuno criticar esta imagen idílica después de los lamentables sucesos que siguen enfrentando al Islam con el Mundo Occidental y con su modo de vida, particularmente si los políticos no aprenden de su historia ni la leen. La evidencia es
frágil porque en general preferimos lo que se
dice o se sueña, sobre todo si se
nos repite con autoridad mediática. Pero la idealización y reforma de la realidad es
un deber que sólo puede hacerse eficazmente desde un diagnóstico realista.
Américo
Castro y otros propalaron la exageración de que al-Andalus fue un paraíso en el
que convivieron felices tres religiones hasta que los cristianos desmantelaron aquella fructífera armonía.
Incluso la decadencia del Imperio español sería un efecto directo de la
expulsión de sefarditas y moriscos. Aunque no cabe duda de que dicha expulsión empobreció a España, la leyenda de una convivencia pacífica entre las tres culturas no se sostiene. Los
documentos prueban que la convivencia
pacífica, continua y feliz de tres religiones no es más que una ilusión. Tal convivencia fue una
excepción coyuntural y forzada: la cooperación fue a veces un mal necesario, pero no regla ni fin
querido y, por supuesto, careció de continuidad. Todos desconfiaban de todos y todos intentaban sojuzgar a todos. Lo que hubo fue un sistema de aislamiento y recelos permanentes desde
los tiempos más remotos.