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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

miércoles, 11 de enero de 2017

ODIADA REPÚBLICA




 Ana Azanza

 He intentado extraer de este pequeño libro de Jacques Rancière las sugerencias que me parecen pertinentes en la actualidad. "Odio a la democracia" tiene ya más de diez años y se nota que su autor lo escribió pensando en determinados oponentes políticos de los que ignoro su identidad. Al parecer hubo una polémica en el vecino país sobre la crisis de la "escuela republicana" francesa, laica y única desde Jules Ferry. Nada dura cien años, ni siquiera los mejores inventos y hace una década bajo la presdencia de
Sarkozy curiosamente se hicieron gestos en favor de una escuela menos republicana y más elitista. Creo que fue esa polémica la que llevó a Rancière a profundizar y plantearse que el debate educativo escondía raíces más profundas de odio a la democracia.

Han pasado variados acontecimientos desde 2005 y lo curioso es que esos acontecimientos confirman y remachan muchas de las reflexiones de Jacques Rancière.
Como ciudadana española que lamenta la falta de ética, una ética mínima y una decencia mínima, sin aspiraciones de santidad, algo más de limpieza en la vida política de mi país esta lectura me ha resultado muy estimulante. 
En particular por el tratamiento esmerado del concepto de República, que era probablemente lo que menos importaba a Rancière pero que es lo que más me ha llamado la atención.


ODIADA REPÚBLICA, ODIADA DEMOCRACIA

La democracia se ve hoy rodeada de un gran coro de voces críticas. La democracia es el gobierno de los que no saben, presiona a los gobiernos, corroe la autoridad. Los años 60 y 70 se recuerdan desde los baluartes antidemocracia como años excesivos, demasiada protesta, demasiadas zancadillas  a los gobiernos por parte del “pueblo”. De entonces a hoy sin duda el bienestar material ha jugado un papel insustituible como estrategia para despolitizar, querida o no.

El buen gobierno democrático se las tiene que ver con Escila y Caribdis: es un mal el exceso de actividad política, es otro  mal que la gente reclame derechos, salarios, para satisfacer sus necesidades.
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Hay incluso quien hace derivar los males de la democracia de muy lejos. Ya en el Terror revolucionario francés estaba profetizado el terror estalinista. La democracia liberal no es violenta, la democracia de los girondinos. La democracia igualitaria desemboca en el terror. La revolución francesa deshizo las viejas solidaridades del antiguo régimen, basadas en las creencias religiosas y políticas sobre el derecho divino de los reyes y el orden del mundo. Al romper las solidaridades había que sustituirlo por algo, ¿cómo conseguir el orden? Con el terror.

La búsqueda de la igualdad arruina el bien común. Los individuos egoístas, ávidos consumidores de bienes y servicios tienen la culpa de los fallos de la democracia. El hombre democrático se impaciente ante la competencia del médico, del profesor…”quiero esto y lo quiero ya”

El individualismo democrático tiene la culpa de la  crisis en la educación. El alumno es un consumidor egoísta que cuestiona la autoridad del profesor. “La individualidad está bien para las élites pero es un desastre cuando todos se apuntan a ella.”
La vida democrática se transforma en la vida apolítica del consumidor indiferente de mercancías.

Son reediciones de las críticas que ya Platón hacía a la democracia, es un gobierno sin constitución, el reino de los individuos que hacen lo que les da la gana, pone patas arriba todas las buenas costumbres, iguala lo que no es igual: hombre y mujer, padre e hijo. El desorden se establece cuando nos cargamos los títulos tradicionales del mando: la filiación, el saber, el ser mejor.

El escándalo democrático es precisamente aquello que se critica. La política empieza cuando se invoca una naturaleza que no se confunde con la relación padre-hijo, hombre-mujer, sabio-ignorante. El escándalo democrático es aceptar que en tanto miembros de ese sistema no hay superioridad y la expresión más neta de lo que esto significa estaba en la práctica del sorteo para elegir a los cargos públicos.

Se dice entonces que el sorteo equivale a la anarquía, es mejor elegir a quien se presenta. Hoy damos por hecho que el primer título para ejercer el poder es querer ejercerlo, pero precisamente en Grecia se dieron cuenta de que el buen gobierno es el de los que no quieren gobernar.

El principio del gobierno separado de las diferencias naturales y sociales crea la política. Es la paradoja del buen político. La democracia rompe con que el mando lo tengan los “mejores” de la ciudad, es decir, los más ricos o los más nobles. La mejor política no se basa ni en el dinero, ni en la filiación, ni en el saber. Es el título anárquico, el título de los que no tienen más título para gobernar que para ser gobernados.

El poder de los mejores no se puede legitimar más que por el poder de los iguales, la igualdad no es una ficción, también el rey la nota como la más banal de las realidades, la sociedad desigual no puede funcionar más que sobre la igualdad de las relaciones. Sin igualdad ni se enseña ni se manda. Igualdad y desigualdad están inextricablemente liadas en la sociedad.

El gobierno de los “pastores” del pueblo suprime la democracia, la filiación acaba siendo la filiación divina. Las quejas sobre la democracia se deben a que la democracia es lo ingobernable, sobre lo que todo gobierno se encuentra fundado.

Todas las sociedades se organizan por el juego de la oligarquías, propiamente hablando no hay gobierno democrático. Todos los gobiernos son de una minoría sobre una mayoría.



La representación ha existido siempre, no sólo en las sociedades modernas de millones de ciudadanos. La representación es ya una forma oligárquica del poder. Decir democracia representativa empezó siendo oxímoron. Porque  representación, era representación de estados, de órdenes, de posesiones.
La elección es la expresión de un consentimiento pedido por un poder superior y ese poder superior no es tal sin la unanimidad en la elección.
Al principio representante es lo opuesto a democracia, lo sabían los Padres fundadores de EEUU, la representación es el medio que tiene la élite para ejercer el poder en nombre del pueblo, el pueblo no puede ejercer el poder sin arruinar el gobierno.

El sufragio universal ha tardado en llegar y la oligarquía hace lo posible para dominarlo, aunque puede que el pueblo no obedezca. Ha ocurrido. En España por nuestra historia somos un pueblo muy obediente, disciplinado en las votaciones, votamos lo que nos dicen. Se vota lo que el consenso pide: Sí al Fuero de los españoles, Sí a la constitución del 78, No a la OTAN, Sí a Europa.

Sin embargo en otros países europeos ha habido sorpresas en las votaciones en las que la oligarquía, como siempre, no pedía opinión sino ratificación. Por ejemplo Francia votó no a Maastricht en 2005 y lo mismo hizo Holanda. El Brexit también fue una sorpresa para el oligarca dominante, Cameron entendió tras el fracaso del referéndum que se tenía que marchar. En 2016 el italiano Renzi hizo una pregunta complicada que le costó el puesto, el pueblo votó en contra de lo que él había pedido.

Democracia es lucha contra la privatización del poder, contra el reparto de lo público y lo privado que asegura el dominio de la oligarquía en el Estado y en la sociedad. La práctica espontánea del poder tiende a estrechar la esfera de lo público y a convertirlo en esfera privada, es una batalla que nunca está ganada.
La democracia no es como dicen sus actuales detractores la forma de vida de los que se dedican a su felicidad privada y que lo público sufrague gastos de vagos. Ensanchar la esfera pública no significa que el Estado invada la sociedad, sino que se reconozcan derechos políticos a todos los que no se les reconocían ni reconocen.

La lógica “policial” excluye porque la riqueza excluye. Las antiguas luchas por la democracia significaron sacar del ámbito doméstico a los que en él estaban recluidos: asalariados asimilados a criados, las esposas sometidas al marido. Cuando se habla del derecho al trabajo o del derecho laboral simplemente se quiere decir que el trabajo es una estructura de la vida colectiva y como tal debe ser reconocida, porque la riqueza pone sus condiciones, también es evidente, y una buena gestión política democrática debe de poner límites al carácter de ilimitado crecimiento que tiene.

El asunto de los salarios se llevó a la esfera pública para afirmar que no se trataba de una relación “uno a uno”, sino que como asunto público tiene que ver con las formas de vida colectiva. El movimiento democrático, por el sufragio universal buscaba extender la igualdad del hombre, reafirmar que la espera pública pertenece a todos.

Burke y H. Arendt se encuentran entre los críticos de los derechos del hombre. Los derechos del hombre están vacíos o son tautológicos. El hombre desnudo, sin comunidad no tiene derechos. Los derechos humanos son los derechos vacíos de los que no tienen derechos.
O son los derechos de los ciudadanos de una comunidad determinada, entonces son tautológicos, son los derechos de los que tienen derechos.
¿Cómo salir del atolladero?
En efecto el ciudadano de los textos constitucionales no es un sujeto político. Los sujetos políticos no se identifican ni con “hombres” ni con “asambleas de poblaciones”. Hay que inventar, creer en “el intermediario”, el obrero como sujeto político es el que se separa de la asignación al mundo privado, hombre y ciudadano son términos de extensión en litigio, se prestan a un “suplemento político”, a un ejercicio. Sin ejercicio de los derechos del hombre en efecto no hay tales derechos. Sin ejercicio de los derechos del ciudadano aunque la constitución los reconozca tampoco hay derechos.
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Olimpia de Gouges escribió que si la mujer tiene “el derecho” a ser guillotinada también tiene el derecho a hablar desde la tribuna. Los derechos de la mujer y de la ciudadana son los derechos de las que no tienen los derechos que tienen y de las que tienen los derechos que no tienen. La Declaración del 4 de agosto las había excluido de los derechos de los miembros de la nación francesa y de la especie humana. Pero la propia Olimpia y sus compañeras se tomaron los derechos que les fueron rechazados.
Tener y no tener se desdoblan, como los negros en EEUU que realizando acciones en contra de la ley que les negaba por ejemplo montarse en un autobús, demostraban tener ese derecho.

El proceso democrático está siempre “reconfigurando” la distribución universal y particular. La “privatización” de los derechos es una dinámica “cuasi-natural” y la dinámica democrática consiste en seguir ensanchando, abriendo camino, nunca dar por ganada la batalla contra nacimiento, riqueza, competencia, aparentes o reales, que pugnan por imponerse. Si hay democracia es protestando sin parar, porque la injusticia siempre acecha y se impone.

Desgraciadamente en España carecemos de una tradición republicana en el sentido de la república de los ciudadanos que ostentan, persiguen, valoran, basan su actuación como tales en las virtudes ciudadanas. La república tiene muy mala prensa entre nosotros. Se nos ha enseñado a identificarla con el caos, la anarquía, la inseguridad y la revolución. El poder de las armas es el que se acabó imponiendo y el régimen que disfrutamos hoy es una prolongación de la victoria en una guerra civil iniciada por un ejército que se levantó contra la legalidad republicana. Franco puso orden y se nos ha enseñado a venerar el orden, al precio que sea, como él mismo declaró al principio de la guerra a un periodista inglés.

Pero la república en principio se ha definido como el reino de la ley igual para todos, no hay nacimiento que dé derecho al mando supremo en el Estado. Todos, en teoría pueden acceder y no hay privilegios ni órdenes particulares. Los “fueros” y particularidades legales que todavía existen y que diferencian territorios son una anomalía. Si España fuera una “democracia de los ciudadanos”, no puede haber diferencias frente a la ley y los impuestos. Los ciudadanos de una república tienen que tener exactamente el mismo régimen legal vivan en la parte del territorio en el que vivan.

En las repúblicas realmente existentes república es un término equívoco. Incluye lo político y el exceso de lo político, es decir, el derecho a protestar o rebelarse contra la injusticia. Pero también las virtudes republicanas, según enseñó el divino Platón en su libro de referencia.
Rancière explica que la utopía platónica se proponía la construcción de una comunidad en la que la ley no fuera letra muerta sino la respiración de la sociedad, la vida de la sociedad, que se expresa en las virtudes de los ciudadanos, cada uno en su puesto, pero cualidades personales al fin necesarias para el funcionamiento de todo el organismo “republicano”: templanza, valentía, prudencia, justicia.

La república además de la igualdad de la ley y los no privilegios implica costumbres republicanas y la educación platónica tiene el objetivo de dotar a cada uno de la virtud que necesita para el puesto que va a ocupar. La idea republicana va por tanto muy unida a la educación del pueblo que básicamente se ha mostrado en dos modelos: o bien como los Padres Fundadores americanos, la lógica del nacimiento y de la riqueza produce una élite de las capacidades que se acaba imponiendo a la anarquía; o bien lo que ocurrió en la tercera república francesa, Jules Ferry propuso una educación republicana que rehiciera el tejido social deshecho por la revolución, una instrucción en cultura y virtudes republicanas sustituta del poder de la iglesia católica y la monarquía en el imaginario y la formación.

Hoy en día y curiosamente en el país donde nació la república moderna modelo de tantas otras una élite cuestiona este modelo. Piensan que la escuela pública tiene dos funciones determinadas: formación del pueblo en lo útil, formación de una élite capaz de elevarse por encima del utilitarismo. El mal estará en la confusión de la élite con el pueblo. Los males de la democracia se curan enfrentando tradición y familia al “individualismo”. Pero ese es otro tema que me aleja de mi propósito, explicar el sentido de la república y su unión estrecha con la educación de los ciudadanos.






FE EN EL CAPITALISMO, ODIO A LA DEMOCRACIA

Todo Estado es oligárquico, pero la oligarquía da más o menos espacio a la democracia. Vivimos en la predación por parte de los ricos de lo público. Los males de las democracias los provocan quienes abusan, los oligarcas y su insaciable apetito.
Los derechos del hombre y del ciudadano son inseparables de las luchas, son los derechos de los que dan realidad a esos derechos. No basta su reconocimiento en un papel, cuando se presenta la ocasión, y se presenta mil veces, es momento de no conformarse y actuar. Los derechos son luchas.

Las reglas de un sistema parlamentario correcto incluyen:
-separación real de poderes, no bancos azules en el parlamento. El ejecutivo no debería emanar del legislativo.
-representación real del electorado, no del jefe del partido como ahora.
-mandatos electorales cortos, no acumulación de cargos (senador y alcalde)
-monopolio de los representantes del pueblo en la elaboración de las leyes.
-reducción al mínimo de las campañas electorales y de los gastos electorales.
-control de la ingerencia de los poderes económicos en el proceso electoral.

Al lado podríamos poner la columna de todos los puntos “conculcados” en la realidad. No todo es negro en el panorama, las libertades individuales se respetan, se pueden expresar diferencias de opinión, cualquiera puede su propio medio de comunicación, hay libertad de asociación…

Pero el sistema oligárquico tiende a paralizarse por la contradicción entre dos principios de legitimidad, la soberanía popular  y la representación oligárquica. La ficción del pueblo soberano sirve para unir la lógica gubernamental y las prácticas políticas que incluyen siempre división del pueblo. La vitalidad de los parlamentos se ha alimentado de la acción política extraparlamentaria. Lamentablemente todo degenera y el sistema parlamentario también, las luchas sociales y los movimientos emancipatorios se han debilitado.

Particularmente tras la caída del sistema soviético se ha instalado el consenso, la “realidad inevitable”, la economía, el poder ilimitado de la riqueza. Los gobiernos tienen que quitar los frenos a ese crecimiento. Pero como ese crecimiento no tiene límites y no se preocupa de la población de tal o cual Estado, le toca al gobierno controlar, someter ese crecimiento al interés de la población.

Los gobiernos tienen esa tarea de gestionar la economía, los efectos locales de la necesidad mundial sobre su población. Su autoridad se ve pillada en pinza: por una parte la elección popular les ha dado el cargo y es la base de su legitimidad, por otra están ahí porque los suponemos capaces de dar con las soluciones correctas, es decir las soluciones que vienen del conocimiento experto de las cosas, no del pueblo.
Ya no hay equilibrio entre experto solucionador y pueblo que legitima. Ese es el drama.

La alianza del experto científico y la riqueza reclama todo el poder excluyendo al pueblo y sus divisiones naturales. Pero la división que se echa por la puerta entra por la ventana y las divisiones vuelven: extrema derecha, integrismos religiosos, movimientos identitarios que frente al consenso oligárquico reclaman la vuelta a la vieja filiación, religión, suelo de los antiguos. O los que no están dispuestos a aceptar la necesidad económica mundial como excusa para cuestionar los sistemas de salud, pensiones, protección a la dependencia.

De vez en cuando como ya dijimos antes ocurre que el pueblo vota lo que no estaba previsto y descompone los planes. Los franceses dijeron no a Maastricht y Giscard se quejó de la iniciativa tomada por el Presidente Chirac de convocar el referendum: no se deben dejar ciertos asuntos en manos del pueblo ignorante, que no entiende cuál es el progreso ni hacia donde hay que dirigirse.

La palabra clave que se usa en tono despectivo es entonces “populismo”, que se aplica a todo el que se sale en la actualidad del consenso dominante. El populismo se debe a la ignorancia, al apego al pasado y a la religión de los antiguos.
El populismo esconde el conflicto entre legitimidad popular y legitimidad de los sabios. Y oculta el gran deseo de la oligarquía: gobernar sin el pueblo molesto, deshacerse de él, que no haya política ni reivindicaciones.

¿Cómo se determina la medida entre el bien que procura el crecimiento ilimitado de la riqueza y el que procura su limitación?

Hay leyes que regulan el crecimiento del capital pero que hayamos de inmolar a esas leyes las pensiones, jubilaciones, seguridad social…no es ciencia sino fe. El pueblo es ignorante porque le falta fe en el capitalismo. La fe de la oligarquía en el capitalismo satisface su pulsión profunda por deshacerse del pueblo. No tiene fe en que mayor rentabilidad es la ley que nos va a conducir a la felicidad.
Hoy la fe la tienen los gobiernos y los expertos, se declaran meros gestores para expulsar la política.

Las instituciones supraestatales no se deben a ningún pueblo, la despolitización de los asuntos es total. Los Estados y sus expertos se entienden con Bruselas y el pueblo queda aparte.

La necesidad histórica de la que hoy se  nos quiere convencer es la conjunción del crecimiento ilimitado de la riqueza y el crecimiento del poder oligárquico. Hoy el reparto del poder con el capitalismo tiende a reforzar el poder de los Estados, cierran las fronteras a los pobres que buscan trabajo al tiempo que las abren a los capitales.
La dilapidación del Estado providencia no es que el Estado se retire, es la redistribución  entre la lógica capitalista del seguro y a gestión estática directa de instituciones y funcionamientos que se interponían entre ambos.

La oposición simplista entre asistencia estatal e iniciativa privada enmascara los dos asuntos políticos del proceso: la existencia de formas de organización de la vida material que escapan al gobierno.

La dificultad del combate democrático está en que defender un servicio público o un sistema de jubilación son acciones tachadas de individualismo, de particularismo.



El odio a la democracia despolitiza la vida pública, niega las estructuras de dominio que forman la sociedad, enmascara la dominación de las oligarquías del Estado, identificando la democracia con una forma de sociedad.
Y enmascara el dominio de la oligarquía económica asimilando su imperio al apetito de los “individuos democráticos”.

La democracia no puede dejar de suscitar el odio. Se ríen de la intolerable condición igualitaria de la misma desigualdad.
La democracia no es ni la forma de gobierno que permite a la oligarquía reinar en nombre del pueblo ni esa forma de sociedad que regula el poder de la mercancía. Es la acción que arranca a los gobiernos oligárquicos el monopolio de la vida pública y a la riqueza la omnipotencia sobre nuestras vidas.

La democracia no se basa en ninguna naturaleza de las cosas ni está garantizada por ninguna institución, depende de la constancia de sus propios actos. No dejará de suscitar odio de los que presentan títulos para gobernar: nacimiento, riqueza, ciencia. Pero entre los que comparten con cualquiera el poder igual de la inteligencia, suscita valentía y alegría.


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