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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

domingo, 15 de julio de 2012

Más consideraciones sobre el lenguaje



Autora Ana Azanza

Me quedaron muchas dudas y cuestiones ante el interesante tema del lenguaje que se planteó el penúltimo día de la reunión del Mochuelo. En Wellmer, un sucesor de la escuela de Frankfurt, intérprete de Adorno a cuya filosofía a veces enrevesada le saca un gran partido, ofrece otras propuestas sobre el lenguaje en su “Dialéctica entre modernidad y posmodernidad”. Gracias a Luis Saez he dado con este pequeño gran libro entusiasmante.  Trata la cuestión disputada de la posmodernidad, desde una óptica que no quiere renunciar a la razón como buen frankfurtiano, y también hace su aportación a la filosofía del lenguaje.

Wellmer critica al racionalista "sujeto constituyente de sentido". Se ayuda de la obra de Wittgenstein. Me ha interesado particularmente porque de la exposición de Mariu sobre Foucault me quedó la impresión de que hay en el asunto de la comunicación y el lenguaje hay cosas que se nos imponen sin que podamos hacer nada para evitarlo. Estamos en "ellas". 


Y aquí va otra perspectiva antirracionalista con un antirracionalismo tomado en una justa medida. No vayamos a tirar el niño con el agua.

Aquello de que "el sujeto inventa significados que son conectados con cosas a través de las palabras" sería la versión extrema del racionalismo lingüístico detectable tanto en empiristas como en racionalistas.

Pero lo decisivo se encierra en responder a estas preguntas ¿cómo puedo saber de qué hablo? ¿cómo puedo saber qué quiero decir?

Regla, praxis intersubjetiva en la que alguien ha sido adiestrado.
Juego de lenguaje, conjunto de prácticas, de instituciones “dentro” de las que se habla. Los significados son esencialmente abiertos, no objetos de un tipo particular, ni algo ideal ni psicológico, ni dado en la realidad.
La significación viene por el imperio de una regla basada en la práctica de su aplicación a una clase de cosas. Y la relación de significación no se puede fundar racionalmente, sólo aclarar o justificar. La relación de significación se basa en la necesidad del “querer decir”. Es toda la diferencia entre un sujeto que habla y una máquina que habla por lo demás, al menos en el sentido de las máquinas parlantes del siglo XVIII. Imitaban el lenguaje humano pero la máquina no era quien para “querer decir” algo.

La crítica filosófico-lingüística de la filosofía del sujeto conduce al descubrimiento de lo otro de la razón en el seno de la razón.

Ese “otro de la razón” no se trata de la líbido de Freud sino del cuasi-factum previo a toda intencionalidad o subjetividad, que son los sistemas lingüísticos de significaciones, las formas de vida. Es un mundo en el que los sujetos humanos pueden llegar a ser ellos mismos o no serlo de diferentes maneras. No hay un “consenso” previo para llegar al significado de las palabras, hay entendimiento mutuo que establece la posibilidad de diferenciar lo verdadero de lo falso, lo razonable de lo irrazonable.

Verdadero y falso es lo que los hombres dicen y es en el lenguaje donde se ponen de acuerdo. Cuando hablamos del significado no nos referimos a un acuerdo de opiniones sino a una forma de vivir. El entendimiento conlleva un acuerdo en la definición de las palabras y en un acuerdo en los juicios, esto parece superar la lógica pero no la supera.

Con ayuda de Wittgenstein se le puede reprochar al estructuralismo, y hasta cierto punto a Focault, que descuida la dimensión pragmática de una relación de significado no objetivable. A la pregunta inicial "¿sé lo que quiero decir?" subyace un punto de partida objetivista que Wittgenstein desenmascara. La palabra significación remite a una forma de uso. No tiene sentido decir como hace Derrida que en cada repetición de un signo lingüístico tiene lugar un desplazamiento del significado.

“Ni de una sola ocasión ni de un solo hombre puede seguirse una regla”

El problema es hacer del “querer decir” la fuente del significado y así no se entiende como el otro me entiende o yo me entiendo. La interpretación lingüística a la vez que  modifica lleva en sí un índice de generalidad. El mero uso de una palabra indica una nueva forma de uso.

La descentración filosófica-lingüística del sujeto significa el descubrimiento de un mundo común siempre en trance de franqueársenos en el interior de la razón y del sujeto. Cuerpo, voluntad de poder, libido están presentes en ese mundo. Pero LINGUISTICAMENTE ABIERTOS. También la violencia está presente en el mundo, pero abierta y por tanto distinguible de la comunicación sin violencia, del diálogo, del carácter abierto del uso, de la cooperación voluntaria.

La crítica filosófico-lingüística del racionalismo y del subjetivsmo da ocasión a reflexionar sobre verdad, justicia, autodeterminación y al mismo tiempo nos hace desconfiar de los profetas de la nueva era, en la que retórica ocupa el lugar del argumento, la voluntad de poder el de la voluntad de verdad, y la avidez el de la moral. 
Todo ello a expensas de lo que Amelia se hubo de guardar para mejor ocasión...

martes, 3 de julio de 2012

Ceremonia de clausura

Eufórico acudió nuestro querido Pepe a la cóncava nao, tal que hubiéramos ganado ya el mundial de Brasil, trayendo júbilo de jubilosos jubilados, y alegre se acercó Amelia, y Mariu, María Eugenia -nuestra incorporación más vigorosa y juvenil-, y don Rafael, renovado en sus melancólicas delgadeces, y Ana, la brava navarra, que ha superado su lesión o está en trance de hacerlo.

Don Martín nos sirvió de anfitrión muy cumplidamente. Buscamos la sombra en el precioso ayuntamiento, bajo la protección de la memoria de Machado, don Antonio. Al que no le entusiasmaron los aires de aquella vieja Baeza cuando llegó a ella triste y viudo, ruiseñor y aprendiz de filósofo. Tampoco a un riojano ilustre, por suficientes señas catedrático de matemáticas, del que fui compañero en el Santísima Trinidad, le debieron de sentar, al menos al principio, demasiado bien aquellas derivas hacia el Sur subcontinental, de inviernos y veranos inclementes, pues no paraba de comentarme que Baeza era un -diremos- "discreto pueblo" -para que nadie se ofenda-, alrededor de una "magnífica catedral".

El catedrático, cuya educadísima señora era una castellana, tamibén catedrática de lengua, e impenitente lectora del ABC, se puso luego de buen año, al descubrir los misterios gastronómicos de Casa Luisa, la mujer de Juanito: su pichón estofado, su ensalada de perdiz, su faisán en escabeche, o las habichuelas inigualables de El Alcázar, entre semana, en cuyas sobremesas oíamos las hipérboles sarcásticas del vate Amezcua, fino galduriense -como el aceite lampante tras el refinado-,  no "fino" como el virgen extra, a quien don Antonio Rodríguez Moñino, director del coro, estimable historiador, propietario de un verdadero Goya, sonreía con escepticismo, por no faltar, con bien disimulado desdén de cónsul viejo... Tengo muy presente a la murciana Marta, y a su amiga..., ¿cómo se llamaba su amiga?, una monumental morena algo llorona. Allí ocupa una salita singular, departiendo con otros historiadores y eruditos, mientras tomamos té con pastas, en una de las más hondas cantinas de mi memoria.

De la memoria va el congreso de la AAFi, que se realizará en Córdoba en septiembre. Ana y yo nos hemos confabulado para presentar sendas comunicaciones, en tiempo y forma. Ella tocará su tema quintamochuelero: en torno a la ikástica de Gómez de Liaño; y yo echaré mano de mis recientes estudios sobre Emilio Lledó, que escribe sobre Platón y su divina anámnesis en La Memoria del Logos.

Mi primer contacto con aquel claustro honorabilísimo -en el que todavía figuraba don Ángel Nieto, catedrático de ciencias que había examinado oralmente a mi madre de reválida de séptimo de bachillerato-, fue una comida tutti pleni en El Casino de Baeza, sí, en ese mismo patio en el que merendamos el otro día. Con eso se cerraban entonces las cuentas del curso. El alumnado se levantaba por hábito cuando entraba en clase el profesor, en señal de respeto, y tras la mesa del maestro había un timbre para llamar al conserje, que, perfectamente uniformado y no vestido de jipi, como ahora suele suceder, preguntaba al profesor qué se le servía... Los actos educativos tenían entonces su solemnidad, su enjundia, su adorno, su decoro, su empaque, y no se habían perdido todavía ni siquiera las formas inútiles, cuando menos, no se habían perdido las buenas formas.

Y nosotros, en nuestro afán restaurador, cerramos muy lucidamente el curso de la Quinta, o Septa o Séptima del Mochuelo, que no "secta" del Mochuelo, aunque pagando a escote, o casi, porque yo sólo pagué el gasoil pestoso, y esto resulta muy catalán, que cada vez les imitamos más, mientras ellos no dejan de negarnos como Pedro a Jesús. Y tengo la duda angustiosa de si es que el Barça juega como la Selección o es la Selección la que juega como el Barça... Mentras siga ganando...

Para el próximo curso parece que el tema de la educación, o de la deseducación, mola.