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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

domingo, 13 de abril de 2014

Donaire y despiste del filósofo (¿o filósofa?)


"-Ya conocéis mi torpe aliño indumentario-
...
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar."
 Antonio Machado. "Retrato". Campos de Castilla

Alejandro el Grande y Diógenes de Sínope, seguidor de Antístenes.
¡La barba no hace al filósofo...  "echarse con libre ligereza el abrigo sobre el hombro derecho ", sí!

(Traducción -bastante libre- del artículo de Le Monde : « La barbe ne fait pas le philosophe… « relever d’un geste libre son manteau sur l’épaule droite », si ! » (1 de abril, 2014).

Seguro que no es la elección del estilo de su vestimenta ni la coquetería de su pose lo que distingue a los filósofos. Un cierto desaliño cubre estupendamente el empacho metafísico y los interrogantes existenciales. No obstante, si la manera de vestirse no sirve de logotipo ni marca del filósofo, cierto donaire (l’allure) tiene toda su importancia… Sabemos que Sócrates vestía el mismo abrigo, tanto en verano como en invierno. Cuando su mujer, la desabrida Jantipa, se lo birló (avergonzada sin duda por su facha), el "Tábano de Atenas" prefirió echarse encima la primera piel de carnero que halló a mano que acudir al sastre. Marco Aurelio describe esta indiferencia total del filósofo por su atuendo contando que prefería pasar por un mendigo. 

Pero Sócrates no exageraba su austeridad ni hacía alarde de pobreza, contrariamente a su discípulo Antístenes, futuro fundador de la escuela cínica, que se enorgullecía de su desprecio por las telas. Creyendo probar así su superioridad y desapego con respecto a los bienes materiales, Antístenes exhibía las partes más gastadas de su túnica y mostraba sus andrajos. Diógenes Laercio recuerda la respuesta áspera con que le censuraba el maestro: "Veo tu vanidad a través de tu túnica". Sócrates equiparaba así la afectación de lujo con la afectación de miseria. Descartes retendrá la lección, como nos recuerda su primer biógrafo, Adrien Baillet: "[Descartes] jamás fue descuidado, y evitaba sobre todo disfrazarse de filósofo".

LIBRE

Pero si el traje como tal no hace al filósofo [como el hábito no hace al monje], su donaire, según sea libre o no, nos sirve para distinguir al "filósofo natural" de quien no lo es. En el diálogo Teeteto, Sócrates compara con su interlocutor Teodoro las características del filósofo y del hombre de poder. El primero, porque se preocupa de la esencia y de la naturaleza verdadera de las cosas, no se entera de lo que sucede aquí abajo: así Tales que, totalmente ocupado en escudriñar el cielo, no ve el pozo a sus pies y se precipita en él, suscitando la risa de la criada tracia. Torpe, ridículo, es descrito por Sócrates: "provoca risa (…), su ignorancia de las formas respetables es espantosa y le da un aire estúpido", de manera análoga a la que utilizará Baudelaire para referir al poeta con la metáfora del albatros: "Exiliado sobre el suelo en medio del abucheo, / Sus alas de gigante le impiden marchar" (Exilé sur le sol au milieu des huées, / Ses ailes de géant l'empêche de marcher ).

Esta torpeza tiene sin embargo como contrapartida una gran independencia con respecto a las convenciones, una libertad que el filósofo transpira en su "donaire" (l'allure, en griego antiguo, tropos, literalmente: cariz, sesgo), el cual, por esta razón, parece "libre". En su obra Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Pierre Hadot escribe que "sabiduría no significa sólo conocimiento, sino que ella nos hace ser de otro modo" y nosotros podemos añadir: también aparecer de otro modo. Porque el que está al corriente de todos los usos y códigos, el que está a gusto en todas partes, con todo el mundo, todo el tiempo, éste, añade Sócrates, "no sabe echarse encima con la ligereza de un gesto libre su abrigo sobre el hombro derecho" -contrariamente al filósofo auténtico. Pionera descripción fenomenológica de la belleza y donaire del gesto filosófico cuando, por repetir las palabras de Rimbaud, "el gabán también deviene ideal" …

***
Juan de Zabaleta, autor de Errores celebrados

CIELO Y SUELO

Hasta ahí el artículo de Le Monde que apareció en la sección Moda, sin firma.

La archiconocida anécdota de Tales y la criada, me han llevado a la relectura de la obra de Juan de Zabaleta (1610-1670?), Errores celebrados. Zabaleta fue cronista de Felipe IV. El distinguido crítico ilustrado Diego de Torres Villarroel le consideró uno de los "filósofos más serios, profundos y juiciosos de la nación". Su lenguaje es el mejor del siglo, después del de Gracián, ganándole a este en naturalidad. Zabaleta tuvo también ideas propias sobre el sentimiento del honor, la nobleza ("no hay más honra que la virtud"), el desafío, la pobreza, el valor de la vida...

He aquí cómo el humanista y moralista -al que el exigente crítico Ludwig Pfandl llama "delicioso Zabaleta"- describe el famoso incidente:

Tales de Milesio era un filósofo de los muy venerados de la Antigüedad. Éste, entre otros estudios suyos, deseaba averiguarle los movimientos al cielo. Iba una noche a su casa a tiempo que su criada salía della a buscarle. El hombre iba tan divertido mirando a las estrellas que metió un pie en un hoyo y dio con todo su cuerpo en el suelo. Llegó la mujer a socorrerle y, con la libertad de criada de pobre, le dijo: "Levántese, señor. No ve lo que tiene junto a los pies, ¿y quiere ver lo que hacen las estrellas?" 

Para Zabaleta la burla de la criada no es más que un ejemplo de la desagradecida infamia con que el vulgo paga al científico y al hombre de letras por sus desinteresados desvelos. Los estudiosos son la cabeza y órganos por donde el mundo recibe las enseñanzas del cielo. Y es triste que mientras la cabeza se afana por adquirir conocimientos ("noticias") con que conservar y honrar el cuerpo, éste en lugar de agradecérselo, cuando aquellos más se fatigan, no haga sino levantar vapores molestos.

No se extraña Zabaleta de que Tales tuviera tanto interés en los astros:
El alma racional se deriva del cielo; no es mucho que quiera saber cómo es su patria.

Compara la ignorancia de la criada con el silencio o facundia del borracho:
El mucho vino a unos los hace callados y a otros los hace habladores. La ignorancia es como el mucho vino: a unos los hace no acertar a despegar la boca y a otros los hace decir boberías.

Puede que el vulgo haya celebrado durante siglos la burla de "esta vieja bachillera" -como le llama irónicamente Zabaleta- dando a entender que nada podía saberse de astronomía ("astrología" es todavía su nombre en el barroco), y sin embargo de lo que dijo se infiere que algo puede saberse de ella, "pues nadie cae en donde mira". Si quería que Tales mirase a la vez el cielo y el suelo, desatino sería, pues quiso un imposible:
Quien mira al suelo no cuida del cielo; quien mira al cielo no se acuerda del suelo. 

El moralista pone luego el ejemplo del religioso virtuoso que "mira al cielo y estáse en él todo", que se olvida de la tierra y de su cuerpo...
No atiende a su vestido y anda tan mal vestido que es lo mismo que andar desnudo.

Por mirar al cielo cae en las descomodidades de la tierra y así cae donde no mira:
Los estudiosos miran al cielo, que es de donde bajan las ciencias; no miran al suelo, que es donde las comodidades se hallan, y quédanse sin comodidades. Andan mal vestidos, porque el vestido ha menester cuidado, y ellos no ponen cuidado en el vestido. Andan pobres, porque es la tierra donde se encuentra el oro y ellos no miran a la tierra. Caen en desestimaciones porque miran al cielo, y es porque no estiman el cielo los que los desestiman. Cayó el filósofo porque miraba al cielo. Todos los que miran al cielo están caídos.

Este final, ay, admite una interpretación melancólica, sobre todo ante un cielo que ya no existe en las grandes ciudades, si siquiera para los sentidos, y ante un Cielo tan desencantado como saqueado por la ausencia de ideales en nuestra decaída cultura. Sin Cielo, sin el Reino de Utopía, sin ideales, pronto nos quedamos sin ideas, y sin ideas, falla sin remedio tanto la innovación como la creatividad.


4 comentarios:

Amelia Fernández dijo...

Realmente bonito el artículo y tu interpretación, con la que coincido. De todos modos, respecto al aliño ¿no crees que se convirtió en "marca de la casa filósofo" el andar despreocupado del suelo y con ello, de todo lo que significa: cuerpo, indumentaria, o lo cotidiano? Hemos entrado, sin embargo, en la era de la Estética, olvidando la relación entre lo bello y lo bueno porque, quizás, hemos sustituido lo bueno por lo bello, las obras por la parafernalia y ya ves que me dirijo, por ejemplo, a la Semana Santa (no pierdo mi vocación atea). "Semana de pasión", ¿sabemos que se trata de una semana de padecimientos? ¿No celebramos "vacaciones"? ¿No vivimos folclore?
El aliño ha terminado haciendo al monje y el cuerpo ha terminado dominando al alma. No hemos sabido encontrar un término medio que nos hiciera seres vivos proyectivos y por ello, más que nunca se hace necesaria la denuncia del proceso que nos ha conducido a la despreocupación del espíritu o a su sustitución por la preocupación de la energía que somos.
No creo que nos tengamos que diluir tanto, pero tampoco pesar como caer en todos los socavones que se abran a nuestro paso.

José Biedma L. dijo...

Pienso que la sirviente tracia también filosofó cuando llamó la atención de Tales sobre la importancia de mirar al suelo. La excelencia está en no perder de vista la realidad, ni la idealidad. En lo del desaliño estoy más bien con Descartes, o sea, mejor las buenas formas, sobre todo si uno trabaja de cara al público, aun sin exageraciones...
El esteticismo es una equivocación metafísica. Entiendo la belleza como resplandor de la verdad (Tomás de Aquino) o de la bondad (Ficino). Sucede que el arte deshumanizado (que decía Ortega) se ha desvinculado del ideal de la belleza, para bien y para mal.
De todos modos, ya sabes que no soy iconoclasta, sino más bien idólatra, en la imagen también se expresa lo ausente, lo divino... Y el ateísmo puede ser santo. Igual que se puede ser ateo por motivos filantrópicos y religioso por motivos misantrópicos. ¡Somos tan complejos!
En cuanto a la Semana Santa, no sólo es una semana de penitencia y pasión (contemplada, reflexionada, el sacrificio de Dios mismo), sino también de renovación y resurrección, seguro que recogiendo rituales, mitos y utopías naturalistas, más antiguos y genuinos, en el símbolo -o mito- de la resurrección histórica del Cristo. De hecho, para la teología cristiana, el día más importante es el domingo de resurrección y esperanza...
Lo que sucede aquí en Semana Santa tiene más que ver con lo que sucedía en la Siracusa de Platón (en el Valle de los Templos) que con el cristianismo mistérico de Orígenes, por ejemplo.
Gracias por tu atención y comentario, siempre sabroso.

Ana A dijo...

Gadamer dice que no es que se cayera al pozo sino que se metió en él porque de esta forma la circunferencia del brocal delimitaba mejor un trozo del cielo estrellado para la observación del, supongo, giro aparente de la bóveda celeste durante la noche.

A partir del minuto 2:14 explica Gadamer la pasión teórica de Tales que le llevó a meterse en dicho pozo seco
https://www.youtube.com/watch?v=HNf8vhDTnQo
En cuanto al aliño indumentario, normal que no sea la primera de las preocupaciones del filósofo. Pero de ahí a ser un zarrapastroso hay un trecho que no tiene porqué recorrerse

Anónimo dijo...

Gran texto y bien hilado, una pena que tenga bastantes errores de forma y ortografía, además de algún párrafo demasiado confuso por usar tanta cita entrelazada al texto.
Me ha faltado una reflexión sobre "il giusto mezzo" aristotélico, dar a entender que la idealización te hace sabio y el empirismo vulgo resulta facilón para un texto que pretende ser magno en contenido.