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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Evolución espiritual de los intelectuales españoles en la emigración. J.L.L Aranguren (1949)

Los componentes de la Quinta del Mochuelo después de su última sesión el 3 de diciembre de 2008, en la escalera del IES Francisco de los Cobos. De izquierda a derecha, Martín Ruiz Calvente, Ana Azanza Elío (ponente y autora de esta entrada), Amelia Fernández García, José Biedma López, Rafael Bellón Zurita y José Fuentes Miranda.

Traigo un resumen de mi último trabajo para el grupo. Está hecho al hilo del escrito de Aranguren, importante hito por ser el primer intento de tender un puente desde la España de la dictadura con los intelectuales que habían escapado al régimen. Me he fijado especialmente en uno de ellos: Francisco Ayala, del que se traen citas tanto de su narrativa como de sus escritos políticos editados por Pedro Cerezo con ocasión del centenario del escritor.

Ana Azanza
3 de diciembre de 2008
Grupo de trabajo: “Conversación en el aula, homenaje a J.L. L. Aranguren”



El artículo aparece con fecha de 1953, aunque es de 1949, está dentro del libro editado por Taurus en 1957 titulado “Crítica y meditación”, y pertenece por tanto a la etapa poético-religiosa de Aranguren.

El libro Crítica y Meditación lo escribió tras la ruptura con el grupo literario de la revista Escorial. Participaban Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, José María Valverde.

Me pregunto ¿lo más granado de la filosofía y literatura española en 1949 estaba en el exilio?

José Luis L. Aranguren, midiendo mucho el tono y las palabras (a los exiliados se les había negado la condición de españoles) intenta abrir camino al entendimiento con los emigrados:

“¿No es absurdo que entre ellos y nosotros esté cortada casi toda comunicación pública?... ¿es hoy tan rica nuestra vida intelectual como para que sin gravísimo menoscabo, pueda prescindir de la aportación de los emigrados?...¿no ganarían precisión y rigor, (los exiliados), con un mejor conocimiento de su presente faz intelectual? ”

La historia intelectual de España está a rebosar de exiliados o emigrados, desde el Cid, el más ilustre y glorioso. Y esos exiliados a su manera han reconquistado América en el siglo XX. Aranguren contesta a las objeciones a su intento de tender un puente con el exilio: que su influencia política es nociva, que muchos se fueron porque quisieron, que desde España ya se ejerce influencia en América.

Los exiliados tienen la ventaja de su filiación izquierdista que les abre puertas cerradas a los intelectuales que se han quedado en el suelo patrio. Recuerda la obra española en Méjico: el colegio de Méjico, Fondo de cultura Económica, la revista Cuadernos Americanos. Y en Argentina Sánchez Albornoz ha fundado una cátedra de historia de España, el instituto de historia de la cultura española medieval y moderna y la revista Cuadernos de historia de España.

-La labor de los intelectuales españoles en el exilio antes que en “extranjerizar” ha consistido en un entrañamiento, cada vez más profundo, en su constitutivo ser hispánico.

-Habla Ayala:

“…reflexionaba sobre las tormentas y tormentos que el acontecer histórico había infligido a nuestra generación, y sobre el modo cómo había conducido yo mi existencia hasta llegar al momento presente. Pensaba que el haber sido capaz de capear esas tormentas y soportar esos tormentos era debido en medida considerable a mi desasimiento del pasado, que me permite abandonar sin pena los preciosos lastres que al correr de los días y de los años se van acumulando. Esa propensión mía quizás excesiva, a proyectarme hacia delante sacudiéndome de las adherencias –o, digamos, adquisiciones- ya logradas, ha permitido que la situación de volver a empezar en que varias veces me he hallado no fuera para mí tan destructiva como, según veía a mi alrededor, lo era para otros. ”

A pesar de este artículo de Aranguren en 1952 Revista de Occidente y Aguilar publicaron un diccionario de literatura donde no figuraban los exiliados, el black out intelectual decretado por el régimen había funcionado, dice Ayala en sus memorias .

La situación de desterrados ha marcado a los escritores que se estudian en este artículo, hay un cambio de orientación con respecto a lo que escribieron antes de la guerra. Hay un elemento dramático, el sentimiento de separación forzosa, impuesta y opera el impulso de libertad que mira más hacia delante que hacia atrás. Muchos quieren y no pueden volver. Aranguren aclara que, siendo muy importante la guerra y el exilio para explicar los escritos de Ayala o Américo Castro después de 1939, no pretende con ello despojar a sus respectivas obras de valor objetivo. La situación marca el talante del escritor, abre un aspecto de la realidad inaccesible para quien no haya pasado por la misma experiencia vital. A este respecto Moreno Villa diferencia entre emigrados y arraigados, los primeros se fueron al terminar la guerra, y los segundos se quedaron o volvieron pronto a España porque no podían vivir fuera (Azorín, Benavente).

Aranguren opina al respecto que el exilio sirvió para que otros, aunque no han vuelto, se dieran cuenta de lo arraigados que estaban en su tierra. Y hay todavía una tercera categoría, la de los hombres de tipo internacional, como Madariaga, europeizante, cosmopolita, hombre de congresos y reuniones internacionales ser español es casi un accidente.


El talante del exilio está teñido de melancolía, y su situación les lleva a evocar a los grupos étnicos expulsados de España, moros y judíos. Francisco Ayala ha dedicado al tema de la guerra civil y el exilio parte de su obra narrativa. Lo vemos especialmente en el grupo de relatos La cabeza del cordero, donde se incluyen además del que lleva propiamente ese título, El mensaje, El tajo, El regreso y La vida por la opinión.

Aranguren se refiere al argumento de La cabeza del cordero, que no quiero desentrañar, pero me parece interesante lo que el propio Ayala dice en la introducción a este grupo de relatos publicado en 1949, el mismo año del artículo de Aranguren:

“Las novelas que integran el presente volumen acercan las mismas angustias a la experiencia viva de donde dimanan. Todas ellas contemplan la guerra civil española, todas, sí, incluso la primera, El mensaje, que no alude para nada al conflicto y que hasta se supone discurriendo en época anterior a 1936. Pues el tema de la guerra civil es representado en esas historias bajo el aspecto permanente de las pasiones que la nutren; pudiera decirse: la guerra civil en el corazón de los hombres. De modo que los personajes de esta primera narración, criaturas vulgarísimas, y que ni siquiera pudieron ventear la futura tragedia, la llevaban sin saberlo escondida dentro de sus vidas rutinarias y grises, en la tensión de la envidia sofocada, en la presunción estúpida, del aburrimiento, y también en el ansia de algo extraordinario, grande, de algún asunto susceptible de apasionar, y arrebatar, y encender a todo el pueblo –con lo que podría sugerirse que, en un sentido remoto, el nunca descifrado mensaje, anunciaba eso, la guerra civil, y no otra cosa.

….Tampoco en las dos novelas de corte paralelo, El regreso y La cabeza del cordero, se presenta la guerra en su actualidad, sino ya como un pretérito consumado. Han pasado después de ella diez años, pero sigue estando ahí, gravita inexorablemente sobre uno y otro protagonista, y distintos entre sí como lo son, tanto en carácter como en circunstancias, ambos remiten a ella su destino respectivo…. ”

Junto a la melancolía el sentimiento trágico. El talante del exilio conduce muy derechamente a una visión rota, desgarrada de la vida española. F. Ayala advierte de que “nuestro gran problema de cultura haya recibido su más preciada fórmula en el tema de la conciencia disidente”. Esta cuestión la trata en su ensayo La perspectiva hispánica de 1944. No es un mero choque de los españoles modernos con las instituciones oficiales como a veces se ha querido ver. Los disidentes dice Ayala,, “han llevado siempre la Inquisición dentro, para ellos se ha tratado siempre menos de un conflicto con autoridades externas que de un drama de conciencia. Por eso ha podido llenar este drama toda la Edad Moderna, afectando lo mismo al rebelde que al sumiso; lo mismo al perseguido como al perseguidor. En toda mente hispánica puede hallarse, bajo una u otra forma, esa fisura íntima, esa disyunción que ha venido a trastornar nuestra vida común, sacudiéndola en delirantes convulsiones. ”

La angustia de los heterodoxos españoles estaba dentro de ellos, las persecuciones afectan mucho menos a los españoles con conciencia despierta que la ruptura interior. Incluso el hecho de enfrentarse a algo externo es un descanso para el disidente, que se olvida así de su tormento particular. Cuando el ortodoxo español y el disidente español van en serio, se dan cuenta de la parcialidad e insatisfacción de su actitud. Experimentan la seducción del adversario, como en aquella leyenda platónica de que en el mundo cada mitad busca su otra mitad para reintegrase en el todo unitario. Un muy buen ejemplo de este hecho, de esa íntima contradicción que late dentro de cada heterodoxo y cada ortodoxo en nuestra cultura es Historia de los heterodoxos españoles escrita por un gran ortodoxo como fue Menéndez y Pelayo.

Los espíritus españoles más vigorosos, más formados en la tradición hispánica han tendido con desesperación a lo extranjero. Mariano José de Larra o Faustino Domingo Sarmiento son tipos de una gran reciedumbre hispánica al tiempo que abominan de lo español. Desemboca esta tradición en el ¡Que inventen ellos de Unamuno!, porque al español, no es que sea inútil para la técnica, pero nos interesa menos. Unamuno es el punto y aparte según Ayala de varios siglos en que la conciencia disidente española era la parte creativa y significativa de nuestra cultura.

Frente a los disidentes, la “caterva de los casticistas” ha cultivado el folklore, el localismo y costumbrismo. Y se han caracterizado por su agresividad a lo que suene a extranjero y a universalista. Pero en una increíble vuelta de tuerca Ayala opina que son los casticistas que se recrean ante lo típico como los turistas, los que en verdad son extranjerizantes, pues el universalismo responde a la tradición. Con notables excepciones nuestra historia intelectual la han protagonizado los heterodoxos desde la contrarreforma . El grave problema es que por la ruptura constante ha sido imposible una continuidad, una productividad duradera y honda que incida en la sociedad. Siempre estamos comenzando y renegando de algo, el pensamiento disidente brota aquí y allá sin continuidad, sin llegar a constituir tradición propia, sino que necesitamos acudir cada vez a ajenos manantiales. No es fácil adaptar las ideas extranjeras al suelo hispano, la realidad española se resiste a dejarse ahormar por las corrientes europeas, y tenemos como ejemplo a los krausistas forcejeando con el ambiente y la condición íntima española.

Esa lucha ha desembocado en la guerra civil, si en tiempos de paz el enfrentamiento entre lo nuevo y lo viejo no tiene mayores consecuencias, en la guerra España desemboca en la tragedia. En El tajo los personajes, el personaje principal inocente culpable o culpable inocente, lleva sobre su conciencia el peso del pecado, camina por la vida oprimido por el destino que debe soportar, que siente merecido y que ha caído encima, sin responsabilidad específica por su parte.

“En El tajo, se adelanta por fin la guerra hasta el plano de la actualidad, hace acto de presencia, pero es una guerra reducida a lucha singular, a un episodio único, alrededor del cual vuelve a surgir el equívoco de inocencia y culpa, ahora como drama de una conciencia que examina la propia conciencia… El protagonista de El tajo es, en cambio, un carácter blando y solitario, soñador; es el burgués cultivado, capaz de análisis finos y de sentimientos generosos, pero no de superar el abismo abierto a sus pies por la discordia de los hombres… ”

La guerra, glosa Aranguren a Ayala, no fue sino la hipóstasis de ese íntimo desgarramiento, cada español tuvo que decidirse por uno u otro bando, pero la mitad de su razón, la mitad de su sentimiento, la mitad de su alma, quedó irremediablemente en el opuesto. La guerra civil fue impuesta por el destino y era tan inevitable como el desenlace de una tragedia antigua, la tragedia de España, que nos envuelve a todos, aun a los inocentes, en un pecado original por el que vencedores y vencidos estamos siendo igualmente castigados en nuestra conciencia .

El acercamiento a Unamuno, “nuestro gran atormentado” como lo llama Aranguren, era casi inevitable para los españoles en el exilio. Ferrater Mora, Sánchez Barbudo, García Bacca le han dedicado estudios. Los hay que ya eran unamunianos antes de expatriarse como Bergamín, pero en quienes Aranguren descubre un mayor entrañamiento unamuniano son Ayala y Américo Castro. Los dos han traído a colación el “¡Que inventen ellos!”. Ya hemos dicho que según Ayala, Unamuno encierra en su personalidad al casticista y al progresista deseoso de modernizar España. Nadie como él vivió la tragedia, la agonía de la existencia, el desgarramiento interior que la crisis de sentido finisecular provocó en los intelectuales de su época. Viviendo y sintiendo el drama de su país, Unamuno pensador estaba muy a tono con la filosofía contemporánea europea. Para Ayala, es un punto y final, a partir de él los españoles pueden expresar con plena conciencia su insolidaridad con la orientación unilateral de la civilización moderna.

Ayala opina en su Perspectiva hispánica (1949), en un ataque de optimismo poco frecuente en él, que dado que Occidente ha llegado a una segunda guerra mundial en la que España no ha tenido arte ni parte, es tiempo de señalar “nuestra radicalidad insolidaridad con la catástrofe”. Sacar provecho de la posición excéntrica que ocupaba el país en aquel momento, sería el mensaje. La catástrofe sufrida por Occidente coloca a España en un plano de igualdad con sus demás ramas, estamos abocados a construir un futuro para el que los viejos materiales no valen. La técnica que tanto “envidiamos-despreciamos” ha llevado al absurdo y al conflicto con los valores morales. La civilización moderna está en un impasse y nosotros, dice Ayala, “al cabo de cuatro siglos volvemos a sentirnos desembarazados y en franquía espiritual, libres de la contradicción íntima en que nos consumíamos: pues al cesar la vigencia de los principios culturales recibidos de fuera cesa también la resistencia proveniente de nuestra originaria conformación espiritual cristiana y universalista, y se produce una distensión… ”

No es que España tenga virtudes de las que los demás europeos carezcan. Pero alguna ventaja tenía que tener nuestro aislamiento multisecular. Cito a Ayala:

“Me refiero concretamente al estilo de las reacciones, al equipo de las actitudes radicales ante la vida que imprime a nuestro carácter nuestra conservada impregnación cultural católica, es decir: ecuménica, universalista-humana…Ese estilo procede de las claves de la cultura occidental; pero en nuestro ámbito han sido preservadas, no siempre de la corrupción, pero sí de esa destrucción total que, en el resto de Occidente, fue resultado del desarrollo exclusivo de algunas de sus tendencias.”

Ayala piensa que esta aportación de España a la reconstrucción de Europa no va a ser un “inexorable advenimiento”. Toca a los españoles dar forma a esas propensiones históricas que yacen medio ocultas como las ruinas de una ciudad bajo tierra, en el fondo de nuestro ser colectivo. Libres de las tentaciones de prepotencia del pasado, a los hispánicos nos queda participar en una regeneración espiritual del mundo. Es necesario que no nos apartemos,

“pero también que nos abstengamos de asentir a las posiciones ideológicas que se nos impartan, y que nos esforcemos en cambio por hacer valer nuestra propia manera de entender la vida, proponiendo una interpretación fresca, directa y genuina de la realidad.”

Así España podrá contribuir a la configuración espiritual del nuevo mundo tras la guerra mundial.

Era imposible llevar a cabo la política de Cristo predicada por los intelectuales del siglo XVII cuando España era una potencia mundial. Pero liberados de la carga del poder, es posible sostener, según Ayala una doctrina moral que entienda la vida como realización espiritual e íntima de valores eternos.

Este sería el resumen de lo que Ayala saca de la veta unamuniana en la que como exiliado se ha visto obligado a ahondar. También Américo Castro sufrió tras el exilio una verdadera conversión al casticismo de corte unamuniano y por ello describió las actitudes propiamente españolas ante la vida (el vivir en el será, el español como puro ímpetu y representación escenificada de la vida, el sentimiento trágico de la vida). Y es interesante saber que Américo Castro, a la vuelta de 40 años del dicho unamuniano ¡Qué inventen ellos! rectifica lo que pensó en su juventud: “Cuando Unamuno profirió su tan discutida exclamación, hablaba desde el fondo de la historia, aunque quienes éramos jóvenes en 1909 protestáramos enojados contra lo que mirábamos como un exabrupto de barbarie.”

El mayor drama de los emigrados es la experiencia vital de no saber de dónde se es, “ni de aquí ni de allí”. Ayala lo expresa poéticamente en el relato El regreso. El protagonista ha pasado nueve años en Buenos Aires tras la guerra y esta es la descripción de su llegada a Galicia:

“Una mañana, a comienzos de octubre, desembarqué en el puerto de Vigo. Nunca antes había estado en Vigo, no me gustó la ciudad, la hallé sucia y desoladora, y me sentí en ella desamparado, tanto si no más como en Buenos Aires cuando, acabada nuestra guerra civil arribé a su puerto. Sí, por mucho que fuera presdispuesto a las emociones patriótricas, no pude evitar la sensación de hallarme en tierra extraña, y ese recelo, esa soledad, lejos de disiparse, aumentó hasta verme en Santiago. Y cuando ahí estuve, y el tren me hubo dejado en la estación y comencé a andar, maleta en mano, por las calles de grandes losas húmedas, resbaladizas, hacia casa, me pareció que regresaba no tanto a mi ciudad natal como a un sueño que ya había transitado antes por dos o tres veces… ”

En sus memorias Ayala relata su estado de ánimo la primera vez que volvió a poner el pie en la ingrata patria tras el exilio. No quería espectáculo. Se había publicado ya el libro de Marra López Narrativa española fuera de España 1939-1961, (1963). Hubiera sido fácil explotar la condición de “represaliado” por el régimen, incluso legítimo. Pero Ayala atravesó la frontera francesa con espíritu de mero observador. Corrían los primeros años sesenta, la impresión del escritor es descorazonadora:

“El espectáculo que ofrecía Madrid era bastante sórdido. La vestimenta de la gente traslucía una mal disimulada miseria, y los semblantes y el agotamiento un humor negro. Las calles estaban plagadas de mendigos y en sus expresiones, en la avidez con que se echaban a la boca las aceitunas o las patatas fritas que uno les dejaba arrebatar del platillo en la terraza del café se notaba que su necesidad era entonces hambre verdadera… ”

Llama la atención su encuentro en una tertulia con escritores:

“siendo como eran todos hostiles al régimen y víctimas de su persecución, comprendí no obstante que apenas si podíamos comunicar entre nosotros, que no podían comunicar conmigo ni tampoco entre sí, encerrados cada uno en su desesperación –sumidos, podría decirse, en una total abulia, en el nihilismo-. Parecía que de veras el régimen los había conseguido aniquilar…

Aranguren interpreta la desazón de los exiliados que vuelven: esta España no es la suya, han transcurrido demasiados acontecimientos, han sobrevenido muy graves mudanzas para que él pueda encontrarse en ella. Pero tampoco puede desprenderse, desarraigarse de aquí. Justamente en este no poder vivir ni aquí ni allí consiste su drama. Los desterrados acostumbrados a vivir entres sus recuerdos y nostalgias en la España de su corazón más que de la realidad, se han tornado ciegos a la luz de un presente que les es ajeno y se ha hecho sin ellos. Francisco Ayala es seguramente uno de los exiliados que evolucionó con la situación, yendo hacia delante, aceptando lo irreversible de la situación.

Otros, tal José Gaos, hicieron de la necesidad virtud. Y él propuso la sustitución del término desterrado por trasterrado que se ve llegó a ser empalagosa palabra. A fin y al cabo Hispanoamérica en algún sentido es la prolongación de España:

“en los españoles actuó sin duda, la emigración con una actuación de dos vertientes. Toda emigración representa la experiencia de emprender una vida más o menos nueva, en una peculiar relación con la vida anterior…Los españoles hicimos un nuevo descubrimiento de América”,

Poetas como Emilio Prados o Juan Larrea intentan trascender la inestabilidad existencial del exiliado mediante el reconocimiento de una transformación, España ha arrojado su simiente al otro mundo o lado del océano, el Verbo hispánico habría transmigrado del cuerpo peninsular al mundo hispánico. España vuelve a incorporarse al mundo transfigurada. Los poetas trasterrados le dan incluso una consistencia intelectual a esa forzada forma de existencia . Han seguido la única vía posible: unir la nueva vida americana con la antigua vida española.

Señala Aranguren que la distancia convierte la crítica de los exiliados a España en canto. La ausencia, lo mismo que la muerte, cuando no termina con el amor, lo acendra y acrece, lo recubre con una pátina de idealizadora nostalgia. Los desterrados no sólo aman a España, sino que continúan creyendo en ella. Francisco Ayala junto con Claudio Sánchez Albornoz, Altamira, Américo Castro, María Zambrano ha hecho un esfuerzo loable por dar su visión personal del ser histórico de España. Ha participado en libros y estudios sobre españoles ilustres del pasado como Melchor de Jovellanos. En 1949 cuando Aranguren escribió este artículo faltaba una década para que Ayala escribiera Razón de España en el que critica las tesis de Américo Castro sobre la “morada común” de los españoles. Siente Ayala que Américo Castro a pesar de querer evitar el esencialismo romántico que atribuye un ser a cada nación, recae a su modo en él.

El alejamiento de España ha hecho más comprensivo y total del amor que por ella sienten nuestros emigrados. El acercamiento les ha permitido conocer directamente la obra de España allí, haciéndoles plantearse el problema de su valoración. Es significativo para Aranguren que un español “internacional” como Madariaga haya escrito su obra monumental “Esplendor y caída del imperio español” precisamente después de la guerra y en su condición de exiliado. También se hace eco de la apreciación de Ayala sobre Las Casas en La perspectiva hispánica (1944) que forma parte de la colección de ensayos Razón del mundo:

“Testimonios como el célebre libro del padre Las Casas la destrucción de las Indias (1522) que rectamente interpretados hubieran debido despertar el respeto hacia una nueva España capaz de condenar las impurezas inherentes a la práctica política en nombre de principios inviolables, sirvieron de alimento en cambio a la leyenda negra.”

Ayala se detiene en señalar que el maquiavelismo asumido en Europa como teoría y práctica política permitía pasar por alto la atrocidad a los gobiernos, pues el fin del poderío colonial justificaba los medios. En España se atendía a principios que estorbaban, como era la creencia en un mundo unitario y concorde bajo el príncipe cristiano defendido por ejemplo por Rivadeneira. Seguramente los principios éticos predicados por la contrarreforma católica española eran muy elevados pero poco prácticos y sobre todo alejados de la realidad y las necesidades del imperio colonial. Así que lo que para los europeos era sano despliegue económico, aquí se vió como inmoralidad sin disculpa. Había una incongruencia paralizante entre unos principios que se querían mantener a toda costa y la situación histórica. Mientras España fue temible por su fuerza militar, aparecía ante el mundo como un loco peligroso, así nació la leyenda negra. Pero después de las primeras derrotas de los tercios (1643) en Rocroi, el imperio decadente empezó a ser tratado como un infeliz loco de aldea .

Este ensayo de Ayala sobre La perspectiva hispánica me parece una lectura muy fructífera, por la meditación profunda que lleva sobre lo mal que nos ha sentado a España la palabra nación, y como entre nosotros significa lo contrario que en otras naciones, dada nuestra peculiar historia. Pero Aranguren en su recorrido por los exiliados no se detiene demasiado en esta cuestión.

En el apartado que dedica Aranguren a la religiosidad de los emigrados no aparece citado Ayala. Están Sánchez Albornoz, Gallegos Rocafull, García Bacca… y otros como Ferrater Mora o Américo Castro, o Pedro Salinas, en cuyos escritos se puede percibir alguna religiosidad, aunque no sea específicamente el catolicismo. Los exiliados en general reconocer que el catolicismo no es algo adventicio en España, como según Aranguren creyeron los políticos de la República. Esto es particularmente visible en los escritos de Ayala ya mencionados La perspectiva hispánica (1944), la Contrarreforma y Razón de España de 1962 Pero la visión trágica hace sentir a los emigrados que están desterrados del suelo y también de la religión “nacional”, del “cielo” español.

“Razones sociológicas coadyuvan a este distanciamiento de la iglesia católica. Para ellos que viven casi todos en los países americanos, donde sus amigos no son, por lo general, católicos y donde el catolicismo es todavía difícilmente separable de una posición política “derechista”, y que proceden de un país en el que ocurría otro tanto, hacer profesión de fe católica equivaldría casi a cejar en su situación de expatriados ”.

En cuanto a la guerra civil, Aranguren diferencia tres posiciones en el conjunto del exilio español. Están los beligerantes como León Felipe, Max Aub o Rafael Alberti, dice Ayala que en su posición ideológica este grupo muestra escribir más que desde el destierro desde la circunstancia bélica. Seguidamente están los moderados que critican suavemente los trágicos errores de la Segunda república, como Sánchez Albornoz o Madariaga, y piden la reconciliación entre los españoles. Estos dos primeros grupos no merecen tanta atención como el tercero en el que incluye a Francisco Ayala y Américo Castro, que se caracterizan por hacer una interpretación radical de la guerra civil.

En Ayala predomina como sociólogo la interpretación de la guerra civil. Ya he aludido a los relatos agrupados bajo el título La cabeza del cordero en los que da una expresión directa y viva de la experiencia de la guerra. En aquel momento, finales de los cuarenta, se ve que todavía no se había producido la avalancha de novelas y películas sobre la cuestión. Sólo los extranjeros habían sabido explotar un tema rico en posibilidades. Cito a Ayala en la introducción a ese libro:

“En principio llama la atención, es cierto, el hecho de que mientras en otros países sometidos después a experiencias tan crueles, Inglaterra, Francia, Italia, han digerido en seguida sus peripecias tremendas elaborando con ellas una literatura copiosa y, en casos, excelente, no haya sucedido así con la guerra española, que en cambio, plumas extranjeras –Malraux, Hemingay, por no citar son dos entre los más ilustres- tomaron como tema. .”

“Cada uno de nosotros”, habla Aranguren por Ayala, “cuando no hablamos en tono convencional o partidista, tendemos a soslayar el hecho tremendo que nos implica, lo mismo a los de una lado que a los del otro, e inclusive a los que no han derramado, directa o indirectamente, sangre hermana, a los que no alcanza responsabilidad aparente en los trágicos sucesos, en una culpa secreta e inexpiable. Todos nos sentimos envueltos en esa realidad humana, fratricida, brutal, separados por el “tajo”. Todos somos aunque tratemos de olvidarlo, protagonistas y responsables de esa tragedia. ”

Sólo hay una salida a la situación, la catarsis colectiva mediante la naúsea que produce la contemplación sin anestesias del suceso:

“nos ha tocado a nosotros sondar el fondo de lo humano y contemplar los abismos de lo inhumano, desprendernos así de engaños, de falacias ideológicas, purgar el corazón, limpiarnos los ojos, y mirar el mundo con una mirada que, si no expulsa y suprime todos los habituales prestigios del mal, los pone al descubierto y, de ese modo sutil, con sólo su simple verdad, los aniquila. ”

Es la bajada a los infiernos de la que tanto le gustaba hablar a María Zambrano, “no está permitida la elusión del infierno a quien pretende explorar la vida humana” nos dice en El hombre y lo divino, pp. 162-175. La conciencia no puede prescindir de la visión trágica que muestra lo otro que la vida, donde ninguna definición es válida ni ninguna explicación posible. Lo que María expresa en su difícil filosofía poética lo expresa Ayala en unos relatos que te dejan algo así como un nudo en la garganta…

Y en Los políticos, publicado en Buenos Aires en 1944 pero al que no he tenido acceso aún, saca Ayala el propósito: “tras lo cual debe surgir la decisión de quebrar el círculo de hierro en que ha encerrado a España la guerra civil, de no restaurar nada, de no reincidir en un estado de ánimo correspondiente al pasado, dar para siempre y con todas sus consecuencias la guerra civil como un hecho histórico; es decir, como sido irremediablemente, pero también como pasado, como clausurado irrevocablemente.”

Reconoce Aranguren que hay millares de otros expatriados por el mundo en ese final de los años cuarenta. Antiguamente abandonaban su país quienes nada poseían, pero tras la segunda guerra mundial, encontramos que tanto Estados Unidos como Rusia atrajeron intelectuales, científicos, sabios distinguidos. El desarraigo no es nunca plato de gusto para el que lo padece, pero algo bueno se puede sacar de la situación.

“Los emigrados están llamados a preparar la conciencia del mundo para el tránsito del antiguo sentimiento natural de patria y del moderno sentimiento político de nación a un amplio, universal sentido racional de humanidad. Hoy, que empieza a comprenderse la necesidad de superar las estrechas vinculaciones nacionales, nadie puede prestar un servicio más estimable que el de los emigrados. Ellos no por virtud sino por necesidad, ya las han superado, y son, quiéranlo o no, mucho más “ciudadanos del mundo” que de su perdida nacionalidad .”

Aranguren distingue entre “desteñirse”, perder la propia personalidad cultural, y que los pueblos por la convivencia con los distintos aprendan a estimarse mutuamente, a enriquecerse con las aportaciones ajenas. Es cierto, como se ve a lo largo de todo el escrito, que los exiliados españoles, lejos de su país de origen en lugar de desarraigarse se han vinculado cada vez más a España como comunidad ideal, con un pasado y una cultura compartida. La situación les ha llevado a profundizar en los defectos y cualidades, en las características que distinguen lo hispano de los demás pueblos. Y curiosamente a partir de ese “entrañamiento” en el ser español Ayala reivindica “nuestra conservada impregnación cultural católica, es decir, ecuménica, universalista-humana. ”

Y siguiendo en la estela de Unamuno, la propuesta no es dejarse “occidentalizar” –aunque en España 1949 hacía bastante falta- sino en hacer efectiva la presencia hispánica en el mundo. La españolidad activa, como dice Aranguren, caracteriza tanto a José Gaos, con sus empresas culturales en Méjico como a Francisco Ayala. Como hispánicos, una vez concluida la segunda guerra mundial toca estar en contra de sus ganadores, y en Los políticos apunta a que España, aliada de Portugal, pueda organizar el Occidente latino dentro del nuevo sistema de poderes. Por soñar que no quede.


OPINION DE F. AYALA SOBRE EL EXILIO

Los propósitos que traigo aquí son de los años ochenta, cuarenta años después del escrito de Aranguren. Interesa la visión de un exiliado sobre sí mismo y la literatura escrita por los españoles obligados a marcharse. En una entrevista en 1986 decía Ayala a propósito del exilio: “el exilio es uno de tantos mitos (…) cualquier español que se traslada a un país iberoamericano estaba menos exiliado que los que se quedaron dentro (…) Es un poco irritante que se lloriquee por la patria ausente y esas bobadas cuando los que verdaderamente podían quejarse eran los que estaban allí.”

La recepción de los exiliados tuvo variantes según el país, “no hay duda de que la simpatía política, las afinidades ideológicas (con la causa republicana) y un fuerte componente de tipo interpersonal, con los inevitables elementos del azar y fortuna jugaron ahí su papel; pero básicamente fue la coyuntura económica lo que determinó una mejor o peor acogida.”
Ayala aceptó el exilio mientras que como dice en sus memorias, veía que muchos vivían mentalmente en la idea de que aquello era provisional.

Ayala pasó los primeros años en Argentina (1939-50). Había factores atrayentes en ese país: mejor nivel económico que en la España de antes de la guerra, españoles que se habían enriquecido en el país ayudaron a los exiliados políticos, la calidad de la educación era superior a la de otros países iberoamericanos. Casi todos los intelectuales autóctonos acogieron con interés a los fugitivos del franquismo. Por ejemplo Borges, Mallea, Victoria Ocampo, Cortázar, Bioy Casares. Y en los cafés de la Avenida de Mayo se reunían con frecuencia las tertulias de exiliados: Luis Seoane, Rafael Dieste, Lorenzo Varela, Rafael Alberti…. Más tarde llegaron Juan Ramón, Américo Castro, Federico de Onís, León Felipe, Dámaso Alonso.

Las principales obras de su exilio en Argentina son Diálogo de muertos, El pensamiento vivo de Saavedra Fajardo, Los políticos, Razón del mundo. De esta época son también las obras literarias La cabeza del cordero y Los usurpadores. Además inició la revista Realidad que se publicó entre 1947 y 1949.

Por lo demás la opinión que le merece el régimen político en Argentina es demoledora: “para quien, como yo, ha tenido la desagradable oportunidad de presenciar la eclosión y el despliegue del nazismo en Alemania, el espectáculo del peronismo presentaba otro aspecto distinto del mismo fenómeno de masas (…) Si el totalitarismo italiano era grotesco, y ahora el totalitarismo alemán era siniestro, el totalitarismo argentino seria abyecto .”

“La identidad es un fenómeno de conciencia. Es una representación mental no es otra cosa. Lo que se llama el carácter de un pueblo, sus rasgos, sus propensiones, el estilo de su comportamiento, su exteriorización vital en conjunto, no deja de ser en cierta medida, una construcción intelectual montada sobre abstracciones: un esquema mental.

Eso que entendemos por lo español, como lo inglés o lo italiano, ha cambiado a lo largo del tiempo, hasta el punto de hacerse cuestionable la identidad espiritual de la pretendida nación consigo misma en épocas distintas del pasado histórico. Si existe una manera de ser colectivo, un sujeto nacional, sus contornos se pierden en el tiempo y en el espacio. No existe un pensamiento españolo como no existe un pensamiento hispanoamericano. El pensamiento es pensamiento, es una abstracción y como tal está por encima de las aduanas. Las influencias son universales .”

“El exilio es un fenómeno sociopolítico nunca literario (…) No hay pues un grupo literario, sino un fenómeno político que afecta a un considerable número de escritores de una manera similar, pero siendo siempre escritores absolutamente dispares entre sí”.

Por tanto, el único rasgo unificador es la experiencia el exilio que es vivida de manera muy diversa. Diferente edad, prestigio intelectual y apremio en la partida condujeron a resultados disímiles e incluso, la misma elección del país-refugio produjo reacciones variables.

“La llamada literatura del exilio no constituye categoría fundada en características literarias intrínsecas, sino que es fruto de circunstancias extrínsecas y adventicias –las derivadas de la guerra civil-, sin apenas otra repercusión sobre el contenido de las obras concretas que la meramente temática, y aun esta, cuando se da de manera acaso incidental…”

Ni siquiera el tema del exilio es el único tema que abordan estos escritores.

“Los escritores exiliados habían proseguido, cada cual dentro de su propia línea y circunstancias personales, desarrollando su propia obra. El efecto de este marco común del exilio se ha dramatizado en exceso … La idea misma del exilio no depende tanto de las condiciones reales en que cada uno se encontrase viviendo fuera de España como de la conciencia de una ausencia definitiva – tan definitiva que si uno volviese volvería a un país muy diferente del que había sido el suyo-. La idea de exilio sería, pues, para quienes abandonamos España conclusión y resumen de la catástrofe histórica padecida por todos los españoles, por nosotros, y también por quienes se quedaron dentro, en exilio interior o cautiverio.

Nuestra labor (como escritores) tiene una continuidad dentro de la cual el exilio constituye, en la particular experiencia de cada uno, una circunstancia vital que no parece justificar la exclusión de nuestro nombre del cuadro de la literatura contemporánea para arrinconarnos en una especie de lazareto… Mi opinión es que el problema de la novela del exilio no es un problema de los exiliados, sino un problema sociológico-literario de España.”