domingo, 5 de noviembre de 2017

UNA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA ESPAÑOLA



Ana Azanza


“Historia de la filosofía española, su influencia en el pensamiento universal” (2007) de Heleno Saña no podía resultar un libro más intempestivo  y a la vez más necesario en los tiempos que estamos viviendo, en el que hace falta valor para reclamar algo “español” o simplemente España por el tinte franquista que hemos dejado caer sobre ambas palabras al habernos saltado una etapa histórica esencial tras la salida de una dictadura: la que corresponde al tiempo de encarar la realidad de “lo que pasó” y las numerosas complicidades que de la noche a la mañana desaparecieron como por ensalmo. La mala conciencia nos persigue.

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En este libro sin embargo se mira con afecto y sin etnocentrismo la producción filosófica que ha dado de sí nuestra tierra a la que despreciamos por un rechazo condicionado e inconsciente a todo lo que suene a español. Están las constantes del pensamiento español, por ejemplo el misticismo, el idealismo y universalismo, el sentido de la igualdad y la generosidad que llamó la atención a Gerald Brenan en su época de “Homenaje a Cataluña”, la Cataluña en la que luchó por la defensa del ideal democrático contra las tropas franquistas.

Los pensadores del siglo XVI, Soto, Mariana, Vitoria son precursores de una filosofía universal, que busca la unión entre los pueblos basada en el reconocimiento del otro y un ideal de la humanidad unida. No obstante preferimos hoy a los filósofos extranjeros que dicen lo mismo que ellos pero en idiomas diferentes.

Frente al idealismo del que hicieron gala los humanistas españoles Vives, Antonio de Guevara, Juan Huarte, España dio a luz la novela picaresca, salida de la realidad miserable que vivía el pueblo mientras los tercios se desangraban en guerras religiosas por Europa que no tenían interés más que para la casa reinante, los Austrias. Es curioso, paradójico y doloroso que siendo un país sin protestantismo los monarcas nos metieron en dicho conflicto por cuestiones dinásticas.

Heleno Saña dedica un capítulo entero a los místicos Teresa de Avila, Juan de la Cruz, Juan de Avila, una veta que no se quedó en el siglo de oro sino que el autor va persiguiendo en todos los pensadores posteriores y encuentra en María Zambrano o Ganivet con su “Idearium español”.

Del siglo de las Luces quedó el afrancesamiento por patriotismo de los Ilustrados españoles. Por ejemplo en Cadalso que conoció bien Europa y no la idealizó, siendo consciente del atraso material que azotaba a España, pensaba que el país había que renovarse desde los propios valores, sin limitarse a copiar lo que se hacía en otros lugares. Sus “Cartas marruecas” son menos conocidas que las “Cartas persas” de Montesquieu y sin embargo no desmerecen, “son un tratado de Psicologia comparada, un cuadro de costumbres, una lección de ética, una guía pedagógica y una filosofía de la historia.”
Feijóo el erudito gallego, ecuánime monje benedictino que observa ya entonces el exceso de catolicismo y la falta de ciencia, al tiempo que se da cuenta de que el hambre ha sido una constante padecida por el pueblo español. Feijóo se refiere a los siglos XVI, XVII y XVIII, basta ya de pasar hambre. No conoció la durísima posguerra, años cuarenta donde el espectro que azotó a la España imperial volvió a resurgir con fuerza.

Hay una crítica del importador del krausismo, Sanz del Río, cuya consecuencia pedagógica quedó plasmada en la Institución Libre de Enseñanza. No le gustan a Heleno Saña los filósofos incomprensibles y alejados de la realidad social.

Arremete contra todos aquellos que han hecho gala de la oscuridad de su lenguaje y se han mostrado despectivos e indiferentes hacia las necesidades y sufrimientos del común de los mortales. De ahí que los Hegel, Heidegger, y demás modas posmodernistas sean pasadas por la piedra en este libro. Sin embargo ensalza y subraya el valor de aquellos que como Pi y Margall tuvieron en cuenta que el problema social es la base del problema político. 

Critica en la España conservadora representada entre otros por Donoso, Menéndez Pelayo, Balmes, Vázquez de Mella, Ramiro de Maeztu…sus pretensiones de monopolio sobre el amor a la patria y a Dios. Los valores tradicionales españoles que nuestros filósofos decimonónicos defendieron constituían una lista esquilmada: faltaban el amor a la libertad y a la dignidad de la persona, el sentimiento de la igualdad y la justicia social. Eran valores que habían estado presentes en los pensadores españoles del siglo XVI y XVII.

Ensalza a Costa y su proyecto reformista de España, el caciquismo era el mal, pero vitupera la extremosidad de su lenguaje. De Unamuno nos recuerda que le dolía España porque la amaba y por eso quería cambiarla. Interesante su “estado de la cuestión” en torno a Ortega, de verbo fácil y metáfora acertada, pero sin sistema propiamente dicho. Sus “minorías selectas” que han de cambiar el país, una amalgama de lo que ya dijeran Platón, Darwin, Pareto, Mosca, Max Weber e incluso Nietzsche con su teoría del superhombre.
José Antonio Primo de Rivera, al que nunca ví figurar en una historia de la filosofía, aparece por ser el creador de falange, un partido minoritario antes de la guerra, un líder al que la dialéctica de los puños y las pistolas no le iba. Y sin embargo ocurrió que, por una parte que falange sería el partido único durante 40 años y por otra que el empleo de la violencia caracterizará a muchos de sus seguidores.

De Zubiri, filósofo apartado del mundanal ruido de la época de Franco, alaba sus esfuerzos por hacer una “obra”, pensador de entraña teológica al que considera el “antiNietzsche” español, pero no convencen a Saña sus farragosos inventos conceptuales. María Zambrano sin embargo, filósofa de raíz mística y poética, es denominada “alma antigua” nostálgica de los tiempos en que Filosofía, Poesía y Religión eran una y la misma cosa.

Nos queda una ardua tarea por delante. Los españoles que en otros tiempos destacaron por defender su idiosincrasia frente a los demás pueblos, pecan hoy del defecto contrario: copiamos el malvestir, el malcomer y el malvivir ajenos. Hemos olvidado el idealismo, el afán de justicia y trascendencia, las ganas de cambiar la realidad y lo hemos sustituido por un hedonismo que campa a sus anchas en nuestro país. Nos caracteriza el despilfarro y ostentación de todo el que se lo puede permitir. Españoles pequeños y grandes miran constantemente la pantalla del móvil como si en ella tuvieran el alma.

“La vida española actual se distingue por su carencia de altitud moral y espiritual, un estado de cosas que se refleja en el lamentable estado de nuestra res publica, cuyos rasgos centrales son junto a la corrupción…la desunión y la discordia, según Jenófanes, el principio del mal.” (p. 291)

“La Verdad y el Bien no son artículos de moda sino que siguen siendo bienes tan legítimos e irrenunciables como lo fueron y serán siempre. Allí donde expiran, expira más tarde o más temprano todo lo demás. Por eso pienso que cuanto más de capa caída vayan estos y otros valores excelsos –como ocurre hoy en España y en otros países- má necesario se hace salir en su defensa para impedir su definitivo declive, una tarea en la que la reflexión filosófica está destinada a desempeñar un papel de vanguardia.” (p. 293)

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