miércoles, 11 de octubre de 2017

Sedición en Cataluña/ Sólo un Sócrates podrá salvarnos

 


García Trevijano arremete contra la visión de España orteguiana, como proyecto subjetivo de vida en común que tanto daño está haciendo. España es un producto de la historia, un hecho que viene de atrás, no fruto de voluntades como incluso el rey Felipe VI dejó caer en su discurso. A buenas horas mangas verdes.

Los franquistas de ayer quieren hoy "separarse" pero no hay narices para echarse al monte.

Pero, dejando aparte el teatro nacional que no se sabe muy bien donde quiere llegar, traigo a Zizek una vez más, que trata de filósofos revolucionarios y filósofos normalizadores, hoy Sloterdijk y Habermas.

Sólo un Sócrates puede salvarnos

Peter Sloterdijk es un pensador de la consecuencia, Jürgen Habermas un normalizador. De Sócrates
aprendió que la filosofía se corrompe cuando se toma en serio a sí misma, pero, ¿qué significado tiene hoy esta enseñanza socrática?

Slavoj Žižek 6.10.2017

La tarea de la filosofía consiste en corromper a la juventud. El filósofo Alain Badiou autor de estas palabras pregunta a renglón seguido: ¿no es esta la lección que Sócrates nos enseña en la actualidad? La corrupción tiene para  Alain Badiou, un sentido positivo, el alejamiento del orden ideológico y
político dominante. Los filósofos siembran dudas radicales en la mente de los jóvenes que de esa forma toman distancia con respecto al mundo. Y una vez que se ha dado ese paso se puede decir con seriedad que uno ha empezado a pensar de manera autónoma. No es extraño que Sócrates, el fundador de la filosofía occidental, fuera también su primera víctima. Atraía a los jóvenes con su pensamiento libre hasta que un tribunal de la democracia ateniense acabó por condenarle a beber el vaso de la venenosa cicuta.

Revolucionario y normalizador

Pero el gran Sócrates no sólo corrompió a los jóvenes, también corrompió el pensamiento occidental. Todos los filósofos serios que vinieron tras él fueron corruptores de los primeros bienes, el primero Platón que sometió a los antiguos mitos y costumbres de su época a la prueba de la razón.  Descartes disolvió el armónico universo medieval. Spinoza fue excomulgado de la sinagoga por hereje; Hegel liberó la revolucionaria fuerza de la negatividad; Nietzsche desenmascaró los fundamentos de nuestra moral. Aún cuando estos hombres se comportaran como gentes civilizadas, el establishment
de su tiempo nunca se llevó realmente bien con ellos.

Pero claro, donde están los corruptores aparecen los normalizadores, que intentan reconciliar y restablecer el equilibrio entre la filosofía y el orden dominante. Aristóteles lo hizo tras la filosofía de Platón, Tomás de Aquino sistematizó el rompedor cristianismo primitivo, la teología leibniziana domesticó el salvaje cartesianismo, el neokantismo puso orden en el caos posthegeliano.

¿No son Peter Sloterdijk y Jürgen Habermas los actuales representantes de esa distancia entre corrupción y normalización? ¿No reaccionan ambos de manera ejemplar –y contradiciéndose el uno al otro- al violento crecimiento del progreso científico técnico que a todos nos inquieta?

Desmitificación de la realidad

El progreso actual de las ciencias hace temblar los cimientos de nuestro concepto cotidiano de realidad. Hay tres posibles reacciones ante esta revolución. Primero el naturalismo, que consiste en llevar las consecuencias del desencantamiento del mundo hasta el extremo, incluso aún cuando con ello el horizonte de nuestra experiencia con sentido se vea socavada. La segunda la religión de la naturaleza que intenta integrar la actitud científica en una relación más auténtica con la naturaleza. Y la tercera el intento de una especie de síntesis de New Age y sentido premoderno del mundo. De este modo los nuevos resultados científicos procedentes por ejemplo de la física cuántica nos conducen al abandono del materialismo y a la construcción de un nuevo tipo de espiritualidad gnóstica.   

Ninguna de estas tres actitudes es conforme a lo establecido que quiere dos cosas al mismo nivel: que la ciencia sea la base de la productividad económica, y que al mismo tiempo los fundamentos ético-políticos de la sociedad sean independientes de la ciencia. Así llegamos a una filosofía del Estado cuyo máximo representante actual tendría que ser Jürgen Habermas. 

El intento de Habermas de contener las consecuencias filosóficas derivadas de los explosivos resultados de la biogenética representa más una tragedia que otra cosa. Todo su esfuerzo tiene como meta limitar el miedo a lo que realmente está pasando, algo que hará quizás surgir una nueva idea de humanidad que amenaza las antiguas representaciones de la dignidad y la autonomía humanas. 

Son sintomáticas las ridículas y exageradas reacciones que suscitó la conferencia de hace 20 años de Peter Sloterdijk «Reglas para el parque humano», en la que exigía una nueva ética para nuestro tiempo en relación con los progresos en la manipulación genética del hombre. Los espíritus
conservadores como Habermas ven en el progreso científico técnico constante un intento de pasar la línea roja, de internarnos en una zona prohibida en la que nos jugamos lo esencial de nuestra humanidad.  

En ese sentido la nueva habermasiana filosofía del Estado funciona como una enseñanza neokantiana: Kant ofreció una fundamentación para la moderna física de Newton y reservó un lugar para la responsabilidad ética que no puede entenderse por medio de las ciencias naturales. En palabras de
Kant, tuvo que anular el saber para dejar sitio a la fe.

Visto así, Habermas es el último filósofo de la normalización. Desde hace años intenta mantener desesperadamente nuestro orden ético-político condenado por el progreso científico-técnico. Peter Trawny lo formuló así: «¿No podría ser que el corpus de Jürgen Habermas fuera uno de los primeros en los que no se hallara nada escandaloso?, gana la normalización. La filosofía del futuro, la plena integración.»

El último corruptor

A partir de ahí la aversión de Habermas a Sloterdijk adquiere claros contornos: Sloterdijk es el último de los corrompedores, el hombre que no tiene ningún miedo a pensar peligrosamente y a cuestionar las condiciones de la dignidad humana o el estado de bienestar moderno. Se puede llamar “malo” a
este pensamiento consecuente cuando se alude al significado que Heidegger trajo a colación:  «El mal y por tanto el mayor peligro es el pensamiento mismo en cuanto que tiene que pensar contra
sí mismo, aunque sea pocas veces.» Sloterdijk es al contrario que Habermas el Filósofo de la consecuencia.  Resultado de imagen de habermas filosofia politica

Esto significa que hemos de decidirnos por uno de los dos lados, el supuestamente bueno o el supuestamente malo. ¿Qué preferimos, la corrucción de los jóvenes o el orden dominante? El problema estriba en que hoy ya no funciona esta oposición tan simple. La realidad es que nuestro mundo global afectado esencialmente por el progreso científico-técnico está él mismo corrompido. Nos exige más que la más salvaje especulación filosófica.  

La tarea de un pensador a la altura de los tiempos no consiste simplemente en minar el edificio ético político que representa el orden establecido. Más bien se trata de agudizar el sentido de los jóvenes para los peligros de toda nueva libertad que en verdad no representa más que un nuevo nihilismo.  

Vivimos en un tiempo en el que la mayoría ya no tiene tradiciones ni convenciones en las que fundamentar su identidad, ya no se oye hablar de un universo pleno de sentido que pueda conducir una vida más allá del hedonismo. El nuevo orden del mundo afecta en primer lugar a los jóvenes, muchos oscilan entre la disminución de la intensidad de una vida que acaba por terminar en el síndrome de Burnout (disfrute del sexo, drogas, alcohol, poder) y el éxito social (estudios, hacer carrera y dinero).  

El constante intento por transgredir las normas establecidas se ha convertido en el nuevo criterio como vemos en el arte o en el sexo. ¿Hay algo más aburrido que las continuas provocaciones de los artistas o los esfuerzos para inventar perversiones más refinadas en el ámbito de la sexualidad humana? 

La tercera vía, un camino equivocado

Quien intenta huir de los dos tipos del sin sentido contemporáneo, escoge un tercer tipo todavía más insensato: el fundamentalismo religioso, el regreso violento a una supuesta tradición renacida que en
realidad nunca existió. La gran ironía de esta tercera vía es que el regreso a una pretendida ortodoxia aparece como el último acto de la provocación ¿no son los jóvenes que se suicidan en atentados la forma más radical de una juventud corrupta? 

La gran pregunta para el pensamiento sigue siendo cómo salir de este círculo vicioso. El significado de resistencia y corrupción requiere una nueva definición. ¿Quién será el Sócrates de nuestro tiempo?

3 comentarios:

  1. "¡Ortega, un frívolo!". Puede que tenga razón en cuanto al pensamiento político de don José, su insuficiencia. Es el que peor conozco, y evidentemente el republicanismo liberal fracasó. Aquella tercera España. Ninguno de los frentes amaba la república. Los dos la traicionaron, como muy bien supo y sufrió al final Azaña. Unos querían la revolución comunista o el libertarismo anarquista, los otros la tradición y el estancamiento en el orden medieval.
    Me ha sorprendido el reconocimiento de que el franquismo modernizó el Estado. Cierto, a la fuerza y por decreto, en esa modernización participaron muy activamente catalanes y vascos y salió muy perjudicada Castilla y Andalucía. Vascos y catalanes llevan décadas ordeñando a España y encima se quejan. Tiene razón respecto al estatalismo del nacionalismo catalán, su carácter totalitario, fascista. No quieren libertad, quieren más poder e impunidad.
    ¡Ah! El rupturista García-Trevijano. Todavía está escocido contra el reformismo porque no le hicieron caso. Receloso. Pero una ruptura hubiera provocado seguramente un golpe militar con éxito. Al cabo, reconoce que la Constitución es buena. No le cabe otra. Casi a regañadientes. Hoy Macrón ha dicho que es de las más democráticas del mundo. Y es cierto.
    Trevijano parece un Jeremías sacado de un cuadro del Greco. Gran patriota, desde luego. Demasiado, diría yo. Temo que el nacionalismo catalán haya despertado a la gran bestia, el nacionalismo español... Un poco de patriotismo vale, pero sin perderle el respeto a nadie, y estoy deseando que pase la crisis para volver al cosmopolitismo, que es lo que le pinta a un filósofo.
    España no es un proyecto, es una realidad histórica -afirma. De acuerdo, pero también hace falta proyecto. De acuerdo con él en la complicidad de El País y los partidos nacionales durante décadas con la humillación que el nacionalismo ha impuesto a los catalanes que hablan español, el adoctrinamiento en las escuelas, no en todas. Aquellos polvos, estos lodos. De hecho, Pujol pactó mientras González conseguía que los jueces miraran para otra parte y toleraba su mordida, Aznar pactó en las célebres conversaciones del Majestic, cuando Pujol pidió que se suprimiera la mili para que los catalanes no tuvieran que soportar a los bárbaros españoles, cuando Aznar hablaba catalán en la intimidad...
    El análisis marxista es impecable. En efecto el nacionalismo extremista es un fenómeno pequeño burgués, no obrero.
    Ahora la Justicia española, lenta pero firme, se ha demostrado mucho más independiente de lo que se decía y criticaba. No le perdono su diatriba contra Arrimadas, acusándola de orteguiana. Es injusto con esa valiente y graciosa española andaluza-catalana que llama al pan pan y al vino vino.

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  2. Pues yo lamento la mentalidad que se le ha quedado
    a la gente tras 40 años de autonomías
    en las que pesa más el terruño, uno de los 17, que el hecho de
    ser española, a mucha honra y sin perder el respeto a nadie.

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  3. Lo ha dicho con gracia Albert Boadella: nunca se debieron transferir las competencias en educación. Aquella generosidad de los padres de la Constitución se ha pagado con deslealtad y traición. Y habría que ir pensando en la recuperación de un servicio social (o mili para el y la que quiera) de ámbito nacional, por varias razones, entre ellas para sea condición el servicio eventual a España (con seis meses bastaría) para gozar del paraguas de su Estado de bienestar y de libertades y derechos, y también para garantizar la interculturalidad entre los distintos territorios y subculturas.

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