domingo, 3 de septiembre de 2017

DE LA INQUISICIÓN AL FEDERALISMO









El libro de un filósofo ubetense “Historia del poder político
en España” me parece una obra fundamental para entender nuestro pasado y
nuestro presente. No se puede vivir en la ignorancia y el desprecio hacia la
historia, es básico conocer los hechos como primera medida, y como segunda
reflexionar sobre ellos, que es lo que hace José Luis Villacañas.
Me parece
encomiable su decisión de lanzarse a una obra de corte histórico político sin
ser historiador, se echan en falta obras con un poco de fondo, buscando la
verdad “con honradez” y sobre todo averigüando las constantes que nos han traído
hasta aquí.


Una de esas vetas que ha tenido un poder sobre cuerpos y
almas y que nos ha marcado a fuego fue la inquisición, no es broma ni leyenda
negra, y hay que leerse el libro para comprender las circunstancias de su
instauración por los reyes católicos. Una inquisición propia, había que limpiar
de judíos, moros y judaizantes o falsos conversos. Era indispensable la
limpieza de sangre de todos los súbditos, una ideología que trajo de cabeza al
pueblo español, que ha sufrido durante siglos el acoso y la persecución, la
sospecha, la traición de los vecinos. Porque la inquisición estaba incrustada
en el propio seno de la sociedad, la delación del vecino envidiadado era la
mejor forma de quitarlo de en medio e incluso hacerse con su fortuna. Fue una
desgracia que duró hasta el siglo XIX, y todavía después de la Gloriosa Revolución
de 1868 había carlistas que lamentaban su desaparición.

Los reyes españoles se han caracterizado por llevar a cabo más
guerras de las necesarias y de las que podían sostener, y otra vez era el
pueblo quien debía de rascarse el bolsillo para dar lo que no tenían y que los
grandes de España pudieran ir de batalla en batalla contra moros, protestantes,
el rey de Marruecos o Estados Unidos. Terrible, un país pobre y empobrecido por
unas clases altas preocupadas por sus títulos y sus grandezas. La obsesión por
comprar títulos nobiliarios viene de muy atrás, ennoblecer los blasones ha sido
una costumbre extendida en España. Hay un famoso santo del siglo XX, cura por más
señas y fundador, a quien se le reprochó haber adquirido un título previa
presentación de dudosos derechos, en realidad era un ejemplo más de una
venerable tradición de españoles acomplejados por ser plebeyos. No tiene
sentido en persona de criterio, pero de eso no hemos andado sobrados, ni entre
nuestros gobernantes, ni entre nuestros nobles ni entre nuestros eclesiásticos.

Es lo que se puede comprobar en cada una de las páginas de
esta Historia. Se les podía haber pasado por la cabeza alguna vez mirar al
pueblo y ver su miseria, y como dice Villacañas darse cuenta de que no hay rey
rico con vasallo pobre. Pero el dinero no circulaba en España, todo eran
rentas, monopolios, mayorazgos y señoríos que inmovilizaban el capital. Estamos
hablando del siglo XVIII, cuando otros países iniciaron la revolución
industrial y se escribía “La riqueza de las naciones”, en nuestro país todavía
circulaba la idea de que “siempre habrá pobres”, que formaban parte de la
sociedad, necesarios para que los ricos pudieran vivir la caridad con ellos,
tranquilizar sus conciencias, ser santos y ganarse el cielo. Hay frase evangélica
de apoyo: “a los pobres siempre los tendréis con vosotros.”

En la segunda mitad del siglo sacerdotes y frailes se
dedicaron a manejar al pueblo en contra de los ministros “extranjerizantes” del
rey que querían introducir reformas. Hubo el famoso motín de Esquilache, y
hasta se organizó el rezo del rosario bajo la ventana del monarca para
mostrarle apoyo. También las universidades resistían a los cambios, así que
España seguía siendo el baluarte del catolicismo. Aunque en la época de la
revolución francesa ya había un buen grupo de intelectuales destacados, “una
complejidad cultural a nivel europeo”, nos dice el autor, lo que no impidió que
siguiera el atraso político de las instituciones y las mentalidades.

Fue una lástima que el ciclo constituyente 1808 a 1812 no lograra
forjar una verdadera hegemonía revolucionaria, que al final saliera una
constitución plagada de contradicciones y que un tal Francisco Javier de Elío
fuera esta vez el traidor que rompió el pacto de no reconocer a Fernando VII
hasta que no hubiera jurado el texto de Cádiz de 1812. Una pena que los
reunidos en Cádiz carecieran de una  base
popular de apoyo, como bien explica en la entrevista, esta vez las dos Españas,
eran la España
culta capaz de forjar una constitución liberal, y el pueblo entusiasta pero
quizás analfabeto  y quizás en manos del
clero que peleaban contra el francés invasor, pero sin un horizonte de
liberalismo, sino más bien de conservadurismo.

Del rey felón, Fernando VII, mejor sería callar según
wittgensteiniano dicho, puesto que con él volvió la represión con más fuerza, y
se inició una serie de reyes que lo siento mucho por el actual que es su
descendiente, pero no se distinguieron precisamente por su interés y amor al
pueblo. Más bien por su interés y amor a sus amantes y por supuesto a sus
negocios. No nos suena de nada, pero  leyendo un poco de historia de España se
descubre que el abdicado no ha hecho más que seguir la tradición de sus
mayores.

Luego está el asunto catalán que también nos trae de cabeza.
Incluso una persona tan moderada como Balmes sentía y decía que al sur del Ebro
no empezaba Africa pero casi. Madrid, un atraso, y Villacañas explica bien en
la entrevista las diferencias de costumbres en el modo de administrar la
agricultura que hicieron que en efecto Castilla no despegara económicamente y
que sí lo hiciera Cataluña. Cataluña por tanto limpia, ordenada, formada por
gente trabajadora frente al polvo y atraso de Castilla. Balmes podría haber
mirado no sólo hacia el sur, quizás también al norte del Ebro, un poco más al
oeste había otras regiones prósperas que no eran ni Africa, ni Castilla, ni
Cataluña.

Es significativa la restauración de Cánovas que sucedió
justo un siglo antes de la restauración del siglo XX. Verdaderamente se
descubre en este libro que España no avanza, de alguna forma repetimos una y
otra vez la misma historia, y tiene sus motivos que no explicita Villacañas
pero que no difícil de averigüar. La cuestión es que en “Cánovas se escribe a sí
mismo” tenemos un capítulo interesantísimo, porque nos recuerda muchas cosas de
la actualidad. Para justificar el regreso de los Borbones tras el sexenio
revolucionario dice Cánovas en la carta que le escribió a Alfonso XII: “hay que
olvidar”, sí, menos al monarca. Hay que señalar la ironía que gasta Villacañas
en su comentario a los reales y canovistas propósitos. El rey como si fuera prácticamente
un hecho de la naturaleza en España, un imprescindible.

Otro capítulo interesante es el dedicado a Juan Donoso Cortés,
lo más célebre hasta el momento que ha dado España en lo que a filosofía política
se refiere: una exaltación de la dictadura, ¿qué otra cosa podíamos dar a luz
dada nuestra circunstancia? Donoso mereció la atención del jurista Carl
Schmitt, el del “Nomos de la tierra”, autor alemán estudiado a fondo por José
Luis Villacañas, al que motejó de “peluquero del Führer” y cuya hija casaría
con un falangista español.

Expone suficientemente bien el desgaste del sistema
canovista y el agotamiento de la monarquía en los años 20 con la “dictablanda”
de Primo de Rivera. En el vacío de poder floreció la segunda república española
a la que como hijos del franquismo que somos se nos ha enseñado a denostar todo
lo posible.

Ni santa ni demonio, hay que mirar lo que pasó, las
explicaciones, el porqué de su debilidad y de los enfrentamientos. España
llegaba al 14 de abril de 1931 con muchas revoluciones pendientes y pretender
recuperar un siglo de atraso político en cinco años, además en pleno auge del
fascismo era la peor situación posible para establecer un sistema democrático
sin reyes.

Desde el día 15 de abril como bien explica Villacañas se
estaba organizando la subversión de los notables, de los “de siempre”. Aristocracia,
terratenientes, banqueros, militares africanistas, católicos ultramontanos, carlistas,
falangistas, monárquicos…eran también un grupo heterogéneo. Pero hubo quien
puso orden “manu militari” y además contó con el apoyo descarado de potencias
extranjeras, armamento y hombres. No así la república que resistió prácticamente
en soledad y en medio de revoluciones y peleas internas. Por supuesto que el
apoyo de los obispos prácticamente en masa y la transformación del golpe en una
cruzada más, como las de antaño contra los moros, fue un póker de ases del que
se sacó suficiente partido. Y se sigue sacando, muertos santificados y
beatificados en la guerra civil española sólo hay de un bando.

Es para llorar esta historia. Como no se solucionan las
cosas es viviendo en la ignorancia y sin honestidad ni valentía para mirar los
acontecimientos y aprender.

El único “pero” que le pondría al filósofo ubetense es su
compromiso político actual, es una pena, porque ha mirado nuestra historia con
piedad como dice él, y con valentía, y sus explicaciones y juicios son
ilustrativos, profundos, ayudan a comprender y a pensar y ver qué es lo que
necesita ser cambiado. Pero sí lamento que se haya integrado en un partido político
es porque creo que habrá muchos españoles que podrían sacar provecho de esta
lectura y el hecho de que figure ahí los va a disuadir.

Por otra parte no me parece bien que tanto filósofo se haya
apuntado a lo mismo, da la impresión de la “domesticación” y “doma” del
intelectual.

Hay gente de sobra para estar en cargos  y puestos en política, para pensar e ilustrar
al pueblo español, que anda muy necesitado, es mejor siempre un cierto
distanciamiento, aunque no se tengan porqué ocultar las simpatías hacia este o
aquel partido.

 También lamento que
la izquierda oficial se haya echado al monte con el tema de la
plurinacionalidad que, perdón, pero le veo poco sentido en España. Que el
imperio austrohúngaro fuera plurinacional, bueno, que incluso el imperio
español en tiempos de Felipe II, lo fuera, con indígenas americanos y
territorios europeos, sí. Pero Cataluña y los catalanes por mucho que se
empeñen en su especialidad son tan españoles como los de Jaén o Castellón. Alguien
tenía que decirlo, incluso esta cabezonería, y esta rebelión, y este mirar por
encima del hombro por sentirse superior al tener otra lengua y tanto apego al
folclore es muy español en cierta medida y poco “europeo”.

Federación que también parece defender Villacañas, para
federarse hay que estar separado, podríamos organizar la federación de los
pueblos ibéricos con Portugal y Andorra. Pero separar lo que está junto para
luego unirlo no es normal. Como tampoco es normal la manida frase “no están cómodos
en España”, no se está cómodo con unos zapatos o con un mueble, ¿qué tiene que
ver la comodidad con la pertenencia a un país?

Si no están cómodos que hagan como hacemos los demás cuando
observamos las desigualdades entre regiones de España y la falta de solidaridad
de los ricos con los pobres por el afán de seguir con sus fueros y exenciones fiscales:
aguantar.

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