No hay palabra más repetida en las conversaciones de unos
años acá que la palabra “crisis”. En su libro “El ocaso de Occidente” título de
resonancias spenglerianas, el profesor Luis Sáez Rueda especifica, ilumina y
explica a lo largo de 400 páginas que dicha “crisis” antes que económica o
financiera es una crisis espiritual.
Para adentrarnos y comprender el ocaso occidental viene bien
un poco de ontología deleuziana pues es la perspectiva de base de esta obra. Su
autor nos quiere llevar como siempre hace la filosofía más allá de las
apariencias, hacia el subsuelo donde se gesta la cultura y nuestra sociedad,
donde se forjan los procesos que afloran en superficie ante nuestros ojos.
Es osado el filósofo granadino que se arremanga ante la
tarea y no duda en crear sus propios conceptos, inventando palabras, aumentando
así el acervo filosófico en español, o dotando de nuevos significados a
palabras ya existentes pero que pasan a formar parte de su particular
ontología. En ella, perdón por el galicismo, “tout se tient”, es decir, hay una
coherencia, hay un ejercicio de pensamiento y de reflexión nada desdeñable,
pues hay que recordar que este Ocaso está en continuidad con su anterior obra
“Ser errático”.
El mensaje es claro, la cultura o esas fuerzas generadoras
de la misma que están en tensión unas con otras, o se encauzan hacia algo
creativo o se autodestruyen, se produce la autofagia que dice Luis Sáez. Una de las contradicciones básicas que hace
andar la civilización se da entre la comunidad y el pueblo. El pueblo puede
hacer estallar esa comunidad por su capacidad de movilización, el pueblo es lo
excéntrico frente a lo céntrico comunitario. Un ejemplo de ello sería la
primavera árabe de 2011 cuando la comunidad egipcia se vio agitada por la
movilización de la plaza Tahir contra Mubarak.
Es sorprendente el uso de la palabra pueblo que hace el
filósofo como lo capaz de revolución, cuando al menos a la que esto escribe,
pueblo evoca lo telúrico, lo tradicional, la raíz. Tenemos en este libro una
interpretación filosófico-poética de la primavera egipcia, pues más que
desengaño lo que hubo en su final fue la falta de libertad pura y dura.
Comunidad y pueblo en cualquier caso se encuentran siempre en tensión y son
irreductibles el uno al otro.
No duda en medirse Luis en este tema con Sloterdijk, Nancy,
Espósito y Derrida. El extrañamiento indispensable es uno de los elementos que
hoy faltan en la cultura. He de decir que me ha hecho gracia cuando tras hablar
de Egipto pasa al ejemplo de España y emplea los calificativos “democrática y
laica”. El adjetivo democrático aplicado a España e incluso a cualquiera de los
países de la Unión
no es muy justo pero no me voy a desperdigar, tampoco lo es “laico” pues como
algunos autores han demostrado, Xosé Chao por ejemplo, la situación real es de
“confesionalismo encubierto”.
En el 15M español en el que asistimos a un movimiento de
sístole y diástole. Hubo protestas
antisistema (diástole) pero a la hora de concretar se vino abajo la tensión
(sístole). Hubiera estado fuera de lugar y esto no lo dice Luis Saéz, lanzar
diatribas contra “el palo mayor” que sostiene el tinglado y que no es otro que
la monarquía franquista. Demasiado arriesgado, aunque pocos años después los
mismos que cortan el bacalao que no son ni el pueblo ni la comunidad, nos
cambiaron al monarca, Tras la spanish
revolution, llegó el PP y hasta hoy. De donde es fácil colegir la debilidad
intrínseca del 15M. Se nos acumulan las horas revolucionarias abortadas en
nuestro país, una más,
Otro elemento clave en la ontología aquí desarrollada es la
“gesta”, término hispano en el que quiere subsumir sentido e intensio de la acción, el comprender y
la fuerza o potencia. En en su anterior libro “Continentales y analíticos”
había expuesto la pugna entre las ontologías de signo logicista anglosajonas y
la hermenéutica o continental en sentido amplio. Tras ese examen Saéz quiere
superar el enfrentamiento en una “síntesis disyuntiva” por medio de esta aportación
al vocabulario filosófico que hasta ahora nos hacía pensar más en el Cid: la
palabra gesta. “Gesta” expresa el vínculo entre el gesto efectivo y el sentido
coherente, los dos han de ir juntos y la crisis occidental tiene mucho que ver
con la ausencia de gestas, de acciones que incidan, que afecten y que tengan
sentido.
Hoy experimentamos la falta de dinamismo de la cultura
porque no aspiramos a crear sino a dominar la tierra o al otro. El natural
deseo creador ha sido absorbido por el capital. De ello da varios ejemplos: el
pueblo temeroso de las multas, carece de fuerza para lanzarse a la aventura. La
sociedad se centra en el gasto productivo diagnosticado por Bataille, incapaz
de gasto inútil. La guerra es de todos contra todos y se oculta bajo una fingida
bonhomía empalagosa.
Hay un fondo indisponible al que llamamos Physis o natura naturans, si preferimos el término espinosista. Los
acontecimientos se generan desde una nada, esos acontecimientos dan lugar al
mundo humano que es y posee valor. Si del ser humano cabe esperar nobleza es
porque es capaz de sostenerse ante la nada, de caer y levantarse, capaz de
vivir en singular ante los retos que se presentan.
Explica cómo surge la cultura desde abajo porque no hay
solución de continuidad entre el estrato piedra, el estrato alondra y el
estrato humano, no son estancos. Lo vital se injerta en lo físico, lo viviente
como generador e inventor de soluciones, como virtualidad real o caosmos. El último estrato es el de la
cultura humana, devenir transductivo
que no consiste en mera transformación ni en mero despliegue de un potencial.
El devenir transductivo de la cultura se ha convertido en
acopladura o acoplamiento, nos tocamos pero no aprendemos de los otros, no hay
fertilización ni avance. He ahí el diagnóstico del ocaso. El malestar cultural
procede de la domesticación de la physis cultural, del “ser salvaje” (Merleau
Ponty): todo está solucionado y previsto en el manual. La burocracia, la
racionalización, la biopolítica disciplinaria ahogan la capacidad
problematizadora.
Y el problema que tiene el ser humano es grave, porque no se
conforma con sobrevivir. Al perder lo problemático surge la angustia. Un ser
humano sólo superficialmente es singular, en su profundidad es un caosmos, deviene deviniendo otro.
Del postestructuralismo hemos aprendido que ya no somos el
ciudadano idéntico a sí mismo sino el ser humano singular heterogéneo desde sí
mismo. Sáez estima que sus predecesores (Nancy, Agamben, Espósito) siguen
suponiendo el paradigma identitario. Sólo desde la perplejidad naciente de la
interrogación que es cada uno puede ofrecerse algo significativo en el espacio
público. Sólo desde un estado de suspense surge el sentir colectivo
movilizador. Sólo en la faz genérica de la ciudadanía surgen las preguntas
claramente formuladas. Frente a una ciudadanía “amaestrada”, el filósofo hace
un llamado a la ciudadanía “orgánica y propositiva”. La cultura anda si hay una
ciudadanía caosmótica y problematizante.
Tras la exposición de cómo entiende la génesis de la cultura
viene el diagnóstico cultural. No le gusta hablar de degeneración porque
implica asumir el teleologismo, no hay fundamento estable. A la que esto
escribe le es muy difícil pensar sin un “para qué” de la cultura que es
distinto de un fundamento inmutable, y tampoco me resulta fácil prescindir del
adjetivo “degenerado” ante ciertos elementos contemporáneos que Michel Onfray
llama “bajo Imperio”, en referencia a la decadencia romana. Pero desde un punto
de vista postestructuralista la génesis carece de alfa y omega.
La cultura hoy está a la defensiva en vez de la exuberancia
que le es connatural, ante los problemas que se plantean no hay soluciones
novedosas. Esterilidad, agotamiento, agenesia definen nuestra situación
espiritual.
En vez de extrañamiento, necedad y de ahí dos patologías extremas fruto de la falta de reflexón: fundamentalismo o culto al goce desenfrenado.
El debilitamiento de la vida personal y colectiva no es cosa
de broma. De él proceden las enfermedades “psi” que son un fruto podrido de la
crisis cultural. El autor realiza una sugestiva incursión e la psiquiatría: sin
algo por lo que dar la vida el ser humano es un cadáver y le duele todo. La
vinculación entre la enfermedad civilizatoria y el poder es quizás uno de los
pensamientos más impactantes de este libro. Luis Sáez introduce desde la raíz
la necesidad del héroe para la salud civica.
“Nadie está llamado a ser héroe” precisamente por la
generalización de este lema suceden las patologías. Sin heroicidad queda la
administración del vacío, falta sustancia vital. Vacío y desarraigo proceden de
la renuncia al principio de sobre-vida.
El ocaso occidental tiene su dialéctica en tres momentos
“more” hegeliano, no hay reconciliación final en esta dialéctica sólo
“inquietud de iniciarse en figuras siempre nuevas”. Como Bataille y Kojève sí a
la dialéctica, no a la síntesis final. De todas formas Hegel aporta uno de los
ejes centrales de este libro al describir la vida del espíritu “como la vida
que no se asusta ante la muerte sino la que sabe afrontarla y mantenerse en
ella.”
Terrible vocación humana que consiste en tareas infinitas, y
en eso no puedo sino dar la razón al autor del “Ocaso de Occidente” : el
ejercicio de la excentricidad humana es infinito, carece de meta, y es impulso
a rebasar cualquier lugar que nos cobije. Lo excelente no es universal, no
subsume casos y cada ser humano tiene en sí la llamada al exceso excéntrico. No
siempre te puedes estar fijando en modelos porque tu modelo eres tú, y sin duda
esta situación da un poco de vértigo, pero ahí estriba la vida del espíritu.
Asusta el “imperativo de elevación excéntrica”: estar a la
altura de sí mismo, uno de los puntales de la salida de crisis. O estrella
polar de la salida. En nuestra cultura hemos sustituido esa sobre-vida por el
modelo funcional, desde el modelo o la modelo estrictamente hablando que
desfila en la pasarela, hasta el deportivo o el showman o showwoman televisivos.
El capitalismo invade nuestras vidas dictaminando el consumo de modelos, se ha
puesto de nuevo la máscara y somos sus servidores. Por lo cual no está de más
algo de “desparasitador” marxista: las fantasmagorías del capitalismo, (los
idola de Platón), cumplen la función de clavo ardiendo al que agarrarnos a
guisa de salvavidas. Que siga la fiesta aunque nos dispersemos y llenemos de
vacío.
Por otro lado sin duda los hay interesados en la expansión
de los pequeños miedos en la población: miedo al Islam, al choque de
civilizaciones, a los chinos, a la crisis de la familia tradicional y de la iglesia
tradicional. Nos recuerda el dicho de Deleuze: “la paranoia por la seguridad
molar –es decir, visible, perdón por mis traducciones platónicas- tiene como
correlato una micropolítica de pequeños miedos”. Y esa obsesión tiene como
correlato otro rasgo del ocaso, los grupos humanos sobrantes que luego
enumeraré.
En este punto se dividen derecha e izquierda: si Africa es
pobre se debe a la propia corrupción de sus gobernantes –Jean F. Revel- y la
izquierda: Occidente es culpable de la miseria de los demás pueblos, M. Onfray.
El consenso argumentativo de Habermas ha sido una solución
que ha degenerado. Otros opinan que del consenso, al menos tal como se llevó a
cabo en España en los 70, no ha salido nada bueno, en realidad no hubo
argumentación por ello el consenso entre nosotros es una palabra vacía. Pero
dejando el caso español aparte, el consenso ha degenerado en razón estratégica
o me atrevería a decir que por aquí es incluso caprichosa y autócrata,
unilateral.
El neoliberalismo posmoderno que padecemos agrava el
fantasma de la deuda infinita, el bienestar convertido en atiborramiento de
chismes que no hace sino acrecentar la deuda. Saéz se alinea con los filósofos
como Hardt y Negri que ven colarse el fascismo schmittiano por las rendijas
neoliberales. “¡hacen falta soluciones urgentes!”, “¡es preciso rescatar la
banca para que el sistema funcione!” La omnicrisis terrorífica se convierte en
la excusa perfecta para seguir con la estafa generalizada.
Y mientras los desechos humanos se amontonan en campos de
refugiados, en las listas del paro juvenil, en los contratados en precario o en
la filosofía humillada, que está pero no incide, no se la tiene en cuenta.
Para evitar la degradación sólo queda el ya mentado
imperativo de elevación excéntrica, de todos y cada uno. Ir más allá siempre
como exigencia de la especie.
Finaliza el “Ocaso” con una propuesta de posibles terapias
que requieren mayor desarrollo, dice el autor, aunque nos conformaríamos con su
puesta en práctica: centelleo neo-barroco, el héroe trágico, el pensamiento de
la lucidez.
Luis Sáez nos han presentado un trabajo de largo aliento en
el que no falta el atrevimiento loable de incluir en la esperanza lo que el
pensamiento en español todavía no ha dado de sí, pero puede hacerlo a ambos
lados del Atlántico. El pliegue en "hispánico modo" incluye el ingenio y la
agudeza, una muestra de la creatividad que se necesita para salir del hoyo. El
“entre”, la afección recíproca España-América es lo productivo, mezclarse en
vez de acoplarse.
Las épocas que no saben ver que la tragedia es inherente a
la realidad son pequeñas, dijo Max Scheler. El dolor coloca al ser humano
frente a la verdad del mundo. Un dolor del que hoy huimos y que ocultamos. Pero
sin tragedia no hay solidaridad ni lucha contra la injusticia. A Occidente
decadente le falta tragedia le sobra conformismo. Insisto en aplicarnos el
cuento, España decadente, país en el que se han vivido auténticas tragedias,
civiles y personales, pero están ocultas.
En definitiva en una prosa filosófica española nada
desdeñable, Luis Sáez ha hecho un esfuerzo por presentar diagnóstico y
propuestas ante la crisis de Occidente. Sin que falte el diálogo con el
pensamiento actual, estamos ante un trabajo que va más allá de los síntomas, a
la raíz de lo que nos pasa.
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