Está en su libro "Profanaciones" de 2005. Lo pongo aquí porque votaría para que se le atribuyera este sustantivo al filósofo italiano, ha sido el único que ha visto claro y se expresó sin ambages desde el minuto uno. Otros quizás también lo "vieron" pero prefirieron callar, pues la presión es intensísima. Brutal. Al menos en el país desde el que escribo sólo se escucha una sola voz:
Los latinos llamaban Genius al dios al que viene confiada la tutela de cada hombre en el momento de su nacimiento. La etimología es transparente y todavía es visible en nuestra lengua en la proximidad entre genio y generar o engendrar. Por otra parte, el hecho de que Genius estuviera relacionado con el engendramiento se hace evidente cuando vemos que, para los latinos, el objeto "genial" por excelencia era la cama: genialis lectus, porque en él se lleva a cabo el acto del engendramiento.
El día del nacimiento era sagrado para Genius, y por eso nosotros lo llamamos genetlíaco. Los regalos y banquetes con los que celebramos el cumpleaños son , a pesar del odioso y ya inevitable estribillo anglosajón, un recuerdo de la fiesta y de los sacrificios que las familias romanas ofrecían al Genius en el natalicio de sus miembros. Horacio habla de vino puro, de un cerdito de dos meses, de un cordero "inmolado", es decir rociado con la salsa para el sacrificio. Pero parece que, en el origen, no había más que incienso, vino y deliciosos panes con miel, porque a Genius, el dios que preside el nacimiento, no le gustaban los sacrificios sangrientos.
"Se llama mi Genius porque me ha engrendrado (Genius meus nominatur, quia me genuit)." Pero no es suficiente. Genius no era sólo la personificación de la energía sexual. Es cirto que todo hombre tenía su Genius y toda mujer su Juno, ambas manifestaciones de la fecundidad que engendra y perpetúa la vida. Pero, como se hace evidente en el término ingenium, que designa la suma de las cualidades físicas y morales innatas en aquel que adviene al ser. Genius era en cierto modo la divinización de la persona, el principio que rige y expresa su existencia entera.
Por eso se le consagraba a Genius la frente, no el pubis, el gesto de llevarse la mano a la frente que realizamos casi de modo inconsciente en los momentos de turbación, cuando nos parece que casi nos hemos olvidado de nosotros mismos, recuerda el gesto ritual del culto de Genius (unde venerantes deum tangimus frontem). Dado que este dios es, en cierto sentido, el más íntimo y propio, es necesario comentarlo y tenerlo a favor en todos los aspectos y en todos los momentos de la vida.
Existe una expresión latina que expresa maravillosamente el secreto vínculo que cada uno debe saber mantener con el propio Genius: indulgere Genio. Hay que ser condescendientes con Genius y abandonarse a él; debemos concederle todo aquello que nos pide, porque su exigencia es la nuestra, su felicidad es nuestra felicidad. Aunque sus -¡nuestras!- pretensiones puedan parecer insensatas y caprichosas, conviene aceptarlas sin discusión. Si, para escribir, tienes necesidad de ese papel amarillento, de esa pluma especial, si se prefiere además esa luz excelente que cae desde la izquierda, es inútil decirse que cualquier pluma haría el mismo servicio, que todo papel y toda luz son buenas. Si en esa camiseta de lino celeste (¡por favor, no la blanca con ese cuello de oficinista!) no vale la pena vivir si sin esos cigarrillos largos de papel negro no toleras la idea de seguir adelante, no sirve de nada repetirse que se trata sólo de manías, que sería hora de sentar cabeza. Genius suum defraudare, engañar al propio genio, significa en latín: hacer triste la vida, engañarse a sí mismo. Y Genialis, genial, es la vida que aleja la mirada de la muerte y responde sin dudar al impulso del genio que la ha engendrado.
Pero ese dios íntimo y personal es, también, lo más impersonal que hay en nosotros, la personalizaciónd de aquello que en nosotros, nos supera y excede. "Genius es nuestra vida en cuanto ella no fue originada por nosotros, sino que nos ha dado origen." Si parece identificarse con nosotros es solo para revelarse enseguida como algo más que nosotros mismos, para mostrarnos que nosotros mismos somos más y menos que nosotros mismos. Comprender la concepción del hombre implícita en Genius significa entender que el hombre no es sólo Yo y conciencia individual, sino que, desde el nacimiento hasta la muerte, convive además con un elemento impersonal y preindividual. El hombre es, por tanto, un ser único con dos fases, que resulta de la compleja dialéctica entre una parte no (todavía) individuada y vivida, y una parte ya marcada por la suerte y la experiencia individual. Pero la parte impersonal y no individuada no es un pasado cronológico que hayamos dejado de una vez para siempre a nuestra espalda y que podamos, eventualmente, evocar con la memoria: está todavía presente, en nosotros, con nosotros y por nosotros, en el bien y en el mal, inseparable.
El rostro juvenil de Genius, sus alas alargadas y temblorosas significan que él no conoce el tiempo, que lo sentimos estremecerse muy cerca de nosotros como cuando éramos niños, respirar y batir en las sienes febriles como un presente inmemorable. Por eso el cumpleaños no puede ser la conmemoración deun día pasado, sino, como toda fiesta verdadera, la abolición del tiempo, epifanía y presenciad e Genius. Esta presencia imborrable es lo que nos impide cerrarnos en una identidad sustancial: Genius es quien rompe la pretensión de Yo de bastarse a sí mismo.
La espiritualidad es ante todo esa conciencia del hecho de que el ser individuado no está enteramente individuado sino que contiene cierta carga de realidad no-individuada; y que es necesario no sólo conservar esta carga sino además respetarla y, de algún modo, honrarla, como se honran las propias obligaciones. Pero Genius no es solamente espiritualidad no se refiere únicamente a las cosas que estamos habituados a considerar más nobles y elevadas. Todo lo impersonal en nosotros es genial: genial es ante todo la fuerza que empuja la sangre en nuestras venas o nos hace precipitarnos en el sueño, la ígnota potencia que en nuestro cuerpo regula y distribuye tan suavemente la tibieza y estira o contrae las fibras de nuestros músculos.
Genius es a quien presentimos oscuramente en la intimidad de nuestra vida fisiológica, allí donde lo más propio es lo más extraño e impersonal, lo más próximo es lo más remoto e incomparable. Si no nos abandonáramos a Genius, si fuéramos sólo Yo y conciencia, no podríamos ni siquiera orinar. Vivir con Genius significa, en ese sentido, vivir en la intimidad de un ser extraño, mantenerse constantemente en relación con una zona de no-conciencia. Pero esta zona de no-conciencia no es una extracción, no aparta o disloca una experiencia de la conciencia hacia lo inconsciente, donde ella se sedimenta como un pasado inquietante, dispuesto a aflorar en síntomas neuróticos. La intimidad con una zona de no-conciencia es una práctica de mística cotidiana, en la que Yo, en una suerte de esoterismo alegre y peculiar, asiste sonriendo a su propia ruina y, ya se trate de la digestión de la comida o de la iluminación de la mente, testimonia incrédulo su propia e incesante disminución. Genius es nuestra vida en la medida en que no nos pertenece.
Debemos observar el sujeto como un campo de tensiones cuyos polos antitéticos son Genius y Yo. El campo está recorrido por dos fuerzas articuladas pero opuestas: una que va de lo individual a lo impersonal y otra que va de lo impersonal a lo individual. Ambas fuerzas conviven, se intersecan, se dividen, pero no pueden emanciparse completamente la una de la otra ni identificarse del todo. ¿Cuál es, entonces, la mejor manera de dar testimonio de Genius? Supongamos que Yo quiera escribir. Escribir no esta obra o aquella, tan solo escribir y punto. Este deseo significa: Yo siento que en alguna parte Genius existe, que existe en mí una potencia impersonal que impulsa a la escritura. Pero de lo útlimo que Genius tiene necesidad es de una obra: él nunca ha cogido ni siquiera una pluma con la mano ( y mucho menos un ordenador). Se escribe para volverse impersonal, para volverse genial: y sin embargo, cuando al escribir nos presentamos como autores de esta o aquella obra, nos alejamos de Genius que nunca puede tener, la forma de un Yo, y tanto menos de un autor. Todo intento del Yo, del elemento personal, de apropiarse de Genius, de constreñirlo a firmar en su nombre está necesariamente destinado al fracaso. De allí la pertinencia y el éxito de las operaciones irónicas como las vanguardistas, donde la presencia de Genius queda testimoniada en el descrear o destruir la obra.
Genio Romano
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