sábado, 25 de marzo de 2017

FUENTES E HISTORIA DEL ANARQUISMO ESPAÑOL



 Gracias a Heleno Saña filósofo y escritor exiliado en Alemania he descubierto en profundidad lo que fue el anarquismo español, un movimiento mucho más potente y extendido en el campo y entre los obreros españoles en las primeras décadas del siglo XX que el comunismo. Fue completamente arrasado y exterminado por quien sabemos, hasta el punto de que pocos españoles de hoy tienen idea de la importancia que llegó a tener. 
Heleno Saña escribe y relata de manera directa, sin circunloquios y tiene la rara virtud de ir a la esencia de las cosas.



Utopía Anarquista

La opción utópica debe entenderse hoy como la única respuesta coherente a la irracionalidad, la alienación y el miedo generados por la hegemonía casi absoluta ejercida por el sistema. En última instancia constituye un acto de defensa frente a unas condiciones de vida cada vez más inhumanas y brutales. Lo único concreto son las necesidades de la gente, que en la sociedad de consumo del capitalismo tardío son esencialmente ignoradas o satisfechas de forma manipulada y deformada. Quien por las razones que sea no siente la necesidad de transformar de arriba abajo el mundo en que vivimos y prefiere agarrarse desesperadamente a lo existente aquí y ahora como la única opción posible, no hace más que demostrar su estado de alienación, su extravío y su autonegación. Renunciar a la utopía no significa otra cosa que elegir la muerte interior o lo que es lo mismo aceptar la civilización fanática erigida por el capitalismo global. El sistema burgués-capitalista privatiza la capacidad crítica de las personas con la consecuencia de que éstas piensan y obran separadas de la totalidad social. Esta interiorización del descontento real o potencial constituye una forma de autonegación, ya que significa que el individuo está dispuesto a vivir como siervo del superego capitalista. Precisamente en el estado actual de la historia universal se confirma una vez más lo que constataron hace ya décadas Adorno y HOrkheimer: “La historia de la civilización es la historia de la introversión de la víctima. Con otras palabras: la historia de la renuncia.”
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En su forma clásica el movimiento obrero ha dejado de existir, pero las metas a las que aspiraba en su fase inicial conservan su sentido genuino. Y lo que decimos sobre el movimiento obrero en general es válido para la lucha sostenida por el proletariado español entre 1936 y 1939. Es innegable que al igual que todos los acontecimientos históricos, la revolución española estuvo condicionada en mayor o menor medida por fenómenos ideológicos, socioculturales y estratégicos superados hace ya tiempo por el ulterior desarrollo de la historia. Ya por este solo motivo es inconcebible que hoy pueda repetirse.
Ha cambiado la estructura de la población asalariada. El proletariado industrial ya no es el centro del proceso de producción y reproducción. También la clase campesina que en la España de los años 30 era esencial es hoy en Europa factor secundario. La sociedad del presente es más bien una sociedad de empleados que de obreros. El mismo concepto de clase obrera se ha difuminado.
Han cambiado las formas de explotación y alienación, hoy son de naturaleza más sutil. Ejemplo el último libro de Moreno Pestaña.

Pero más decisivas son la individualización y el aburguesamiento de los trabajadores. La conciencia de clase de antaño casi ha desaparecido. El “enorme poder de lo negativo” proclamado por Hegel lleva hoy una raquítica existencia. El proceso de involución ha afectado a los sindicatos de masas de otros tiempos, cada vez más débiles. En su confrontación con el capital representan de manera residual los intereses de los asalariados.

Lo mismo ocurre con los partidos de izquierda histórica. Ninguno de ellos cuestiona hoy el sistema capitalista y de economía de mercado ni la propiedad privada de los medios de producción. Nadie habla de revolución ni de lucha de clases. Los capitalistas no son el enemigo, son los interlocutores respetables con los que negociar en tono amable en torno a una mesa. Las esperanzas que antaño estaban en los partidos obreros se han revelado una ilusión. Bakunin lo dijo, “hay que ser ingenuo para pensar que un parlamento burgués puede votar la liberación intelectual, material y política del pueblo.”

El mundo ha dado un giro de 180 grados. No es menos cierto que los valores que los obreros y campesinos españoles quisieron convertir en realidad –democracia de base, autogestión obrera, descentralización, igualdad social, socialización de la economía y eliminación de cualquier forma de explotación del hombre por el hombre- conservan  su plena vigencia, también como modelo idóneo de liberación para el futuro. En cambio, los modelos que se apoyan en el poder del Estado y en la dictadura de un partido han quedado desacreditados.
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Heleno Saña (1930)

En el 68 hubo un revival del antiautoritarismo. Herbert Marcuse teórico de los sesentayochistas escribió: “En los campos de batalla y de muerte de la Guerra Civil española se luchó por última vez en sentido revolucionario por la libertad, la solidaridad y el humanismo: las canciones que se entonaron durante esta lucha siguen siendo todavía hoy el único destello que aún pervive para una revolución posible.”

A pesar de que esta “revolución posible” no llegó a convertirse en realidad duradera, no ha perdido su vigencia y conserva también para el futuro su valor intrínseco y su esencia normativa. La legitimación moral tiene muy poco que ver con la lógica empirista y pragmatista de los parámetros cuantitativos y el éxito a toda costa. La historia nos enseña más bien que los movimientos e ideologías triunfantes en un sentido positivista fueron por lo general los que más se alejaron de la verdad.

También el anarcosindicalismo es hoy pálida sombra de lo que fue en el pasado. Desobediencia civil, subversión en contra de la política establecida. El camino del futuro, el que a largo plazo mejores condiciones reúne para hacer frente a la infausta alianza entre el capital y la casta política a su servicio y contrarrestar el “pensamiento único” adicto al sistema, propagado hoy como la salvación de la humanidad por amplios sectores de los medios de comunicación, la ciencia y la industria de la cultura.

FILOSOFIA DEL ANARQUISMO ESPAÑOL

Mucho antes de que las ideas anarquistas penetrarán en la Peninsula como cuerpo cerrado de doctrina, había en nuestro país una tradición antiautoritaria muy arraigada que, sin utilizar el término anarquía. Como dijo Américo Castro: “El fascismo y el comunismo, el socialismo y el régimen constitucional fueron inyectados en la sociedad española como resultado de conspiraciones venidas de fuera: el anarquismo fue, por el contrario, emanación y expresión de la estructura, de la situación y el funcionamiento de la vida social de los españoles… Lo serio y grave del anarquismo español es su auténtica españolidad…El anarcosindicalismo, a diferencia del comunismo, contiene un mínimo de ideología extranjera y un máximo de espontaneidad española.” Dicho con nuestras palabras: mientras todas esas ideologías fueron un fenómeno exógeno, las raíces généticas del anarquismo español fueron endógenas.

La filosofía del anarquismo español no está elaborada por eruditos. No hay cátedras de filosofía entre los anarquistas. Muchos reunían por la clarividencia y profundidad de sus escritos las condiciones para ello. El marxismo nació en la filosofía pero el anarquismo español fuera de las aulas universitarias y sus autores eran autodidactas de origen obrero perseguidos y encarcelados con harta frecuencia. Juan Peiró empezó a trabajar con 8 años y fue analfabeto hasta los 23. Angel Pestaña, huérfano, se vió obligado a ganarse el sustento desde niño. Hay pocos intelectuales anarquistas con estudios superiores: Serrano y Oteiza, Sentillón, Tárrida del Mármol, Felipe Alaiz, Abad de Santillán, Salvochea.

La obra de estos téoricos anarquistas surgió en medio de la lucha cotidiana, no cómoda o incómodamente sentados en el British Museum. Marx se burló de Proudhon entre otras cosas por ser autodidacta. Para Heleno Saña es un honor que muchos de los escritores anarquistas españoles lucharan con denuedo por salir de la indigencia cultural.

La labor teórica de los libertarios españoles sintetiza acción y reflexión. Emana de la vida real, de ahí su veracidad y profundidad. Quintanilla le espetó al socialista Araquistán: “Todas las sutiles tesis académicas del socialismo, las disquisiciones profundas de teóricos y hombres de gabinete, carecerían de eficacia virtual sin el realismo actuante que le prestó y le presta la organización obrera”. Por su condición social humilde que les hacía tener que trabajar no pudieron acumular gran bagaje de conocimientos como otros procedentes de la burguesía. Pero en cambio tenían el conocimiento de los sinsabores ligados a la “condición obrera”. Condición no tan conocida por ilustres marxistas
Se leían sus escritos porque eran “la voz de los sin voz”, sabían dar voz al pueblo llano, a sus desengaños e ilusiones. Si el escritor es el mediador por excelencia, Sartre dixit, cumplieron esta función de manera excelente. Y lo hicieron porque hablaban de modo claro, directo, apto para todas las entendederas.
Su habitual vehículo de expresión era la prensa y la tribuna, no pocos de los periodistas y hombres de letras más destacados fueron, a la vez, elocuentes oradores, como Fernando de Tárrida del Mármol, Quintanilla, Eusebio Carbó, Felipe Alaiz, Teresa Claramunt, Soledad Gustavo.

La esencia del anarquismo hispano estaba preconfigurada  en lo esencial, en la figura de Don Quijote. El personaje literario de Cervantes encarna los valores humanos y espirituales que el anarquismo español intentará llevar a la práctica. Una de esas coincidencias con el anarquismo es el sentido de la igualdad. El hidalgo de la Mancha trata de “amigo” y “hermano” trata a su escudero: “Quiero que aquí a mi lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas una mesma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor¨; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere: porque de la caballería andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala.”
Para saber lo que la igualdad es, el anarquista español no necesita consultar extranjeros sino que lo aprende directamente a través del ethos individual y colectivo de su propio país, como escribió Salvador de Madariaga en “Anarquía o jerarquía”: “La igualdad es en España una verdadera pasión. No hay quizás en el mundo pueblo que la sienta con más sencillez y naturalidad. Esa pasión de la igualdad es la verdadera fuente de la dignidad que tanto admira en nuestro pueblo a los extraños.”
El alcalde de Zalamea responde al capitán Juan Crespo ¿Qué opinión tiene un villano? “Aquella misma que vos.”

La defensa y la reivindicación de la igualdad figuran en todas las tomas de posición del anarquismo español.
El anarquismo no se contenta con la igualdad política, quiere la igualdad económica y social. El advenimiento de la burguesía puso fin a la nobleza y al absolutismo monárquico pero sin suprimir las diferencias de clase. Dijo el anarquista Anselmo Lorenzo, en un manifiesto de 1886: “El título de ciudadano es hoy tan contrario a la igualdad como lo fue en su origen la democracia encubre una vana esperanza y como única realidad solo significa la sanción por los trabajadores de la tiranía, de la explotación y del despojo de que son víctimas.”
Por ello había que superar la sociedad burguesa sin pasar por dictadura ninguna hasta la propiedad colectiva de los medios de producción y la implantación de la autogestión.

Los anarquistas españoles rechazaban la política. Los partidos políticos retrasan el progreso social, se convierten en fin en sí mismos. Es lo mismo que expresó el regeneracionista Joaquín Costa o el filósofo Ortega y Gasset: “La España oficial consiste en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que apoyados por las sombras de unos periódicos hacen marchar unos Ministerios de la alucinación.”

En cierta època Unamuno, Baroja, Azorín, Blasco Ibañez incluso Ramiro de Maeztu se sintieron atraidos por los ideales libertarios. Unamuno se lo dijo a Federico Urales,  sus lecturas de economía lo hicieron socialista pero pronto comprendió que en el fondo era anarquista.

El anarquismo español laminado actualmente tenía un profundo sentido ético. No era el aspecto económico el centro de su lucha militante, lo que los diferencia de todas nuestras reivindicaciones callejeras actuales.

Lo que los obreros de la CNT anhelaban no era vivir mejor sino más noble y dignamente. Juan Peiró habló de espiritualidad revolucionaria y los sindicalistas de la CNT aún luchando por mejoras económicas despreciaban el dinero y los bienes materiales. Los cargos retribuidos era considerados incompatibles con la ética libertaria.
La espiritualidad anarquista procede de los filósofos idealistas como Sócrates, Platón, Aristóteles, los estoicos, el bien como meta suprema de la existencia, como fundamento de la verdad y la felicidad.

En contraste con los pesimistas antropológicos como Hobbes o Freud el anarquismo español tenía una visión optimista del hombre y la naturaleza. De los griegos heredaron la fe en la paideia o educación que asume de Rousseau y de Ferrer Guardia, el creador de la Escuela Moderna. Pero hubo diversidad de criterios en educación. Que el hombre se autogobierne, que se rija a sí mismo de modo racional, de ahí puede nacer una sociedad autogestionada basada en la libre asociación, cooperación, solidaridad y ayuda mutua.
Lo más opuesto a lo que estamos viviendo en la actualidad y por tanto lo más necesario de recordar.

No hay otra ideología que dé más importancia a la cultura popular. Fue una de las metas del anarquismo español desde sus inicios y por lo que me interesó sobremanera. La enseñanza integral como base de la liberación de los trabajadores: “Queremos la enseñanza integral para todos los individuos de ambos sexos en todos los grados de la ciencia, de la industria y de las artes a fin de que desaparezcan esas desigualdades intelectuales, en su casi totalidad ficticias, y que los efectos destructores que la división del trabajo produce en la inteligencia de los obreros no vuelva a reproducirse.”

También consideraban a la mujer libre, inteligente, responsable de sus actos, lo mismo que el hombre.

La sed de aprender era inmensa en los campesinos andaluces de hace cien años. Lo recoge Juan Díaz del Moral en Historia de las agitaciones campesinas andaluzas: “Se leía siempre, la curiosidad y el afán de aprender eran insaciables, hasta de camino, cabalgando en caballerías, con las riendas o cabestros abandonados, se veían campesinos leyendo, en las alforjas, con la comida siempre iba algún folleto. Es verdad que el 70 u 80 por ciento no sabía leer, pero el obstáculo no era insuperable. El entusiasta analfabeto compraba su periódico y lo daba a leer a un compañero, a quien hacía marcar el artículo más de su gusto, después rogaba a otro camarada que le leyese el artículo marcado, y al cabo de algunas lecturas terminaban por aprenderlo de memoria y recitarlo todos los que no lo conocían.”

El concepto de cultura no se limitaba a la transmisión de conocimientos, sino que el objetivo central de la cultura era potenciar al máximo los valores morales y espirituales del individuo. La conducta ética del militante era esencial.

En el centro anarquista de Sevilla consiguieron desterrar las borracheras, y no sólo se limitaron al puritanismo de las costumbres sino que procuraban dar al individuo la conciencia de su propio valer, no en el sentido egocéntrico del término sino en el de la generosidad y nobleza que tanto impresionaron al escritor inglés enamorado de España Orwell y que recogió en su obra “Homenaje a Cataluña”, precisamente.

El pueblo español ha aportado una estructura humana propia, moral, emocional, desde la pasión y la sensibilidad, el orgullo del estoicismo y el espíritu de resistencia, sin olvidar el fondo místico, la tendencia a los sueños imposibles y a la utopía. Y todas estas características hicieron del movimiento libertario hispano una aportación propia que desgraciadamente ha sido barrida de la historia y hoy nos encontramos como desasistidos, ignorantes de esta razón popular española que tuvo sus momentos de gloria hace casi un siglo.

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