Estamos con el tema de las cosmovisiones y sus implicaciones filosóficas en primero de bachiller. Mailer Mattié, antropóloga y estudiosa amiga y conocedora de Simone Weil me envía un texto que me ha recordado la importancia de mirar las estrellas. También con los alumnos, o al menos animarlos a que lo hagan, para descubrir el orden del cosmos. Y percibir "ese algo más" del universo que no viene en los libros.
Me permito copiar un párrafo de Mailer.
La
sociedad moderna, ajena al orden del cosmos y sin raíces porque ha roto
con el pasado significaba para Simone Weil, en consecuencia, un mundo
“mal hecho”, una “factoría para producir irrealidad”, un gran problema.
El ámbito, en fin, donde la vida de la mayoría de las personas
transcurre indiferente al destino humano y la relación con el universo
es irrelevante. “No miramos las estrellas –advirtió-; desconocemos,
incluso, qué constelaciones pueden verse en el cielo en cada época del
año y el sol del que hablan a los niños en la escuela no tiene el menor
parecido con el que ven”.
El pasado –señaló- ha sido reducido a las “cenizas de la
superstición”, instalándose en su lugar el “veneno de nuestra época”: el
fetichismo del progreso y la fantasía de la revolución. Un mundo
artificial, además, donde la única forma posible de la relación del
individuo con Dios es la idolatría: el Dios del “tipo romano”, a quien
se atribuye el poder de intervenir “personalmente” en los asuntos
humanos; la religión que el Estado puede o no dejar a la elección de
cada uno.
Resultado de semejante ausencia de luz en la vida contemporánea es,
pues, su desequilibrio y su falta de armonía, de templanza. La desmesura
lo inunda todo, reiteró Weil: el pensamiento, la acción, la actividad
pública y la vida privada. Un desorden, efectivamente, que genera la
pérdida de vitalidad y de autonomía en las comunidades y en las
personas; que penetra y degrada todas las relaciones y las actividades
humanas, a tal punto que los móviles de la conducta individual
-restringidos y rebajados al miedo y al dinero-, la opresión del trabajo
asalariado y la educación convierten a la gente en seres
deshumanizados, infrahumanos. Asimismo, la comunidad –uno de cuyos fines
primordiales es mantener la conexión entre el pasado y el futuro- ha
sido destruida en todas partes, suplantada por el Estado-nación: en sus
palabras, esa “niñera mediocre a la que hay que obedecer”.
El orgullo que inspira la civilización moderna -difundido por la
ideología y la propaganda- solo demuestra, por tanto, el nivel de
desarraigo y deshumanización que hemos sido capaces de alcanzar.
Sin la influencia de la verdad sobrenatural, ciertamente, el orden
social continuará siendo irrespirable: el tejido de las relaciones
sociales, la necesidad del alma que Weil consideró más cercana al
destino universal. En consecuencia, debe ser el principal objeto al cual
dedicar nuestro mayor esfuerzo de atención; intentar, al menos,
aproximarnos a la “situación de un hombre que camina de noche sin guía,
aunque sin dejar de pensar en la dirección que desea seguir. Para tal
caminante –leemos en Echar raíces- hay una esperanza grande”.