Seguro que no es la elección del estilo de su vestimenta ni
la coquetería de su pose lo que distingue a los filósofos. Un cierto desaliño cubre estupendamente el empacho metafísico y los interrogantes existenciales. No obstante, si la manera de vestirse no sirve de logotipo ni marca del filósofo, cierto donaire (l’allure) tiene toda su importancia…
Sabemos que Sócrates vestía el mismo abrigo, tanto en verano como en invierno. Cuando su mujer, la desabrida Jantipa, se lo birló (avergonzada sin
duda por su facha), el "Tábano de Atenas" prefirió echarse encima la primera piel
de carnero que halló a mano que acudir al sastre. Marco Aurelio describe esta
indiferencia total del filósofo por su atuendo contando que prefería pasar por un mendigo.
Pero Sócrates no exageraba su austeridad ni hacía alarde de pobreza, contrariamente a su discípulo Antístenes,
futuro fundador de la escuela cínica, que se enorgullecía de su desprecio por
las telas. Creyendo probar así su superioridad y desapego con respecto a los bienes
materiales, Antístenes exhibía las partes más gastadas de su túnica y mostraba sus
andrajos. Diógenes Laercio recuerda la respuesta áspera con que le censuraba el maestro: "Veo tu
vanidad a través de tu túnica". Sócrates equiparaba así la afectación de lujo con la
afectación de miseria. Descartes retendrá la lección, como nos recuerda su
primer biógrafo, Adrien Baillet: "[Descartes] jamás fue descuidado, y evitaba sobre
todo disfrazarse de filósofo".
Pero si el traje como tal no hace al filósofo [como el
hábito no hace al monje], su donaire, según sea libre o no, nos sirve para
distinguir al "filósofo natural" de quien no lo es. En el diálogo
, Sócrates compara con su
interlocutor Teodoro las características del filósofo y del hombre de poder. El
primero, porque se preocupa de la esencia y de la naturaleza verdadera de las
cosas, no se entera de lo que sucede aquí abajo: así Tales que, totalmente
ocupado en escudriñar el cielo, no ve el pozo a sus pies y se precipita en él,
suscitando la risa de la criada tracia. Torpe, ridículo, es descrito por
Sócrates: "provoca risa (…), su ignorancia de las formas respetables es espantosa y le da un aire estúpido", de manera análoga a la que
utilizará Baudelaire para referir al poeta con la metáfora del albatros: "Exiliado
sobre el suelo en medio del abucheo, / Sus alas de gigante le impiden marchar" (
).
Esta torpeza tiene sin embargo como contrapartida una gran independencia con
respecto a las convenciones, una libertad que el filósofo transpira en su "donaire" (
l'allure, en griego
antiguo,
tropos, literalmente: cariz,
sesgo), el cual, por esta razón, parece "libre". En su obra
Ejercicios espirituales y filosofía antigua,
Pierre Hadot escribe que "sabiduría no significa sólo conocimiento, sino
que ella nos hace
ser de otro modo"
y nosotros podemos añadir: también
aparecer
de otro modo. Porque el que está al corriente de todos los usos y códigos, el
que está a gusto en todas partes, con todo el mundo, todo el tiempo, éste,
añade Sócrates, "no sabe echarse encima con la ligereza de un gesto libre
su abrigo sobre el hombro derecho" -contrariamente al filósofo auténtico.
Pionera descripción fenomenológica de la belleza y donaire del gesto filosófico
cuando, por repetir las palabras de Rimbaud, "el gabán también deviene
ideal" …
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Juan de Zabaleta, autor de Errores celebrados |
CIELO Y SUELO
Hasta ahí el artículo de
Le Monde que apareció en la sección Moda, sin firma.
La archiconocida anécdota de Tales y la criada, me han llevado a la relectura de la obra de Juan de Zabaleta (1610-1670?),
Errores celebrados. Zabaleta fue cronista de Felipe IV. El distinguido crítico ilustrado Diego de Torres Villarroel le consideró uno de los "filósofos más serios, profundos y juiciosos de la nación". Su lenguaje es el mejor del siglo, después del de Gracián, ganándole a este en naturalidad. Zabaleta tuvo también ideas propias sobre el sentimiento del honor, la nobleza ("no hay más honra que la virtud"), el desafío, la pobreza, el valor de la vida...
He aquí cómo el humanista y moralista -al que el exigente crítico Ludwig Pfandl llama "delicioso Zabaleta"- describe el famoso incidente:
Tales de Milesio era un filósofo de los muy venerados de la Antigüedad. Éste, entre otros estudios suyos, deseaba averiguarle los movimientos al cielo. Iba una noche a su casa a tiempo que su criada salía della a buscarle. El hombre iba tan divertido mirando a las estrellas que metió un pie en un hoyo y dio con todo su cuerpo en el suelo. Llegó la mujer a socorrerle y, con la libertad de criada de pobre, le dijo: "Levántese, señor. No ve lo que tiene junto a los pies, ¿y quiere ver lo que hacen las estrellas?"
Para Zabaleta la burla de la criada no es más que un ejemplo de la desagradecida infamia con que el vulgo paga al científico y al hombre de letras por sus desinteresados desvelos. Los estudiosos son la cabeza y órganos por donde el mundo recibe las enseñanzas del cielo. Y es triste que mientras la cabeza se afana por adquirir conocimientos ("noticias") con que conservar y honrar el cuerpo, éste en lugar de agradecérselo, cuando aquellos más se fatigan, no haga sino levantar vapores molestos.
No se extraña Zabaleta de que Tales tuviera tanto interés en los astros:
El alma racional se deriva del cielo; no es mucho que quiera saber cómo es su patria.
Compara la ignorancia de la criada con el silencio o facundia del borracho:
El mucho vino a unos los hace callados y a otros los hace habladores. La ignorancia es como el mucho vino: a unos los hace no acertar a despegar la boca y a otros los hace decir boberías.
Puede que el vulgo haya celebrado durante siglos la burla de "esta vieja bachillera" -como le llama irónicamente Zabaleta- dando a entender que nada podía saberse de astronomía ("astrología" es todavía su nombre en el barroco), y sin embargo de lo que dijo se infiere que algo puede saberse de ella, "pues nadie cae en donde mira". Si quería que Tales mirase a la vez el cielo y el suelo, desatino sería, pues quiso un imposible:
Quien mira al suelo no cuida del cielo; quien mira al cielo no se acuerda del suelo.
El moralista pone luego el ejemplo del religioso virtuoso que "mira al cielo y estáse en él todo", que se olvida de la tierra y de su cuerpo...
No atiende a su vestido y anda tan mal vestido que es lo mismo que andar desnudo.
Por mirar al cielo cae en las
descomodidades de la tierra y así cae donde no mira:
Los estudiosos miran al cielo, que es de donde bajan las ciencias; no miran al suelo, que es donde las comodidades se hallan, y quédanse sin comodidades. Andan mal vestidos, porque el vestido ha menester cuidado, y ellos no ponen cuidado en el vestido. Andan pobres, porque es la tierra donde se encuentra el oro y ellos no miran a la tierra. Caen en desestimaciones porque miran al cielo, y es porque no estiman el cielo los que los desestiman. Cayó el filósofo porque miraba al cielo. Todos los que miran al cielo están caídos.
Este final, ay, admite una interpretación melancólica, sobre todo ante un cielo que ya no existe en las grandes ciudades, si siquiera para los sentidos, y ante un Cielo tan desencantado como saqueado por la ausencia de ideales en nuestra decaída cultura. Sin Cielo, sin el Reino de Utopía,
sin ideales, pronto nos quedamos sin ideas, y sin ideas, falla sin remedio tanto la innovación como la creatividad.