domingo, 6 de junio de 2010

Como el mochuelo




COMO EL MOCHUELO

Por Rafael Bellón Zurita

“¿Qué pájaro será aquel que está en la verde oliva?”
Copla del cante jondo

El mochuelo no busca nido donde albergarse, Y su volar ¿adónde va
aunque tiemble en el centro de tantas noches por su afilado mirar divisadas?
Porque mira desde arriba sin detenerse. Y así el error que
inevitablemente, por ser humano este pájaro, cometa será debido a una disminución de su celeridad o a un querer tomar tierra movido
por un deber que abate su vuelo al ser deber, con debida obligación,
y que luego irresistiblemente lo alza por ser de amor, porque ningún
ser alado conocido deja de tener al amor por ley suprema, a veces escondida
y hasta enconada. Ley de amor que pide hacerse sustancia.

Pero hasta entonces cuánto andar y desandar, si se va por tierra,
cuánto invisible laberinto, si se va solo, solo al fin en la oliva.
Dice el mochuelo al volar: “Yo vuelo mirando al suelo.”

Mira el mochuelo desde arriba y su vista abarca y distingue
con creciente agudeza de los sentidos cuánto más sin asidero vive,
inasible nada se le escapa, nada se le queda sin percibir, y así,
la burla le es inevitable, porque ve a un mismo tiempo por lo menos
los dos rostros de la pretendida realidad. Ve la realidad y su pretensión, su falacia. Ve la realidad y la irrealidad que la devora; el hueco que detrás de la máscara sin que la máscara desaparezca ni se haga irreconocible. Desenmascara así la historia mostrando su oquedad y así prácticamente aún, dejando tembloroso y firme su corazón de esperanza irreductible, de aliento humano y divino al descubierto.

Y cuando aquí llega, su vuelo mismo se detiene abriendo un silencio. El silencio prometido en el que divisa innumerablemente verdades y sueños, al que a vista de pájaro mira infatigablemente, es decir, al poeta y al filósofo que alienta y vive un secreto último.

Porque atravesando la historia llega allí donde la vida aletea, en su olivo, ese hueco de las manos divinas que le acogen en lo infinitamente abierto y en el alba inacabable. Símbolo de cultura y de paz: “La del alba sería cuando don Quijote salió al camino”.

Pensar el cielo no es lo malo: lo malo es pensar en el cielo, y lo peor, pensar desde el cielo. El gallo, luminoso picoteador vociferante del día, como el mochuelo, oculto definidor de la noche, piensa el cielo. La alondra piensa en el cielo, cantadora, al amanecer.

El buitre, mudo, y silenciosamente, como cualquier otra ave de rapiña feroz y carnicera, piensa siempre desde el cielo.

El gallo, luminosamente desdeñoso, de cielos, no separa nunca del suelo su mirada, el gallo que se hizo cristiano por la pasión.
Sin embargo, el mochuelo siguió en su olivo siendo mágico prodigioso de pagana sabiduría. Quizás por eso, le dijo, desdeñosamente, el nuevo, evangélico gallo luminoso al oscuro mochuelo, pajarraco filosófico: “Tienes ojos y no ves la luz.”

Le contestó el mochuelo sabihondo: “Y tú tienes alas y no vuelas.”

Desconfía de las ideas que se arrastran como las nubes por el cielo, si, como las nubes, no se desvanecen de algún modo para tomar, como sea, nuevamente tierra: aunque sea, tocándola tan sólo con sus sombras.

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