La Asociación Adaluza de Filosofía (AAFi) viene organizando un encuentro mensual online para presentar libros de nuestra incumbencia moral. Coordina con buen humor el presidente Rafael Guadiola, que el tiempo lo conserve muchos años. El 17 del florido mes de mayo fue Pedro Redondo Reyes, profesor de Filología Griega de la Universidad de Murcia, quien comentó y explicó las intenciones de su original libro Minima Philologica (Universidad de Murcia, 2022) en el que busca, como describe en subtítulo, una/la fundamentación filosófica de la Filología Clásica; las que tuvo, si las hubiese, más que las que podría tener, si las encontrara.
Fue presentado Redondo por su amigo y vocal de la AAFi en Jaén: Francisco J. Fernández García, también escritor de mérito y pensamientos, quien ponderó la obra de Redondo como algo distinto de lo que viene vendiéndose como cursilería y repetición, espectáculo y entretenimiento. Niega Francisco que tenga el libro de Redondo la condición de "Tratado", que yo le atribuyo, pues carece de vocación docente. Puede ser. Desde luego, no es un libro para aclararse, sino más bien para aventurarse en sus meandros y afluentes, abismarse en sus sugestiones y perderse revolviendo a los clásicos con los modernos. Bueno, también podría decirse que el ensayo de Redondo trata de ordenar o de analizar el desorden de los "correctores de textos" (¡ay, estuve a punto de convertirme en uno de ellos!). Oye Redondo casi todas las voces (o las pocas que la guadaña de la historia nos ha legado), las voces escritas de las simas abismáticas en que resuenan ecos de grandes humanistas y poetas. "Mamotreto", "monstruo", engendro de un erudito con pasión razonadora sobre aquello que nos especifica como pasajeros de la república de la letras, tales epítetos le dedica a Minima Philologica, con cuidados cariñosos y atención prudente, Francisco J. Fernández en su presentación.
Lo que sea y haya sido la Filología en la historia de Occidente es algo tan complejo como diverso y expuesto, como las olas del Marenostrum, al vaivén de vientos y gravedades de lunas culturales y eclipses situacionales. Si, como vio Crisipo, toda palabra es ambigua por naturaleza, ¿cómo será la palabra que refiere a palabras, el hablar de lo que habla o quiere decir lo escrito sobreviviente? Ya vio Ortega el hecho incuestionable de cómo la palabra cumple su función enunciativa con coalescencia súbita con las cosas y seres en torno que no son verbales, "coalescencia" es esa propiedad maravillosa que el logos goza para unirse o fundirse con entornos imaginarios. Y además -y antes que Humboldt- Lorenzo Hervás y Panduro, el genial jesuita expulso, ya se percató de que en cada lengua está inscrita una manera peculiar de entender el mundo, de ahí la problematicidad de toda traducción, oficio y faena elemental del filólogo.
Pedro Redondo muestra la Filología como un epifenómeno de las gramáticas (gramática que informará la trinidad del Trivium con la dialéctica y la retórica, medios imprescindibles, más que fines, del saber) y, por tanto, las reflexiones de Redondo constituyen algo así como un discurso de tercer orden, una meta-filología, discurso sobre los discursos que han ensayado fijar o enmendar (emendatio) los sentidos -o el "auténtico sentido"- de los textos clásicos. Filología de la filología, no de los textos canónicos. El paradigma del filólogo como corrector de textos se ha impuesto frente al otro modelo que se anuncia al final del Protágoras platónico y que asume la interpretación a través de la memoria y de la oralidad, o frente al modelo alegórico. En opinión de Redondo, Aristóteles renuncia a estos dos últimos modelos y reduce el enigma a metáfora. Buen poeta es para Aristóteles sobre todo el mejor inventor de metáforas.
Parece que durante siglos la Filología estuvo empeñada sobre todo en la corrección y fijeza de los textos, pero que faenó sin teoría y sin método, jamás como episteme, sino como τέχνη: arte y técnica. Hoy se ha impuesto, para bien o para mal, el modelo positivista con románticos resabios de historicismo, historicismo que, según Pedro, fagocitó a Wilamowitz-Moellendorff, maestro, crítico del "filólogo" Nietzsche y censor del sofista bigotudo por hacer este de la sacra filología una hermenéutica trágica y blasfema. Pedro no quiere hacer historia de la Filología, aunque la use a discreción, haciéndose eco de las enseñanzas de los grandes desde Parménides ("padre de la opción convencionalista del lenguaje") hasta Ortega (crítico del recurso filosófico de la etimología) o hasta Wittgenstein, Quine, Martínez Marzoa, Ricoeur, Gadamer, los pragmatistas usamericanos, etc., también cita a su amigo y presentador Francisco J. Fernández...
Dijo Pedro en la tertulia de la AAFi que no elaboró su libro para que resultara preferido por los filólogos ni por la Academia, sino más bien para dialogar, un diálogo a muchas voces, polímata, interdisciplinar, mestizo y, tal vez por ello, muy fecundo en sugerencias y escaso en dogmas, lo que es muy de agradecer. Este dialogar tiene a mi juicio enjundia socrática, aporética. De hecho el propio autor se atreve a ser crítico con su obra, la anota como quien se rasca una cicatriz o dispara contra sí, discute consigo mismo. Dice, muy modestamente, que falló en la diana, pero que había que disparar... ¿Hasta la contradicción? No importa caer en contradicciones: "El hombre es el dueño de las contradicciones, éstas existen gracias a él y, por consiguiente, es más noble que ellas" (Thomas Mann. La Montaña Mágica, II, "Nieve").
Como la presentación puede escucharse íntegramente en Youtube, me limitaré aquí a reseñar sus principales asuntos y el original estilo de cascada en que está escrita Minima Philologica. Lo de "mínima" lo entiendo como lítote o atenuación retórica. Pedro Redondo se ocupa entre otros temas de la etimología, el significado, la metáfora (tal valorada poéticamente por Aristóteles), la alegoría, la analogía ("ese fenómeno incontrolable") del exemplum, la fabula, del enigma, del universal, de la relación entre filología e historia, del lugar de la Filología entre las Artes de Humanidad (que diría Guevara), del silencio de la escritura, del sentido de "lo clásico" ("lo antiguo pero perenne", según Plutarco) y de todas sus paradojas...
Lo hace en siete capítulos en los que cada 'lectio' -llamémosle así o, más modernos, "núcleos pregnantes"- es ampliada en "escolios" que a su vez son extendidos, fundamentados o discutidos en notas. Los escolios obran como satélites enfrentados dialéctica y eruditamente a la sucesión de tesis y a su vez son aquilatados o negados por las notas. El contenido se derrama así como una mancha de aceite abarcando diversos mundos semióticos. Los "escolios" de Redondo no son aforismos ni comentarios breves, sino ampliaciones problemáticas (en nuestro tiempo son famosos los escolios del filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila, admirados por E. Jünger y F. Savater). Los escolios de Minima Philologica plantean objeciones a la lectio, delatan contradicciones, exponen disputas teóricas.
En su "Apostilla a Minima Philologica" (Alfa, 39) Redondo expresa la concepción de su "ensayo" como un intento de aislar aquellos núcleos irrenunciables pregnantes del método, principios, axiología y demás que habían armado la Filología clásica desde sus orígenes alejandrinos. Recuerda que para Porfirio el significado de un texto es un sobreentendido (hypónoia). Reconoce la filiación de su trabajo con la obra crítica de Hamacher, Raimondi Dumbrecht y, más remotamente, con los escritos de F. Schlegel y de F. A. Wolf, patrón de Nietzsche. Sin embargo, el mayor impulso de Pedro Redondo -como admite- es la simple reivindicación de la Filología Clásica, cita en su homenaje la frase de Werner Jaeger: "estas páginas se dirigen... a todos aquellos que buscan en el contacto con lo griego la salvación". Me siento aludido por las palabras de semejante paideía formadora de espíritus, muy distinta de la instrucción empática y doctrinaria de consumidores y productores normópatas à la page.
Sería muy deseable por útil que la reedición de Minima Philologica incorporase un glosario de términos técnicos y un índice de temas tratados, pues sin duda sirve y vale como manual de referencia, aunque su propósito expreso no sea docente ni desde luego doctrinario, sino dialéctico. Digo "dialéctico" atribuyendo a este adjetivo los mejores y mayores sentidos que le atribuyeron las Escuelas Áticas Mayores: senda que eleva hacia la comprensión universal del bien y razonable argumentario de persuasión, verbi gratia.
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