jueves, 7 de abril de 2022

EL PODER DE EROS

 


Nuestro amigo, el Sabio de Galduria, don Emilio López Medina, ha parido su cuarta bestia: El sexo (Thémata. Apeadero de aforistas, 2022). No se inquieten, amado lector o estimable lectora, se trata de un ensayo filosófico, aunque se presente como colección de aforismos, que también los contiene. Los varones –por el momento- no podemos dar a luz nenes; de nuestros amores no pueden resultar sino buenas o malas obras. Incluso la paternidad (efecto buscado o accidental, daño colateral o contingencia) es también para nosotros deber, labor convencional, intencionalmente contratada o asumida. Lo mejor es parir o crear por amor.

El libro de Emilio, como mis cuentos, se ha impreso en Polonia (globalización). Pero no se inquiete, amigo, está escrito en correctísimo, claro y estiloso español, y sus reflexiones sobre el poder de ese dios, EROS, son de calado. Eros es –según algunos- el más antiguo de todos los dioses, salido del huevo del mundo, frescales divino al que teme hasta su mismísima madre, Afrodita, así como el resto de los olímpicos: “el más bello entre los dioses inmortales, desatador de miembros, que en los pechos de todos los dioses y de todos los hombres su mente y prudente decisión somete” (Hesíodo, Teogonía, 120).


Foto anónima, 1910


Los griegos primitivos describían a Eros como un ker o malicia alada, como la Vejez y la Peste. Y es que la pasión amorosa es personal y socialmente peligrosa. Eros tuvo una importancia especial en el pensamiento de Platón como el único modo de experiencia que pone en contacto las dos naturalezas del humano: el yo divino y la bestia amarrada. Se insinúa desde fuera (eisrheî éxothen) y es una corriente no connatural al que la posee, sino inducida a través de los ojos" (Crátilo 420 a-b). La misteriosa energía de la mirada.

La conocida lección socrática del Banquete, adeudada a la sacerdotisa de Mantinea, describe a Eros no como un dios (afirmación valiente y blasfema), sino como una potencia intermedia (metaxý), un gran δαίμων cuyas expresiones sexuales y no sexuales son expresión de un mismo impulso básico hacia la belleza, τóκος ἐν καλῳ, parto en belleza (Dodds, Los griegos y lo irracional, VII). En el Fedro, es el nombre de una manía divina, la "locura de Eros", algo que le ocurre al hombre sin que él lo elija y sin que sepa por qué, una forma de entusiasmo al que debemos las mayores dichas (y los peores dolores). El enamoramiento es por tanto obra de un demonio temible: de un tigre y no un gatito con el que se puede juguetear, dice Taylor.


Alain Delon y Marianne Faithfull con traje de cuero
en La chica de la motocicleta, 1968.

El cristianismo dulcificará y desdramatizará esta idea elevando el Eros a "gracia divina" y moralizándola para transformarla en virtud teologal: ágape, charitas. Ya el mismo Platón había allanado el camino con su versión de ὀρθὸς ἔρως, del amor apropiado o correcto: "un amor sensato y concertado de lo moderado y hermoso" (403 a-c).

Eros suministra el impulso dinámico de ascensión, en la búsqueda de una satisfacción que trascienda la experiencia terrenal, un puente empírico entre el hombre como es y como podría ser. Dice Dodds que Platón se acerca mucho aquí al concepto freudiano de libido y al mecanismo psicológico de sublimación. Efectivamente, Platón describe los cuatro estadios de elevación erótica: 1. Desvinculación de la belleza física; 2. Valoración de la belleza moral (lo noble de la conducta y de sus principios y leyes; 3. Impulso filosófico hacia la belleza en sí (espiritual en las matemáticas), belleza que es otro nombre de la verdad abstracta, como trascendentales de la Idea del Bien; 4. Intuición y contemplación intelectual de lo Hermoso en sí, de la Idea eterna como objeto último de Eros en que se halla la inmortalidad (también la continuidad física mediante la reproducción) y la divinización creativa y auto-creadora (v. Cornford. La filosofía no escrita, 142). 

Para Platón la erótica es una vía de ascensión hacia la Idea de lo perfecto bajo el estímulo de su belleza, "el esplendor del bien" según Marsilio Ficino. Este método de elevación espiritual es paralelo y complementario a la vía dialéctica (análisis/síntesis) y al método ascético (la filosofía como "preparación para la muerte", mélete thanatou).

Herb Ritts, 1987


Regresemos con el aforista al suelo, a las raíces y al cieno, desde esas regiones cuasi-místicas o etéreas del platonismo iluminista... Emilio ordena el índice de su “bestia” según la secuencia latina: Erectio, introductio, agitatio, trepidatio, spasmus. No se asuste el sufrido lector; ¡nada que ver con la ficción redundante y onanista de la pornografía!, sino con una cavilación de altura, a veces socarrona, otras irónica, a veces amarga y desconsolada, sobre este deseo de comunión y conjunción que nos conmueve hasta el moño, que nos revuelve o desgarra las entrañas, que nos deleita y frustra tan profunda y decisivamente.

Su visión general debe algo al pesimismo de Schopenhauer que veía en el deseo sexual “la maldad intrínseca del Genio de la especie”, pero se sobrepone al constatar que el sexo, “ese aparataje en torno al código genético y su expansión”, se impuso en el orden de la vida como triunfo ante la muerte. Tampoco cae Emilio en la misoginia del alemán. 

Eso sí, ve en el sexo una Voluntad ajena que nos usa como marionetas, una Intencionalidad Superior que inhibe transitoriamente la incompatibilidad, antagonismo y discordia fundamental entre sexos, para garantizarse la replicación y diversificación de la vida, pues es evidente que no nos servimos a nosotros mismos cuando buscamos el acople genital fértil, sino que obedecemos a los obscuros designios de la naturaleza y de la especie. El orgasmo es el incentivo-trampa, el señuelo del placer más intenso que gozar se puede en este valle de lágrimas. La expresión "amor libre" es, a este respecto, un contrasentido, como expresó maravillosamente Cernuda en su impresionante poema "Si el hombre pudiera decir lo que ama": 

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.


Man Ray, 1924


Uno siempre aprende de los libros de Emilio, que dan mucho que pensar y discrepar. En éste trata asuntos tan complejos y enigmáticos como fascinantes y escurridizos. Todos ellos involucrados por los cursos y meandros de la pasión amorosa: La belleza, “sin la belleza, el instinto sexual descendería a los niveles de una necesidad repugnante”; la esperanza, “los sueños son la primera materialización de la esperanza”; la ilusión, “no conozco un arma que produzca heridas más profundas que las ilusiones”; la incomunicación entre los géneros, “¿acaso podría saber el hombre cómo es el orgasmo de una mujer?”; la obscenidad, espiritualidad inversa que asume lo zoológico; la importancia del olor, el mayor afrodisíaco y crea dependencia; el matrimonio y sus complicidades; la traición y el desprecio u odio que resultan de ella; la infidelidad, sus causas y efectos; los celos y su infierno; el desamor y sus señales; la personalización del sexo; el esteticismo femenino…; y en fin, las razones del corazón y el corazón de las razones, pues “a la vuelta de los orgasmos, no antes…, son las pasiones –cumplidas- las que liberan la razón, no al contrario”. (Esta idea, a modo de conclusión final, se opone al ideal estoico de la a-patheia y parece más concorde con el evangelio de Epicuro).

Tiene claro Emilio que “el sexo no puede provenir del amor, sino al contrario. Luego el amor es una variedad, un matiz, una pulsión del sexo”. Por eso “el amor perdona todo al amado menos la falta de deseo”. Aunque es también cierto que el amor –que se dice y realiza de mil maneras (Ovidio)- “quiere su trozo de carne con guarnición de espíritu”. Es el alma la que seduce con su danza y su estriptis de los siete velos y lo más sexy de la persona, ¡por supuesto!, reside y se agita en la mente.

En este sentido, el erotismo no requiere al Amado celeste y universal para hacerse rito, mito sagrado y éxtasis divino. Así lo expresa Iris Murdoch en su novela: La máquina del amor sagrado y profano, 1974,  en traducción de Camila Batlles:

El intenso y mutuo amor erótico, el amor que implica junto con la carne el más refinado ser sexual del espíritu, que revela y quizá incluso crea ex nihilo el espíritu como sexo, es comparativamente raro en este inconveniente mundo. Tal amor se presenta como un valor tan embriagadoramente superior,  que hasta el decir que uno lo "disfruta" parece ser un sacrilegio. Es algo que uno debe experimentar de rodillas. Y cuando existe no puede sino arrojar una ardiente luz de justificación sobre su propia escena, una luz que puede dejar el resto del mundo en tinieblas

(Iris Murdoch (1919-1999), filósofa irlandesa, dramaturga y poeta, tuvo éxito sobre todo con sus novelas. Estuvo casada durante 45 años. En 1995 comenzó a padecer los devastadores síntomas del Alzheimer. Su marido, John Bayley le cuidó hasta el final. Dicen que fue amante del premio Nobel Elias Canetti, sobre cuya figura modeló algunos de sus personajes masculinos, los más demoníacos. En la misma novela que he citado, uno de sus protagonistas, el escritor Montague Small, hundido por la reciente muerte de su esposa de cuya fidelidad duda, afirma una tremenda y trágica verdad sobre Eros: "El amar no confiere derecho alguno".

Ha dado la casualidad de que en estos días pasados yo leía a la vez los textos de Emilio y de Iris Murdoch. Con el surrealismo clásico (valga el oxímoron), creo que estos encuentros o coincidencias son casualidades causales, azares con sentido, entrelazamientos cuánticos, es decir, hallazgos significativos). 

Milo Manara. "Dicha instintiva" (naipe)


Late en el fondo de la filosofía del sexo de Emilio una sensación de desamparo, porque para el autor es un espejismo la reconciliación de las dos mitades en que se halla dividida la especie por un demiurgo cruel o por un hacedor “más allá del bien y del mal”. No obstante, alguno de sus aforismos sabe a jovial greguería: “el beso es la recarga de la batería genital en el enchufe de la boca”; otros suenan rotundos: “expulsado el semen, se acabó la rabia”; y hasta rurales, a propósito de la infidelidad: “cuando se abre un melón, ya no se puede cerrar… Es muy hortelano el pensamiento, pero es impepinable”.

Aún le quedan a Emilio aforismos y reflexiones en el bolsillo con que aclarar otros terrenos con la luz de su magín penetrante: tres “bestias” más, porque creo que son siete, como los pecados capitales.

***

A la reseña que hice del libro de Emilio en NuevoDiario, el autor contestó satisfecho:

Es para mí una satisfacción muy personal que hayas calado en los entresijos básicos del libro. Me agrada que hayas puesto de relieve sobre todo esa fuerza primaria del Amor y no -como suele hacerse habitualmente- las formas del amanerado y mariconzuelo Cupido, que son las formas en las que se quiere subsumir la fuerza que late por debajo del encuentro entre el hombre y la mujer.

 

Fuentes de ilustraciones

Rod Ashford, Erotique. Obras maestras de la fotografía erótica, 2001.

Gérard Lenne. Erotismo y cine, 1998.

 

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