En torno a una película de Filippos Tsitos
Filippos Tsitos ni siquiera tiene una entrada decente en la Wikipedia, pero es un director griego interesante, joven para serlo. Con un sentido del humor que nuestro amigo Marcos Serrano calificó de minimalista. La película, con un título irónico: La Academia de Platón (Ακαδημία Πλάτωνος, 2009), que es también el nombre de un barrio del noroeste de Atenas en que transcurre la acción.
Los griegos, los de hoy, algunos desde luego, no todos, parecen contemplar el mundo desde la atalaya de un pasado glorioso, pero remoto y en gran medida concluido. Desde un balcón, desde el zaguán de un estanco, desde el sillón de plástico hincado en la acera, se ve cambiar el mundo, globalizarse, ¡y uno se asusta!, tiembla la identidad de uno, y eso nos hace temblar, descreer, desesperar..., como si esa plazoleta en que haraganean cuatro amigos y en que transcurre la mayor parte de la película fuese una mónada leibniciana que refleja la complejidad del mundo: los chinos y sus negocios internacionales, los pobres albaneses inmigrantes haciendo el trabajo sucio, el trabajo que los griegos no quieren o no tienen que hacer.
Teatro filmado con pocos medios pero sugestivas ideas, detalles estudiadísimos (como dice Marcos). Una perspectiva realista del dêmos, del pueblo llano cociéndose en su pereza, en sus miedos, en su "xeno-fobia" (palabra compuesta griega, pero cuyo sentido evoluciona de miedo al extranjero, al odio o al desprecio en que se transforma aquel miedo genuino).
Filippos Tsitos se recrea en las contradicciones de la xeno-fobia popular, en esas paradojas haya el espectador motivos para la sonrisa, en la confusión en que anidan las mentes de las gentes sencillas cuando perciben que los fundamentos, las fronteras y los límites de sus prejuicios son frágiles e imprecisas: inestables sus creencias (¿líquidas, como dice Bauman?).
Pero también es entrañable, cariñosa, la mirada del director a estos atenienses comunes que no hacen nada por mejorar su mundo, pero tampoco por empeorarlo y que, como el protagonista, Stavros, son "buena gente", gente de paz que, tal el protagonista, arriesga y echa a perder la relación con su amada pareja para cuidar de su anciana madre, ya gagá, pero no del todo, pues de pronto, su hijo descubre, que su querida madre habla albanés...
El protagonista, Antonis Kafetzopulos (Stavros) fue galardonado con el Leopardo de Plata en el Festival Internacional de Locarno y con la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián por otra película del mismo director.
Notable película para pensar la xenofobia, o por qué el auténtico Patriota es un perro... Tal vez sea porque es el único que percibe con nitidez el olor a establo del patriotismo étnico.
Gracias por la reseña Pepe
ResponderEliminarpasamos un calor terrible
pero fue curiosa la película,
es una ridiculización de toda
xenofobia, no sólo de la de los griegos
contra los albaneses,
que verdaderamente son indiscernibles
en sus costumbres y desde cierta prudencial
distancia.
La conversación posterior
nos llevó por derroteros patrios
en los que vemos ya no la xenofobia
sino las falsas discriminaciones étnicas
en el interior de España.
Palabra prohibida por cierto, me refiero a "España"
de resonancias dictatoriales
de la que todos quieren distanciarse
sustituyéndola por "el país", "este país" y el último dislate
que ya no se puede caer más bajo en la tontería política
y jurídica
"Nación de naciones"
Bien se encarga el establecimiento mediático
de que no aparezca nadie en los programas
de más audiencia señalando la inanidad de la expresión.
Dice Juan Eslava que "un pueblo que da la espalda a su historia hipoteca su progreso y se niega a sí mismo". En sus *Leyendas de los castillos de Jaén".
ResponderEliminarGracias, Ana, por tu generosa atención.