miércoles, 28 de junio de 2017

EL HELENISMO DE GARCÍA MORENTE

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Zubiri, Ortega y Manuel Gª Morente
 Humanismo radical

A Manuel García Morente, ell filósofo de Arjonilla (Jaén) se le ha tildado de afrancesado, por su formación racionalista y laica, y de espíritu germánico por su indudable filiación al neokantismo marburgués durante su madurez filosófica, pero Rafael Gambra, que le conoció como alumno suyo en la universidad después de la guerra, afirma que uno y otro carácter respondían a una adhesión más profunda de su personalidad intelectual: el humanismo helenista.

La sencillez estructural del cartesianismo, el rigor de las críticas kantianas no podían ser indiferentes a una mente conformada en el ideal de inteligibilidad del espíritu clásico. García Morente, con su competencia de gran pedagogo explicaba la interpretación moderna de ese espíritu griego en sus lecciones de Ética: su humanismo radical.

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Aquellas primeras reflexiones éticas de presocráticos y sofistas, éticas avant la lettre, se desentendían de cuanto excediera los límites de lo humano. Los griegos edificaron la civilización dentro de esos límites, en su forma, número y medida. “En el êthos o sentido moral de los griegos –decía Morente- se admiraba, antes que nada, la obra de los hombres comedidos, armónicos, virtuosos”[1]. El héroe es el excelente por antonomasia, el poseedor de la areté. Odiseo, el prudente.

En Platón la facultad dinámica, el ánimo noble, representado por el caballo obediente a la logística del alma en la inmortal alegoría del carro alado (Fedro), ha de estar guiado y enmarcado por los dos imperativos y hábitos de mesura y armonía que rigen la parte apetitiva y racional del ser humano, la inferior y la superior: templanza y prudencia.

En Aristóteles, el comedimiento, el obrar armónico es constitutivo formal de la excelencia misma (areté), “el hábito operativo del término medio”. La formación helénica educaba la mente en la música y el cuerpo en la gimnasia, así pretendía lograr al hombre armónico, haciendo de él icono o prototipo de la armonía universal, de la razón común. Esta era para los grandes sistemas éticos –desde los cirenaicos a los estoicos- la gran meta del saber y obrar humanos: constituir un microcosmos humano “homologoumenos”, representando la armonía del cosmos.

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Serenidad y armonía

Al contrario que el arte oriental que representa las fuerzas inhumanas, los poderes divinos y superiores a lo humano, el arte griego clásico aspira a producir en el espectador la impresión de serenidad en la que se expresa y se vive el ideal de armonía en que el alma humana se diviniza.
La paideia es la formación del espíritu del hombre según ese ideal de armonía cósmica (ánthôpos kalos-kai-agathós). Más allá de este ideal de lo formado, de lo sometido a orden y medida, está el caos, lo informe, lo ápeiron, el no-ser, lo inextricable, lo inmenso, lo que no se puede numerar. El apeirókalos es el grosero, el falto de gusto, el vulgar. Y apeiría acabará siendo sinónimo de desconocimiento, de ignorancia.

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Este elemento caótico y desmedido aparece siempre en la tragedia como lo opuesto al hombre, a su espíritu y a su interna armonía, aunque cabe a este elemento el papel de producir en el alma, mediante la vivencia de lo tremendo, de lo terrorífico (tò deinón)[2], la kátharsis de las pasiones, su purificación. Esta purga catártica es imprescindible para devenir excelente.

Para ese heleno de la época clásica el bien supremo no es como en los sistemas religiosos la entrega a la divinidad o la fusión con el Ser, al modo panteístico, sino el momento culminante de la suprema inteligibilidad. No extraña que los primeros cristianos helenísticos tiraran hacia el gnosticismo. Ya lo había cantado Parménides:

“… Las doncellas indicaban el camino (…)
Las doncellas Helíadas, abandonadas
ya las moradas de la noche
hacia la luz, habiendo con sus manos
los velos de la cabeza retirado” (fr. 1).

Morente –cuenta Gambra- interpretaba este ideal como una prolongación infinita de la fruición íntima que se experimenta al entender con evidencia o claridad una cosa. Es la nóesis platónica, la percepción intelectual de la idea bienaventurada.

Permanencia y nostalgia

Hay quien interpreta este ideal humanista de la mesotés clásica como una especie de entrega a la Naturaleza o Cosmos por cuanto este tiene de bello e inteligible. Un designio de vivir en consonancia y armonía con la Naturaleza. Se trataría, en contraste con otras culturas (sobre todo la semítica hebrea), de una visión estática de la realidad, al margen de todo sentido histórico. La guerra de Troya, por ejemplo, no era pensada por Aristóteles como algo superado hacia un desenlace escatológico de los tiempos.

Según otros, el ideal de la armonía entraña la nostalgia colectiva de un primitivo estado de inocencia y libertad, antes de la caída del alma en el tiempo; una interpretación congruente con la tendencia órfico-pitagórica recogida en parte por el platonismo. Antes de dicha “caída”, la vida del hombre no tenía el sentido preparatorio, de camino hacia la meta de la salvación en otra vida sobrenatural, sino que tendría valor en sí misma, hallándose bajo la constante mirada, atención y presencia de la divinidad. El hombre no pagaba su injusticia de existir allá dominando su naturaleza, sino expandiéndola sin desenlace mortal.

Esa profundísima nostalgia[3], latente desde los primeros versos de la Odisea homérica, añoranza del ideal de una serena mesotés y armonía universal, justificaría el vasto eco que ese ideal ha encontrado en épocas posteriores y la sugestión que aún ejerce entre nosotros. Tal vez la imposibilidad de retornar a esa Ítaca paradisíaca, la imposibilidad de remontar el tiempo, expliquen por qué la mitología griega es tan rica en relatos desesperados: Sísifo subiendo una piedra que no consigue asentar en la cumbre, Tántalo sufriendo por objetos que desea y necesita, pero que se le escapan y huyen retrocediendo, Prometeo devorado por el águila divina[4].



[1] En el “Estudio preliminar” de Rafael Gambra.  Manuel García Morente, Ideas para una filosofía de la historia de España, Madrid, 1957.
[2] Déos, déous es el temor reverencial, próximo al timor dei latino.
[3] “nostalgia” es etimológicamente el dolor del retorno.
[4] La interpretación que aquí se sugiere del mito de Prometeo sería muy distinta a la que ofrece Gide en su genial “Disertación de Prometeo”, donde el titán filántropo purga su pecado de haber entregado a los hombres el principal instrumento de todo progreso: el fuego, pero con él el deseo irrefrenable de dominar y mejorar.

viernes, 23 de junio de 2017

HISTORIA DEL PODER POLITICO EN ESPAÑA

 Ana Azanza


Interesantísima entrevista a José Luis Villacañas sobre su último libro “El poder en España”.
Sobra la extensión de alguna de las preguntas del entrevistador que parece se propone dar una conferencia alternativa.
 Me ha gustado sobre todo la parte referente al siglo XIX, la nación en armas de 1808 que no se puso de acuerdo con los constituyentes de Cádiz de 1812. Luego llegó el rey felón, el único dirigente que lleva el pseudónimo  aunque en la historia de España abundan los comportamientos felones.

jueves, 22 de junio de 2017

XENOFOBIA MENOR

En torno a una película de Filippos Tsitos


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Filippos Tsitos ni siquiera tiene una entrada decente en la Wikipedia, pero es un director griego interesante, joven para serlo. Con un sentido del humor que nuestro amigo Marcos Serrano calificó de minimalista. La película, con un título irónico: La Academia de Platón (Ακαδημία Πλάτωνος, 2009), que es también el nombre de un barrio del noroeste de Atenas en que transcurre la acción.

Los griegos, los de hoy, algunos desde luego, no todos, parecen contemplar el mundo desde la atalaya de un pasado glorioso, pero remoto y en gran medida concluido. Desde un balcón, desde el zaguán de un estanco, desde el sillón de plástico hincado en la acera, se ve cambiar el mundo, globalizarse, ¡y uno se asusta!, tiembla la identidad de uno, y eso nos hace temblar, descreer, desesperar..., como si esa plazoleta en que haraganean cuatro amigos y en que transcurre la mayor parte de la película fuese una mónada leibniciana que refleja la complejidad del mundo: los chinos y sus negocios internacionales, los pobres albaneses inmigrantes haciendo el trabajo sucio, el trabajo que los griegos no quieren o no tienen que hacer.

Teatro filmado con pocos medios pero sugestivas ideas, detalles estudiadísimos (como dice Marcos). Una perspectiva realista del dêmos, del pueblo llano cociéndose en su pereza, en sus miedos, en su "xeno-fobia" (palabra compuesta griega, pero cuyo sentido evoluciona de miedo al extranjero, al odio o al desprecio en que se transforma aquel miedo genuino).

Filippos Tsitos se recrea  en las contradicciones de la xeno-fobia popular, en esas paradojas haya el espectador motivos para la sonrisa, en la confusión en que anidan las mentes de las gentes sencillas cuando perciben que los fundamentos, las fronteras y los límites de sus prejuicios son frágiles e imprecisas: inestables sus creencias (¿líquidas, como dice Bauman?).

Pero también es entrañable, cariñosa, la mirada del director a estos atenienses comunes que no hacen nada por mejorar su mundo, pero tampoco por empeorarlo y que, como el protagonista, Stavros, son "buena gente", gente de paz que, tal el protagonista, arriesga y echa a perder la relación con su amada pareja para cuidar de su anciana madre, ya gagá, pero no del todo, pues de pronto, su hijo descubre, que su querida madre habla albanés...

El protagonista, Antonis Kafetzopulos (Stavros) fue galardonado con el Leopardo de Plata en el Festival Internacional de Locarno y con la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián por otra película del mismo director.

Notable película para pensar la xenofobia, o por qué el auténtico Patriota es un perro... Tal vez sea porque es el único que percibe con nitidez el olor a establo del patriotismo étnico.

viernes, 16 de junio de 2017

DOS POETAS EN LA CÁRCEL

¿Qué tendrá esta tierra tan despreciada por otra parte para que en ella hayan florecido dos "ochomiles" de la lírica española como son Miguel Hernández y San Juan de la Cruz?
Me ha gustado tanto esta tertulia que  la he visto dos veces seguidas.



Mis momentos favoritos:

- min. 17 "Ecos de poeta", Hijos de la luz y de la sombra
Momento de gracia, la letra, la música  y la interpretación
¡Qué gozo saber que fue el catalán Serrat el que le puso música a este gran  poema español! 

Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.


Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.

-La naturaleza en San Juan y en Miguel Hernández, menos poetizada y más cerca del dolor que conlleva trabajarla en el segundo caso, por don José Biedma.

-San Juan, primer poeta existencialista, curtido en el sufrimiento de la cárcel, lo mismo que le ocurrió a Miguel Hernández que quemó etapas poéticas en poco tiempo, ambos con trabajos llegaron a la palabra esencial y al sí mismo esencial, expresado y explicado por Manolo Madrid.

-Y la intervención de un ex edil cultivado, desconocía que existían personas de este estilo metidas en política, y me alegro del descubrimiento. El hace la reflexión sobre la tierra jiennense con la que he iniciado este post.