jueves, 18 de agosto de 2016

LA FACULTAD DE TREPAR

LA FACULTAD DE TREPAR
 El cipo matador o la higuera asesina

 Ana Azanza

Onfray ha dicho de este libro que es su primer libro de filosofía. Aunque si Cosmos no hace el número 100 de todos los que ha escrito, anda cerca. En cierta medida Cosmos es un canto a la naturaleza, es una meditación sobre numerosas realidades que están ahí fuera, animales, plantas, estrellas que no se preocupan nada de la existencia de nuestra especie. Estaban antes y seguirán después, así es la naturaleza vista en su conjunto y de esta forma medio nietzscheana, medio espinosista que conforma el estilo de Onfray.

De todas las historias curiosas, de todas las batallas naturales entre especies, de todas las “luchas por la supervivencia” que trae Cosmos me he fijado en la del vegetal conocido como Cipo matador, una planta de la familia de la higuera, que dicen sirvió de inspiración para la filosofía de Nietzsche.


“Todas las especies, todos estos individuos, tan estrechamente superpuestos y entrelazados, se molestan, se dañan recíprocamente. Su aparente tranquilidad es engañosa, en realidad sostienen una lucha continua, implacable unos contra otros: La lucha por quien se elevara más rápidamente y más alto hacia el aire y la luz, ramas, follaje y tallos, sin piedad por el vecino. Vemos plantas que se adhieren a otras con sus garras y las explotan, uno está tentado a decir sin pudor, en beneficio de su propia prosperidad. El principio que enseñan estas soledades salvajes, ciertamente no es en modo alguno respetar la vida del prójimo tratando de vivir la propia, y para ello tenemos como testigo a ese árbol parásito, muy común en las selvas tropicales que se llama Cipo matador, vale decir, “liana asesina”. Pertenece a la familia de las higueras. Como la parte inferior de su tallo no tiene la fuerza suficiente para soportar el peso de laparte superior, el Cipo se estira buscando apoyo en un árbol de otra especie. En esto no difiere de otras plantas trepadoras, pero el procedimiento que emplea tiene algo particularmente cruel y penoso de ver.

El cipo se lanza contra el árbol al que quiere adherirse y la madera de su tallo se pega, extendiéndose como pasta de modelar, contra uno de los lados del tronco que le sirve de apoyo. En seguida nacen a derecha e izquierda dos ramas, o mejor dicho, dos brazos que se alargan rápidamente: parecerían dos vertientes de sabia que corren y se endurecen a medida que avanzan. Esos brazos que estrechan el tronco de la víctima se juntan en el lado opuesto y se unen.
 
Brotan desde abajo hacia arriba a intervalos más o menos regulares, de modo tal que el desdichado árbol se encuentra amarrado por una cantidad de de eslabones inflexibles. Esos anillos se ensanchan y se multiplican a medida que el pérfido estrangulador crece y son  los que van a sostener en el aire su corona de follaje mezclada con la del paciente roble al que ahoga, este último cuyo curso de savia se ha detenido languidece poco a poco y muere.

Uno contempla entonces el extraño espectáculo de ese parásito egoísta que estrecha aún en sus brazos el tronco inanimado y descompuesto que ha sacrificado a su propio crecimiento. Ha logrado su objetivo; está cubierto de flores y frutos, se ha reproducido y ha diseminado su especie; morirá junto con el tronco podrido que ha matado, va caer junto con el soporte que se oculta bajo su abrazo…



De la necesidad de ganarse la vida, de buscar intrépidamente las condiciones favorables para su prosperidad, resulta la tendencia de la mayoría de los vegetales de las selvas tropicales a modificar su naturaleza, a alargarse y flexibilizar sus tallos, a adquirir portes y actitudes especiales, a volverse trepadoras….La facultad de trepar proviene de un hábito adoptado, es un carácter adquirido que proviene de la fuerza de las cosas y que se ha vuelto común en especies que pertenecen a una multitud de familias distintas que, en general, no trepan. Las leguminosas, las gutíferas, las begoniáceas, las urtica´ceas han contribuido a aumentar el número de esas especies. Hasta existe una palma trepadora que los indios llaman Jacítara que se va transformando en un tallo delgado, flexible, retorcido que se enrolla como un cable alrededor de grandes árboles, pasa de uno a otro y alcanza una longitud increíble, varios cientos de metros. Las hojas pinnadas en lugar de reunirse en corona como las demás palmeras, salen del estípite a grandes intervalos y llevan en su extremos largas espinas curvas. Con esas espinas, verdaderas garras, se cuelgan del tronco de los árboles para trepar por ellos. 

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