Antonio Hidalgo Pedraza ha escrito un interesante ensayo
sobre Descartes: El Caballo de Troya de Descartes (2015).
Nuestro joven autor se apunta a una hermenéutica de la escucha orientada mejor a desvelar los posibles
sentidos del ser, que a la tan manida -y à
la page- “hermenéutica de la sospecha” que reduce lo superior a lo inferior
para dar cuenta de su sinsentido. Me gustaría señalar que ha sido precisamente
un miembro de la hermenéutica de la escucha, Paul Ricoeur, quien ha establecido
esta distinción, convertida ya hoy en filosofema historicista.
Cada vez se ve mejor que el adanismo de Descartes fue puro “postureo”. Además de las influencias de autores menos escolásticos, algunos hispánicos como Gómez Pereira o
Francisco Sánchez el Escéptico, y según prueban las investigaciones históricas de
Baciero Ruiz, las reflexiones suarecistas sobre las causas del error (Disputación metafísica 9) inspiraron decisivamente
a Descartes. Es seguro que el francés conocía estupendamente la obra del
jesuita granadino. Por otra parte, Descartes estuvo toda la vida carteándose
con jesuitas cultos.
La condena de Galileo fue capital en la biografía
intelectual de Descartes. Tomó por ella la decisión de no publicar su Tratado del mundo. Y es muy probable que
decidiera la hipótesis escéptica radical
del famoso “genio maligno”. Aquí es donde Antonio Hidalgo es original
postulando que tal hipótesis sirvió a Descartes para desmantelar las objeciones
metafísicas y teológicas principales que los doctores de la iglesia habían
lanzado contra los ensayos del físico y astrónomo italiano.
Descartes pretendía resolver definitivamente el debate entre
los partidarios de la nueva física y los de la física aristotélico-ptolemaica.
El autor pretende comprender la estrategia argumentativa de la duda hiperbólica
cartesiana y su superación mediante el rodeo teológico deductivo, o sea el
recurso al Dios perfecto y veraz, en relación a dicho debate. Descartes pretendía algo que nunca se atrevió
a confesar: refutar las objeciones lógico-teológicas que se oponían a los
defensores de la nueva astronomía y muy particularmente las que se formularon
en el juicio inquisitorial contra Galileo (1633).
La hipótesis del genio maligno adquiere todo su sentido si
se la considera una estrategia (un caballo de Troya) para liquidar y superar
los límites que la objeción teológica basada en la omnipotencia divina imponía
a la autonomía del nuevo pensamiento científico y a la validez de sus
descubrimientos. La idea de un Dios omnipotente era por decirlo así llevada a
su absurdo mediante la hipótesis cartesiana del Deus deceptor, del Dios engañador.
En efecto la nueva ciencia nunca podría superar el carácter
hipotético de sus opiniones (suppositiones), útiles pero disputables, ni
librarse de las falacias ad auctoritatem,
mientras echase por tierra la suposición teológica de un Dios todopoderoso.
Curiosamente, esa tesis de un Dios que, por citar un ejemplo anacrónico, podría
enterrar fósiles en las montañas para poner a prueba nuestra fe en el fijismo, acompañaba el
método resolutivo-compositivo, cuyos precursores deben ser buscados en la Escuela de
Oxford (s. XIII), en Grosseteste y Bacon, y en el empirismo nominalista de un
Ockam.
Por otra parte, el modelo heliocéntrico propuesto por
Galileo podía ser más verdadero que el geocéntrico, pero para defenderlo
Galileo incurría a veces en falacias lógicas, como la de la afirmación del
consecuente: “Si el modelo heliocéntrico es cierto, entonces Venus debe tener
fases. Es un hecho comprobado que Venus tiene realmente fases. Por tanto, el
modelo heliocéntrico es cierto”, (A →
B) & B ⇒
A.
De hecho existían otras propuestas teóricas para explicar los
mismos fenómenos o, como se decía entonces, para “salvar las apariencias”, por
ejemplo la de Tycho Brahe. Puede que Galileo fuese muy consciente de la
existencia de alternativas teóricas, pero consideraba una buena razón a favor
del modelo copernicano su simplicidad matemática. Justamente aquí era donde las
autoridades eclesiásticas –que no eran ni tan memas ni tan fanáticas como el
mito cientifista las suele presentar al público- podían esgrimir la objeción de
que es completamente injustificable limitar a Dios por razones de orden
subjetivo, como podría ser la utilidad, la belleza o la simplicidad de un
constructo matemático.
Galileo compareció dos veces ante el tribunal eclesiástico.
En 1616 se le instó a hablar “ex suppositione” sobre el modelo copernicano. La
sentencia del segundo juicio (1633) obligó a Galileo a retractarse y a vivir
retirado en su finca el resto de sus días. La objeción teológica con la que
Urbano VIII (amigo de Galileo) quería limitar el valor de la hipótesis
heliocéntrica era que el infinito poder de Dios puede hacer que todo suceda como si la Tierra estuviese en
movimiento aun cuando realmente esté inmóvil.
Por su parte, Tycho Brahe dejaba a la Tierra en el centro del
universo y al sol girando a su alrededor, mientras los restantes planetas
orbitarían alrededor del Sol, modelo que también "salvaba las apariencias". Y
Kepler había explicado las mareas por el influjo de la Luna, mientras que
Galileo se equivocó al desestimar esta hipótesis kepleriana.
Pero cuando el Papa apelaba al Dios omnipotente
tardomedieval tal vez no se daba cuenta de que Dios, haciendo uso de su poder
ilimitado, podía convertirse en un Deus
deceptor, en un creador engañoso, y este sería el antecedente del Genio maligno cartesiano. No tanto
porque pueda hacer que lo que sea verdadero se convierta en falso, sino más
bien porque representa un obstáculo insuperable para poder investigar la verdad,
dado que bajo este supuesto la ciencia difícilmente podría establecer como
verdaderas leyes naturales incontrovertibles. Quedaría expuesta a una duda
continua y sujeta por tanto a los ataques del escepticismo, que era lo que a
Descartes preocupaba sobre manera.
A pesar de que, al contrario que Huygens, la física de
Descartes no formulaba ni matematizaba sus principios y la suya era una física
matemática sin matemáticas, el filósofo francés bien pudo haber pensado en una
táctica equivalente a la del caballo de Troya, valiéndose del postulado de la
omnipotencia divina para desmontar los reparos de los teólogos al modelo
copernicano defendido por Galileo. Ello lo conseguirá superando las
consecuencias de la hipótesis de un Deus deceptor al demostrar la existencia de
un Ser Perfecto, veraz e inmutable, conservador de las leyes universales del
mundo material y garante de la veracidad de la razón metódica. Para evitar
equívocos de fe, Descartes al final de una de sus meditaciones sustituye la
denominación de “Dios engañador” por la de “Genio maligno”.
El autor piensa que Descartes procede a esta sustitución
para resaltar de una forma contundente que su intención es buscar un motivo
puramente ficticio, imaginativo, sin compromiso ontológico ni ideológico. Se
trata de una idea que ni es clara ni distinta, una idea de la perfección divina
en la que Dios puede hacer verdadero y bueno lo que quiera haciendo uso de su
potencia absoluta, pues no se ve sujeto a conservar el orden (físico y moral)
de sus decretos y, por tanto, su libertad no puede verse constreñida a ningún
orden necesario, real o posible.
Como explicará Hegel, la certeza del cogito se debe a que es
en el yo donde se verifica la inextricable unidad entre el pensar y el ser. La
duda metódica y el rodeo teológico-deductivo pueden verse bajo una nueva luz:
un intento deliberado pero prudente por eliminar o remover los prejuicios
escolásticos tradicionales que obstruían el pensamiento científico moderno.
Para ello fue preciso demostrar que Dios no puede ser engañador, para que
devenga el garante gnoseológico del criterio de evidencia. Y Descartes no parte
para ello de la bondad sino de la misma omnipotencia divina, pues el engaño, el
error, son un defecto, una deficiencia, un no-ser. Luego no pueden ser
resultado de la acción de un ser omnipotente en el cual toda posible acción
hemos de pensarla como lograda y productora de un efecto real, y no como
productora de ausencias de efectos.
Causar el error es signo de deficiencia y
no de omnipotencia. Para Descartes, la hipótesis de un Genio maligno es
contradictoria con la de un Dios omnipotente. Cualquier decisión de Dios crea
verdad, y por tanto no puede engañarnos. Dios podría haber creado otra
matemática en la que dos más dos fueran cinco, pero incluso el valor inmutable
y eterno de las verdad matemática de que dos más dos son cuatro depende de la
voluntad divina.
Echando mano del concepto de Potentia Dei Absoluta, que
servía a los teólogos para condenar las proposiciones realistas de la nueva
física matemática, Descartes supera las limitaciones impuestas al pensamiento
científico para devolverle al conocimiento racional su certidumbre evidencial y
su autonomía. Su rodeo teológico deductivo era una especie de “regalo
envenenado”, para derribar los muros de contención que impedían el progreso de
la libre investigación.
La hipótesis del Genio maligno aparece a esta luz como
una caricatura o reducción al absurdo de la del Deus deceptor que era usada como objeción contra la nueva ciencia.
Parece que el genio maligno es una hipótesis de la res cogitans, esa sustancia de la ontología cartesiana que en nuestros días estudia, por ejemplo, el doctor Rafael Yuste con el apoyo financiero del imperio americano.
ResponderEliminarUno de los vástagos del racionalismo cartesiano (Kant mediante) es el idealismo absoluto de Hegel.
Hegel el oscuro no está agotado en Marx. Frente a la ciencia desde el foco cartesiano que busca descubrir la mecánica de la realidad, para Hegel lo real no está dado, sino que se realiza a cada momento, desde la naturaleza y desde el espíritu. ¿Es entonces la fenomenología del espíritu de Hegel la fuente pura de la postmodernidad (existencialistas, hermenéuticos, LGTB o QUEER)?