jueves, 6 de agosto de 2015

Caballo de Troya de Descartes


Antonio Hidalgo Pedraza ha escrito un interesante ensayo sobre Descartes: El Caballo de Troya de Descartes (2015).  Nuestro joven autor se apunta a una hermenéutica de la escucha orientada mejor a desvelar los posibles sentidos del ser, que a la tan manida -y à la page- “hermenéutica de la sospecha” que reduce lo superior a lo inferior para dar cuenta de su sinsentido. Me gustaría señalar que ha sido precisamente un miembro de la hermenéutica de la escucha, Paul Ricoeur, quien ha establecido esta distinción, convertida ya hoy en filosofema historicista.

Cada vez se ve mejor que el adanismo de Descartes fue puro “postureo”. Además de las influencias de autores menos escolásticos, algunos hispánicos como Gómez Pereira o Francisco Sánchez el Escéptico, y según prueban las investigaciones históricas de Baciero Ruiz, las reflexiones suarecistas sobre las causas del error (Disputación metafísica 9) inspiraron decisivamente a Descartes. Es seguro que el francés conocía estupendamente la obra del jesuita granadino. Por otra parte, Descartes estuvo toda la vida carteándose con jesuitas cultos.

La condena de Galileo fue capital en la biografía intelectual de Descartes. Tomó por ella la decisión de no publicar su Tratado del mundo. Y es muy probable que decidiera la  hipótesis escéptica radical del famoso “genio maligno”. Aquí es donde Antonio Hidalgo es original postulando que tal hipótesis sirvió a Descartes para desmantelar las objeciones metafísicas y teológicas principales que los doctores de la iglesia habían lanzado contra los ensayos del físico y astrónomo italiano.

Descartes pretendía resolver definitivamente el debate entre los partidarios de la nueva física y los de la física aristotélico-ptolemaica. El autor pretende comprender la estrategia argumentativa de la duda hiperbólica cartesiana y su superación mediante el rodeo teológico deductivo, o sea el recurso al Dios perfecto y veraz, en relación a dicho debate.  Descartes pretendía algo que nunca se atrevió a confesar: refutar las objeciones lógico-teológicas que se oponían a los defensores de la nueva astronomía y muy particularmente las que se formularon en el juicio inquisitorial contra Galileo (1633).

La hipótesis del genio maligno adquiere todo su sentido si se la considera una estrategia (un caballo de Troya) para liquidar y superar los límites que la objeción teológica basada en la omnipotencia divina imponía a la autonomía del nuevo pensamiento científico y a la validez de sus descubrimientos. La idea de un Dios omnipotente era por decirlo así llevada a su absurdo mediante la hipótesis cartesiana del Deus deceptor, del Dios engañador.

En efecto la nueva ciencia nunca podría superar el carácter hipotético de sus opiniones (suppositiones), útiles pero disputables, ni librarse de las falacias ad auctoritatem, mientras echase por tierra la suposición teológica de un Dios todopoderoso. Curiosamente, esa tesis de un Dios que, por citar un ejemplo anacrónico, podría enterrar fósiles en las montañas para poner a prueba nuestra fe en el fijismo, acompañaba el método resolutivo-compositivo, cuyos precursores deben ser buscados en la Escuela de Oxford (s. XIII), en Grosseteste y Bacon, y en el empirismo nominalista de un Ockam.

Por otra parte, el modelo heliocéntrico propuesto por Galileo podía ser más verdadero que el geocéntrico, pero para defenderlo Galileo incurría a veces en falacias lógicas, como la de la afirmación del consecuente: “Si el modelo heliocéntrico es cierto, entonces Venus debe tener fases. Es un hecho comprobado que Venus tiene realmente fases. Por tanto, el modelo heliocéntrico es cierto”, (A B) & B A.

De hecho existían otras propuestas teóricas para explicar los mismos fenómenos o, como se decía entonces, para “salvar las apariencias”, por ejemplo la de Tycho Brahe. Puede que Galileo fuese muy consciente de la existencia de alternativas teóricas, pero consideraba una buena razón a favor del modelo copernicano su simplicidad matemática. Justamente aquí era donde las autoridades eclesiásticas –que no eran ni tan memas ni tan fanáticas como el mito cientifista las suele presentar al público- podían esgrimir la objeción de que es completamente injustificable limitar a Dios por razones de orden subjetivo, como podría ser la utilidad, la belleza o la simplicidad de un constructo matemático.

Galileo compareció dos veces ante el tribunal eclesiástico. En 1616 se le instó a hablar “ex suppositione” sobre el modelo copernicano. La sentencia del segundo juicio (1633) obligó a Galileo a retractarse y a vivir retirado en su finca el resto de sus días. La objeción teológica con la que Urbano VIII (amigo de Galileo) quería limitar el valor de la hipótesis heliocéntrica era que el infinito poder de Dios puede hacer que todo suceda como si la Tierra estuviese en movimiento aun cuando realmente esté inmóvil.
Por su parte, Tycho Brahe dejaba a la Tierra en el centro del universo y al sol girando a su alrededor, mientras los restantes planetas orbitarían alrededor del Sol, modelo que también "salvaba las apariencias". Y Kepler había explicado las mareas por el influjo de la Luna, mientras que Galileo se equivocó al desestimar esta hipótesis kepleriana.

Pero cuando el Papa apelaba al Dios omnipotente tardomedieval tal vez no se daba cuenta de que Dios, haciendo uso de su poder ilimitado, podía convertirse en un Deus deceptor, en un creador engañoso, y este sería el antecedente del Genio maligno cartesiano. No tanto porque pueda hacer que lo que sea verdadero se convierta en falso, sino más bien porque representa un obstáculo insuperable para poder investigar la verdad, dado que bajo este supuesto la ciencia difícilmente podría establecer como verdaderas leyes naturales incontrovertibles. Quedaría expuesta a una duda continua y sujeta por tanto a los ataques del escepticismo, que era lo que a Descartes preocupaba sobre manera.

A pesar de que, al contrario que Huygens, la física de Descartes no formulaba ni matematizaba sus principios y la suya era una física matemática sin matemáticas, el filósofo francés bien pudo haber pensado en una táctica equivalente a la del caballo de Troya, valiéndose del postulado de la omnipotencia divina para desmontar los reparos de los teólogos al modelo copernicano defendido por Galileo. Ello lo conseguirá superando las consecuencias de la hipótesis de un Deus deceptor al demostrar la existencia de un Ser Perfecto, veraz e inmutable, conservador de las leyes universales del mundo material y garante de la veracidad de la razón metódica. Para evitar equívocos de fe, Descartes al final de una de sus meditaciones sustituye la denominación de “Dios engañador” por la de “Genio maligno”.

El autor piensa que Descartes procede a esta sustitución para resaltar de una forma contundente que su intención es buscar un motivo puramente ficticio, imaginativo, sin compromiso ontológico ni ideológico. Se trata de una idea que ni es clara ni distinta, una idea de la perfección divina en la que Dios puede hacer verdadero y bueno lo que quiera haciendo uso de su potencia absoluta, pues no se ve sujeto a conservar el orden (físico y moral) de sus decretos y, por tanto, su libertad no puede verse constreñida a ningún orden necesario, real o posible.

Como explicará Hegel, la certeza del cogito se debe a que es en el yo donde se verifica la inextricable unidad entre el pensar y el ser. La duda metódica y el rodeo teológico-deductivo pueden verse bajo una nueva luz: un intento deliberado pero prudente por eliminar o remover los prejuicios escolásticos tradicionales que obstruían el pensamiento científico moderno. Para ello fue preciso demostrar que Dios no puede ser engañador, para que devenga el garante gnoseológico del criterio de evidencia. Y Descartes no parte para ello de la bondad sino de la misma omnipotencia divina, pues el engaño, el error, son un defecto, una deficiencia, un no-ser. Luego no pueden ser resultado de la acción de un ser omnipotente en el cual toda posible acción hemos de pensarla como lograda y productora de un efecto real, y no como productora de ausencias de efectos. 

Causar el error es signo de deficiencia y no de omnipotencia. Para Descartes, la hipótesis de un Genio maligno es contradictoria con la de un Dios omnipotente. Cualquier decisión de Dios crea verdad, y por tanto no puede engañarnos. Dios podría haber creado otra matemática en la que dos más dos fueran cinco, pero incluso el valor inmutable y eterno de las verdad matemática de que dos más dos son cuatro depende de la voluntad divina.



Echando mano del concepto de Potentia Dei Absoluta, que servía a los teólogos para condenar las proposiciones realistas de la nueva física matemática, Descartes supera las limitaciones impuestas al pensamiento científico para devolverle al conocimiento racional su certidumbre evidencial y su autonomía. Su rodeo teológico deductivo era una especie de “regalo envenenado”, para derribar los muros de contención que impedían el progreso de la libre investigación. 

La hipótesis del Genio maligno aparece a esta luz como una caricatura o reducción al absurdo de la del Deus deceptor que era usada como objeción contra la nueva ciencia.

1 comentario:

  1. Parece que el genio maligno es una hipótesis de la res cogitans, esa sustancia de la ontología cartesiana que en nuestros días estudia, por ejemplo, el doctor Rafael Yuste con el apoyo financiero del imperio americano.

    Uno de los vástagos del racionalismo cartesiano (Kant mediante) es el idealismo absoluto de Hegel.

    Hegel el oscuro no está agotado en Marx. Frente a la ciencia desde el foco cartesiano que busca descubrir la mecánica de la realidad, para Hegel lo real no está dado, sino que se realiza a cada momento, desde la naturaleza y desde el espíritu. ¿Es entonces la fenomenología del espíritu de Hegel la fuente pura de la postmodernidad (existencialistas, hermenéuticos, LGTB o QUEER)?

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