lunes, 8 de junio de 2015

EL MOCHUELO DE RUBÉN

Supongo que Ruben Villagrasa no pondrá reparos a que juegue un poco con el mochuelo que nos regaló durante su amable despedida... Lo he procesado digitalmente, o sea, lo he convertido en sombra de sombra de sombra de la esencia "mochuelidad". No sé si recordáis que Plotino jamás consintió que le retrataran porque le parecía que era como fabricar la sombra de una sombra. Martín nos regañaría si amparáramos esta perspectiva... digamos "espiritualista", "mneumática", tan menospreciativa de lo que a fin de cuentas también somos -además de cuentos y soplos o regüeldos divinos- es decir, cuerpos en forma primero y en descomposición en seguida.

(Sobre la hipótesis de que procedamos de un eructo divino -o de un poderoso extraterrestre-, véase el magnífico documento de mi amigo Salvador Solé sobre la mitología de los indios chimichiles, pinchando en la frase subrayada al final del párrafo anterior a éste).

Como venía escribiendo, me he permitido jugar con el mochuelo de Rubén. Tras procesarlo lo he editado y he aumentado el contraste y variado los semitonos. El brillo no lo he tocado. Aquí lo tenéis:


El ave parece inquirir. No pregunta, sino que ya ha formulado una pregunta decisiva y espera una respuesta, aunque no parece muy esperanzada en poder obtenerla con esos ojazos humanoides que, a pesar de su concentrada atención pudieran ser miopes o estar algo cansados. 

Sorprenden sus uñas, muy desarrolladas, devenidas garras, cosa propia de un animal de presa. Por cierto que, como recuerda Ortega en sus Meditaciones del Quijote, que acabo de terminar de estudiar, tanto Platón como San Juan de la Cruz usaban la metáfora del cazador para referir a la persecución y proceso de búsqueda de su objeto, esto es la Verdad, el Amor, o la verdad del amor, el amor a la verdad, ídolos místicos y filosóficos. 

Como el gesto no es amenazante, esas garras parecen más bien asegurar el sostén del pájaro solitario en la rama... Y cambiando de tema, esta primavera me he perdido el canto nocturno del ruiseñor, ¡no sé qué ha pasado!

Ya sabéis que al dibujo acompañaba un inmortal poema de San Juan, el de Fontiveros. Lo omito aquí porque me lo sé de memoria.

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