Ana Azanza
Aunque ha pasado el día del mujer trabajadora, voy a poner el enlace a este documento que me parece muy importante, sobre los derechos humanos aplicados a las mujeres. Somos mayoría pero no tenemos el poder. Reconozco que no es mi guerra específica, pero padezco como todas las demás el hecho evidente de que no "mandamos" y de haber sido educada para el sometimiento. Agradezco que haya mujeres que pasen por locas, exageradas, radicales por el simple motivo de que se atreven a reivindicar algo que debería de ser elemental aspiración, somos iguales como seres humanos y merecemos que se nos reconozcan igualmente nuestros méritos. No es así ni mucho menos. Cuesta llegar a algo en esta sociedad si un hombre no te apoya.
Me asusta observar en los adolescentes con los que trato ramalazos de "anti igualdad", es decir, de aceptación de la desigualdad injusta como hecho insuperable. Tanto en ellos como en ellas. Por ello me ha gustado este texto de Marcela Lagarde, que evidentemente es de las que no se conforma con lo que hay.
El cambio no está en las declaraciones ni en los sesudos artículos filosóficos. El cambio está en el día a día, en las actitudes de respeto y consideración hacia todas, en este caso, aunque seamos mujeres y en la valoración de nuestro trabajo y de todo lo que hacemos. Concretando en el campo de la educación: todo el mundo entiende que el modelo masculino autoritario "yo soy el que se impone", es la mejor forma y la única de enseñar. No es así ni mucho menos. Se puede conseguir el silencio de los alumnos mediante el miedo, pero miedo no es respeto a la persona. El respeto a una persona no es lo mismo que el miedo. Es más difícil ser respetado sin aterrorizar porque está socialmente aceptado el respeto desde el autoritarismo.
Modelo masculino al que hay que adecuarse. Se nota en que hay alumnos que no respetan a las profesoras por ser mujeres. Deberíamos hacernos pensar si no será que los alumnos reflejan los valores que nosotros los adultos proyectamos. Se discute sobre las modalidades de la enseñanza de valores cada vez que hay un cambio político, pero los valores que transmitimos no tienen que ver con si la clase de religión tiene esta o aquella modalidad, y cuál es el estatuto y el nombre de una "asignatura de educación cívica".
La formación o deformación se transmite con el tipo de personas que somos cada uno. De manera inconsciente todo lo que hacemos o dejamos de hacer muestra nuestros valores. No se puede disimular ni ocultar. Lo que decimos con los labios lo desmentimos con las acciones. Todo trasciende, hasta la forma de sentarse, de mirar o de dirigirse a los demás o a las demás. Los alumnos de un instituto son "proyectos de personas", seres humanos en formación, con mucho que descubrir de la vida, pero no son tontos y se fijan en absolutamente todo lo que dice o hace su profesor. Los valores no se improvisan, se viven y se cree en ellos o no, pero no se puede engañar a nadie, porque es algo inconsciente que se transmite sin querer. Por usar la expresión de una de mis filósofas del momento, Edith Stein, la empatía tiene mucho que ver en esto.
Siento que vivimos en una sociedad muy machista, y me asombra observar que las actitudes no cambian tan rápido en las generaciones que vienen detrás.
Por eso hago este comentario y referencia al artículo de Marcela Lagarde.
Me parece importante lo que escribe Lagarde de que hay que desterrar el mito de que la materia de la relación varón- mujer haya de ser siempre, o sobre todo, la sexualidad. La ética aquí, dijera lo que dijera el danés, ha de estar por encima de la religión y de la estética. Otra cosa es que el único enemigo de la "sororidad" sea el patriarcado...
ResponderEliminarTe correspondo, Ana, con un maravilloso, soberbio, audaz y aristocrático texto de madame Châtelet, que encontrarás al final de la siguiente entrada:
http://josebiedma.aprenderapensar.net/2013/05/06/la-primera-feminista/