Tras el éxtasis, el escándalo y la catástrofe. Eloísa demostró ser más fuerte y perseverante que su amado Maestro Abelardo. O eso cuenta George Steiner (Lecciones de los maestros, 2003). Heidegger conocía bien todos esos trances y calamidades, “estaba empapado en la teología y la lógica medievales”, así que G. Steiner no considera improbable que pensara en el romántico precedente del monje y la discípula cuando se embarcó en una relación clandestina con su joven alumna Hannah Arendt, en 1925.
Quien es más fuerte de verdad puede ser más generoso. Alma grande llamaban los clásicos a esa virtud olvidada (incluso en los libros de Educación para la Ciudadanía). Tener un alma grande es lo contrario a ser un pusilánime (alma de pulga). Hannah fue la que demostró al fin auténtica grandeza de alma: magnanimidad.
La relación –al menos entre las mentes y los espíritus del profesor germánico y la universitaria judía- será pertinaz; su correspondencia, si bien con una sombría interrupción (historia calamitatum nazi) se extenderá hasta 1975.
Hannah es el demon de Heidegger: “me ha golpeado lo demoníaco”, la responsable de una noche de transfiguración (Verklärung). Hannah escribe una tesis sobre el concepto de amor en san Agustín comentando la exposición heideggeriana de De gratia et liber arbitrio, que es también una autobiografía encubierta: lo privado que se abraza a lo público, como la serpiente al Árbol de la ciencia del bien y del mal; como la seducción a la verdad. Desengañaos: lo personal y lo político sólo son analíticamente discernibles.
Juego de seducciones recíprocas, la admiración de la discípula hacia el maestro, la sorpresa del maestro ante la promesa de una esperanza compartida… Lazos heteroeróticos del discipulazgo, más infrecuentes en la historia que los lazos homoeróticos, desde Safo a Sócrates y Alcibíades, Platón y Dión... El genial catequista Orígenes se emasculó, para evitar tentaciones o para no dar que hablar. Como si un eunuco no pudiera ser también pederasta. Muchos siglos después, Bocaccio comenta: pedagogus ergo sodomiticus. Exagera, claro. No hay amistad entrañable "sans un peu de testicule" -decía Diderot.
La emoción de lo prohibido: una luz en la ventana anuncia la posibilidad de una cita; un “arenoso hotel”, junto a la línea del ferrocarril, permite a Heidegger llegar y marcharse estrictamente solo, alejándose de su “burlona ninfa de los bosques” –así la llama. Habla de la necesidad de jubilosa energía y no de pedante gravedad en el alma de una joven erudita.
Poesía y pedagogía
¿Es posible educar a quien no amamos? Heidegger guía los estudios de Arendt, en especial de teología y escatología paulinas, ¡qué bien comprendía el don Juan de Torrente Ballester lo bien que mezclan estas confianzas didácticas con la pasión carnal ardiente! “¡Qué tutorías debieron ser aquellas!” –exclama Steiner. Ella tenía que leer y releer a Kant. El imperativo del deber en tensión con el determinismo natural, espontáneo, de la felicidad. Entre la obligación racional y el muy natural arrebato.
El Maestro se regocija con la “alegría servicial” (dienende Freude) de la discípula. Pero las relaciones sexuales se rompen en enero de 1926. Hannah abandona Marburgo y se convierte en alumna de doctorado de Jaspers, “con el fin de evitar el escándalo”. El 10 de Enero, Heidegger declara en una carta que con su partida, sus alumnos serán gente triste y “volverán los días fríos y solitarios”. “Te amo como el primer día” –le escribirá en abril de 1928-. “El camino que me has mostrado es más largo y arduo de lo que creía. Requiere una vida entera”… “Y si Dios lo quisiera/ aún te amaré más después de la muerte” –añade don Martín, citando dos versos de Elizabeth Barret Browning.
Terminada la guerra, y caído en desgracia el Rector de la universidad nazificada primero y desnazificada después, Hannah Arendt buscó a Heidegger. Se convirtió en su agente en el mundo anglosajón, la empresaria de sus traducciones y la divulgadora de su discutido renombre. Y eso a pesar de que conocía sus torpezas y su "mendacidad" como nadie, y tuvo que soportar la "fría vanagloria" que le impidió, al Maestro, reconocer sus propios escritos -los de Hannah- y el rango internacional que cobraban. Eso a Hannah no le importaba, todavía estaba deslumbrada por la abrumadora influencia de la enseñanza del Maestro, por la capacidad de Heidegger para “leer como nadie lo ha hecho jamás”.
Todavía en 1950, Heidegger redactó poemas a su amante, imitando a Rilke, según el juicio crítico de Steiner, sus versos no eran ni por asomo los excelsos que escribió Abelardo:
Queda aquíTu "sí"Nacido de la cercanía iluminada por el rayo,De lo íntimamente reconciliado.Me traeEl grito profundamente guardadoDel deleite satisfecho.Me trae de nocheEl fulgor de soles no extinguidosDesde el lejano santuario.En el cual el único y mismo fuegoSe torna extraño en su mismidad,Enorme en su aspecto acostumbrado.
Cuando el pensamiento se ilumina en el amor,A la luz se han sumado devoción y gracia.
La influencia de Heidegger será indiscutible, inspirará a Herbert Marcuse. Su ambiguo carisma es más poderoso seguramente que su difícil obra, “tantas veces mal leída o impenetrable”.
Abelardo, “Maestro de maestros” –como nuestro beatísismo Giner de los Ríos- impartió lecciones a más de cinco mil discípulos, entre los cuales se contó Juan de Salísbury, y de entre los cuales, cincuenta serían obispos, cardenales y abades; y tres, papas.
A través de Lévinas (otro judío), y de los existencialistas y deconstruccionistas, Heidegger llega a dominar la filosofía europea en la posguerra, su influencia se extiende también por Estados Unidos. Surgen centros de estudios heideggerianos en China y Japón. Aún Derrida confiesa su legado de magisterio: “admiración, respeto, gratitud y, al mismo tiempo, profunda alergia e ironía… Testigo permanente, siempre me acompaña, como un fantasma”.
Para mí, su unión con Hannah, como la de Abelardo con Eloísa (por cierto, que también san Jerónimo admitió discípulas y acólitas a sus lecciones), no sólo tiene el interés –digamos- "rosa", de alto cotilleo, que podemos situar en los márgenes anecdóticos de los manuales de Historia de la filosofía o en el pensamiento de café, tras la lección, sino que posee el valor excepcional y el rango intelectual de coincidentia oppositorum de ambas ambiciones pedagógicas y filosóficas.
Recuerdo ahora el seminario o reunión filosófica al que tuve el privilegio de ser invitado por un maestro admirable, Pedro Cerezo Galán, hace más de veinte años. Acudió también a él mi paisano José Luis Villacañas. Yo era un mero proficiens, un aspirante a filósofo, apenas iniciado en estas celebraciones y misterios. Creo que aquella reunión fue en Priego de Córdoba, y el tema fue el libro de Hannah Arendt Sobre la revolución (Alianza Universidad, Madrid, 1988).
Acabo de liberar el libro de su forro de plástico que lo asfixiaba, y he decidido en cuanto pueda releer con todo pensamiento los subrayados que hice entonces. Me acabo de dar cuenta que me dejé el último capítulo sin subrayar: “La tradición revolucionaria y su tesoro perdido”. No es mal tema de conversación. El libro acaba con el comentario de unos terribles versos de Sófocles, de su Edipo en Colona. Haciéndonos saber, por boca de Teseo -legendario fundador de Atenas-, lo que hace posible que los seres humanos, jóvenes y viejos, puedan soportar la carga de la vida: era la polis, la vida de la polis.
Pero, aun en la polis, lo más apreciado y placentero es el amor, sobre todo el amor correspondido, aun imposible.
A mí también me pasa que siempre vuelvo a H. A.Me gusta su defensa de la actividad política, lo que está entre todos, la preocupación por lo que concierne a todos como lo "más interesante", por aquello del inter esse...
ResponderEliminarNo pienso desengañarme de que lo personal y lo político no tienen porqué mezclarse, y que este caso lo demuestra.
ResponderEliminarH.A tenía sobradas razones para prescindir de Heidegger, no lo necesitaba cuando lo buscó ya mujer madura y con el triunfo en ciernes. Después de su exilio ynacionalización americana, podía haberlo olvidado.
Ni en lo filosófico ni en lo personal lo necesitaba, me parece, o al menos no tanto como tú lo pones.
Ahora bien, hombres y mujeres seguimos teniendo el papel, y estos dos lo representaron, ¿la mujer embobada ante el genio? precisamente ella que habló tan claro sobre que no quería ser filósofa porque los "filósofos" se hacen ideas de las cosas en vez de mirar esas cosas?
Con 20 años bueno, con 40, 50, 60 y hasta con 70, ni mucho menos. Con un océano atlántico por medio, más un marido que era un encanto según cuentan todas las amistades de los Bluecher-Arendt, más una señora Heidegger que no me la puedo imaginar más distinta a la filósofa.
Tengo el volumen de la correspondencia M.H-H.A y no llegué a la conclusión de una pasión desmedida a través de las décadas. Más bien a que el paso del tiempo y de la vida nos quita las máscaras, y quedan los sentimientos que salen sinceros de un alma grande, en eso coincido con el principio de tu exposición.
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ResponderEliminarJAÉN BLOGUERO
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Saludos y gran trabajo.
Ana: La distinción público/privado es igual de útil que la distinción forma/materia, ¡o que la distinción masculino/femenino (que no pretendo parangonar con las anteriores)!, siempre que no olvidemos que en la sustancia de las cosas y de las personas es imposible deslindar lo uno de lo otro, o matamos la cosa.
ResponderEliminarLa discusión se puede plantear en términos más genuinamente filosóficos, más metafísicos, menos retóricos: ¿Es posible separar la filología y/o la filosofía de Eros? Oigamos al gran humanista:
"El eros y la enseñanza son inseparables. Esto es cierto antes de Platón y después de Heidegger. Las modulaciones del deseo espiritual y sexual, de dominio y sumisión, la interacción de celos y fe, son de una complejidad, de una delicadeza que desafían al análisis preciso (...). Hay componentes más sutiles que el género, que las demarcaciones entre la homo- y la heterosexualidad, entre las relaciones que convencionalmente se consideran lícitas y prohibidas con los jóvenes. Constantemente tienen lugar inversiones de papeles: es Beatriz, la niña amada, la mujer adorada, quien se convierte en Master-Mistress del alma del Peregrino (...). Hasta la posesión carnal consumada es una minucia comparada con la temible imposición de manos en lo vivo de otro ser humano, en su despliegue, que está implícita en la enseñanza. Un Maestro es el celoso amante de lo que podría ser" G. Steiner. *Lecciones de los maestros*, 5.