miércoles, 20 de mayo de 2009
Ordet
En la última reunión Marcos nos propuso esta película de Dreyer, un cineasta nada prolífico y muy perfeccionista como lo demuestran 14 películas en 54 años.
La película sorprende, más si se está acostumbrado al cine contemporáneo. Me he ilustrado sobre ella viendo el programa que hizo José Luis Garci. Lo primero es que el tema de la película la fe está tratado de manera muy profunda. Y además hay grandes sentimientos. Al mismo tiempo no es un sermón, es realista. Los personajes siempre están haciendo algo a la vez que hablan sobre cuestiones graves y no tan graves: devanando una madeja, preparando café, haciendo una masa, cosiendo... Y como señala uno de los contertulios de Garci Dreyer sustenta "en emociones una película con filosofía". Profundamente metafísica. Ordet representa la trascendencia en la máxima cotidianeidad.
Hay un viaje iniciático del cuerpo hacia el alma y del alma hacia el cuerpo como lo demuestra la escena final de la pareja protagonista, tras el milagro empieza una nueva vida y lo vemos en el amor de Ingrid por su marido.
Dreyer, lector de Kierkegaard, se permite bromear sobre la locura de Johannes, el personaje que se cree Jesús, originada en leer
a este filósofo. La erudición lleva a la locura mientras que los sentimientos sencillos dan con la fe: la niña que confía sin asomo de duda produce el milagro. Al tiempo los propósitos del pastor y del médico, el uno queriendo explicar lo que no necesita explicación, y el otro presumiendo de su ciencia, los dejan en el peor lugar posible dentro de las diferentes actitudes de los personajes ante la trascendencia.
Parece que Dreyer estaba en "estado de gracia", su cine es inimitable y en Ordet da más preguntas que respuestas. Con enorme simplicidad de medios, los muebles pertenecían a los campesinos de Jutlandia, compone auténticos cuadros que hacen pensar en los grandes de la pintura clásica. No corta los planos, hay tensas panorámicas, la cámara va como flotando, es la mirada, tiene el punto de vista del corazón del espectador. Una película hecha cerca de la pintura, te sientes dentro del cuadro, y a la vez con un sentido del tiempo, un ritmo casi musical. Puro arte. Sin olvidar la luz blanca que entra por las ventanas del velatorio donde está Ingrid recién muerta.
No hay acción, por eso resulta extraña si se llega a ella desde el cine comercial de hoy, pero tiene conflicto. Está llena de simbolismos: cuando se habla de la muerte, los faros de un coche barren la habitación, al morir Ingrid su marido para el reloj, y lo pone en marcha tras el milagro, en el camino a la casa del sastre a la ida y a la vuelta aparece la cruz, se oyen los gruñidos de los animales como signo de vida cuando nuera y suegro hablan de la fe... Realidad e irrealidad se dan la mano hasta el final.
En definitva, una experiencia filosófico-cinematográfica difícil de igualar.
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