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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

viernes, 19 de mayo de 2017

CÉSAR VALLEJO


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Algo maravilloso, fresco, inusual, debió ver Juan Larrea en este poeta peruano cuando le dedicó tantos esfuerzos y tan continuados por inmortalizar su memoria. Vallejo fue también ensayista, dramaturgo y narrador.

Thomas Merton, el monje trapense pacifista que alentó el diálogo entre religiones, que escribió sobre taoísmo y budismo y fue corresponsal de Ernesto Cardenal, dijo de Vallejo que fue «el más grande poeta católico desde Dante, y por católico entiendo universal». Algún crítico famoso como Martin Roger Seymour-Smith le consideran el más grande poeta del siglo XX. Sobre todo se aprecian los poemas agrupados bajo el título de Poemas humanos.

César Abraham Vallejo Mendoza murió en brazos de Juan Larrea en París, donde trabajaba como profesor de Lengua y Literatura, un 15 de abril de 1938. Luis Aragón pronunció su elogio fúnebre.

He aquí uno de sus poemas, que debemos a la cortesía de Gisela Destefanis:

Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina...
Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa...
Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona...
Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza...
Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo...
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito...
le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...

Quien degusta los versos de Vallejo hasta el fondo, sobre todo los de Trilce, conoce hasta qué punto fueron espeluznantes los bordes existenciales a que se asomó, colmado de miedo, temeroso de que todo se fuera a morir para que su pobre alma sobreviviese.

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