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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

miércoles, 8 de febrero de 2017

MUJERES LIBRES

Estoy descubriendo la vida de mujeres españolas que en 1936 demostraron estar más avanzadas como mujeres y en mentalidad que la que esto escribe en 1996.


Si me gustó la vida de Trinidad Gallego la biografía de Conchita Liaño Gil me ha enamorado por completo. ¿Cómo es posible que todas estas historias de mujeres luchadoras que lo dieron todo por su país hayan quedado arrumbadas y desconocidas?

Conchita Liaño era hija de Ricardo y Paquita dos jóvenes veinteañeros de buena familia a quienes enviaron a París a dar a luz en 1916 para evitar el oprobio social. Ricardo procedía de familia aristocrática, Paquita era hija de terrateniente manchego. Ricardo no paraba de inventar proyectos y perseguir mujeres. Lo primero que hizo bien fue acabar con la herencia de su mujer. Se fueron casi con lo puesto a Cuba. El hombre era acróbata, periodista, hombre mosca, conferenciante. Después se instalaron en Méjico donde vivieron yendo y viniendo a España hasta los diez años de Conchita Liaño.



Conchita heredó de su padre las habilidades gimnásticas, una gran capacidad para subirse a los árboles y otra para meterse en peleas con los muchachos. Cuando la madre se hartó de que su marido se fuera con unas y con otras y desapareciera temporalmente de casa decidió volverse a España con los tres hijos. No tenía donde caerse muerta, sus hermanas le dieron la espalda. Tuvo que buscar acomodo en Barcelona en casa de sus cuñadas.

Las tías de Conchita trabajaban en casa a escondidas. Consideraban que trabajar era un desdoro para personas de su posición ¡unas Liaño! La madre de Conchita no hacía tantos ascos a la obligación de ganarse el pan, y en la Barcelona de los años 20 no faltaban oportunidades. Conchita acostumbrada en Méjico a jugar todo el día en la calle se vió encerrada en casa, obligaciones de la alcurnia.
En una ocasión para hacer rabiar  a su tía inventó embadurnar el techo de una habitación de aceite, se le ocurrió que la tía no pensaría que había sido ella. Conchita se ganó unos buenos azotes.
Las tías no paraban de echar en cara a su cuñada la deshonestidad de haberse embarazado antes del matrimonio. Un día Paquita se hartó, hubo bronca y madre con 3 hijos acabaron en la calle.

A todo esto Ricardo regresó de América con otra mujer e hijo y se fue a vivir con sus hermanas. Se hizo cargo de la educación de Conchita y a pesar de ser un revolucionario la metió interna en el colegio de monjas salesianas. La madre mientras vivía realquilada y se ganaba la vida cosiendo. Conchita no conocía los límites, era de una actividad irrefrenable, si veía a alguien por la calle y le entraban ganas de saber quién era la persona y adónde iba no paraba en barras. Quería saberlo todo, verlo todo, estar en todas partes a la vez.

Por las noches rezaba para que Dios la hiciera buena y se desesperaba de las injusticias que veía y que Dios no las arreglara, cuando era el todopoderoso. Su padre no la visitaba en el colegio, pero su madre iba cada jueves, y la niña le entregaba sus poemas. También escribía poemas para los peatones. Se encaramaba en el retrete, liaba una china en un papelito que lanzaba al que pasaba. El paseante leía:

“¡Oh feliz mortal! Tú que paseas por las calles no sabes apreciar el don de la libertad que tienes.”

Seguía trepando a los árboles y de estas y otras fechorías había de acusarse en confesión.
Su padre que había montado un despacho de cartografía se enamoró de otra despampanante mujer con la que se fue a vivir. La que había traído de Méjico se volvió por donde había venido y la vida de Conchita entre los 11 y los 14 fue un deambular entre la casa de sus tías, la de su padre con su nueva adquisición y la de su madre. Pasó por otro internado laico y por el liceo francés. Y se quedaba desconcertada cuando su tía Concha le explicaba que no se había casado porque la mujer cuando se casa tiene que obedecer a su marido y ella no estaba dispuesta a obedecer a nadie, y menos a un calzonazos.
Con su madre tenía cariño pero no seguridad económica, en el colegio había orden pero no la querían, se peleaba con su tía y se llevaba mal con la nueva mujer de su padre. El mundo era muy injusto, se rebelaba, no entendía porqué su madre tenía que vivir en la probreza mientras los demás vivían cómodos.

Paquita se echó un novio, Matías, y resultó que su esposa, Josefina, apareció un día reclamando a su marido. Las dos mujeres se unieron y dejaron a un lado al marido-novio. Paquita y Josefina se ganaban la vida haciendo pijamas para alimentar cada una a su prole y al hombre de ambas que seguía en la casa. Como no le hacían ni caso el Matías se lanzó a acosar a Conchita que no se quejó porque ya tenía malas experiencias de no ser escuchada. El acoso duró hasta que Josefina se enamoró de otro y puso a Matías en la calle.

Con 15 años empezó a trabajar embobinando hilo para los telares. Cuando iba al trabajo por lugares solitarios se ponía a gritar lo desgraciada que era. El trabajo era duro y su vida también, tenía pesadillas por las noches.



Era la Barcelona de los años 20 agitada por atentados anarquistas y pistoleros a sueldo de los empresarios. Una prima de Conchita no se cortaba el pelo porque su marido no le dejaba, incomprensible. Otra vecina de la calle se quedó embarazada, su madre le dijo que lo le hablara porque estaba deshonrada. Conchita preguntó: ¿y el chico también deshonrado?
-No es lo mismo Conchita, que no te enteras.

No entendía el sometimiento de las mujeres. “¿No se darán cuenta de que pueden decir no?” Conchita contra el mundo: contra la pobreza, contra los privilegios de los hombres, contra la religión. “¿Por qué no habré nacido hombre?” se preguntaba.

Frente a su casa vivían tres muchachos de las juventudes libertarias. La invitaron al Ateneo del Clot. Se convirtió al anarquismo de la noche a la mañana, en su familia era la rara y allí había un montón de gentes que pensaban igual: adiós A Dios, adiós al capital, adiós a la opresión y a la servidumbre. Viva la libertad, viva la anarquía, viva la clase obrera dueña de su destino.
Cuando acababa el trabajo se iba a sus reuniones o al teatro. Le encantaba García Lorca y la actriz de moda, Margarita Xirgu. La madre estaba escandalizada de su hija. Un día que fue a oír a Federica Montseny se encontró de bruces con su padre, él era ya un conocido escritor anarquista que firmaba en los periódicos como Hermes. Se quedó encantado cuando vió que su hija seguía sus mismos derroteros políticos.

En el verano de 1932 Conchita pasó un tiempo con sus primas de Agramón, provincia de Albacete. Las primas la querían llevar a la iglesia y ella les salió con que tenía un folleto “Las 12 pruebas de la inexistencia de Dios”. Quiso predicar el anarquismo a los mozos del pueblo sin éxito. Tuvo que rechazar una propuesta de matrimonio de un lugareño que llegó para emparentar con el terrateniente Gil, su ilustre abuelo ya difunto. La familia del pueblo quedó escandalizada de la corrupción que la ciudad había obrado en su prima.

En el Ateneo encontró a otra chica con la que conectó enseguida, Soledad. Las dos necesitaban la libertad para vivir. Las dos tuvieron sus primeras experiencias amorosas, engaños y desengaños en aquel ambiente anarquista. Cayó en sus manos el “Decálogo para la felicidad de la mujer” que se resumía en un solo mandamiento: obedecer y hacer la vida agradable al marido. Otras experiencias de mujeres las convencieron de que había que hacer algo para sacudir el yugo de la dominación machista. Los compañeros de la CNT no se lo pusieron nada fácil. Sabían que sus ideas no eran nuevas, ya desde la Revolución Francesa hubo mujeres que lucharon para que la mitad de la humanidad accediera a la ciudadanía.

La rusa Emma Goldman expresaba los argumentos como nadie, la mujer necesitaba independencia económica pero también vencer el peso de la tradición y la fuerza de la costumbre, de lo que siempre se ha hecho. A principios de 1935 nació el Grupo Cultural Femenino eran una quincena de jóvenes que tuvieron que pedir a un compañero de la CNT que les ayudara a negociar el alquiler de un local. Empezaron a organizar conferencias sobre los derechos de las mujeres con gran éxito de público.



Una de sus primera acciones fue organizar a las sirvientas para que reclamaran sus derechos, se fueron a la salida de misa: “¡Organízate defiende tus derechos!” Una catequista las amenazó: “Como volváis por aquí llamó a la policía”.

Sabían que no era fácil: La república española se debatía entre las revolucionarias como ellas y los rumores de golpe militar por parte de la derecha más reaccionaria. Cuando llegó el 18 de julio de 1936 Conchita salió de casa de su madre para no volver. Los anarquistas muy numerosos en Barcelona consiguieron frenar el golpe, se repartieron armas y organizaron las barricadas. Conchita con otras compañeras organizó la intendencia de los revolucionarios haciendo y repartiendo bocadillos.

La revolución estaba en marcha, era la oportunidad de demostrar que las propuestas libertarias no eran pura teoría. Aunque se supo que Francia no apoyaría a la República no se desanimaron. Había trabajo para todas, los hombres se fueron al frente y las mujeres aprendieron a conducir el metro, los tranvías. Se acabó la dependencia y la sumisión, ellas también podían ser fresadoras y obreras en las fábricas y lo demostraron.

A finales de 1936 las Mujeres Libres de Madrid vinieron a conocerlas. Nació así la Federación Local de Mujeres Libres de Barcelona, entres sus propuestas patria potestad compartida, derecho al aborto voluntario, libertad sexual, equiparación salarial, derecho a los estudios superiores, a disponer de sus bienes…Conchita se dedicó a expandir Mujeres Libres por todas las comarcas catalanas. Con su máquina de escribir iba de pueblo en pueblo, discutiendo las tareas, poniendo en pie la organización, abriendo escuelas de mujeres.

Mujeres Libres no quiso unirse a la organización de las mujeres comunistas llamada Agrupación de Mujeres Antifascistas. Las anarquistas no estaban a las órdenes de nadie, y menos de Moscú. Su lucha no era sólo contra el fascismo, ellas querían una sociedad nueva.
En el barrio de Sants crearon un instituto nocturno de mujeres, en Bonanova una granja escuela. A lo largo de 1937 impartieron cursos profesionales en todos los lugares de trabajo para enseñar metalurgia, aviación, ferrocarril, construcción.

Aunque tenía un amor, Arquímedes Gallego, que se fue al frente, estaban tan concentradas en la nueva situación revolucionaria que los aspectos sentimentales pasaban a un segundo plano. Estaban cambiando la sociedad. Tan emocionada y entusiasmada vivía que los bombardeos no le suponían trastorno alguno. Hasta 20.000 mujeres llegaron a formar parte en toda España de Mujeres Libres.

Otro asunto pendiente de Conchita era liberar a las chicas que vivían de la prostitución en el barrio chino. Se fue a pegar carteles, las chicas la rodeaban pero no entendían bien sus propósitos. Hizo también propaganda para que los anarquistas no usaran de las prostitutas. En plena guerra fue una batalla por la dignidad de la mujer casi perdida por anticipado.

El padre de Conchita que vivía en Argentina se trasladó a Barcelona cuando se enteró del golpe militar. Fue a ejercer el periodismo y le salió cara la osadía, perdió la vida en el frente de Aragón, cerca de Huesca. Fue la primera muerte en la vida de Conchita Liaño. No quiso vengarse del chófer que iba con él  salvó la vida, aunque le dieron la oportunidad Conchita creyó su versión y le perdonó.

En plena guerra se quedó embarazada de Arquis Gallego. Quiso abortar pero aunque la ley estaba aprobada los médicos se resistían a practicar abortos. Tuvo su  bebé en medio de una de las reuniones de Mujeres Libres. La madre de Arquis se empeñó en ocuparse del crío aunque vivía en una casa húmeda y sin condiciones. El niño atrapó una bronquitis y aunque Conchita hizo todo lo que pudo, Andresito murió en sus brazos. La segunda muerte que la guerra había traído a su vida.

La tercera fue la de Alfredo, otro compañero anarquista al que conocía desde hacía mucho tiempo y del que siempre estuvo medio enamorada. Murió en 1937 cuando anarquistas y comunistas se enfrentaron por el control de la Telefónica.

A finales de 1938 empezaron a plantearse la huida de Barcelona. Las tropas de Franco se acercaban. Cuando se dio cuenta de que los dirigentes anarquistas habían emprendido la huida, se fue a por su madre y sus hermanos. La madre no quería marchar, pero Conchita sabía que por ser su progenitora los fascistas no la respetarían. Cogieron lo indispensable y con una carretilla salieron en dirección de Francia. A medio camino se dio cuenta de que faltaba su amiga Soledad. Se volvió a Barcelona para buscarla.

En la frontera le sirvió que hablaba francés y tenía una partida de nacimiento francesa. Agarró el bulto de revistas de Mujeres Libres y unos francos que un primo suyo de París le había enviado. Con ese equipaje y dejando atrás a sus familiares emprendió el camino de la capital francesa.

En París vivió indocumentada al principio en una habitación de hotel. Tuvo noticias de su Arquis, que prefería irse a América. Pensó que la relación se había acabado. Consiguió trabajo en ultramarinos de un ruso ex comunista que se enamoró de ella y la invitaba a sus comidas de domingo entre rusos. Vivía con lo puesto y con el temor de no andar mucho por la calle para que la policía no le reclamara unos papeles que no tenía.

Terrible fue cuando se enteraron de la declaración de guerra el 3 de septiembre de 1939. Los nazis avanzaban hacia Francia mientras de España sólo llegaban malas noticias: Franco llenaba las cárceles y los campos de concentración. En mayo de 1940 los alemanes ya estaban casi a las puertas de Francia. Otra vez se imponía la huida. Se despidió del ruso Nikonov. Con su amiga Soledad se instaló en Burdeos. Allí fue a parar Arquis que no había podido embarcar para América. Conchita consiguió empleo en un taller textil con el que pudo alimentar al pequeño grupo de españoles huidos de Franco que vivía con ella.

Mientras el ejército germano desfiló por las calles de Burdeos. Discutían si sería mejor marchar a la Francia libre, a Toulouse. Conchita ayudaba a la resistencia y a todos los españoles de paso por la ciudad. Por ejemplo un tal Ochoa que se había librado del pelotón de fusilamiento franquista gracias a las influencias de su novia bilbaína. Había salido de España clandestinamente. Fue otro medio amor de Conchita que no se realizó del todo porque había una novia esperando al otro lado de la frontera.

Conchita y sus amigas cosían ropa para los soldados alemanes. La cambiaron de sección. Tenía que limpiar los cascos de los soldados muertos. Pasaba la jornada llorando por todos aquellos muertos y con la certeza de que el caso iría a parar a otra cabeza carne de cañón. Todas las lágrimas que no había tenido tiempo de derramar por la trepidación de la huida cayeron en aquellos días. Todo el lloro por enamorarse siempre de hombres con los que tenía la certeza no iba a poder compartir la vida o que eran incapaces de quererla.
Acumulaba angustia y la idea de morirse la asediaba. La vida era un cataclismo total. Su madre había vuelto a España, Ochoa se había ido a un hospital cerca de la frontera pagado por la familia que le enviaba dinero. Decidió morirse, se tomó dos frascos de barbitúricos pero su amiga Felisa llegó a tiempo de llevarla al hospital.

La única salida que se le ocurrió para encontrar un sentido a su vida fue quedarse embarazada. Y embarazada como estaba se fue a París a un encargo de la resistencia. Pasó un momento difícil en el tren pero cumplió su misión. En noviembre de 1942 nació su hijita Moncha y Arquis le dio su apellido.
Recibieron la visita de la policía pero no encontraron los papeles, los dejaron en paz. Empezó a ganarse la vida con el contrabando de tejidos y de piedras de mechero.

El 26 de agosto de 1944 fue la liberación de París. Hubiera querido volver a España, pero ¿qué vida le esperaba en Barcelona? Su madre la disuadía, era peligroso. Se inscribió en un curso de peluquería, iba de casa en casa peinando primero en Burdeos y después en París. Organizó la salida de su madre y hermanos de España, pero todo se fue al agua. Entonces pensó en entrar ella en el país y sacarlos.
En junio de 1947 llegó a Barcelona. Ese mes Evita Perón era despedida por Franco en Barcelona, la policía hizo redada  y la detuvieron.

Durante 6 días la mantuvieron despierta, la asediaron con interrogatorios ¿qué hacía ella en Barcelona? Repitió siempre lo mismo, sólo había venido a buscar a su madre, aunque pusieron sobre la mesa una vara no la llegaron a golpear. Sí le enseñaron los cuerpos de torturados hechos un guiñapo. Querían conocer sus contactos de la CNT. La pusieron en la calle a las 48 horas después de una semana de interrogatorio y presión.
Al salir se topó con una procesión, todos los barceloneses se arrodillaron ante el Santísimo. No podía creerlo, aquella era la multitud que había aplaudido la revolución y la República. Salió corriendo y se metió en un portal. La siguieron. Dos sujetos entraron y le hicieron preguntas: -¿Por qué no te has arrodillado?
-no soy creyente y no tengo por qué arrodillarme, no he querido ofender a esas personas.
La dejaron sola en aquel portal de la Gran Vía.

Era preciso organizar la huida clandestina de nuevo. Esta vez se fueron por San Sebastián. De noche cuando iban a cruzar el río fronterizo la policía los descubrió. Conchita tuvo que volver sobres sus paso para rescatar a un par de compañeras que se habían caído por un terraplén. Bajo los disparos en la oscuridad de la guardia civil lograron atravesar la frontera. Una vez más se había salvado, porque el guía sólo se convenció de su honestidad cuando la vio salvar a las otras dos.

Al final Conchita decidió que se iría a Venezuela con su hija. Llegó allí en 1948 y se instaló en una pequeña habitación. Primero cosía luego fue encargada de mantenimiento en una empresa aérea, más tarde ama de llaves, luego trabajó en una imprenta y después montó una peluquería. Le sobraron propuestas de matrimonio, pero no quiso construir su propio progreso económico como muchos otros españoles.

Conchita Liaño, libertaria siempre, siguió preocupada por enseñar a leer a las criadas, por despertar el interés por la literatura y la historia a cuantos se cruzaban con ella. Le faltaba tiempo para descansar y con sobrevivir tenía bastante. Detestaba los círculos exclusivos en los que se reunían los europeos, no quiso mezclarse con ellos.

Conoció a un exiliado polaco con el que compartió su vida hasta 2002 año de su muerte, Conchita lo cuidó durante los últimos diez años en los que estuvo enfermo.

Conchita escribió cientos de páginas con sus peripecias, escribió hermosos poemas, mantuvo contacto epistolar con todos sus amigos de las juventudes libertarias, esas cartas la han alimentado durante décadas. A su madre la volvió a ver en solo dos ocasiones, la última en 1973 poco antes de su muerte. En 2005 todavía vivía en Caracas con una modesta pensión que recibía desde España.
Seguía siendo una mujer llena de energía, alegre de haberse jugado la vida por lograr un mundo mejor, por poco que durara. Una ancianita que disfrutaba viendo a las mujeres en los más variado oficios, como pionera que fue de la causa feminista.

“Creímos que era posible la utopía y casi lo logramos. Ahora sentada como estoy sobre mi tumba me siento regalada por la vida. Ahora sé que nos derrotaron pero no nos vencieron. La luz de nuestra fuerza y de nuestra razón sigue encendida en manos de quienes no se conforman y continúan luchando contra la tiranía de los poderosos.
Sólo el olvido será nuestra derrota.”

Conchita, donde estés, que sepas que es imposible olvidarte una vez que se ha conocido una vida tan maravillosa, tan llena de ideales y tan trabajada como la tuya. Por supuesto que no te vamos a olvidar.

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