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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

miércoles, 26 de octubre de 2016

CEGUERA Y CINE



LA CEGUERA EN EL CINE
 Ana Azanza

Nos ha dado mucha alegría este primer hijo filosófico en forma de libro de nuestro compañero Marcos y lo celebramos en la última reunión del Mochuelo. De alguna forma “La ceguera en el cine” es un libro emparentado con nuestras conversaciones filosóficas y nos consideramos un poco “tíos” del mismo. Al menos quien esto escribe. Cinéfilo empedernido, Marcos Serrano quería escribir un libro sobre cine diferente a todos. La película Las cenizas de la luz  de Majid Majidi le decidió a hacerlo desde un enfoque tan personal como es el tema de la ceguera.

viernes, 21 de octubre de 2016

ENSEÑANDO A PLATÓN EN PALESTINA

Amor por la verdad y debate cultural moderado por la filosofía

Carlos Fraenkel se ha paseado por Palestina y otros países con Platón debajo del brazo. Fruto de sus encuentros con amantes de la filosofía de los 5 continentes es el libro titulado “Enseñando Platón en Palestina” 

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Para qué sirve la filosofía es una pregunta que los filósofos plantean a menudo y pocas veces responden.

miércoles, 12 de octubre de 2016

MIL MESETAS



 He tenido la "humorada" de leerme Mil Mesetas (1980) de Deleuze y Guattari en este último mes. Este libro es una especie de enciclopedia inabarcable, 600 páginas de apretada letra y a veces difíciles de comprender. El postestructuralismo no está hecho para mí. Pero no hay que retroceder ante nada, de todos se aprende y de filósofos tan eruditos como estos dos se puede aprender bastante. 

sábado, 8 de octubre de 2016

¿POR QUÉ GRECIA?




Pongo este vídeo, sugerencia de Martín como introducción a la temática que vamos a tratar este curso.

miércoles, 5 de octubre de 2016

UN ISLAM ILUSTRADO

Beat Stauffer
Entrevista 25.8.2016                         
Abdel-Hakim Ourghi nació en 1968 en Tlemcen (Argelia). Estudió filosofía y estudios islámicos en Orán y en Friburgo. Desde 2011 dirige la cátedra de teologá islámica y pedagogía de la religión en la Escuela Pedagógica de Friburgo.

Abdel-Hakim Ourghi considera que la interpretación conservadora de la fe islámica que se imparte en muchas mezquitas es un obstáculo para la integración.

P: Sr Ourghi, ha hecho Vd manifestaciones muy duras con respecto a las asociaciones musulmanas. “Están a miles de km de un Islam ilustrado, se resisten y endurecen en sus posiciones”.
La socialización religiosa y política de muchos musulmanes en Alemania tiene lugar en mezquitas en las que se practica una pedagogía de la sumisión de la que son responsables imanes procedentes de comunidades árabes y turcas. Las consecuencias están a la vista. La visión que tienen dichos imanes afecta esencialmente a innumerables jóvenes musulmanes. . .
R: Así es. La clase de Corán es una manera de sacar a nuestros hijos del modo de vida occidental. Los 970 imanes turcos que predican en las comunidades Ditib están desprovistos de toda capacidad pedagógica y didáctica. Para ellos se trata sobre todo de transmitir una tradición sobre la que no reflexionan. Esto en el plano religioso. En el plano político hay que decir que dichos imanes tienen la misión de reforzar las relaciones de los turcos con su patria.
El establecimiento de un Islam moderno, ilustrado y humanista es una prioridad en nuestras sociedades occidentales.


sábado, 1 de octubre de 2016

LA SUERTE DECISIVA


Sofía es una enfermera española que emigró para conseguir un puesto en un hospital francés privado. Luego pasó a la sanidad pública francesa. La chica se sorprendía de cómo en aquel país, tan próximo geográficamente al nuestro, los padres y las madres dejaban a sus hijos solos después de una operación de apendicitis para irse a trabajar, y de cómo las enfermeras y los médicos se trataban de usted… No es simplemente una cuestión de politesse, aunque también, sino una cuestión de distancias, de individualismo consagrado, de aplicación sistemática del principio “la confianza da asco”, que fuerza al oscurecimiento deliberado de los propios sentimientos, a la opacidad comunicativa, a ocultar el propio calor, el propio sudor, del propio olor. Todo con mucha propiedad, muy limpiamente.

Es el caso de los personajes del excelente drama intimista de Stéphane Brizé: Quelques heures de printemps (2012). A un ritmo nórdico, bergmiano, y en secuencias largas de primeros planos, trascurre esta obra de autor que puede describirse como teatro filmado. Todo lo que pasa, pasa en las mentes, pero la acción humilde embebe y arroja indicios suficientes para la interpretación de lo que bulle en los espíritus.

Una madre y un hijo incapaces de mostrarse afecto, incapaces de compartir lo más íntimo de su humanidad, ¡y no me refiero al sexo!, sino a algo más decisivo y menos comercial que el incesto. ¡Particularmente difícil interpretar a personajes que hacen de la inexpresión y la duda su religión! Representar esa impotencia de comunicar afectos, ese pudor insuperable. ¿No es esta razón, la razón de la fe, de la convicción dogmática de los personajes, lo que nos da tanta vergüenza ajena en el cine arcaico, que es el cine de hace dos días?

Hélène Vincent (Yvette), la madre fría y distante, y Vincent Lindon (Alain, expresidiario con baja autoestima) lo consiguen plenamente. Vamos captando lo que sienten, pero no lo dicen. Enmanuelle Seigner está perfecta en su corto papel de amante que no soporta los secretos de Alain. Conoce su cuerpo desnudo, pero no sabe nada de su alma, de su biografía, pues Alain se avergüenza de haber estado en la cárcel y de trabajar en una planta de reciclaje, separando basuras, en el más bajo lugar del escalafón profesional, ese que los países “desarrollados” reservamos para inmigrantes negros. 

Y resulta profundamente conmovedor el personaje de Monsieur Lalouette, el buen samaritano, el vecino afectuoso, el intermediario predispuesto por su generosidad al cada vez más decisivo papel de resolver conflictos entre mentes presas de sus miedos, como si de puzles de mil piezas se tratara.
En la casa de la viuda Yvette Evrard, en la que se refugia sin convicción su hijo camionero, recién salido de la cárcel por un delito menor de tráfico de drogas, las palabras y los gestos afectuosos sólo los recibe la perra, cuyo afecto se disputan madre e hijo. Afecto al chucho aún distante por parte de la madre, que no tiene inconveniente en envenenar al animal para reconciliarse con el hijo sin necesidad de humillar su orgullo herido.

Hago una digresión aquí para referir a este asunto del mascotismo y por extensión del “animalismo”, ese sucedáneo de las relaciones personales satisfactorias, cada vez más en crisis, ese sucedáneo del humanismo que nació de la retórica, de la dialéctica, del arte de la conversación íntima... Y me viene a las mientes un texto lúdico, humorístico, irónico y lúcido, de C. S. Lewis, uno de mis autores y pensadores favoritos:

“Si usted necesita que le necesiten, y en su familia, muy justamente, declinan necesitarle a usted, un animal es obviamente el sucedáneo. Puede usted tenerle toda su vida necesitado de usted. Puede mantenerle en la infancia permanentemente, reducirlo a una perpetua invalidez, separarlo de todo lo que un auténtico animal desea y, en compensación, crearle la necesidad de pequeños caprichos que sólo usted puede ofrecerle. La infortunada criatura se convierte así en algo muy útil para el resto de la familia: hace de sumidero o desagüe, está usted demasiado ocupado estropeando la vida de un perro para poder estropeársela a ellos”.

Hijo y madre, heridos por la vida, acarician continuamente al perro, le dan hasta azúcar, pero usan un lenguaje lacónico, áspero, amargo entre ellos, sobre un fondo que no puede estar más limpio de polvo y paja, un marco tan austero y gélido como las relaciones personales…, y el protagonista acaba saltando contra el orden inflexible de la madre en inútiles ataques de odio e ira, a los que sigue la vergüenza y la culpa.

La madre vive su agonía por cáncer terminal con una extraordinaria fortaleza de ánimo y una muy estoica dignidad. ¡Ni Séneca hubiera tomado tan serenamente la decisión de su propia muerte!


La película acaba  en una quietud apropiada al hermoso panorama de los alpes suizos, una quietud en que se reconcilian vida y muerte, en la que por fin, ante el decidido final (suicidio asistido), la madre es capaz de decirle a su hijo que le quiere y este la abraza en la hora de la verdad, la hora decisiva, esa misma que los tauromáquicos contemplamos sin escrúpulos en el sacrificio ritualizado de la res. Esa reconciliación deja al espectador con el sentimiento de un logro salvador. Redime del desamor. Pero también nos deja un nudo grande en la garganta. Tal vez porque se nos encoja cada vez más el corazón.