domingo, 29 de noviembre de 2015

LOS HUESOS DE LEIBNIZ

























































Reproduzco la entrada del blog de COLABORA referente a la última sesión del Mochuelo, así como el comentario de don José Biedma, para ilustración de todos sobre Leibniz, la filosofía y la enseñanza a ella necesariamente unida así como sobre el neoplatonismo, fuente y raíz de definitivas filosofías modernas (Hegel).


Añado reseña de Pedro Redondo Reyes a Los Huesos de Leibniz.


Aunque habíamos previsto otra cosa, saludamos con agrado la incorporación al grupo y la intervención de Franciso José Fernández en la última sesión del grupo de trabajo. Ya conocíamos su libro titulado "El filósofo del océano" en referencia a Leibniz. En este otro libro editado por Akal, "Los huesos de Leibniz", su autor remeda el género epistolar cultivado por el filósofo. Además de su enciclopédica obra, tuvo tiempo para intercambiar una extensa correspondencia, en particular con algunas aristócratas de la época. De ahí que se haya hablado de la "filosofía para princesas" de Leibniz en un tono algo despectivo.
En el curso de la sesión salieron temas que se muestran como un límite del trabajo de los filósofos. Por ejemplo el uso y abuso de los términos filosóficos que cae en oposiciones exageradas e irreconciliables. En realidad la filosofía, o mejor dicho, los filósofos, luchan por el control semántico. Pero Leibniz fue el filósofo de las reconciliaciones entre los opuestos, hay muchas formas de acceder y entender un mismo término. De ahí que Deleuze estuviera interesado en lo que él llamó el pliegue, concepto que le inspiró este filósofo preilustrado.

El profesor Fernández señaló algunos de los asuntos desarrollados por Leibniz: el principio de individuación, las relaciones, el asunto de la trasubstanciación y sus implicaciones políticas, cómo definir las cosas. Le interesa la problematización que aprende en Leibniz más que los conceptos de Leibniz. El peligro de jugar con los conceptos o quedarse en ellos de modo demasiado unívoco nos convierte en trileros de las palabras, las palabras se convierten para el mal filósofo en un refugio o una trinchera.

A este respecto deberíamos tomar nota de Sócrates que en su momento más trágico explica a sus amigos: "hablaré como un día cualquiera". Señal que el maestro de Platón no pretendía refugiarse en grandes palabras, en la palabrería.

Cicerón también se reía de Crisipo, preocupado por decirle a la gente cómo tenía que hablar.

Otro asunto que discutimos fue la separación entre ciencias y letras, el origen de la misma y cómo se podía corregir.

Sobre el problema del saber y su transmisión a los alumnos, el uso de la memoria o el abuso de la misma, fue cuestión discutida. José Moral defendió el diálogo, el consenso, la pragmática del discurso y prometió una ponencia más elaborada sobre esta cuestión. Amelia manifestó sus dudas sobre la conveniencia de transmitir conceptos y yo misma manifesté mi posición al respecto: como profesores de enseñanza secundaria hemos de transmitir seguridades y sobre todo hábitos de estudio y trabajo, y no hay mejor forma de transmitir estas capacidades que obligando y animando a ponerlas por obra. Es muy simplista, pero no me parece que la escuela secundaria ni el bachillerato sean los lugares indicados para transmitir polémicas filosóficas o científicas para las que los alumnos no están todavía preparados y que no pueden comprender. Nuestro papel es poner los fundamentos de una formación intelectual y más tarde, en la universidad seguramente o en la vida misma, los alumnos se verán confrontados con otras realidades que les harán cuestionarse quizás lo que hoy les explicamos. Pero hemos de ser concretos, claros y concisos en nuestra exposición

Comentario de José Biedma López


Excelente síntesis de lo que allí aconteció, Ana, ¡eres un hacha! (como decíamos aquí).

No discutiré por palabras -decía el Sócrates platónico-. Lo que importa es la realidad, pero en el lenguaje no decimos directamente la realidad sino que la representamos mediante imágenes y conceptos. Vox significat mediantibus conceptibus. Así que las palabras cuentan y sus significados sobre todo. Y no hay diferencia entre saber explicar algo y conocerlo, entre saber decirlo y comprenderlo. Si no sabes decirlo es que no lo entiendes bien.

Estoy convencido de que una de las urgencias de la introducción a la filosofía que hemos de aportar a nuestros alumnos es la técnica de definir, aún con sus limitaciones... Vale todavía la fórmula aristotélica de Especie = Género + Diferencia específica. Lo de menos es que escojamos la racionalidad o la crueldad como diferencia específica, y homínido homo o primate como género (y no me refiero al sobrevalorado sexo) para definir a Julia como ser humano, o que la diferencia específica sea un conjunto de propiedades esenciales, o que se admitan definiciones negativas, operativas, constructivas... (Por cierto, para Zubiri, la especie era lo reproducible del invidividuo)...

Mi trabajo sobre la definición está en Imágenes e Ideas, y también aquí:

LA DEFINICIÓN

http://filosofayciudadana.blogspot.com.es/search/label/definici%C3%B3n

Igual con la división y la demostración lógica, métodos comunes a todas las ciencias.

Una de las deficiencias de la lógica que venimos introduciendo (que usa la matematicidad como retórica, igual que la economía) es que descuida lo que yo llamo la lógica del concepto en beneficio de la lógica de la proposición. También se descuida la fuerza retórica de la argumentación, como si entre la demostración segura y la mera falacia no hubiera nada, ¡cuando ese es precisamente el vasto territorio de lo probable (aquel que tanto interesaba a Leibniz y que es el reino del filosofar, del especular, del criticar y del utopizar), o sea, de lo problemático filosófico y ético!

Ahora estoy con los neoplatónicos. El eslabón genial del Pseudo-Dionisio, que permitió sobrevivir y metamorfosearse en cristiano el misticismo neoplatónico de la Escuela de Atenas. Un fraude que permitió que la teología cristiana trinitaria fuese invadida por el trinitarismo ontológico de Proclo... Pues bien, en la época del gran Simplicio de Cilicia (s VI) la gramática era condición de la retórica, y la retórica era condición de la filosofía. El que accedía a los estudios superiores (Filosofía, Dialéctica) tenía que dominar antes las artes y técnicas gramaticales y retóricas. Tenemos una falsa concepción de la Retórica, llamamos pregunta retórica a la falsa pregunta. Pero en Quintiliano las Instituciones Retóricas son el completo programa de formación humanística que cada vez echamos más de menos en nuestro sistema... Chrétor, como sabe cualqueir helenista, también puede ser traducido por político o más precisamente por el que es capaz de expresarse en público, por ejemplo disertando o proponiendo una acción en una asamblea civil. Enseñar retórica es, desde este punto de vista, Educación PARA la ciudadanía.

Mi madre, que era y es muy lista, e hizo el bachillerato de siete años (en las Filipenses, con examen oral en el instituto público de Baeza) tenía la asignatura de Retórica en su bachillerato, a parte de varios cursos de Filosofía más otro de Historia de la Filosofía. La Retórica, muy a gusto de Savater, también podría llamarse Sofística... A fin de cuentas, fueron los sofistas los que crearon las ciencias humanas.

Demasié por hoy. La sesión del miércoles me dejó muchos ecos que rebotan en mi pensamiento estimulándolo. Ojalá, Francisco, José y Rafael, encuentren gusto en seguir visitándonos y aportándonos...

Saludos a todos 

RESEÑA DE PEDRO REDONDO REYES A "LOS HUESOS DE LEIBNIZ"


Lunes, 23 de noviembre de 2015
Los huesos de Leibniz

Leo un improbable libro sobre la filosofía de Leibniz, Los huesos de Leibniz (Cartas de un filósofo escondido a un discreto cortesano), en Akal, de Francisco J. Fernández, uno de los dos tipos más inteligentes con que me he topado en mi vida. Digo improbable porque lo que me ha gustado en el libro es el continuo tono aporético, lo que está en la mejor tradición filosófica, amén de porque su forma epistolar (común en Leibniz) y su carácter ficticio (lo que, como dice su autor, Leibniz habría aprobado) se conjugan de un modo asombroso con un dominio de la lengua magistral. Ut videtur, cualidades típicas en el panorama actual tanto del ensayo como del pensamiento. Lo mejor, con todo, quizás sea el aparato bibliográfico postrero, que consiste no tanto en la reiterada lista de títulos cuanto en los lugares de la obra del filósofo alemán (o sus corresponsales) donde los problemas tratados se discuten. Las páginas dedicadas a la definición son magníficas, así como al problema de los universales. El asunto de la definición ("poder referirnos a algo", dice el autor) es especialmente espinoso, pues cuanto más queremos dejar atadas las cosas mediante aquélla tanto más se nos escapa ("Como habréis observado, a medida que añadimos notas a la definición, menor cantidad de objetos caen bajo la misma; es lo que se conoce como ley inversa de la significación"). Ya Quine se preguntaba que quién "había definido así y cuándo" el término "soltero" como "hombre no casado"; además, hay toda una tradición inglesa que incorporó el contexto lingüístico y nociones como la de fracaso comunicativo en los enunciados (pongamos que son lo mismo que las proferencias). Francisco J. Fernández sigue el ejemplo leibniziano de la definición imposible de "tinta", pero la situación aporética de las "definiciones de definiciones de definiciones" es resuelta por este autor elegantemente con la apelación de los honderos baleares y su empeño en alcanzar la luna, cuyo fracaso los inmortalizó en las fuentes antiguas. El envés de la definición producida con un lenguaje natural es el problema de los términos y su localización (de nuevo Quine) objetual. Por ello he recordado un juego de mi juventud, una especie de "lengua etimológica", consistente en hablar según el significado último de los términos, siempre que no se tratase de objetos naturales (por ejemplo, "siempre que no se tratase de objetos naturales" = siempre < *sem-, "uno", + tratar < *tragh- "arrastrar", + objeto < *epi "contra" y *ye- "lanzar" (algo lanzado contra), + natural < *gna- "nacer", o sea "uno-arrastrado-algo lanzado contra-nacer"). Esto obvia el cambio lingüístico y semántico, pero no es menos fascinante que sigamos utilizando el mismo órganon (el mismo sistema lingüístico radical, por ejemplo, o sufijal) que los antiguos romanos en la era de internet (< inter < *en, "dentro" + partícula *ter opositiva, + net (
Retrato de Leibniz (lleva peluca; no obstante, tener pelo no es un derecho, es un privilegio)

El otro aspecto que me ha interesado del libro es que su autor escribe: "No hay signos perfectos. Si los hubiera ocurriría algo extraordinario, el mapa sería el territorio mismo" (recuerdo la escritura de la Ley en la piel del condenado en La colonia penitenciaria de Kafka). Me ha llamado la atención porque parece contener in nuce una justificación (o una definición implícita) del mal. Por ejemplo, en el cuento de Borges Pierre Menard, autor del Quijote (donde el texto de Menard es literalmente el de Cervantes, pero ya no es el mismo), la consecución de la identidad de los signos (los de ambos escritores) es un logro final, quizás el final de toda hermenéutica, frente a la corrupción de la diferencia (esto ya está en Platón, que hablaba de lo perfecto como del 
ὡσαύτως ἔχειν, "lo que es lo mismo, καθ' αὐτόν). El mismo Borges contemplaba ambas posibilidades, una biblioteca con varios ejemplares de Virgilio imperfectos o una con un único, arquetipo. Que el mapa fuera el territorio mismo plantearía, además, la probable paradoja de que no habría signos, pues a un segundo nivel todo signo (para ser tal) debe oponerse a otro, no por prurito estructuralista, sino porque avisa de algo frente a, por ejemplo, un grado cero de la situación o ente advertido. No es, pues, el mal como la agustiniana ausencia del bien, sino el mal como diversidad, y si la época moderna es ilustrada, o materialista, o sensualista, vel talia qualia, el bien no existe (o es una trivial utopía) por no aceptar un principio trascendente que lo justifique en su pretendida unidad (sígnica: la Iglesia es σύμ-βολον, lo unido, y el demonio es διά-βολον, el que des-une) y, por modus tollens, el mal no existe.
Un libro imprescindible.

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*Cf. los delegados de la Federación de Comercio, en alocución a Darth Sidious en Star Wars I: "Informaremos de algo cuando haya algo de lo que informar".
Publicado por Pedro Redondo Reyes

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