|
Excelente síntesis de lo que allí aconteció, Ana, ¡eres un hacha! (como decíamos aquí).
No
discutiré por palabras -decía el Sócrates platónico-. Lo que importa es
la realidad, pero en el lenguaje no decimos directamente la realidad
sino que la representamos mediante imágenes y conceptos. Vox significat mediantibus conceptibus.
Así que las palabras cuentan y sus significados sobre todo. Y no hay
diferencia entre saber explicar algo y conocerlo, entre saber decirlo y
comprenderlo. Si no sabes decirlo es que no lo entiendes bien.
Estoy
convencido de que una de las urgencias de la introducción a la
filosofía que hemos de aportar a nuestros alumnos es la técnica de
definir, aún con sus limitaciones... Vale todavía la fórmula
aristotélica de Especie = Género + Diferencia específica. Lo de menos es
que escojamos la racionalidad o la crueldad como diferencia específica, y homínido homo o primate
como género (y no me refiero al sobrevalorado sexo) para definir a
Julia como ser humano, o que la diferencia específica sea un conjunto de
propiedades esenciales, o que se admitan definiciones negativas,
operativas, constructivas... (Por cierto, para Zubiri, la especie era lo
reproducible del invidividuo)...
Mi trabajo sobre la definición está en Imágenes e Ideas, y también aquí:
LA DEFINICIÓN
http://filosofayciudadana.blogspot.com.es/search/label/definici%C3%B3n
Igual con la división y la demostración lógica, métodos comunes a todas las ciencias.
Una
de las deficiencias de la lógica que venimos introduciendo (que usa la
matematicidad como retórica, igual que la economía) es que descuida lo
que yo llamo l a lógica del concepto en beneficio de la lógica de
la proposición. También se descuida la fuerza retórica de la
argumentación, como si entre la demostración segura y la mera falacia no
hubiera nada, ¡cuando ese es precisamente el vasto territorio de lo probable
(aquel que tanto interesaba a Leibniz y que es el reino del filosofar,
del especular, del criticar y del utopizar), o sea, de lo problemático
filosófico y ético!
Ahora estoy con los neoplatónicos. El eslabón
genial del Pseudo-Dionisio, que permitió sobrevivir y metamorfosearse
en cristiano el misticismo neoplatónico de la Escuela de Atenas. Un
fraude que permitió que la teología cristiana trinitaria fuese invadida
por el trinitarismo ontológico de Proclo... Pues bien, en la época del
gran Simplicio de Cilicia (s VI) la gramática era condición de la
retórica, y la retórica era condición de la filosofía. El que accedía a
los estudios superiores (Filosofía, Dialéctica) tenía que dominar antes
las artes y técnicas gramaticales y retóricas. Tenemos una falsa
concepción de la Retórica, llamamos pregunta retórica a la falsa
pregunta. Pero en Quintiliano las Instituciones Retóricas son el completo programa de formación humanística que cada vez echamos más de menos en nuestro sistema... Chrétor, como sabe cualqueir helenista, también puede ser traducido por político o más precisamente por el que es capaz de expresarse en público, por ejemplo disertando o proponiendo una acción en una asamblea civil. Enseñar retórica es, desde este punto de vista, Educación PARA la ciudadanía.
Mi
madre, que era y es muy lista, e hizo el bachillerato de siete años (en
las Filipenses, con examen oral en el instituto público de Baeza) tenía
la asignatura de Retórica en su bachillerato, a parte de varios cursos
de Filosofía más otro de Historia de la Filosofía. La Retórica, muy a
gusto de Savater, también podría llamarse Sofística... A fin de cuentas,
fueron los sofistas los que crearon las ciencias humanas.
Demasié
por hoy. La sesión del miércoles me dejó muchos ecos que rebotan en mi
pensamiento estimulándolo. Ojalá, Francisco, José y Rafael, encuentren
gusto en seguir visitándonos y aportándonos...
Saludos a todos
RESEÑA DE PEDRO REDONDO REYES A "LOS HUESOS DE LEIBNIZ"
Lunes, 23 de noviembre de 2015
Los huesos de Leibniz
Leo un
improbable libro sobre la filosofía de Leibniz, Los huesos de Leibniz
(Cartas de un filósofo escondido a un discreto cortesano), en Akal, de
Francisco J. Fernández, uno de los dos tipos más inteligentes con que me
he topado en mi vida. Digo improbable porque lo que me ha gustado en el
libro es el continuo tono aporético, lo que está en la mejor tradición
filosófica, amén de porque su forma epistolar (común en Leibniz) y su
carácter ficticio (lo que, como dice su autor, Leibniz habría aprobado)
se conjugan de un modo asombroso con un dominio de la lengua magistral.
Ut videtur, cualidades típicas en el panorama actual tanto del ensayo
como del pensamiento. Lo mejor, con todo, quizás sea el aparato
bibliográfico postrero, que consiste no tanto en la reiterada lista de
títulos cuanto en los lugares de la obra del filósofo alemán (o sus
corresponsales) donde los problemas tratados se discuten. Las páginas
dedicadas a la definición son magníficas, así como al problema de los
universales. El asunto de la definición ("poder referirnos a algo", dice
el autor) es especialmente espinoso, pues cuanto más queremos dejar
atadas las cosas mediante aquélla tanto más se nos escapa ("Como habréis
observado, a medida que añadimos notas a la definición, menor cantidad
de objetos caen bajo la misma; es lo que se conoce como ley inversa de
la significación"). Ya Quine se preguntaba que quién "había definido así
y cuándo" el término "soltero" como "hombre no casado"; además, hay
toda una tradición inglesa que incorporó el contexto lingüístico y
nociones como la de fracaso comunicativo en los enunciados (pongamos que
son lo mismo que las proferencias). Francisco J. Fernández sigue el
ejemplo leibniziano de la definición imposible de "tinta", pero la
situación aporética de las "definiciones de definiciones de
definiciones" es resuelta por este autor elegantemente con la apelación
de los honderos baleares y su empeño en alcanzar la luna, cuyo fracaso
los inmortalizó en las fuentes antiguas. El envés de la definición
producida con un lenguaje natural es el problema de los términos y su
localización (de nuevo Quine) objetual. Por ello he recordado un juego
de mi juventud, una especie de "lengua etimológica", consistente en
hablar según el significado último de los términos, siempre que no se
tratase de objetos naturales (por ejemplo, "siempre que no se tratase de
objetos naturales" = siempre < *sem-, "uno", + tratar < *tragh-
"arrastrar", + objeto < *epi "contra" y *ye- "lanzar" (algo lanzado
contra), + natural < *gna- "nacer", o sea "uno-arrastrado-algo
lanzado contra-nacer"). Esto obvia el cambio lingüístico y semántico,
pero no es menos fascinante que sigamos utilizando el mismo órganon (el
mismo sistema lingüístico radical, por ejemplo, o sufijal) que los
antiguos romanos en la era de internet (< inter < *en, "dentro" +
partícula *ter opositiva, + net ( Retrato de Leibniz (lleva peluca; no obstante, tener pelo no es un derecho, es un privilegio)
El
otro aspecto que me ha interesado del libro es que su autor escribe:
"No hay signos perfectos. Si los hubiera ocurriría algo extraordinario,
el mapa sería el territorio mismo" (recuerdo la escritura de la Ley en
la piel del condenado en La colonia penitenciaria de Kafka). Me ha
llamado la atención porque parece contener in nuce una justificación (o
una definición implícita) del mal. Por ejemplo, en el cuento de Borges
Pierre Menard, autor del Quijote (donde el texto de Menard es
literalmente el de Cervantes, pero ya no es el mismo), la consecución de
la identidad de los signos (los de ambos escritores) es un logro final,
quizás el final de toda hermenéutica, frente a la corrupción de la
diferencia (esto ya está en Platón, que hablaba de lo perfecto como del ὡσαύτως ἔχειν, "lo que es lo mismo, καθ' αὐτόν). El mismo Borges
contemplaba ambas posibilidades, una biblioteca con varios ejemplares de
Virgilio imperfectos o una con un único, arquetipo. Que el mapa fuera
el territorio mismo plantearía, además, la probable paradoja de que no
habría signos, pues a un segundo nivel todo signo (para ser tal) debe
oponerse a otro, no por prurito estructuralista, sino porque avisa de
algo frente a, por ejemplo, un grado cero de la situación o ente
advertido. No es, pues, el mal como la agustiniana ausencia del bien,
sino el mal como diversidad, y si la época moderna es ilustrada, o
materialista, o sensualista, vel talia qualia, el bien no existe (o es
una trivial utopía) por no aceptar un principio trascendente que lo
justifique en su pretendida unidad (sígnica: la Iglesia es σύμ-βολον, lo
unido, y el demonio es διά-βολον, el que des-une) y, por modus tollens,
el mal no existe.
Un libro imprescindible.
_________ *Cf.
los delegados de la Federación de Comercio, en alocución a Darth Sidious
en Star Wars I: "Informaremos de algo cuando haya algo de lo que
informar". Publicado por Pedro Redondo Reyes
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario